Hace unos años, Jimena Tierra, una reconocida autora española, experta en criminología, presentaba a los lectores su investigación sobre uno de los episodios más escabrosos de la historia criminal de España, a través del libro La muerte en un naipe. En sus páginas, Tierra se adentraba en los oscuros abismos de la mente del criminal que recibió el apodo de ‘El Asesino de la baraja’, que causó terror en el país ibérico en los primeros años de la década del 2000.
El libro permite seguir una detallada línea de tiempo de los eventos que llevaron al ‘Asesino de la baraja’, Alfredo Galán Sotillo, a cometer una serie de atroces crímenes. A través de minuciosas investigaciones y testimonios de personas involucradas, la autora construye un retrato vívido y sombrío de cómo el asesino elegía al azar a sus víctimas y sembraba el pánico en las calles de Madrid.
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Lo que hace que este caso sea particularmente intrigante, sugiere la autora, es la “aleatoriedad” con la que el asesino llevaba a cabo sus actos mortales. Jimena Tierra explora cómo esta característica añadió un nivel adicional de complejidad a la investigación, manteniendo a la Policía Nacional y la Guardia Civil en vilo mientras intentaban descifrar los patrones detrás de los crímenes.
El protagonista de este oscuro drama, Alfredo Galán Sotillo, se convirtió en el centro de una caza humana que capturó la atención de toda España. Armado con una pistola Tokarev TT-33 y operando en las sombras, el ‘Asesino de la Baraja’ llevó a cabo seis asesinatos y atentados a sangre fría, sembrando el miedo en las calles. A pesar de los esfuerzos implacables de las autoridades, Galán logró evadir la justicia, desapareciendo como un fantasma.
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Sorpresivamente, el 3 de julio de 2003, el asesino puso fin a su aterradora ola de crímenes al entregarse voluntariamente en la comisaría de la Policía Local de Puertollano. Las motivaciones detrás de sus acciones continuaron siendo un enigma, ya que Galán cambió sus declaraciones en múltiples ocasiones, dejando a los investigadores perplejos.
Jimena Tierra, en La muerte en un naipe, buscó arrojar luz sobre la mente retorcida del ‘Asesino de la Baraja’, explorando sus motivaciones, sus oscuros impulsos y la perturbadora falta de remordimiento. A pesar de sus intentos de obtener una entrevista cara a cara con Galán en prisión, la autora se encontró con el rechazo del asesino, dejando un velo de misterio sobre su verdadera psicología.
En su investigación, Tierra se sumergió en las diligencias judiciales, las declaraciones de los investigadores y las pruebas que llevaron a la condena de Galán. La autora se acerca al caso con una narrativa trepidante y detallada, proporcionando a los lectores una mirada íntima a los horrores que aterrorizaron a la sociedad española de entonces.
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A medida que el relato de La muerte en un naipe se sumerge en los oscuros rincones del crimen, también cuestiona las razones detrás de la fascinación humana por el mal. Jimena Tierra explora cómo el público es atraído por historias reales de crímenes y cómo estas narrativas, aunque espeluznantes, nos permiten explorar los aspectos más oscuros de la condición humana.
En últimas, este libro es una fina pieza del true crime que, dadas las circunstancias, puede servir de complemento a lo que se nos ha presentado en la miniserie documental de Netflix: ‘Baraja: la firma del asesino’. Se trata del viaje a lo más profundo de la mente retorcida del asesino y su búsqueda incansable de sangre.
“La muerte en un naipe”, fragmento
Siempre se ha dicho que el ser humano, llevado a una situación extrema, es capaz de asesinar a otro igual. Los motivos los hay muy variopintos: celos, venganza, poder, sexo, traición, justicia que se toma por la mano cuando la verdadera falla… En el caso de los llamados asesinos en serie —y el que nos trae hoy aquí lo es— no solo importa el porqué. En palabras de la criminóloga Paz Velasco de la Fuente, «no es suficiente con averiguar qué los motiva a matar una y otra vez. La pregunta que debemos hacernos es: ¿qué consiguen al matar? Para responder a por qué matan se intenta determinar el móvil del crimen; pero para responder a para qué matan, debemos buscar la finalidad última de sus acciones»
El deseo, por perverso que sea, es lo que hace que la violencia sea comprensible. Sin eso, el asesino bien puede ser un fantasma.
¿Efectos psicológicos de una guerra?
Alfredo Galán Sotillo, exmilitar destinado en Bosnia en ayuda humanitaria, atacó en la Comunidad de Madrid y durante el año 2003, a 9 personas, de las cuales 6 resultaron asesinadas. Su modus operandi era disparar a quemarropa su pistola Tokarev TT-33 que sacó, de manera clandestina, de su paso por el país de los Balcanes. Pero no solo el arma fue lo que se trajo de la guerra, también un trastorno de personalidad que se agravó a su regreso.
Se ha rumoreado durante mucho tiempo, especialmente tras los casos que ha habido en Estados Unidos, sobre la afectación psicológica que una guerra puede causar en sus Fuerzas Armadas. Según los exámenes psiquiátricos que se le realizaron a Alfredo, no padecía ningún trastorno mental. Sí, en cambio, un trastorno de la personalidad desadaptativa con rasgos paranoides. Rehuía a la gente y se sintió engañado y traicionado cuando, tras ser relevado su grupo de Bosnia, fue destinado a la Operación Marea Negra, en Galicia. «Él se había enrolado en el ejército para matar. No para limpiar chapapote».
Y mató, sí, pero no solo en el ejército.
«No había un móvil concreto para matar. Simplemente es muy fácil, y lo podría seguir haciendo veinte años más».
Un naipe por casualidad
“¿Pudieron los medios de comunicación determinar su historia criminal o al menos influir en ella?”
Durante uno de los primeros crímenes, bajo el cuerpo de la víctima apareció un naipe. La prensa, a veces demasiado ávida de sensacionalismo, decidió apoderar a su asesino en serie el Asesino de la Baraja creyendo, erróneamente, que ese as de copas lo había puesto el susodicho ahí. Ese sobrenombre aumentó su ego narcisista y también sembró el terror en un país que había leído la prensa un año atrás cuando el Asesino del Tarot llenaba sus portadas. Pero voy a ir un paso más allá: ¿pudieron los medios de comunicación determinar su historia criminal o al menos influir en ella? Tras ese crimen vinieron más, y tras ese as de copas le sucedió el 2. Y el 3. Y el 4.
«¿Qué ocurre cuando la firma del asesino ni siquiera se le ha ocurrido a él y ha sido fruto del azar que un naipe esté en el lugar y momento oportunos, bajo el cuerpo de una víctima, provocando que la prensa apodara al Asesino del Naipe sin que ni siquiera este haya adquirido ese rol?».
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