En 2018, Vanessa Braganza sostenía la escalera de una bibliotecaria en la Biblioteca Widener de la Universidad de Harvard cuando su vista captó un destello escarlata. Allí, entre las imponentes estanterías de libros raros y manuscritos, se encontraba un volumen encuadernado en cuero que supuestamente perteneció a Mary Sidney Herbert, una autora destacada de la Inglaterra isabelina.
Braganza, doctoranda en literatura del Renacimiento y autodenominada “detective de libros”, apenas podía creerlo. “¿Qué?”, exclamó en voz alta en la biblioteca. “¿Eso existe?”. Sí existe, le dijo la bibliotecaria, pero ese ejemplar de The Countess of Pembroke’s Arcadia (La Arcadia de la Condesa de Pembroke) era una famosa falsificación. Braganza, de 28 años, decidió investigar más a fondo. Y lo que descubrió cambiaría la forma en que Harvard entendía su colección: un caso de un libro juzgado, literalmente, por su tapa.
Sidney, nacida en 1561, se convirtió en una de las primeras mujeres de Inglaterra en ganar fama por su poesía y sus traducciones de obras extranjeras. Tomó el título de condesa de Pembroke cuando se casó con Henry Herbert en 1577, y su nombre se mencionaba a menudo al mismo tiempo que el de otros gigantes literarios de la época: su hermano Philip Sidney, Edmund Spenser y un tal William Shakespeare. Algunos historiadores creen que una de sus traducciones, La Tragedia de Antonie, inspiró Antonio y Cleopatra de Shakespeare. “Sin duda, Sidney y Shakespeare sabían el uno del otro”, afirma Braganza, aunque no se tiene constancia de que ambos se conocieran.
El hermano de Sidney escribió Arcadia como una colección de ingeniosas y divertidas historias en poesía y prosa para su querida hermana. Ella publicó el libro en 1593, siete años después de la muerte de Philip. Se supone que el volumen de la colección de Harvard es una tercera edición, impresa en 1613, que le pertenecía.
Según la procedencia aceptada, el ejemplar de Sidney cambió de manos tras su muerte en 1621, pasando a la colección de Sir Robert Kerr, primer conde de Ancram. La portada incluía la inscripción “This was the Countess of Pembroke’s owne booke giuen me by the Countess of Montgomery her daughter. 1625.” Estaba firmado “Ancram”. El libro, según descubrió Braganza, tuvo numerosos propietarios en los siglos posteriores.
En 1912, cuando el acaudalado empresario y bibliófilo Harry Elkins Widener murió en el Titanic, su madre donó sus libros -muchos de ellos raros y únicos- a Harvard en su memoria. Entre ellos se encontraba su preciado ejemplar de Arcadia.
Al principio, Harvard creyó que había adquirido un libro de gran valor. Pero el primer bibliotecario de libros raros de la institución, William A. Jackson, empezó a estudiar el ejemplar y detectó lo que él consideraba incoherencias para un libro publicado en el siglo XVI, incluido un caso de “remboitage”, o retapado con una encuadernación de otra época.
Además, Jackson observó que la firma de Ancram no coincidía con ejemplos que había visto. Concluyó que el libro era una falsificación y desveló sus sospechas en una reunión de la Sociedad Americana de Artes y Ciencias en 1946.
Un “ejemplo peligroso” de remboitage, escribió en la ponencia que presentó, “es el de una edición de la Arcadia de Sidney en la Biblioteca de Harvard, un ejemplar que supuestamente perteneció a la hermana de Sidney, Mary Herbert, y que ahora está encuadernado con sellos simbólicos apropiados”.
Casi 80 años después, Braganza se mostraba escéptica. A la estudiante de posgrado le encantan los buenos misterios, y ya se había hecho un nombre desentrañando enigmas del pasado, incluido el desciframiento de una clave secreta utilizada por la reina Catalina, la primera esposa de Enrique VIII.
Para Braganza, las dudas de Jackson sobre Arcadia a causa de su reencuadernación eran erróneas. Sí, el libro ya no incluía su cubierta original. Pero no era raro que en épocas posteriores los amantes de los libros volvieran a forrar volúmenes antiguos para que tuvieran un aspecto “bonito”, señaló.
“Era una práctica habitual en los siglos XVIII y XIX”, explica Braganza. “Los propietarios a veces reencuadernaban libros antiguos con cubiertas que les parecían más decorativas, atractivas o apropiadas; a muchos les gustaba que fueran llamativas, sobre todo a los victorianos”.
Braganza examinó también la inscripción de Ancram en la portada del libro. Para ella, la firma se parecía mucho a la escritura del conde. Excepto por una “A” mayúscula doblada, era idéntica a las muestras que encontró en otros manuscritos históricos.
“De hecho, la firma de Arcadia coincide con varias muestras de la letra de Kerr”, afirma. “Creo que Jackson confundió la firma del primer conde con las de sus sucesores. La caligrafía de las firmas citadas por Jackson es claramente de una época muy posterior”.
Con esas pruebas en la mano, Braganza empezó a examinar más detenidamente las páginas interiores, que Jackson había pasado por alto. Allí observó intrigantes notas marginales y lo que parecían ser correcciones para futuras ediciones. Cuando comparó esa escritura con ejemplos de Sidney, Braganza dejó escapar un grito.
“Estaban hechos por la misma mano”, dijo. “Había muchas coincidencias con la letra de Mary Sidney. Muchas letras coincidían perfectamente. Había muchas ediciones en el manuscrito, donde parecía que ella corregía el texto para que se leyera mejor”.
Convencida de que había demostrado que la copia de Arcadia era auténtica, Braganza presentó sus hallazgos en marzo en una conferencia académica al igual que hizo Jackson, ahora con la conclusión contraria. Rosalind Smith, catedrática de Inglés de la Universidad Nacional de Australia, lo calificó de “asombroso descubrimiento literario”. Peter X. Accardo, conservador de la Colección Harry Elkins Widener de Harvard, dijo que se alegraba de que el libro hubiera sido “devuelto a su antiguo lugar”.
Braganza también compartió su descubrimiento con el tocayo del hermano de la condesa, Philip Sidney. Sidney, hijo del actual vizconde De L’Isle -el nombre del condado se cambió en el siglo XIX-, declaró a The Washington Post que le entusiasmaba ver que su tía abuela y su tío once veces mayor recibían su merecido.
“La investigación de Vanessa arroja nueva luz sobre la vida y obra de Mary Sidney Herbert”, señaló en un correo electrónico. “En particular, aporta pruebas conmovedoras de que Mary seguía recordando a su hermano y colaborando literariamente con él décadas después de su prematura muerte. Enriquece la historia de la familia, así como su patrimonio literario”.
Braganza espera que también sirva para algo más. “Mary Sidney fue una poeta y autora muy importante para su época, y sin embargo no se la recuerda como a sus contemporáneos masculinos”, afirma. “Cuando sea más grande y tenga una hija, quiero que la historia tenga un aspecto muy diferente. Quiero que tenga el aspecto que debería tener, es decir, que recuperemos las historias que han sido olvidadas e ignoradas. He aquí una persona que debe volver a figurar en la historia”.
Fuente: The Washington Post
Seguir leyendo: