Ya son varios años los que lleva Lorenzo Silva transitando los terrenos del thriller. El escritor español reconocido por su obra La marca del meridiano, continúa su exploración del género en las páginas de Púa, su última novela; en ella narra con buen tino el trasfondo de la guerra sucia, el terrorismo en las ciudades y los espacios invisibles que surgen aen medio de la corrupción.
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Son 464 páginas las que conforman esta novela publicada por el grupo editorial Planeta bajo su sello Destino, como parte de la colección Áncora & Delfín. La de Púa es una historia, al estilo Taken, que conduce a los lectores en un viaje hacia el corazón del verdugo, a lo más profundo de la violencia, intentando darle vuelta al efecto vital que conlleva traspasar los límites.
Los días de un espía retirado sufren un giro de 180 grados al recibir un mensaje inesperado de alguien que le suplica ayuda, alegando que el tiempo apremia. Todo se tambalea tras varios años de haber dejado atrás el amparo de su agencia, después de haber experimentado de cerca la sordidez de la guerra y haber defendido fervientemente una sociedad democrática y a aquellos que han padecido la violencia perpetrada por el terrorismo.
Aunque el tiempo ha transcurrido y numerosos cambios han tenido lugar, el mundo en sí mismo parece haberse estancado y ahora parece reclamarlo de nuevo. Púa, pese al paso de los años, sigue siendo ese agente atinado y sagaz. Nadie podría hacer lo que él y nadie más estaría tan dispuesto a llegar hasta el final para cumplir con una misión. La llamada de su amigo se lo ha recordado, le ha traído a la memoria las luces y las sombras de su verdadera naturaleza.
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— La voz de Púa, cuando asume el mando de la narración, más que envolvente es endiabladamente frenética. ¿Esta característica le fue otorgada al personaje de manera consciente o apareció conforme avanzaba usted en el relato?
— Hay personas que en su vida cruzan líneas que no se pueden descruzar, y esto conviene saberlo, entenderlo y no banalizarlo. Últimamente, he estado un poco incómodo con la banalización que se hace de la violencia y del dolor, del sufrimiento instantáneo que esta produce. Se ha desarrollado un sentido lúdico de la violencia, y pasa desde el cine hasta los videojuegos. No entraré en detalles, pero sí diré que hoy disponemos de una serie de artefactos que hacen ver el dolor del otro como si fuera una simple diana abatible, cuando estamos hablando de seres humanos que, además, sangran. Esta banalización de la violencia lo que ignora de fondo es que cuando tú eres el agente que ejerce ese acto violento ya no hay vuelta atrás y eso te acompañará siempre.
En la novela, las líneas que ha cruzado Púa son muchas y le han comprometido mucho también. En cierto modo, lo que ha vivido antes es lo que termina llevándolo al lío presente. Lo que yo quería hacer con él era dotarle de la experiencia de haber estado en el corazón de la violencia. Con esa idea he planteado la novela. Quería que tuviera presentes los dilemas morales que conllevan sus acciones, pero tenía claro que no haría de la ficción un sesudo tratado de filosofía moral. Mi intensión era dar con una narración, no solo amena, sino trepidante, que le exigiera al lector enfrentarse al dilema moral sin dejar de transitar la historia. Lo que le está pasando y le va a pasar a Púa es lo que dicta ese ritmo.
— La novela, a diferencia de algunos de sus títulos previos, no es un thriller a la usanza. Tiene algunos elementos, pero sus características son otras.
— Y esa es una de las críticas que me han hecho ya. Cuando hablamos de un thriller, lo que el lector quiere encontrar es pura acción, desde luego, pero aquí no es lo único. Yo he escrito una novela sobre el viaje al corazón de la violencia. La etiqueta es comercial. Y creo que le hemos dado un significado diferente al concepto de la acción. Tendemos a dar por sentado que el hombre de acción no piensa, y en eso la modernidad sí que nos ha engañado. Un soldado, un detective, un terrorista, pero no los que son designados por altos mandos, sino los que están liderando, todo el tiempo están maquinando. Su actividad es imposible si no lo hacen.
— El escenario aquí es un personaje más. La novela exige que su caracterización sea más que precisa. ¿Cómo llevó a cabo ese ejercicio de construcción del espacio?
— Cuando escribes sobre un escenario real necesitas fijarte en los detalles. Cuando el paisaje te viene dado, no basta. Es necesario vivir el lugar, sentirlo adentro. Todo lo que ves se convierte en insumo para la ficción. Lo que yo necesitaba aquí era una ciudad, varias ciudades, de hecho, a ambos lados de una frontera, que fuera un escenario montañoso y que cada tanto se asomara al mar, a la playa... Empecé a trabajar con la galería que tengo en mi cabeza de estos lugares y conforme iba avanzando tomaba elementos de uno y otro espacio. Quería trasladar a través de la ficción lo que esos espacios me han permitido sentir en alguna ocasión.
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— ¿Cómo viviría Púa en un mundo como el nuestro?
— Tal vez no de manera muy distinta. Creo que se vería a sí mismo en un mundo a merced de la ambición humana y se preguntaría para qué y por qué. Él elige contar su historia para intentar entenderse, y con ello, al mundo, y de paso, dejar su verdad escrita.
— El recorrido en la novela no podría ser más intenso. Al final, uno siente que la violencia parece apoderarse de todo, pero siempre está la esperanza de que no ocurra.
— En última instancia, no solo las sociedades, también los individuos, todos y cada uno, cometemos errores, cosas que preferiríamos no haber hecho. Todos, al final, tenemos que vivir con eso, y de hecho, de allí venimos también. No somos más que el resultado de una infinita cadena de errores. La esperanza está en la posibilidad de que lo que ha ocurrido sirva para que alguien tenga oportunidades en las que no cometa las mismas faltas. Al final, el sentido de lo que somos lo da lo que dejamos para que otros, que no son como nosotros, hagan algo con ello.
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