Una madre y una hija que enfrentan cambios en sus cuerpos y en sus vidas parten de viaje. Hace tiempo que no conviven. La hija tiene insomnio desde que se separó y a veces siente culpa. Por momentos, parece que todo va a estallar, pero ambas se esfuerzan por disimular el esfuerzo que demanda acompasar el ritmo, hasta que una esquirla del pasado las alcance de una manera inesperada.
Una viuda que se ha refugiado voluntariamente en el encierro y que finalmente se decide a salir, sin imaginar que el destino le tiene reservada, también, una aventura impensable. Y hay muchas otras.
Los personajes femeninos de los relatos que integran Me verás caer (Tusquets), el nuevo libro de relatos de Mariana Travacio, afrontan, cada una a su modo, momentos de ruptura y reflexión que vuelven incierto el futuro. La obra se presenta este jueves, junto a Gloria Peirano y Yamila Bêgné.
Quienes protagonizan las historias son mujeres abatidas o abandonadas a quienes les toca paladear el amargo sabor del desengaño, o que buscan refugiarse en los recuerdos felices del amor, pero siempre parecen obligadas a redirigir sus vidas y aferrarse a lo que pueda salvarlas o devolverlas a la certeza de la luz.
Los lazos solidarios entre ellas son, muchas veces, lo que las vuelve resilientes, para quedarse o para huir: buscan nuevas formas de la resurrección, a las que se aferran como lo último que les queda en el mundo. Y está también el agua -el mar, el río y la lluvia- como una presencia inevitable, que a veces apacigua el dolor y otras destruye lo que encuentra a su paso con la fuerza de un viento huracanado.
Travacio, que es rosarina pero pasó parte de su infancia en Brasil y hoy vive en Buenos Aires, ya se había ganado un lugar preponderante como autora con los relatos que integran Cotidiano (2015), Cenizas de Carnaval (2018), Figuras infinitas (2021) y las novelas Como si existiese el perdón (2016) y Quebrada (2022).
El libro que presenta ahora fue escrito durante unos meses en que debió permanecer postrada, a causa de una operación de rodilla, y algo de esa quietud y del dolor físico parece haber traspasado al papel.
“Fueron condiciones de producción muy inusuales, entre la persistencia del dolor, los opiáceos y la incomodidad de estar postrada -cuenta ella a Infobae Leamos-. De hecho, me acuerdo de escribir con la respiración entrecortada por el dolor. Y creo que eso se refleja en la puntuación de algunos textos. Y quizás, también, en las historias mismas que se narran. Incluso, ahora me hacés acordar de algo: el epígrafe que elegí para el libro funcionaba como una especie de brújula, durante la escritura, y tenía absoluta relación con mi estado”.
-El epígrafe dice…
-”Si te dicen que caí, no vengas a enseñarme aerodinámica revisionista. No me cuentes de los que cayeron venciendo. No vengas a decirme que no crees que haya sido un accidente. En lo único que creo es en el accidente. Lo único que sabe hacer el universo es derrumbarse sin ningún motivo, es desmoronarse porque sí”. Es un fragmento de un poema de la querida Beatriz Vignoli. Hace poco hablé por teléfono con ella y le conté lo mucho que su poema me había acompañado durante la escritura de este texto.
-Los personajes femeninos de este libro -que reaparecen en algunos casos en más de un relato- afrontan, cada uno a su modo, momentos de inflexión, y a su vez parecen decididos a idear nuevas formas para la resurrección, en soledad o en solidaridad con otras mujeres. ¿Dirías que es eso es lo que tienen en común?
-Sí, todas ellas están atravesando puntos de inflexión en sus vidas. Podríamos pensar que eso las hilvana. De hecho, los personajes que se presentan en los primeros relatos son retomados, más adelante. Creo que tuve la necesidad de indagar qué había sido de sus vidas después de esos momentos de derrumbe que se plantean en los primeros textos del libro. Y hay una indagación de los vínculos entre ellas, también, de sus posibilidades de encontrarse y de desencontrarse, de reconocerse y de desconocerse, y de acompañarse, incluso, como una forma del amor.
-Las mujeres del siglo XX, que transitamos la mediana edad, atravesamos tarde o temprano esos momentos de ruptura. ¿Será porque intentamos reconocer nuestro deseo, después de haber intentado cumplir con tantos mandatos, históricos, culturales, y familiares?
-Yo creo que sí, y, de algún modo, esto aparece en el libro, como si estos personajes hubieran estrenado sus vidas desde el cumplimiento estricto de estos mandatos sociales, familiares, y culturales: como si hubieran aceptado que de ese cumplimiento devendría una garantía de felicidad.
-Pero…
-¡Pero les ocurre todo lo contrario! Más bien, esos mandatos les ha garantizado la desilusión. La pregunta por el deseo a veces tarda, y muchas veces no llega nunca. No sé si estos personajes llegan a preguntarse por su deseo, pero creo que alcanzan a darse cuenta de que no se han interrogado al respecto…
-Y ¿qué lugar le das vos al deseo, en este momento de tu vida y en tu literatura?
-En lo personal, supongo que no escribiría si no me hubiera preguntado por mi deseo. Pero tampoco alcanza con preguntarse por el deseo: también hay que animarse a abrirle la puerta, hacerle un lugar, instalarse en él, habitarlo. Y eso no es fácil. Es un proceso largo y es un camino llenísimo de trampas.
-Tus relatos funcionan como cuentos autónomos, pero también tienen sentido de manera orgánica, en el diseño del libro. ¿Los trabajaste de manera independiente o, deliberadamente, como parte de una misma visión, que da cuenta de un paisaje común?
-La estructura del libro se fue dando durante el proceso de escritura. Son cinco relatos, apenas... Escribí los tres primeros como historias autónomas, pero después tuve necesidad de saber más, de seguir explorando las vidas de esas mujeres. Me daba mucha curiosidad saber qué habían hecho después de esos derrumbes, de esos puntos de inflexión que venían de transitar. Por eso escribí los dos últimos cuentos del libro, por necesidad de acompañarlas un rato más. Ahora me hacés acordar que cuando la querida Brenda Navarro presentó el libro en Madrid, en Tipos Infames, nos contó que había tenido la sensación de leer una novela hecha a relatos. Es probable que todo el libro solo narre alguna forma del desencanto…
- ¿Cómo nace un libro en tu caso? ¿Diseñás un plan de algún tipo antes de escribir, y apuntás al mentado “efecto único” en el caso de los cuentos o relatos cortos?
- No hago planes. Escribo a tientas. Nunca sé bien qué voy a escribir. Me gusta esa dimensión de descubrimiento en el acto de escritura: dejarme llevar por las voces que aparecen sobre el papel a ver si me conducen a alguna parte, a ver si logran decirme algo. Creo que lo que más me atrae del proceso de escritura es ese no saber: la sensación de estar entrando en un territorio de profunda libertad, en el que todo puede pasar, en el que todo puede ser de otra manera. Como decía la querida Marguerite Duras: “La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez. Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena”.
- ¿Escribir, entonces, también es una forma de la incertidumbre?
- Creo que, precisamente, escribir es aprender a sostener una incertidumbre, ir navegando las aguas del lenguaje sabiendo que se puede naufragar en la siguiente oración. De hecho, entiendo la escritura como una forma del naufragio, o como una deriva: saber que siempre vamos a estar muy lejos de cualquier orilla y aun así seguir buscándola.
- ¿De dónde dirías que provienen tus historias, de la imaginación, de la infancia?
- Yo creo que escribimos con todo el acervo que nos compone. Fundamentalmente, desde las lecturas que hemos hecho. Y no de todas ellas, sino de las que nos han interpelado. Como decía Barthes, las que se anudan a la tópica de nuestro deseo: las que nos han obligado a detenernos, a buscar un lápiz, a subrayar, a demorarnos en la lengua. Eso va componiendo una especie de murmullo que nos queda en la cabeza. Un murmullo que también se compone de los lenguajes que nos han atravesado, de las voces infantiles, de las escansiones vitales: esos lugares donde nos hemos detenido, o donde la vida nos ha detenido...
- ¿Cómo sería?
- Entiendo que es de esa singular combinatoria que surge lo que podemos escribir. Y, en general, nunca es lo que queremos escribir, sino, apenas, lo que podemos. En ese sentido, como decía el querido Bolaño (lee) “la escritura se parece bastante a la pelea de los Samuráis, porque un Samurái no pelea contra otro Samurái, pelea contra un monstruo y sabe, de antemano, que será derrotado. Saber que serás derrotado y tener el valor de salir a pelear: eso es la literatura”. La escritura es un territorio de pura batalla: una pelea constante con la lengua. Y no tanto por lo que la lengua nos permite decir, sino por lo que nos quita, por lo que nos niega. Cuando nos sentamos a escribir, tenemos que conformarnos con lo que esa combinatoria de murmullos, de la que somos esclavos, nos permite decir. Así vista, la escritura es una disposición al fracaso...
- ¿Y cómo se sigue, entonces, o por qué?
- Porque hay algo que se sobrepone, una pulsión, algo que nos lleva a intentarlo. En mi caso, la mayoría de las veces las historias surgen de una voz, de una sintaxis que me llama, de una cadencia que me interesa explorar. Otras veces surgen de una imagen que me interpela, como si esa imagen condensara algo que me convoca, que me interroga. Me pregunto si esa imagen puede sobrevivir al lenguaje: si esa imagen se puede descomponer en la diacronía del lenguaje y aun así conservar el sustrato que produjo la interpelación.
- En estos relatos está también muy presente el agua: el mar, la lluvia, el río. Podría leerse como metáfora: la vida supone un curso plagado de curvas inesperadas e imprevistos.
- Qué bella tu lectura. Es cierto que el agua está muy presente. Casi como si el agua fuera hilvanando las historias de este libro.
- ¿Sabés por qué escribís y a qué necesidad -personalísima- responde en tu caso la vocación?
- Yo creo que escribo por la fascinación estética que me produjo la lectura. Me acuerdo perfectamente de los primeros deslumbramientos, cuando empecé a leer con un lápiz en la mano, con la necesidad de subrayar un puñado palabras, un hallazgo sintáctico, una novedad en la lengua: una nueva forma de nombrar el mundo. La sensación de que ese texto estaba mirando algo por primera vez, con ojos vírgenes, a pura fuerza de trabajo con el lenguaje... Supongo que ese fue mi propio punto de inflexión.
Me verás caer se presenta este jueves a las 18.30 en Libros del Pasaje (Thames 1762, Buenos Aires). La autora dialogará con Gloria Peirano y Yamila Bêgné.
Quién es Mariana Travacio
♦ Nació en Rosario en 1967. Se crió en Brasil y vive en Buenos Aires.
♦ Es psicóloga y magíster en Escritura Creativa.
♦ Entre sus libros se cuentan Cotidiano, Como si existiese el perdón, Las afueras y Quebrada.
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