Con el objetivo de detener el éxodo de ciudadanos de la entonces República Democrática Alemana hacia el sector aliado de la ciudad, en 1961 se levantó el Muro de Berlín. Sin embargo, esta estructura también se convirtió en el escenario de numerosos intentos desesperados y peligrosos por parte de quienes buscaban escapar de la opresión de un régimen totalitario.
A partir de exhaustivas investigaciones que incluyeron innumerables horas de entrevistas con sobrevivientes y el análisis de miles de documentos de los archivos de la Stasi, la periodista británica Helena Merriman reconstruye en El túnel 29 una asombrosa página de la historia reciente que demuestra, una vez más, que la realidad supera a la ficción.
Editado por Salamandra, El túnel 29 es una crónica detallada que narra cómo un grupo de valientes excavadores se embarcaron en un audaz plan para ayudar a los alemanes orientales a escapar a través de un túnel subterráneo. El plan, sumamente arriesgado, desafiaba tanto la lógica como la geografía.
El objetivo final era cavar un túnel bajo la temida “franja de la muerte”, un paso altamente custodiado por guardias fronterizos y perros pastores, con un suelo arcilloso y entre corrientes de agua. A pesar de los obstáculos, en el verano de 1962, un equipo de excavadores logró completar una estrecha galería de 135 metros de longitud que conectaba una fábrica en el oeste con el sótano de un edificio abandonado en el este.
Así empieza “El túnel 29″
La playa
12 de agosto de 1961 — Isla de Rügen, Alemania Oriental
Joachim saca el pie del agua, que en agosto también está helada. Sus amigos chapotean en el mar. Se burlan de él y le llaman a gritos pero saben que detesta el agua fría y no va a meterse.
No puede dejar de pensar en la noche pasada. Camaradería y cerveza. Sudor. Cuerpos que se aprietan, se besan y manosean en un rincón. Joachim tiene veintidós años y nunca ha disfrutado tanto de unas vacaciones. No quiere que se acaben. El bosque verde brillante cubre los níveos acantilados a sus espaldas. Las águilas pescadoras vuelan en círculos en lo alto. Las aguas son tan cristalinas que se ven minúsculos pececillos revoloteando bajo el mar.
Pero dentro de una semana habrá regresado a Berlín Oriental. Apenas unos trescientos kilómetros al sur, pero parece otro mundo. Gris. Tenso. Sobre todo, los últimos meses. Todos han reparado en los cambios: cada vez hay más guardias fronterizos en las calles y, a su vez, más gente que huye a Alemania Occidental, como si supieran algo que los demás ignoran. La atmósfera está cargada; se respira la extraña calma que precede a la tormenta.
Joachim levanta la vista. Su mejor amigo, Manfred, está saliendo del agua. Se conocen desde los seis años; juntos fumaron sus primeros cigarrillos y planearon unas cuantas trastadas en el colegio. Manfred se metía en broncas continuamente, pero a Joachim nunca lo pillaban en falta. Siempre tuvo claro dónde estaban los límites y nunca los traspasaba.
Por la noche, Joachim y Manfred se ponen unos vaqueros y una camiseta, se peinan y, descalzos por la arena, ponen rumbo a la carpa de las cervezas. Otra noche más en este paraíso costero del norte de Alemania Oriental donde dos jóvenes de veintidós años disfrutan de un largo verano, sin horarios, sin obligaciones, tan sólo viviendo el momento.
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Ambos ignoran que están justo donde el gobierno quiere tener a los jóvenes como ellos —aquellos que causarían problemas en caso de saber lo que está a punto de suceder—, pues en ese instante cientos de carros de combate se dirigen hacia Berlín Oriental mientras decenas de miles de soldados se suben a otros tantos camiones, armados con kaláshnikov, ametralladoras y misiles antitanque. En cualquier momento van a recibir órdenes y entonces todo estallará.
Dos ruidos lo despiertan por la mañana: el del crepitar de un altavoz al entrar en acción y el de cremalleras de tiendas de campaña abriéndose a la vez con rapidez. Joachim sale de la suya, se planta en medio del campamento y se acerca al altavoz, que ahora emite música militar —ampulosa, con profusión de metales— a todo volumen. A continuación, una voz masculina anuncia de forma atropellada por megafonía: «Das Ministerium des Innern der Deutschen Demokratischen Republik veröffentlicht folgende Bekanntmachung...» (el Ministerio del Interior de la República Democrática Alemana hace pública la siguiente notificación).
Joachim se da cuenta de inmediato. Un comunicado del gobierno. Deja de prestar atención, con hartazgo. Pero de pronto la voz cambia, su entonación se vuelve más urgente: «Wollankstrasse, Bornholmer Strasse, Brunnenstrasse, Chausseestrasse...» Está enumerando calles de Berlín por las que Joachim ha deambulado desde que era pequeño. Aunque le llama la atención, no acierta a comprender por qué habla de ellas, hasta que se oye la voz de nuevo: «La frontera entre Berlín Oriental y Occidental está cerrada». Joachim nota la punzada de adrenalina en el estómago mientras su cabeza piensa a toda velocidad tratando de deducir qué ha podido pasar: el cierre de la frontera implicaría que han cortado la ciudad en dos, pero ¿cómo es posible fragmentar una ciudad de la noche a la mañana? Una división de este calibre supondría separarlo todo: la electricidad, los tranvías, los trenes, el alcantarillado... La idea le parece tan aberrante que Joachim y sus amigos hacen caso omiso del anuncio y se van a la playa.
A la mañana siguiente, el campamento es un hervidero de rumores: alambres de espino, tropas en las calles, carros de combate, ametralladoras. Joachim de pronto se siente muy lejos de casa; como un cazatormentas, anhela estar en el centro de la acción. Después del desayuno, él y sus amigos meten las bolsas en su viejo Citroën y regresan a Berlín a toda velocidad. Hacen el trayecto de un tirón y llegan al anochecer.
Al circular por las calles, algo les resulta raro. Demasiado silencio y quietud. Casi no hay gente, apenas se ven coches. Zigzaguean por avenidas flanqueadas de tilos y funcionales edificios de hormigón hasta Bernauer Strasse, una calle de kilómetro y medio que discurre a lo largo de la frontera entre Berlín Oriental y Occidental. Joachim y sus amigos bajan del coche y se dirigen hacia un letrero ante el que han pasado centenares de veces:
Está usted saliendo del sector democrático de Berlín
Siempre les ha hecho reír el uso de la palabra «democrático».
«Berlín Oriental no tiene nada de democrático», suele decir Joachim. Normalmente hay un par de policías de pie junto al letrero, pero hoy Joachim divisa un grupo de hombres con uniforme verde y casco de acero iluminados por la luz de una farola solitaria. Siente miedo al verlos, pero no por sus uniformes sino por lo que llevan cruzado sobre el pecho: una ametralladora. Joachim se queda sin aliento cuando uno de los hombres se gira y se le acerca a grandes zancadas: «¡Tú! ¿Se puede saber qué haces? ¡Largo de aquí! De lo contrario...» Hace un gesto con la ametralladora.
Joachim se da la vuelta para marcharse y entonces lo ve: un retorcido alambre de espino brillando a la luz de la farola. No sabe qué ha pasado ni qué vigilan estos hombres, pero presiente que en el curso de una noche todo ha cambiado.
Quién es Helena Merriman
♦ Nació en Londres, Inglaterra, en 1981.
♦ Es periodista, locutora y reportera de la BBC.
♦ Es cocreadora de The Inquiry, un podcast semanal sobre temas de interés general que obtuvo el Best Current Affairs Podcast en los British Podcast Awards del año 2017.
♦ Tunnel 29 fue uno de los podcasts más exitosos de la BBC, con cinco millones de descargas. Obtuvo los premios Foreign Press Association’s Podcast of the Year y Rose D’Or Best Audio Enter tainment, así como el Best Radio Podcast y el Acast Moment of the Year en los British Podcast Awards de 2020.
♦ Publicado como libro en 2021, los derechos de traducción se han vendido a una decena de idiomas.
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