La Feria de Editores Independientes, la FED, crece año a año. Los memoriosos recordarán la primera, que se hizo en el lobby de FM La Tribu: de aquella época en la que unas pocas mesas se acomodaban como podían para llenar un espacio más bien pequeño, a esta en que el Complejo Art Media (Av. Corrientes 6271 y Dorrego) empieza a quedar chico, parece que hubiera pasado un mundo.
La Feria de Editores Independientes crece año a año, pero no ha perdido su esencia. Si la Feria del Libro es el gran evento cultural del año, con más de un millón de visitantes, la FED mantiene un aura especial, un sentimiento de comunidad. Tal vez sea porque, a diferencia de la Feria, que dura tres semanas, la FED sólo ocurre en cuatro días —cuatro: hasta 2022 eran tres; la FED crece año a año—.
Pero yo creo que la razón principal para que ese aire de familiaridad no se pierda está en los hacedores. Víctor Malumian y Hernán López Winne —directores, además, de la editorial Godot— son los principales responsables de que todos nos sintamos parte.
No hay stands, sino que los casi 300 sellos se organizan uno pegado al otro en largos caballetes. La gran mayoría de los editores son argentinos, pero hay también de Colombia, México, Chile, Uruguay, Bolivia, Perú, Brasil. La disposición de los caballetes forma seis calles nombradas en honor a Tamara Kamenszain, Juan José Saer, Sara Gallardo, Hebe Uhart, Marcelo Cohen y Luis Chitarroni, que murió en mayo y de quien justamente en la Feria se presenta el hermosísimo libro póstumo Una inmodesta desproporción (Ed. Mansalva).
Alguna vez Jorge Panesi —o Jaime Rest o tal vez fuera otro— dijo que la literatura era como un manto compuesto por infinitos retazos, que eran los libros. También Panesi —o Rest u otro— decía que podía leerse cada libro como si fuera una historia de Sherezade en Las mil y una noches. Me parecen dos imágenes hermosas.
Los caballetes de la FED tienen esa continuidad en la que nada se interrumpe. Como una cinta de Moebius que no distingue entre poesía, narrativa, ensayo, se pasa de Odelia a Concreto a Cía. Naviera a La Bohemia a Paradiso a La Carretilla Roja a Fiordo. Por momentos, uno queda tan atrapado en ese mar de títulos que tarda en darse cuenta de que a su lado, la otra persona que está igual de atrapada es un viejo amigo, un editor, un escritor reconocido.
Como no están los grandes sellos, los títulos disponibles comparten un tono alternativo. No están Borges, Cortázar, Bioy, no hay casi ningún Nobel; tampoco best-sellers. En cambio aparecen en primer plano los autores jóvenes, los emergentes, los vanguardistas, los contraculturales. Y hay una infinidad de joyas esperando ser halladas.
Por mencionar algunos que vi: las entrevistas a Roberto Bolaño (Bolaño por sí mismo; Ed. Errante) y a Rodolfo Walsh (Periodismo literario; Mansalva), los libros coreanos de la editorial Hwar-Ang, ensayos de Carlos Scolari (Media Evolution; Asunto impreso) y Sadin (La inteligencia artificial o el desafío del siglo; Caja Negra); también las reediciones de Blackie, de Hinde Pomeraniec (ahora por Gourmet Musical) o Vida de María Sabina, de Álvaro Estrada (Ed. Siglo XXI). Y mientras uno recorre el salón, arriba hay propuestas de charlas y debates con la presencia de figuras como Jazmina Barrera, Martín Kohan, Matías Celedón, Liniers y Beatriz Sarlo, entre otros.
Eso sí: hay que ir preparado. Si el año pasado uno planificaba un presupuesto de 10.000 pesos, esta vez, inflación y entusiasmo mediante, se puede gastar por arriba de los 50 mil. Aquel libro que uno no se llevó en mayo en la Feria del Libro, hoy cuesta un 50% más. La crisis económica se encarniza en una industria que siempre vivió al filo.
Es muy probable que el cierre de esta edición muestre números auspiciosos: la FED crece año a año. Ojalá muestre récords de asistencia y de ventas. Lo necesitan las editoriales, pero sobre todo lo necesitan los lectores: aquí está la literatura que no se ajusta a las planillas de Excel. Brindo por eso.
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