“Hubo un momento determinado que destrozó mi infancia: la entrada de las tropas de Hitler en Austria”, dice en una entrevista la poeta Ingeborg Bachmann (1926-1973) nacida en la ciudad de Klagenfurt a orillas del lago Wörthersee. “Fue algo tan horrible que con ese día empiezan mis recuerdos producto de un dolor demasiado grande, un dolor que quizás nunca más volví a sentir con esta misma intensidad”. Se trata de la anexión (Anschluss) de Austria por parte de Alemania el 12 de marzo de 1938.
No hubo ninguna resistencia por parte de la población y el ejército austríaco, más bien todo lo contrario: recepción festiva y multitudinaria en las calles de Viena, banderas austríacas y alemanas, también con la esvástica, saludo nazi al paso, en un vehículo abierto, del dictador Adolf Hitler. Lo mismo pasaría con su padre, quien fue miembro de la organización nacionalsocialista NSDAP, antecesora del partido nazi alemán; su hija luego estaría de manera manifiesta en las antípodas.
La violenta vivencia de estos contrastes en Ingeborg Bachman, en este caso entre su infancia en la naturaleza de su pueblo, rodeada de montañas y bosques, y la adolescencia asaltada por la guerra y el nazismo, es una sensación que se mantendría a lo largo de su intensa vida política, poética y amorosa. Su ascenso meteórico en el parnaso poético de la poesía en alemán y en la Austria del pos-nazismo y de la posguerra fue, sin duda, una manipulación y un efecto al que se resistió; tenía plena conciencia del blanqueo de la imagen de su país que implicaba ese reconocimiento hacia ella.
En ese sentido, su juventud, el ser mujer- en medio de un contexto masculino y machista en el campo de la literatura-, una poesía de apariencia a veces bucólica, por la naturaleza representada, camufló como estrategia de su escritura las huellas de las botas y los tanques nazis, de esas multitudes vitoreando a los invasores, de las complicidades y los crímenes atroces: “Hay fuego debajo de la tierra, / y el fuego es puro. // Hay fuego debajo de la tierra, / y piedra líquida. // Hay un torrente debajo de la tierra, / que irrumpe en nosotros. // Hay un torrente debajo de la tierra, / que quema los huesos. // Se avecina un gran fuego, se avecina un torrente sobre la tierra. // Seremos testigos”. (‘Cantos de una isla’, traducción Ricardo Ibarlucía, Diario de Poesía 54).
De este modo, como un crítico de la época manifestó, Bachmann con “un único y delgado libro de poesía publicado en 1953 fue enseguida conocida por todo el mundo” de la cultura europea. Se trataba de El tiempo postergado y de su autora, una poeta precoz. Luego será sólo un poemario más, Invocación a la osa mayor, de 1956. Vendrán entonces una sucesión progresiva de premios, algunos disidentes al del discurso oficial como el del Grupo 47, de origen antifascista; otros más del establishment como el Premio de literatura del estado libre de Bremen o el consagratorio y tradicional Premio Buchner que le fuera otorgado en 1964. Obra breve de poesía, dejará de escribirla en 1956 para dedicarse solo a la narrativa.
Por otro lado, su relación con el poeta rumano, sobreviviente del Holocausto y exiliado Paul Celan explicita aún más la estatura de su obra. Iniciada en 1948 como un relámpago inmediato amoroso y poético entre ambos, su correspondencia de casi 20 años y 196 cartas dan prueba de ello. Entre ese “te hablo y tomo tu cabeza distinta, tu cabeza morena entre mis manos y quisiera quitarte el peso del pecho” de ella, y el “¿Cuán lejos o cuán cerca estás, Ingeborg? Dímelo, para que yo sepa si cierras los ojos si ahora te beso” de los inicios, se suceden encuentros y desencuentros amorosos, prácticamente una relación imposible, pero nunca desacuerdos poéticos.
Ambos se apoyan mutuamente en el contexto político y literario tirante de la posguerra y la Guerra Fría europea. Reconstrucción y olvido donde la escritura en la lengua de los genocidas, el alemán, es apropiada por Bachmann y Celan tal como lo hace y declara Elías Canetti en su provocadora afirmación de que “la lengua alemana será mi lengua espiritual porque soy judío”. En el caso de Ingeborg será porque es mujer, feminista, antifascista y pacifista.
En su poesía, de un tono introspectivo agudo, a veces de “ritmos salmodiados y sus imágenes apocalípticas, Ingeborg Bachamann se va despojando gradualmente de todo artificio retórico, de todo efecto de poeticidad”, como muy bien lo señala el crítico y traductor Ricardo Ibarlucía, “en busca de lo que ella llama una moral de las palabras”. También ella manifestará “yo existo solo cuando escribo, no soy nada cuando no escribo, soy completamente extraña a mí misma, desentono conmigo misma cuando no escribo”. Así vivirá hasta el final, cuando termine sus días a los 47 años, en un dudoso accidente domiciliario en la ciudad de Roma. Sus restos descansan en el cementerio de Klagenfurt.
La poesía de Ingeborg Bachmann
“Todos los días”
La guerra ya no es declarada,
sino continúa. Lo inaudito
se ha vuelto común. El héroe
se mantiene alejado del combate. El débil
se ha instalado en la zona del fuego.
La paciencia es el uniforme del día,
la condecoración la miserable estrella
de la esperanza encima del corazón.
Se otorga
cuando ya no sucede nada,
cuando ha enmudecido el fuego nutrido
cuando el enemigo se ha vuelto invisible
y el cielo está oscurecido
por la sombra del eterno armamento.
Se otorga
por la deserción,
por el valor ante el amigo,
por la traición de secretos indignos,
y el desacato
de cualquier orden.
(de El tiempo postergado, traducción Celia Dreymüller, en Poesía completa, Barcelona, Tresmolins, 2018)
“Sombras rosas sombras”
Bajo un cielo extraño
sombras rosas
sombra
sobre una tierra extraña
entre rosas y sombras
en un agua extraña
mi sombra
“Canciones de la huida”
XV
El amor tiene un triunfo y la muerte otro,
el tiempo y el tiempo que le sigue.
Nosotros ninguno.
Sólo el caer de los astros a nuestro alrededor. Fulgor y silencio.
Pero el canto sobre el polvo que le sigue
habrá de salvarnos.
(de Invocación de la Osa Mayor, traducción Ricardo Ibarlucía, Diario de Poesía, 54, Invierno 2000)
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