¿Qué hacen las personas cuando sienten el apocalipsis cerca? Un libro reconstruye la preparación para el fin del mundo

El escritor estadounidense Peter Rock, autor de “Mi abandono” y “Klickitat” está en Buenos Aires para participar de la Feria de Editores. Su última novela, “El ciclo del refugio”, narra la historia de dos amigos que vivieron en un refugio subterráneo esperando el fin del mundo. Se presenta este sábado.

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Un refugio subterráneo diseñado por la Iglesia Universal y Triunfante en los ochenta. (Getty Images)
Un refugio subterráneo diseñado por la Iglesia Universal y Triunfante en los ochenta. (Getty Images)

Las puertas de metal grises interrumpían el curso de las laderas. Tubos de ventilación blancos se entrelazaban por encima del suelo. Cuesta abajo, veía a las personas cargando en vagones semienterrados las provisiones que necesitaríamos [...] Los Elementales eran los servidores de Dios y del hombre en el plano material, que era donde vivíamos nosotros, donde ellos nos protegían”, escribe Peter Rock en su novela El ciclo del refugio. Un “Armagedón nuclear” acecha, el fin del mundo está cerca.

En su nuevo libro, Rock ―uno de los invitados internacionales de la Feria de Editores (FED)― narra una historia hipnótica. Basada en hechos reales y editada por Ediciones Godot y traducida al español por Micaela Ortelli, la novela recrea la historia de dos niños, Francine y Colville, que crecieron en la Iglesia Universal y Triunfante, que ganó notoriedad a finales de los 80 y principios de los 90 por los preparativos de sus seguidores para sobrevivir al apocalipsis.

Junto a sus familias, mantuvieron una vida subterránea, atravesada por las enseñanzas de La Mensajera ―cuyo nombre real fue Elizabeth Clare Prophet―, las vibraciones altas, la protección espiritual, las meditaciones, la limpieza de la energía y “decretos de la Llama Violeta”. Pero el apocalipsis no llegó. Y muchos seguidores se fueron. La desaparición de una niña los vuelve a unir, veinte años después, y los recuerdos se disparan, al tiempo que crece la necesidad de volver a sentir una vez más lo que significaba dormir bajo tierra y cómo ese pasado no los abandonó.

Rock es un fenómeno editorial inesperado. Se licenció en inglés de la Universidad de Yale, donde también enseñó literatura, además de ser profesor en la Universidad de Stanford, Pensilvania y San Francisco. Recibió una beca del National Endowment for the Arts y otros premios. Publicó más de diez novelas y fue finalista del premio PEN/Faulkner. Y su libro Mi abandono fue muy celebrado.

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“¿Cómo sería creer que el mundo se acabará y prepararlo?”, se pregunta Rock en diálogo con Infobae Leamos, antes de su participación en la FED ―este sábado a las 19.30 en una entrevista pública―. Y cuenta que llegó a la historia trabajando en un rancho y que pudo entrevistar a una mujer cuyo padre ayudó a construir uno de estos refugios. Se trepó a él, habló con las hermanas y luego más y más gente. Incluso a un hombre que hizo la conexión eléctrica.

“Esta Iglesia es a veces descripta como ‘mormones con esteroides’”, dice. Tras los éxitos editoriales de Mi abandono, Klickitat y Los nadadores nocturnos, el escritor estadounidense pone en el foco en cómo un grupo cree en las fuerzas invisibles que lo rodean y la espiritualidad.

Tapa de "El ciclo del refugio", de Peter Rock (Ediciones Godot).
Tapa de "El ciclo del refugio", de Peter Rock (Ediciones Godot).

Con una prosa simple y realista, El ciclo del refugio es una novela que no hace juicios e integra el universo literario de Rock, entre la naturaleza, los casos que escapan a la norma, las relaciones familiares y el pasado. Rock lleva al lector a estos refugios. Y también a pensar en la literatura como un refugio, incluso del apocalipsis.

En El ciclo del refugio indaga en el caso real de la Iglesia Universal y Triunfante, que ganó notoriedad en los ochenta por sus refugios subterráneos y la preparación para una “Armagedón nuclear”. ¿Por qué partir de esta historia real? ¿Cómo llegó a ella?

―A fines de los 80 y principios de los 90, luego de la Universidad, comencé a trabajar con ganado y ovejas en un rancho en Montana. No tenía mucho talento para eso: construía vallas, talaba árboles y junto a este lugar estaba la Iglesia. Los dueños del rancho tenían amigos que pertenecían a ella y no eran muy amigables, no tenían muchas ganas de hablar porque estaban concentradas en estas vibraciones más altas, en los colores, en recitar estos mantras o decretos.

¿Entonces?

―Años después comencé a pensar de nuevo en esta iglesia. Sentía curiosidad por los preparativos, la creencia en que el mundo iba a acabar ―y que finalmente no sucedió― y cómo muchas personas fueron bajo tierra para sobrevivir. Finalmente el mundo no desapareció, muchas personas renunciaron a la Iglesia y continuaron con sus vidas. Entonces, lo primero que me pregunté fue cómo habrá sido estar en esa situación.

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La novela se publicó por primera vez hace diez años, ¿cómo dialoga con la actualidad ahora que se publicó su edición en español?

―La noción de la preparación para un futuro desconocido tiene que ver con el deseo de controlar cierta ansiedad o angustia, intentar reunir todo lo necesario para poder sobrevivir. En Estados Unidos existe, no sé si acá en Argentina, este impulso por la supervivencia, que también se evidenció durante la pandemia. La gente contaba con suministros para 10 años y se preguntaban cómo podrían sobrevivir a algo así. En la iglesia también se hablaba de la Guerra fría, de un posible ataque de los soviéticos o de extraterrestres. Lo que hacían era separarse del resto y prepararse para el fin del mundo. Todos nos sentimos de distintas maneras con respecto a una idea así. Esta es una historia fascinante y que siempre las novelas que tienen una conexión histórica con algo real atraen.

Peter Rock dio con la historia del refugio subterráneo y quiso saber más. (Maximiliano Luna)
Peter Rock dio con la historia del refugio subterráneo y quiso saber más. (Maximiliano Luna)

El libro también indaga sobre lo visible y lo invisible, como si se tratara de un juego de luces y sombras, ¿Cuál es la influencia de la religión en la literatura? ¿Cuánto se nutren entre sí?

―Es fascinante. Son similares pero, a veces, se consideran opuestas. El hecho de creer que es una fuerza invisible lo que permite que todo se mueva, que el mundo gire, es una idea que es difícil de evitar. Creo que la religión proporciona creencias y respuestas sobre por qué estamos acá y también nos brinda como una hoja de ruta. Lo que hace la literatura es hacer preguntas también, pero no siempre proporciona respuestas. Creo que ambas son expresiones de algo que no se puede expresar. Y las palabras permiten explicar el tiempo, el espacio, las emociones, las relaciones entre las personas pero a veces puede ser muy frustrante. Trabajar con palabras es un gran desafío porque implica cambios, permite crear algo visible internamente y eso es bastante extraño. La literatura es mi religión.

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Siguiendo con esta relación, en la novela están muy presentes las vibraciones, energías, espíritus, maestros, decretos, mantras, manifestaciones, entidades. A través de estos elementos podemos pensar en el “realismo mágico”, ¿hay una relación entre su libro y este recurso literario?

―No sé cómo se trata el realismo mágico en América Latina pero está muy presente en las clases en Estados Unidos. Creo que nadie realmente lo comprende, pero fingen que sí. Lo que hace la ficción es revelar algo familiar y no familiar, y hay instancias de cosas más o menos fantásticas y menos realistas. A mí lo que me interesa son las historias que tienen componentes realistas, pero que generan un poco de eso fantástico. Cuando estaba en la universidad leía a García Márquez y a Cortázar. Él fue una gran influencia y lo que más me interesaba era cómo sostiene el mundo real y permite que haya una fluidez entre lo interno y lo externo. La religión tiende a explicar los misterios, y la literatura juega con lo que es familiar o no. El ciclo del refugio pude mantener alineadas ambas cosas.

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Cortázar, el argentino más admirado por Peter Rock.
Cortázar, el argentino más admirado por Peter Rock.

¿Vivimos hoy en una gran Iglesia figurada? Tenemos miedo al fin del mundo, al otro y pensamos en cómo preservarnos y aislarnos.

―Creo que sí. Cuando comencé a entrevistar a adultos que vivieron su infancia en un refugio me di cuenta que eran personas muy inteligentes, que estaban haciendo cosas maravillosas. Entonces pensé: “Todo el mundo debería crecer en una secta con esta idea de que tienen que salvar al mundo”. Cuando leemos solemos comparar lo que hacen, lo que sienten los personajes con lo que haríamos o sentiríamos nosotros. Tiene que ver con el ejercicio de lectura. Entonces, me pregunté, ¿cuán diferente soy yo realmente? No hay que juzgar las creencias de los otros.

En una de las cartas de Francine, uno de los personajes principales, ella describe que los libros dentro de estos refugios “tenían párrafos y oraciones tachadas, cosas que no tenían que saber, páginas enteras arrancadas”. ¿Cómo se relaciona esto con la cultura de la cancelación, con la reescritura de clásicos y con la eliminación de ciertos libros de las bibliotecas públicas de Estados Unidos?

―¡Qué pregunta difícil! En Estados Unidos hay un deseo por controlar la literatura o el acceso que tienen los niños a ciertas obras literarias y creo que eso es muy peligroso. Pero el peligro también es generado por el miedo. Es muy peligroso vivir en un mundo donde no sabemos quiénes somos o donde no tenemos acceso a nuestro pasado. Cuando se borra el pasado es algo muy frustrante, pero también muy peligroso.

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¿Cómo opera la ficción, entonces?

―En Estados Unidos existe este intento de silenciar voces o de cancelar a cientos de autores y se crean generaciones de personas que piensan que eso está bien y no sienten empatías por personas que no son como ellas. La idea de la ficción es esa, conocer personas que no son parecidas a uno y encontrar similitudes.

Da clases en la universidad, ¿la cancelación o la sensibilidad lectora también aparece en el aula?

―Tengo la libertad de enseñar lo que quiero enseñar. Los estudiantes son los que deciden cuál es el límite o limitan lo que quieren leer. Y así hay autores que me encantan, que les enseñaba todo el tiempo, pero los estudiantes creen que es demasiado traumático para leer. La literatura es un espacio seguro para interactuar con lo traumático. Por ejemplo, ya no puedo enseñar sobre Mary Gateskill, que escribe sobre violencia sexual, y eso es muy interesante y surgen muchas preguntas al respecto. Los estudiantes quieren todo el tiempo advertencias sobre lo que van a leer y lo interesante muchas veces de las experiencias en la vida es que no sabés lo que va a suceder. Tampoco quieren leer sobre sexo ni escribir sobre género. Es delicado.

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Su universo literario tiene naturaleza, personajes que escapan a la norma, marginalidad de la civilización, modos distintos y, también, indaga en los vínculos, en la relaciones. Este sábado participa de una charla en la FED sobre literatura y familia, ¿cómo se narra desde las oscuridades y las sombras?

―Creo que de distintas maneras las personas siempre sienten que son singulares, excepcionales y eso en parte es cierto, pero también creo que hay que comprender que las personas existen en su relación con los demás. Ishiguro dice que los personajes no son sino las relaciones que tienen con otros personajes y creo que eso es muy interesante. Es importante comprender la relación. Mucho de lo que ha sido vivir, mucho de lo que he sido como escritor, ha sido reconocer conexiones. Tiene que ver con una ambición, pero también con el miedo de interactuar con otras personas. Así que cuando escribo acerca de los outsiders, o quienes se alejan de la sociedad, reconozco que tal vez no se compartan ciertas creencias, pero me parece importante establecer aquellas conexiones. Cuando comencé a escribir personajes malvados. a lo largo de los años, comencé a sentir más empatía por ellos porque me di cuenta que eran más humanos.

Está de visita por primera vez en Argentina y dijo que le fascinaba Cortázar, ¿hará un recorrido por la ciudad tomando su literatura?

―En mi mente, Argentina es un lugar literario y maravilloso, lleno de sombras y espejos por todo lo que leí a través de los libros de Cortázar. Debería haberme preparado más antes de venir. El viernes haré un tour sobre Borges. Amo a Borges y a los estudiantes también les gusta, especialmente Funes, el memorioso.

(Maximiliano Luna)
(Maximiliano Luna)

Así empieza “El ciclo del refugio” (Fragmento)

Cuando estaba sola en las montañas, me gustaba pensar que él estaba en algún lugar entre los árboles. Caminaba por los cañones, sobre la cresta y debajo de los pinos y los álamos hasta el lugar de la antigua cabaña. Solo quedaban los cimientos de piedra con una chimenea; todo lo demás estaba derruido. Arrancaba pasto alto para hacer un colchón y entraba por la puerta, una abertura sin paredes a los costados.

Cerraba los ojos y escuchaba el ladrido lejano de los perros. Cerca se oía el arroyo y arriba, el movimiento de las hojas en el viento. Y escuchaba mi nombre. Francine, Francine.

Iglesia Universal y Triunfante. (Getty Images)
Iglesia Universal y Triunfante. (Getty Images)

Estaba parado en la puerta. Tenía puesta la camisa azul oscuro de Cub Scout con los parches en el bolsillo y el jean roto en las rodillas. Colville Young. Hacía la mímica de golpear la puerta, entraba y se acostaba al lado mío en el colchón de pasto. Teníamos diez, once años. Él era más bajo que yo y tenía los brazos demasiado largos para su cuerpo, el pelo casi blanco, aún más claro que el mío.

Bien en lo alto, se rozaban las hojas de los álamos, con el cielo azul brillante detrás. Escuchaba la respiración de Colville, trataba de respirar a la par. Mi hombro sentía su hombro, aunque no nos estábamos tocando. Giré la cabeza, su oreja casi pegada a mi boca. Cuando movió la mano para abajo por el costado del cuerpo, nuestros dedos se tocaron y los dos apartamos la mano.

Con los ojos cerrados, escuchábamos el arroyo; sus sonidos líquidos eran las voces de las Ondinas, los espíritus de la naturaleza que proveían el agua. Imaginaba a todos los Elementales mirándonos desde arriba en nuestro colchón de pasto. Los Elementales eran los servidores de Dios y del hombre en el plano material, que era donde vivíamos nosotros, donde ellos nos protegían. Las Ondinas en el agua, y los espíritus que servían al elemento fuego, llamados Salamandras. Los Elementales de la tierra eran los Gnomos. Los Silfos, los del aire.

Los pensamientos que teníamos cuando estábamos en la naturaleza en realidad eran los Elementales haciendo pasar sus deseos propios como nuestros. Les construíamos casitas en las grutas de los acantilados astillados y las llenábamos de cristales de cuarzo. Los Elementales eran parte de la razón de que nuestros padres nos dejaran jugar solos ahí. Nuestros padres tenían mucho para hacer, muchos preparativos. Teníamos suerte, todos nosotros, de contar con protección espiritual.

Lo que estás leyendo es el comienzo de una carta. Una carta para vos, aunque no sé cuándo la vas a poder leer. También es una carta para mí, para recordarme esas cosas que podría tratar de olvidar, como lo que sentía esos días de niña, en las montañas con Colville.

Quién es Peter Rock

♦ Nació en Salt Lake City, Estados Unidos, en 1967.

♦ Estudió en Deep Srpings, la Universidad de Yale y Standford.

♦ Su primer título traducido al español fue Mi abandono, publicado en 2016 por Ediciones Godot. También tuvo su adaptación al cine en 2018, bajo el título Leave no trace, dirigida por Debra Granik.

♦Otros títulos de su autoría son Klickitat (2021) y Los nadadores nocturnos (2022).

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