“Los psicólogos le lavan el cerebro al paciente” y otros mitos sobre ir a terapia

El libro “A terapia ¿yo?” derriba frases hechas y falsos conceptos como que la terapia es un lujo innecesario o que los psicólogos provocan rupturas familiares.

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Existen muchas creencias sobre asistir
Existen muchas creencias sobre asistir a terapia, desde que el paciente "es manejado" hasta que "nadie cambia".

“La gente no cambia”; “No sirve resignificar el pasado”; “La terapia es tiempo perdido”. Es larga la lista de mitos, prejuicios, temores y malentendidos que surgen al plantearse la idea de ir al psicólogo. Tras cuatro décadas de experiencia, la psicóloga argentina Diana Hunsche se propuso responder uno a uno estos cuestionamientos y también explicar los beneficios de ir a terapia y cuidar la salud mental.

El resultado es el libro A terapia ¿yo?, publicado por Editorial Del Nuevo Extremo (DNX) en plena pandemia, en 2021. Y hoy, en tiempos en los que afortunadamente se habla más de salud mental, se convierte en una valiosa pieza de divulgación sobre psicología para el público en general.

Desde un lugar de seriedad y con un lenguaje accesible, la terapeuta -especialista en Psicogenealogía y miembro de la Fundación Argentina de Psicología Integrativa (FundaPsi)-, reúne 92 textos breves organizados en seis capítulos; cada texto está ilustrado por Mariela Montoya -arquitecta e hija de Hunsche- y los títulos, a cargo de Rosario Rivas Leal. El orden de lectura no es estricto y cada lector puede comenzar por la pregunta que más le interese. La especialista conversó con Infobae Leamos sobre su libro y sobre los interrogantes, miedos y confusiones que giran alrededor de asistir a una psicoterapia.

- ¿Cómo surgió la idea de un libro que desde el título interpela al lector?

- La idea fue reunir todas las preguntas que me han hecho los pacientes a lo largo de las décadas que trabajé como psicóloga. También las preguntas que yo me hice y otras que escuché en reuniones sociales donde la gente se suelta más y expresa sus dudas. Sucede que en las librerías encontraba textos de teoría, muchas veces crípticos e inaccesibles para una persona que no está dentro de la profesión, o encontraba libros de autoayuda o que desarrollan distintos casos que no interesan a todo el mundo. Entonces, faltaba un eslabón que uniera la teoría con la práctica concreta, respondiendo a preguntas que la gente se hace sobre la psicología, ya sea por rechazo, desconfianza o temor.

Así, el primer capítulo de A terapia ¿yo? contiene planteos como “los psicólogos deciden por uno” que nacen desde el rechazo total y absoluto hacia la práctica terapéutica; el segundo responde a frases que tienen que ver con la desconfianza, por ejemplo, “creo que no se puede cambiar el pasado”; el tercer capítulo aborda la curiosidad, por ejemplo, “quiero saber cuál es la diferencia entre psicólogos y psiquiatras”; el siguiente implica un compromiso con la terapia y responde a preguntas del estilo “cómo sé si necesito analizarme”; en el quinto capítulo se abordan las problemáticas que pueden surgir en el vínculo terapeuta-paciente, por ejemplo, “qué pasa si mi terapeuta no me cae bien”; y el último incluye preguntas de carácter más práctico sobre el funcionamiento del proceso terapéutico: “puedo hablar de religión en terapia” o “puedo llegar tarde o faltar cuando quiero”, entre otras.

La propuesta entonces es explicar conceptos teóricos relacionándolos con ejemplos de la vida cotidiana. El libro está dirigido a aquellos que nunca se analizaron, a los que tuvieron una mala experiencia y a quienes recién están iniciando un camino terapéutico. La autora hace otra aclaración: en todos los casos, se trata de personas que pueden hablar por sí mismas y que tienen la capacidad de autocuestionarse y decidir iniciar o continuar un tratamiento psicológico.

- ¿Qué le responde A terapia ¿yo? a quienes dicen que no necesitan terapia porque se autoanalizan?

- Les doy el ejemplo de lo que sucede con un cirujano: puede ser el mejor profesional del mundo, pero no se puede hacer a sí mismo eso que él aprendió, se tiene que poner en manos de otro. En psicología es lo mismo: la otra persona, el terapeuta, tiene una experiencia, un bagaje teórico y una escucha especializada que no la tienen los amigos o los familiares y que, de algún modo, ayuda a detectar y resolver trastornos.

- ¿Y a quienes dicen que es sólo para gente muy enferma?

- El libro les responde que todas las personas pueden realizar un proceso terapéutico, que todos somos pacientes potenciales porque todos tenemos problemas: nadie está exento de ellos, ni siquiera la gente que cree que lo está. La diferencia entre una persona que hace terapia y otra que no, es que la primera asume sus problemas y elige esta manera de resolverlos, mientras que la otra, si no busca soluciones en otros caminos, está minimizando o negando su situación. Y en este punto es importante remarcar que la terapia no solamente se maneja en el eje salud-enfermedad.

- ¿Qué quiere decir eso?

- Las personas llegan a un consultorio psicológico, por ejemplo, con un trastorno, una fobia o un problema conyugal, pero luego eso se trasforma en un puente para el autoconocimiento. Justamente en el libro planteo que la psicología es una herramienta para conocerse. Cuando estás bien, te sirve para estar mejor, no hace falta estar mal. Entonces salimos del eje salud-enfermedad y nos metemos en otra cuestión que es el autoconocimiento, una labor que nos puede acompañar en forma muy fructífera, si así lo permitimos, a lo largo de toda la vida.

Una de todas las ilustraciones
Una de todas las ilustraciones que acerca el libro de divulgación editado por Del Nuevo Extremo.

- ¿Hasta qué punto ese autoconocimiento nos puede ayudar a relacionarnos saludablemente con los demás?

- En algún punto todo lo que uno conoce de uno mismo va a replicar, por ejemplo, en un familiar, en nuestras amistades, porque conocernos a nosotros mismos también nos ayuda a vincularnos mejor con los otros. Carl Jung -psicólogo y psiquiatra suizo, discípulo de Sigmund Freud- afirmaba: “Conocer tu propia oscuridad es el mejor método para lidiar con la oscuridad de las demás personas”.

- Se suele explicar que cuando el paciente avanza en el proceso terapéutico empieza a desarmar situaciones, a mover piezas de un mismo engranaje y que esos movimientos repercuten en sus vínculos.

- Sí, así es. Pasa algo importante y es que cada cosa que uno hace repercute en el entorno. Jacques Lacan -psiquiatra y psicoanalista francés- decía que cuando uno pone un libro en una biblioteca, todos los demás libros se corren.

- ¿Y cómo son vistas esas modificaciones?

- Acá hay un tema que es necesario dilucidar y es que en general hay gente que puede llegar a pensar que esas modificaciones que se dan en el entorno son por culpa, entre comillas, de la terapia. Entonces dicen, por ejemplo, “fulano empezó terapia y se empezó a pelear más con los hermanos”, y lo que en realidad hace la terapia es destapar ollas, una manera doméstica de decirlo, es mostrar, poner en evidencia lo que ya es.

- ¿Se genera algo nuevo?

- No, no se genera, no se inventa, no se crea algo nuevo. El gran punto es sacar velo, revelar. Después uno se puede preguntar por qué esa persona se pelea con sus hermanos: se pelea porque son 5 hermanos, hay una madre muy mayor en un estado de indefensión y el único que se ocupa de esa madre es él y no hay ninguna gratificación, ni reconocimiento, ni compensación por parte de los hermanos. Es importante destacar que la idea principal es que la terapia no está para empeorar las cosas. Es como cuando hay una herida infectada y el médico dice hay que abrir, tal vez salga algo que no sea agradable.

- Mejor no meterse en esa herida, para qué revolver, ya pasará…

- Dijiste “ya pasará” y la verdad es que el tiempo lo que puede hacer con un trauma, por ejemplo, es arrinconarlo, ponerlo bajo la alfombra, pero no lo resuelve. A veces empeora y genera más daño. Es un problema que no tiene fecha de vencimiento: hasta que no se tome y elabore, no hay resolución.

- ¿Y qué pasa cuando se resuelve?

- Cuando alguien resuelve un problema, libera mucha energía porque un trauma contiene mucha fuerza, mucha energía contenida, bloqueada, como encapsulada. Y cuando eso se libera no solo se resuelve el problema, sino que, además, la persona tiene una energía extra nueva que puede colocar y dedicar en todas aquellas cosas que tuvo que descuidar.

Hunsche tiene cuatro décadas de
Hunsche tiene cuatro décadas de experiencia como psicóloga.

- ¿Será que hay que tener mucho valor para vencer miedos, tomar el problema, trabajarlo y poder resolverlo?

- Sí, empezar una terapia tiene que ver con la valentía, también con la osadía de cuestionar cosas, de repensarlas y de revisar el pasado. Pero resolver traumas es solo una de las metas de la terapia.

- ¿Y qué otras metas tiene la terapia?

- En el libro lo planteo: la terapia no es solo para trabajar problemas, sino también para trabajar la inspiración, las cosas buenas que nos pasan, la posibilidad de sentir gratitud, de devolver cariño. Insisto, no solamente se trabaja sobre el eje salud-enfermedad.

- ¿El mundo sería mejor si más personas hicieran terapia?

- Creo que sí. Hacer terapia es sanador y también es placentero porque es un espacio donde uno se piensa a uno mismo, donde se pueden desarrollar ideas, anhelos, metas.

- ¿Y en qué más nos puede ayudar la terapia?

- A aumentar nuestra autoestima porque uno de los grandes problemas que afecta al mayor porcentaje de los pacientes que acuden a terapia es la baja autoestima. Es un gran problema. El temor, la inseguridad e incluso el hecho de decir, por ejemplo, “tengo miedo de estar generándome una enfermedad, estoy con tanto estrés que me voy a generar una enfermedad”. La terapia también ayuda a no sufrir inútilmente, a no cargar cosas que no nos corresponden, que realmente son del otro; cuando digo esto también me refiero a cuestiones que tienen que ver con nuestros ancestros o con el entorno o con la manera en que fuimos criados. Es una liberación de cargas que, de algún modo, se asumieron como propias.

- ¿Y por qué hay tantos mitos y prejuicios sobre la psicología? ¿tiene mala prensa?

- En principio, porque todo lo nuevo genera miedo, rechazo, desconfianza. Luego está el tema de que la terapia te interpela, hace que tengas que rever tu conducta, tu accionar, tu manera de pensar y de sentir. Y además es algo que supuestamente no es tan urgente como, por ejemplo, un dolor de muela. Aunque quieras evitarlo y tengas miedo al dentista, vas a tener que ir al consultorio. En cambio, con la cuestión de la terapia existen muchos pretextos.

-El tiempo, el dinero…

-Lo del tiempo es fundamental porque la gente piensa que, por ejemplo, la terapia es un largo proceso. Es verdad que los procesos existen y es necesario respetarlos, pero la terapia bien llevada también es un acceso directo, un acortamiento, un atajo, un camino corto, un verdadero ahorro. En realidad, es un acelerador de procesos. Además, el paciente nunca está solo, va acompañado y siempre es el que decide, el que lleva el timón del barco.

“A terapia ¿yo?” (fragmento)

Dicen que…la gente no cambia.

Existe la creencia, muy difundida, por cierto, de que las personas pueden modificar algunos aspectos superficiales, pero jamás experimentarán un cambio profundo en su forma de ser. La otra versión de la misma creencia es que, si se producen cambios, estos serán transitorios, de tal modo que, pasado un tiempo, se volverá a la configuración anterior. Este es uno de los argumentos por los cuales mucha gente se resiste a empezar una terapia: porque parten de la base de que, si el ser humano no muta, ninguna terapia producirá cambios sustanciales.

"A terapia ¿yo?" por dentro.
"A terapia ¿yo?" por dentro.

Es importante saber que todos los que se dedican al ámbito de la psicoterapia y la salud en general construyeron sus vidas sobre el argumento opuesto, es decir, sobre la creencia de que sí, las personas pueden cambiar tanto en cuestiones secundarias como en sus características más profundas y, también, de forma definitiva. Veamos por qué.

Todos aquellos que afirman que la gente no cambia, también dicen con esta frase que ellos mismos tampoco cambian. Sin embargo, si a esas personas, en otro momento, se les preguntara qué acontecimiento causó un giro fundamental en su vida, seguramente mencionarían varios eventos que los cambiaron para siempre.

Un accidente o una enfermedad pueden ser un punto de inflexión, después del cual suelen producirse modificaciones sustanciales. La maternidad/paternidad es algo que genera un cambio enorme y profundo: desde ese momento, nada vuelve a ser como antes. Una mudanza, un ascenso laboral, la pérdida de un ser querido son vivencias que, al transitarlas, pueden originar vuelcos abismales en nuestra personalidad. La fe, el amor, la solidaridad son algunos sentimientos que nos llevan a vivir situaciones impactantes cuyas consecuencias cambian súbitamente el rumbo de nuestra historia y amplían nuestras fronteras.

Más allá de que lo aceptemos o no, vivimos en constante cambio: físico, mental, emocional y espiritual. Por otro lado, la vida sería muy triste, aburrida e insulsa si no existiera la mutabilidad. Los altibajos y los cambios de opinión forman parte de nuestra existencia. Por lo que, si una persona a los cuarenta años piensa exactamente lo mismo que pensaba a los veinte, es porque en esas dos décadas intermedias no aprendió nada.

Frecuentemente se cuestiona a las personas por haber abrazado ciertas ideologías durante su juventud o se les reprocha haberlas abandonado en la adultez. Sin embargo, a lo largo de treinta años, por ejemplo, los sucesos mundiales y personales generan nuevos enfoques que pueden llevar a tener visiones diferentes. Buscar nuevas respuestas forma parte de la libertad de pensamiento. Es fundamental respetar la diversidad de opiniones y ser tolerante al disenso.

Los que permanecen inmutables con el paso del tiempo no es porque no puedan cambiar, sino porque internamente deciden no hacerlo. ¿Por qué? Porque es más fácil no interrogarse. Es más confortable no modificar conductas y seguir la corriente dejándonos llevar por la inercia. En cambio, si nos cuestionamos a nosotros mismos, en algún momento, tendremos que hacer un alto y pedir perdón, o agradecerle algo a alguien, o volver sobre nuestros pasos, o nos tendremos que hacer cargo de alguna situación lamentable que podríamos haber evitado. Es decir, examinarnos nos conduce a tener que admitir que nos equivocamos. El error es una herida al amor propio que algunos prefieren negar.

El pensamiento que subyace a toda terapia es que el autoconocimiento hilvanado con la voluntad genera cambios visibles y palpables. La gente del entorno del paciente suele ver avances concretos. A través de la terapia, una persona que tiene bloqueos para estudiar puede superarlos; la que tiene ataques de pánico puede llegar a no tenerlos; la que calla puede empezar a manifestar sus sentimientos, etcétera En este punto también hay que hacer una salvedad: existen algunos cuadros psicopatológicos que tienen mínimas posibilidades de modificarse. Pero estos casos son puntuales y muy graves.

Se puede cambiar por amor a otra persona, para hacerla feliz o para responder a sus necesidades. Sin embargo, aun cuando cambiamos para responder a las demandas de otros, igualmente tenemos que admitir que es, también, por propia decisión. Esto quiere decir que las renuncias o sacrificios que realicemos, también corren por nuestra cuenta. Asumido de este modo, no sentiremos que es el otro el que nos maneja y, además, no pasaremos factura más adelante. Porque cuando damos algo (ya sea tiempo, dedicación o trabajo) por amor, es importante recordar que lo hicimos voluntariamente, que fuimos libres de hacerlo, para luego no echar en cara lo que dimos.

Si podemos aceptar que las personas están en condiciones de modificarse, también podemos aceptar que la terapia es una de las disciplinas que generan estos cambios.

Si el tiempo y nuestras experiencias de vida nos modifican como personas, ¿por qué no aceptar que la terapia, como experiencia, también puede modificarnos?

Quién es Diana Hunsche

♦ Nació el 10 de septiembre de 1958 en Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología. Estudió en la Universidad del Salvador (USAL), Buenos Aires, donde se graduó con diploma de honor.

♦ Trabajó con René Favaloro en el Sanatorio Güemes, en el Hospital Zubizarreta, en el Hospital Alemán y con el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ).

♦ Tiene cuatro décadas de experiencia profesional brindando terapia individual.

A terapia ¿yo? es su primer libro, publicado por Editorial Del Nuevo Extremo (DNX). Actualmente, está trabajando en su segundo libro referido a la incidencia de los distintos idiomas en la vida de una persona.

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