¿Escribir es algo que se pueda enseñar? ¿Es posible aprender un arte a partir de simples instrucciones, como quien sigue con atención los pasos de una receta? ¿Y si, al final, esa receta fuera en sí misma una novela?
Ese es el procedimiento del escritor argentino Félix Bruzzone, que acaba de publicar su nuevo libro, 307 consejos para escribir una novela, una especie de “guía para ser escritor” que no tarda en tender al absurdo, el delirio y la aventura con su “manifiesto al fracaso”.
307 consejos fue editado por La Crujía como primer título de su nueva colección en homenaje a Abelardo Castillo, Ser Escritor, en la que escritores de oficio y artistas de diferentes disciplinas “revelan sus obsesiones, miedos y malabares para sobrevivir a la fuga del pensamiento y acercarnos al hecho concreto de sentarse y escribir”.
“En estos 307 consejos —siempre asertivos, a veces contradictorios, que no incluyen ninguna sugerencia acerca de las temáticas abordables— Bruzzone trata de desacralizar el acto de escribir narrativa e incita a hacerlo con todas las idas y vueltas que la creación implica, y lo consigue con eficacia”, escribe el abogado, editor y socio fundador de la reconocida Ediciones de la Flor, Daniel Divinsky.
En sus páginas hay un empleado de limpieza se obsesiona con un chino, un sereno de estacionamiento escribe novelas realistas, un líder narco se proclama gran lector de Balzac y autor de un best seller que bate récords de ventas en la Feria del Libro. Entre incertidumbres y contradicciones, la única salida que parece haber es muy simple: escribir, escribir y seguir escribiendo.
Prólogo a “307 consejos para escribir una novela”, por Daniel Divinsky
Hace varias décadas, tuve una especie de novia que trabajaba como correctora de estilo, de pruebas y demás tareas editoriales. Estaba siempre atenta a conseguir nuevas labores freelance que le permitieran aumentar sus magros ingresos; en una oportunidad respondió a un aviso clasificado que requería una persona culta “para colaborar en la escritura de un libro”. Cuando acudió a la entrevista concertada telefónicamente, se encontró con un señor de mediana edad que, de entrada, le espetó: “Yo quiero que usted me ayude a escribir un libro para ganar el premio Nobel”. Casi sin palabras, mi amiga se despidió cortésmente.
En estos tiempos de tutoriales sobre tutoriales, a menudo incomprensibles para un lego (mi técnico en computación experto abre un tutorial cuando intenta instalar un nuevo cartucho en mi impresora estándar), lectores ingenuos del título de esta obra podrían creer que se trata de una especie de recetario literario de doña Petrona, una guía para escribir. Como decía el Dante, “Lasciate ogni speranza voi qui entrate”.
¿Qué interés podría tener un literato con vasta obra publicada, autor de novelas importantes que obtuvieron excelentes críticas y ventas (como Los topos, Campo de Mayo, Barrefondo y otras) en desemburrar a aspirantes inexpertos? En ningún momento del texto se desentrañará el modo en que, partiendo del modesto pero imprescindible oficio de limpiar piletas de natación, se puede devenir algo tan diferente. Deberíamos pensar que Bruzzone tendría que aplicar el criterio que expone Carlos Waiss en la letra del tango “Bien pulenta”: “No me gusta avivar giles / que después se me hacen contra…”. O sea, que no debería estar ansioso por fomentar la aparición de competidores que aumenten la oferta literaria del mercado. ¿Encierra alguna trampa su propuesta?
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La respuesta surge de la lectura atenta de estos 307 consejos —siempre asertivos, a veces contradictorios, que no incluyen ninguna sugerencia acerca de las temáticas abordables—, que distan de ser una broma o un intento de arrastrar a la frustración y tal vez hasta al suicidio a quienes anhelen ser novelistas.
Creo que Bruzzone trata de desacralizar el acto de escribir narrativa e incita a hacerlo con todas las idas y vueltas que la creación implica, y lo consigue con eficacia.
Un tal Leo Piccioli (mucho gusto) escribió hace poco tiempo en un blog titulado “CEO en camiseta” un texto que no sirve para lo que su título proclama (”Cómo escribir un best seller en cuatro horas”), pero que se abre con varias citas pertinentes que me permitiré reproducir aquí: “¡Que las máquinas no se entrometan en el reino de la pluma! La poesía más pura fluye de la chispa divina en el interior, sin ser tocada por artilugios metálicos” (Sor Juana Inés de la Cruz, La flor oculta de la pasión). “Si una inteligencia artificial pudiera escribir chistes tan malos como los míos, entonces sí podríamos llamarlo escritor” (Groucho Marx).
Aunque ninguno de los consejos que da Bruzzone es reflejo exacto de estas afirmaciones, el principio que lo inspira es semejante: que cada uno escriba su novela como le dé la real gana. Lo que suceda después con ella dependerá del principio de la selección natural establecido por don Charles Darwin: la supervivencia de los más aptos que, eventualmente, son los más fuertes.
El destino de los libros publicados es impredecible y, en muchos casos, no está ligado directamente a su calidad literaria: lo afirma un editor ahora en retiro, pero con más de cuarenta años de ejercicio. Conocemos la amplia gama de respuestas dadas por editores al rechazar títulos que posteriormente se publicaron con enorme repercusión, por largo tiempo. Solo por citar algunos casos, el Ulises, En busca del tiempo perdido o Cien años de soledad, hasta que Paco Porrúa lo eligió para Sudamericana.
Puedo contar mi experiencia personal con una novela: El traductor, de Salvador Benesdra. Estuvo entre las finalistas del Premio Planeta en 1995 y Elvio Gandolfo, miembro del jurado de preselección ese año, cuando se enteró de que unos amigos del autor me lo habían dado para su lectura, me señaló que era el único original entre los presentados que le había parecido excepcionalmente valioso. El extenso mamotreto quedó en la estantería de cosas por leer hasta que una breve columna en Página/12, “Adiós Salvador”, me informó del suicidio del autor, que se había arrojado a la calle desde el piso alto en el que vivía.
Una curiosidad malsana me llevó a abordar la obra esa misma noche y, fascinado, decidí publicarla. No tuvo la menor repercusión crítica (y mucho menos de ventas) hasta que el suplemento “Cultura y Nación” del diario Clarín, que por entonces era muy influyente, le dedicó un extenso artículo de portada. Eso determinó que la primera edición se agotara y hubiera que reeditarlo.
¿Cuál es la moraleja, si alguna hubiere? Que, más allá del resultado de la aplicación de los lúcidos y a veces contradictorios consejos de Bruzzone para la escritura de una novela, lo que suceda después con ella entra en el reino de los imponderables.
Eso nos indica que, para escribir, es necesario comenzar leyendo. Muy posiblemente, leyendo estos 307 consejos asertivos, divertidos e instigadores de la apertura mental.
Y no se trata —¡que la divinidad no lo permita!— de nada parecido a los consejos de un taller literario, esos cónclaves coordinados por un escritor experimentado en los que cada asistente lee los textos elaborados previamente, con o sin temas sugeridos por el organizador, para que sean objeto de la despiadada crítica de los demás participantes.
Isidoro Blaisten que, además de ser un excelso cuentista y novelista (de una sola novela) dirigió talleres durante muchos años, los satirizó con conocimiento de causa en su cuento “Versión definitiva del cuento de Pigüé” (1995). El protagonista, que está a la búsqueda de sus raíces ocultas tras una historia secreta y negada, asiste al taller de Isidoro Fleites, al que también acuden cinco psicólogas divorciadas (dato que no es irrelevante) y, en algún momento, relata:
Con alborozo, Isidoro Fleites nos explicó que los recuerdos que yo había traído tenían mucha narratividad, que eran muy ilustrativos, que bien podrían develarnos y revelarnos la muerte del padre, que ahí bien podría estar el conflicto, el nudo, el desenlace y el plot y que yo no debía rehuir la muerte del padre porque la literatura es una metáfora y la única inspiración de un escritor es sentarse a escribir, vivir y sentarse a escribir, escribir y escribir, y en la soledad recoleta de nuestros estudios, frente a la hoja en blanco, con ímpetu sin igual y renovado entusiasmo, trabajar, trabajar y trabajar.
En definitiva, los 307 consejos podrían resumirse arbitrariamente en uno, que recuerda a un brevísimo libro olvidado del gran Felisberto Hernández: el Manual del buen vendedor, que descubrí, muy ajado, en una exposición que se le dedicó en Buenos Aires hace mucho tiempo. En cada una de sus pocas páginas el genial uruguayo sugiere: “Venda. Venda. Venda más. Venda todavía más. Venda…” y así sucesivamente.
Tal vez de eso se trate: de vender bien la literatura. Este libro, sin duda, podrá ayudar a eso.
Quién es Féliz Bruzzone
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1976.
♦ Es escritor y profesor de la carrera Artes de la Escritura de la UNA, de la Maestría en escritura Creativa de la UNTREF y da talleres de escritura de todo calibre.
♦ Publicó el libro de cuentos 76, las novelas Los Topos, Barrefondo, Las chanchas y Campo de Mayo. También es autor de las aguafuertes Piletas y de los libros álbum Julián en el espejo, Julián y el caballo de piedra y Julián es un pulpo.
♦ Fue traducido en Francia, Suecia y Alemania, donde recibió el premio Anna Seghers (que se entrega a un autor latinoamericano cada año) y algunos de sus libros fueron adaptados para cine, teatro y ópera.
Quién es Daniel Divinsky
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1942.
♦ Es abogado, editor y socio fundador de la reconocida Ediciones de la Flor.
♦ Recibió galardones como el Reconocimiento a la Trayectoria del Senado de la Nación Argentina, el Reconocimiento a la Trayectoria del Premio Clarín, el Reconocimiento al Mérito Editorial y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo declaró “Personalidad destacada de la cultura” de la Ciudad por voto unánime de sus integrantes.
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