Antonio Ortiz combina sus jeans ajustados con una camisa con un estampado de Pulp Fiction, la película de Quentin Tarantino. Fija su mirada en el techo y recuerda que su pasión por la escritura le viene desde niño, escribir le corría por las venas. Su padre, José Ortiz, le heredó su afición por las letras. A los 10 años le escribía poemas de amor a sus novias de la infancia. Su imaginación dio saltos extensos. En la secundaria, cada experiencia insólita era la inspiración para crear microrrelatos. Al finalizar la secundaria obtuvo una beca para estudiar Literatura Inglesa en la Universidad de Arkansas, en los Estados Unidos.
Un momento específico marcó su vida, el nacimiento de Estefanía, su hija mayor. Su esposa estaba en la universidad y él recién comenzaba su primer trabajo. La madre de Antonio los obligó a que se casaran, porque no asimilaba la idea de que construyeran una familia sin estar comprometidos. Debido a este nuevo reto, su carrera de literato estuvo en riesgo; a pesar de ello, sus ideas brotaban hasta en los espacios menos esperados, como el bus o una banca del parque. Su libro más famoso empezó allí.
El arte de enseñar
MalEducada, su primer éxito, apareció en 2016, vendió más de 20.000 copias y llegó al número uno en cuatro países de Latinoamérica. Este fue el impulso para crear otras cuatro novelas, todas relacionadas con problemáticas juveniles. No estudió sociología ni psicología, pues su brújula apuntaba a la literatura y, actualmente, a la docencia. Su inspiración llega de escuchar. No solo era oír, era comprender las historias de sus estudiantes y sus amigos.
Paula era una alumna de su clase. Familia rica, padres ocupados; una chica que, por falta de amor, se topó con “un coctel mortal de amigos que acabaron con su inocencia”, relata. Frunce el ceño mientras critica lo que pasa con algunos padres en pleno siglo XXI. “Los adolescentes no saben tomar responsabilidades. Los adultos cubren las huellas de sus hijos cuando hacen algo malo y quieren que sean perfectos frente a los demás”. El nombre de MalEducada no es por Paula, es por la generación perdida de jóvenes que existen tras el libertinaje.
“Es el mejor papá del mundo, aunque muy imperfecto. Nunca fui una joven problemática, pero él siempre estuvo muy pendiente de mi hermana y de mí. Cuando estaba en el colegio veía que los papás de mis amigas eran serios y exigentes con ellas; no entendían su mal humor o tristeza constante”, reflexiona Tania, hija menor de Ortiz. La base de una buena relación entre los padres e hijos es la confianza, el hablar de esos temas que acobardan el carácter de un chico. “Le contamos nuestros miedos, lo que nos atormenta, y para él es completamente normal”, expresa.
Sandra Zuluaga, esposa de Ortiz, recalca que “instruir a una persona, en ocasiones, no es tan sencillo, ya que no existen las palabras adecuadas. Antonio supo criar de forma pedagógica, con comunicación y ejemplo”.
Él era muy cuidadoso cuando su hija mayor le pedía permiso para salir a las fiestas. El sermón estaba a la orden del día: Antes de tomar o fumar, piensa en cómo te sentirás luego; no lo hagas si te sientes presionada por tus amigos. Ortiz no quería ser “el Grinch” de la historia, pero se le ponían los pelos de punta de pensar que su niña regresaría en la madrugada del otro día. La empatía fue su salvación ante la llegada de esta vida juvenil.
Tan importante como comer o dormir, así es para Ortiz la enseñanza. Es profesor de estudiantes, también maestro de vida de Tania y Estefanía. El amor por la lectura es el legado más grande que le ha dejado en su familia.
Mientras publicaba sus primeros escritos, sentía la angustia de pensar que las niñas no encontraran solución ante las dificultades de la edad. “Yo quería saber de qué manera las podría ayudar, que no fuera con una saga de vampiros. Los libros me permitieron llegar mucho más alto. Maduré como ser humano, escritor, esposo y padre; esto se refleja en mis hijas”. Ellas son aficionadas de sus historias. “Cuando escribí MalEducada, Estefanía, mi hija mayor, tenía 14 años. Lágrimas fluyeron de sus ojos al terminar de leer el libro. Me dijo lo orgullosa que se sentía de mí: esas cosas pasan, a mis amigos les pasa, a mí también”, manifiesta.
El tabú de la juventud
Relajado y armonioso, a menudo, así se define Ortiz; crítico, si se trata de temas como la violencia y el antifeminismo. “Hay que disciplinarnos, porque somos un país ultraconservador en el que la mujer obedece al hombre. Ese es el propósito de mi libro Un silencio prohibido”. Su voz es sólida cuando atestigua que el aumento de los conflictos intrafamiliares se da porque son más influyentes las cifras que un gobernante presenta de la violencia de género que los propios testimonios de mujeres maltratadas. “Colombia no está educada, porque hablar de este tema se ha convertido en pañitos de agua que han pasado por alto la educación de casa que se fortalece en el colegio”, concluye.
Nunca le han censurado un libro, pero “en un país como el nuestro es complicado publicar sobre drogadicción, sexualidad, ansiedad y depresión”, explica. Descubriendo a Miranda es uno de sus textos más cuestionados. “Para algunos padres y profesores no es más que la vida de una muchacha lesbiana que no enseña nada bueno. Ellos no comprenden, hay gente identificada con los personajes”, analiza; examina la brecha multicultural que hay ante los cambios sociales. “Por eso tocar estos asuntos tan espinosos, hace más difícil el camino de ser escritor”.
Se sorprende aún al percatarse de la cantidad de mensajes que recibe por Instagram de seguidores peruanos. En 2017 fue invitado a una feria del libro en Lima. Al llegar, el gerente de la editorial cubría su cara de desesperación, puesto que, a pesar de la convocatoria que hizo a los lectores, no sabía cuántas personas asistirían al conversatorio. “Entré al pabellón principal y había una fila larguísima. En ese momento me pregunté: ¿esa gente a quién estará esperando?”, recuerda Ortiz. Lo sentaron en lo que él define como trono con sus cinco textos frente a él y una multitud de ojos llenos de ilusión. Los lentes de las cámaras disparaban, lo señalaban una decena de micrófonos y aplausos retumbaron por todo el salón. “Este ha sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida; aún no lo supero”, declara. Le conmueve que los jóvenes peruanos se identifiquen con los sucesos colombianos; muchos de ellos temen “salir del closet” por su cultura tan conservadora.
Según un estudio del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) de Perú, hecho a 8.630 jóvenes de la comunidad LGBTI, 4.885 temen expresar su orientación sexual e identidad de género, el 72,5% de estos adolescentes tienen miedo a ser discriminados o agredidos por su preferencia sexual, el 51,5% siente temor de perder a su familia, el 44,7% teme perder su trabajo u oportunidades laborales.
También visitó uno que otro colegio evangélico donde enaltecían su trabajo. “En ese momento me di cuenta de que hago algo importante por medio de los libros. La gente se reconoce y se concientiza sobre su relación familiar”, dice Ortiz.
Un escritor sin reglas
Su pasión por redactar abarca todos los aspectos de su vida. “Es lo que lo hace feliz, define su manera de expresarse con canciones, poesías o creando historias”, asegura su esposa. Hoy en día, este entrañable amor lo transmite por redes sociales, con la publicación de videos sobre consejos a futuros novelistas. “Es muy chistoso porque uno hace contenido de valor, pero le va mejor a la gente que se desnuda”, susurra. Adora intercambiar mensajes con sus followers y encontrar diversos testimonios de vida.
Escribe a cualquier hora y en cualquier sitio. “Él me dice que su cabeza no para y constantemente tiene ideas. Es curioso, porque lleva a cabo todo lo que piensa, aunque a veces sea cool y otras veces no tanto”, dice Tania.
Ortiz, sin embargo, no solo basa sus textos en problemáticas reales. “Walpurgis: la primera piedra, me tomó cinco años para su creación, es una obra que desarrollé desde mis 15. Lo finalicé el año pasado”. Es un libro de fantasía con personajes poderosos. Cada uno tiene un don especial. Se desarrolla en un mundo de seres mágicos. “Uno no tiene que encajar en un solo nicho. Puede ser como Stephen King que ha escrito sobre terror, pero seguramente tendrá otros intereses temáticos”, expresa. Añade que, entre otros proyectos, le gustaría escribir sobre la vida de un profesor, “mi autobiografía”.
De un cajón saca tres libretas desordenadas, algunas hojas caen y las pone frente a mi vista. “Yo no escribo para la gente, yo escribo para mí; mientras yo esté satisfecho con lo que he escrito, está bien”, afirma. Acepta que tiene un sancocho de hojas. En una página anota los personajes, en otra el contexto de la historia, la siguiente contiene poemas o letras de canciones, y en algunas esquinas se visualizan mini recordatorios: “¡Aviso: terminar de describir a Simona!”.
Sus ojos se iluminan mientras lee un fragmento de su última composición. “En el colegio, cerca de la cancha de fútbol hay una capilla. Bueno no se si definir el lugar como capilla, porque tiene más cara de observatorio astronómico. Le dicen el oratorio, un espacio donde se celebran ceremonias de diferentes religiones. Es un regalo de la familia Strauss, unos padres que perdieron su hija en esa cancha que queda exactamente detrás del oratorio. Hanna murió haciendo lo que más le gustaba: jugar al futbol. Se desplomó en ese mismo lugar reverdecido, defendiendo los colores del colegio muy a pesar de que mucha gente la humillaba y la pisoteaba. Al terminar, explica que su motivación vino de uno de sus estudiantes que había muerto de esta forma”.
“Yo escribo a mano y desarrollo la idea, me voy para allá y para acá. Es como jugar ajedrez. La imaginación surge como si un personaje te fuera contando y tú haces las descripciones. Estoy todo el tiempo inquieto”, sonríe. Tomar un papel y lápiz se ha vuelto su mayor hobby. Se sienta en una banca y mira a su alrededor. “La escritura se volvió mi necesidad. Saco a flote mis miedos, frustraciones y anhelos. Siempre tengo un mensaje para dar”, concluye.