Parecía una novela policial pero había más: cuando Vázquez Montalbán anunció la disolución del Partido Comunista español

Un tiro acaba con el Secretario General de la organización durante una reunión al más alto nivel y Carvalho, el detective insignia del autor, toma el caso. ¿Para qué se escribió “Asesinato en el Comité Central”en 1981? Las conclusiones tienen que ver con la historia pero también con este presente de democracias en crisis.

Leonardo Padura y Vázquez Montalbán, que murió en 2003.

Mientras releo, por tercera, quizás por cuarta vez la novela Asesinato en el Comité Central (1981) de Manuel Vázquez Montalbán, vuelvo a hacerme la pregunta que más me atrae cuando entro en la densidad de una novela con la cual su creador pretende algo más que contar una trama más o menos reveladora. La pregunta es: ¿para qué la quiso escribir su autor?

Hay novelas en las que resulta fácil conocer esa intención profunda que ha animado su escritura. Tal vez el ejemplo más repetido en los últimos años sea para qué Mario Vargas Llosa escribió Conversación en la Catedral, pues en la primera página el protagonista nos da la respuesta: saber en qué momento se había jodido el Perú. Cervantes, por su lado, se sabe que con El ingenioso hidalgo buscó superar y liquidar el género de las novelas de caballería escribiendo una parodia de ellas que ha resultado ser, en cambio, la gran novela de caballería, pues loco o no, Alonso Quijano es un caballero andante.

La intención del escritor, ese “para qué” germinal, resulta ser como la brújula con la que el novelista emprende el viaje hacia la escritura de la obra, disponiendo de todos los recursos conceptuales y técnicos que le permitirán llegar a un destino. Conocer, o intuir esa intención, sirve en cambio al lector para llegar a la esencia del propósito del novelista, una certeza que comprende el argumento de la obra pero que alcanza otros confines y nos ayuda a develar esa función que Alfonso Reyes definió como la “ancilaridad” del texto literario, su penetración en ámbitos que, desde lo estético, va más allá de lo estético.

Utilizando los recursos de la novela policial, con la perspectiva ya postmoderna que le permitía al escritor violar viejos preceptos genéricos y reformular los que le resultaban propicios, Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) creó entre las décadas de 1970 y 1990 una serie de novelas catalogables como policíacas con las que, a través de las pesquisas de su detective privado Pepe Carvalho, consiguió armar lo que él mismo calificó como “una crónica sentimental” del complejo y paradigmático proceso que fue el tránsito de la dictadura franquista a la democracia desde entonces establecida en España.

A partir de la novela Tatuaje, publicada en 1974, se inicia este bosquejo, realizado de la mano de un investigador, ex agente de la CIA, ex militante comunista , ex lector universitario (tal como digo), un tipo tan ex, que está de vuelta de todo y con su ironía, que a veces se desborda hacia el cinismo, ofrece una mirada incisiva de la realidad pasada y presente del país y, sobre todo, del estado ideológico de muchos de sus habitantes, testigos y actores de la transformación histórica española.

El escritor Manuel Vázquez Montalbán y una advertencia política.

Para darle corporeidad, densidad y amplitud filosófica y psicológica a su personaje, Vázquez Montalbán le crea un universo propio a su protagonista, fundado en su pasado, concretado en su presente. De ahí las numerosas referencias gastronómicas con que se nutre Carvalho, degustador de “Platos con liguero y ropa interior negra transparente, platos oralgenitales, para comer a cuatro patas, con la lengua predispuesta a las polisemias de las hierbas aromáticas y los sofritos enriquecidos con picadas apiñonadas”. Pero Carvalho, desencantado y descreído de todo, también se empeña en la quema de los libros que acumuló en su pasado intelectual de lector, a pesar de “la pasiva resistencia de su biblioteca a ser incendiada a la velocidad requerida como justo castigo a la cantidad de verdades inútiles e insuficientes que reunía”, según nos asegura el personaje, cuya novia, para poner más leña en la pira, es una simpática y posesiva prostituta. Y no olvidemos que en su momento, el personaje fue comunista y que “Todo ex comunista o es un apóstata o es un renegado”, según se dice en Asesinato en el Comité Central.

Todo el universo creado alrededor de Carvalho, el carácter de sus pesquisas, el reparto de personajes que van desfilando en sus historias, están sostenidos sobre una compacta voluntad literaria. Vázquez Montalbán, como dije, escribe novelas calificables como policiales, pero que sobre todo son novelas, pues, como dijo en una ocasión, “Sostengo desde hace tiempo que el destino de la novela policial renovada [categoría con la que él califica lo que otros han llamado el ‘neopolicial’] es dejar de ser policíaca y obligar a ser asumida como novela a secas. El lector sancionará el viaje literario, un viaje total, lejos de la aprehensión unidimensional de lo específicamente policíaco”. O sea, dinamitando lo que Chandler ya había calificado como el estigma de casi toda la literatura del género: el modo deprimente de interesarse solo en lo que le interesa.

Dentro de esa saga policial, un sitio significativo lo ocupa, precisamente, la novela Asesinato en el Comité Central, publicada en 1981, que narra la investigación que se le encomendará a Carvalho (paralela a la de la policía) para hallar al asesino de Fernando Garrido, Secretario General del Partido Comunista español, muerto de un disparo durante una sesión de su Comité Central. Un asesinato que, en la más recurrida tradición del género, ocurre en un cuarto cerrado… aunque con algunas diferencias.

“Una habitación cerrada con los accesos guardados por el servicio de orden -comienza a enumerar Carvalho- Dentro de la habitación ciento cuarenta miembros del Comité Central de los que ciento treinta y nueve pueden ser el asesino. Ese es todo el planteamiento del problema. A no ser que alguien consiguiera burlar la vigilancia, entrar, matarle y volver a salir. Lo más realista es que el asesino estuviera dentro y utilizara cómplices para apagar la luz. (…) El caso típico del asesinato en una habitación cerrada por dentro y sin salir. Pero en las novelas inglesas el asesinado es lo único que aparece en la habitación. En este caso aparece acompañado de ciento treinta y nueve acompañantes. Más parece un chiste de chinos o gallegos que una novela policíaca inglesa”.

Carvalho, que ha sido contratado precisamente por su pasado de militante comunista, tiene las necesarias experiencias para entrar en lo que suele llamarse la “vida orgánica” de un partido que, ya en la legalidad pero con un pasado de leyendas negras y leyendas heroicas, con sus muchas ortodoxias y disciplinas, enfrenta en los tiempos del asesinato la complicada coyuntura de actuar, vivir, proyectarse en la legalidad que le confirió el estado democrático.

Las pesquisas y entrevistas del detective, realizadas muchas de ellas entre militantes comunistas en activo o militantes comunistas desactivados, va armando una imagen compleja pero ajustada del devenir histórico de la formación partidista en un momento crítico de su existencia. La solución del enigma creado por el asesinato de Garrido se resolverá en su momento, como corresponde a una novela policial, pero lo importante para la novela es ese examen crítico, históricamente puntual, de la coyuntura que vive el PC y sus posibilidades no ya de éxito electoral e histórico, sino de simple supervivencia.

El personaje Pepe Carvalho, de Manuel Vásquez Montalbán, en una de sus adaptaciones cinematográficas.

El devenir político posterior de España ayuda a iluminar esta lectura. La disolución del Partido Comunista, incapaz de sobrevivir en lo que podría ser una circunstancia más favorable (la democracia, sin persecuciones físicas pero con ataques desde la realidad y la ideología) es anunciada por esta novela por uno de sus protagonistas:

“Miro a mi alrededor y me doy cuenta, con angustia (…) que nos hemos aplicado a reproducirnos sacerdotalmente en nuestros herederos, herederos sin coartada épica ni ética que acabarán creyendo que el socialismo es el resultado de ocho horas diarias de trabajo bien hecho aunque mal pagado y ese mal pagado es una coartada mientras no se tiene el poder, coartada que ha desaparecido entre los de los países socialistas donde el poder conlleva privilegios materiales. Afortunadamente el socialismo queda como proceso y como objetivo emancipatorio de los hombres, y los errores de los partidos como el nuestro son errores instrumentales que no invalidan el sentido progresivo de la historia (…) Teniendo tan claro el objetivo, tan obvio el sujeto, ¿qué nos impide replantear el método y el instrumento? Una cultura, una falsa conciencia de nosotros mismos como colectivo, una falsa conciencia conservadora, metodológica e instrumentalmente”…

Desde la novela, aunque auxiliados sin duda por la perspectiva del tiempo transcurrido, se nos hace más diáfana la posibilidad de entender para qué Manuel Vázquez Montalbán quiso escribir esta novela… Y pienso entonces que quizás se propuso armar un diagnóstico sesgado del estado de una sociedad que estrena un período democrático al que ha llegado por una vía que, poco antes, nadie podía imaginar: la conciliación, la capacidad de ceder de cada uno de sus factores e ideologías o militancias políticas.

Manuel Vázquez Montalbán reflexiona entonces sobre la democracia desde el interior de un partido esencialmente antidemocrático, y expresa sus ideas políticas utilizando el juego político como si fuese una historia de un crimen misterioso. Si aceptamos esa posibilidad de intención, podremos entender mejor qué ocurre en la novela, qué nos cuenta esta novela asentada en una época muy peculiar pero con capacidad de referirse a cualquier momento en que una democracia puede verse abocada a una crisis de permanencia.

Y vale la pena hacer esa reflexión, ahora, en nuestro momento histórico actual en el que vemos como muchas democracias que se ufanan de su condición, atraviesan una peligrosa crisis de permanencia.

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