Alejandra Kamiya: la autora de los títulos largos y los cuentos inolvidables

Libreros y lectores divulgan sus libros exquisitos a la manera de una misión. Charla con la escritora argentina a propósito de la salida de un nuevo volumen de relatos, “La paciencia del agua sobre cada piedra”

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Por estos días, Alejandra Kamiya está trabajando en una novela.(Manuel Iniesta)
Por estos días, Alejandra Kamiya está trabajando en una novela.(Manuel Iniesta)

Su literatura se mueve casi subrepticiamente pero de manera profunda, como si en esa especie de sordina alejada de los megáfonos de la industria editorial radicara el espíritu de su obra. Los libros de cuentos de Alejandra Kamiya han recibido varios premios y su nombre tiene desde hace algunos años un lugar de privilegio en la narrativa argentina: libreros y lectores saben apreciar sus cuentos y los divulgan a la manera de una misión.

HIja de padre japonés y madre argentina, Alejandra Kamiya nació en Buenos Aires, en 1966. Se formó como escritora en los talleres literarios de Inés Fernández Moreno y Abelardo Castillo y, como decía recién, sus libros no venden tanto por marketing sino por el boca a boca entre los lectores y, también, entre los libreros y los lectores.

“Me lo dicen mucho y me hace muy feliz. Prefiero llegar por la gente, que es a donde voy, a donde intento ir: a los lectores”, dirá con absoluta seguridad cuando le haga este comentario ni bien nos sentamos en el estudio de Radio Nacional donde se hizo la entrevista.

Hay cuentos suyos en las antologías Por favor sea breve (Páginas de Espuma) y Los que vienen y los que se van (Editorial Fundación El Libro), entre otras. Publicó Los restos del secreto (Editorial Olmo), Los árboles caídos también son el bosque y El sol mueve la sombra de las cosas quietas, ambos en Bajo la luna.

Recientemente la editorial Eterna Cadencia publicó un nuevo volumen con dieciséis relatos de Kamiya. Se llama La paciencia del agua sobre cada piedra y, en la delicada y austera orfebrería de sus historias, hay vínculos entre los humanos y los animales, la vida cotidiana y los sueños y también entre lo que se dice y lo que se sugiere.

"Yo intento ser luminosa. No digo en lo que escribo sino en mi vida", dice Alejandra Kamiya.
"Yo intento ser luminosa. No digo en lo que escribo sino en mi vida", dice Alejandra Kamiya.

— Tus libros gustan mucho, circulan, se recomiendan. ¿Qué pensás que provoca tu literatura? ¿Qué te dicen los lectores que provoca? Porque yo en principio podría decirte que hay como una luz diferente en lo que es tu forma de narrar y que posiblemente tenga mucho en el origen oriental de parte de tu familia. Sería sencillo decir eso. Sobre todo porque uno mira los títulos de tus últimos libros y esa marca se lee ahí. Sin embargo, esa luminosidad no siempre está en las historias que cuentan tus libros, que son también oscuras dentro lo cotidiano. Es cierto, el miedo a la muerte lo tenemos todos.

— Sí bueno, vos hablas de lo oriental y creo que una de las diferencias entre lo oriental y lo occidental es esta cosa de dualidad en Occidente, ¿no? Que si es una cosa no es la otra. Y la idea oriental es al revés, sin una no puede ser la otra. Entonces, yo intento ser luminosa. No digo en lo que escribo sino en mi vida.

— ¿Y qué sería eso de intentar ser luminosa en tu vida? ¿Tratar de buscar la luz?

— Sí. Es como una filosofía de vida, digamos. Intento tener esa luz en la mirada de mis propias cosas, de lo que me pasa a mí, no sé, en todo. Te pasa algo y vos podés verlo de un modo u otro, yo elijo el modo. Todos elegimos. Hay que intentar darse cuenta.

— El tema de la muerte se destaca en estos cuentos. Aparece de distintos modos y tanto en humanos como en animales. ¿Es una idea en general de la finitud que te atraviesa?

— Sí, creo que no soy muy original y es una de mis obsesiones. Y me divierte mucho ver las distintas opciones que hay frente a eso. Como antes también te decía de la mirada, hay un cuento en el libro anterior en donde hay tres puntos de vista diferentes que alguien relacionó con clases sociales, por ejemplo, que esos son aportes de los lectores. Pero yo los veía como modos de ver la muerte, qué hacer frente a la muerte como lo decías vos antes. En ese cuento traté de tomarlo con cierto humor, pero me divierte mucho eso, ver opciones.

Alejandra Kamiya en un estudio de Radio Nacional, durante la entrevista.
Alejandra Kamiya en un estudio de Radio Nacional, durante la entrevista.

— ¿Cuándo te sentiste escritora o cuándo decidiste que ibas a ser escritora?

— Viste que las grandes decisiones no suelen ser una sola vez sino que uno las renueva, ¿no? Yo creo que me sentí más profundamente escritora con este último libro, con un cuento específico. Se llama “Los ensayos”. Y yo dudé mucho si publicarlo o no y en el momento en que decidí publicarlo, sentí que era escritora.

— Es el que está dedicado a Inés Fernández Moreno, una de tus maestras, ¿no?

— Es el que está dedicado a Inés, sí. Porque a posteriori de la decisión vi que era una decisión de escritora.

— ¿Tiene que ver con lo de cruzar tu propia vida con la ficción?

— Sí. Ser cualquier otra cosa o escritora. Y ahí decidí ser escritora.

— ¿Trabajaste mucho ese relato? ¿Es diferente el tiempo que les dedicás, en el sentido de que algunos salen más fácil y otros llevan muchísimo tiempo, como podría pasar con una novela?

— Totalmente. Totalmente. Hay un cuento que está también en el primer libro, en Los árboles caídos también son el bosque, que se llama “El pozo” y que es uno de los más largos que escribí. Lo escribí de una sentada, en menos de media hora. Obviamente lo había pensado durante mucho tiempo. Y la última frase tardé dos o tres meses para escribirla. O sea que la extensión del cuento no tiene nada que ver con el tiempo que lleva.

"La paciencia del agua sobre cada piedra", de Alejandra Kamiya, fue publicado por Eterna Cadencia.
"La paciencia del agua sobre cada piedra", de Alejandra Kamiya, fue publicado por Eterna Cadencia.

— Tardaste dos o tres meses en elegir esa frase final, es interesante. Por eso me gusta preguntarles a los escritores acerca de lo que se escribe y también de lo que se desecha para empezar de nuevo, ¿no?

— Totalmente. Y a veces tenés que dejar afuera cosas que te gustan mucho. Eso es interesante porque ahí también es una decisión de escritor: priorizas el cuento por sobre tu ego, digamos. Algo que decís “Uh, esto está buenísimo, me salió bárbaro”, y lo tenés que dejar afuera para que el que brille sea el cuento.

— Sos el autor y el editor o curador del cuento. ¿Y eso tiene que ver con una mirada aprendida por escribir o es una mirada por formación lectora?

— Yo creo que primero soy lectora, como cualquiera que escribe. Y, después, sale de un compromiso. Si realmente te comprometés con el cuento, tu ego va a quedar por debajo de que el cuento se realice.

— En este último libro hay dos cuentos que particularmente comparten personajes, escenarios y temática y, si bien son diferentes, en principio se podría pensar: “bueno, ¿pero estos dos cuentos vienen de un intento de una novela? ¿Salieron así?” Son los cuentos en los que aparecen Leiva y Jáuregui. Que se odiaban tanto, que se amaban.

— Sí, se necesitaban.

"El sol mueve la sombra de las cosas quietas" (Bajo la luna)
"El sol mueve la sombra de las cosas quietas" (Bajo la luna)

— Se necesitaban, exacto.

— Bueno, eso es de un intento de una especie de Winesburg, Ohio, el libro de Sherwood Anderson, con muchas historias en una misma localidad. Pero también a mí me gusta mucho la idea de obra más que de cada libro de manera independiente, entonces pensé que si voy a hacer mi Winesburg, Ohio, me gustaría que estuviera disperso por distintos libros. Entonces ahora fueron esos dos y ya seguirá creciendo ese lugar.

— Qué interesante, porque vengo leyendo autores que trabajan así. Eduardo Halfon, por ejemplo, también trabaja así, con esa dispersión. Va creciendo lo que vos llamás obra y uno la puede encontrar como un puzzle desarmado.

— Sí. Y, después, con respecto a lo que me decías de por qué no novela, estoy haciendo un intento de novela, ahora. Porque lo que quiero encarar creo que me pide una novela. Me pide más espacio y dedicación más enfocada, exclusiva y más tiempo.

— ¿Hasta ahora no habías intentado o habías intentado y no salió?

— Había empezado algo y se convirtió en cuento.

— Me hiciste recordar a Samanta Schweblin, que había empezado Distancia de rescate como un cuento y se dio cuenta de que se le iba, se le iba, se le iba y terminó como novela.

— Pasa, sí. Lo que estás escribiendo siempre pide su forma, ¿no?

— ¿Y cuándo alguien dice “esto ya es un libro de cuentos”? ¿O en tu caso te proponés armar un libro de cuentos y entonces van saliendo los relatos y en determinado momento decís “basta”?

— Es como un ritmo interno. Obviamente, tengo que tener cierta cantidad de cuentos para poder elegir, alrededor del doble de los que publico. Y también ocurre algo raro porque no es que está terminado. De hecho, cuando tenía la idea del libro, agarré los cuentos que quería incluir y me quedaron unos huecos para los cuales escribí los cuentos que faltaban específicamente.

Dice Kamiya que la forma de los títulos de sus libros (largos, poéticos, con determinada acentuación) no fue deliberada.
Dice Kamiya que la forma de los títulos de sus libros (largos, poéticos, con determinada acentuación) no fue deliberada.

— ¿Te acordás cuántos son?

— Dos. Que son cuentos que yo ya tenía girando en la cabeza pero no había escrito. Y dije: “no claro, van en este libro y van acá y acá”, que son “Sakura-Gari” y “El mono”.

— Entonces lo que decís es que muchas veces terminás de cerrar el volumen añadiendo cuentos que escribís a propósito para la publicación, para darle un cierre.

— Sí. Y porque es como que veo la forma; como si vieses un círculo al que le falta un pedacito. Se vuelve entera la forma y veo el hueco. Entonces escribo el cuento que me parece que va en ese hueco. (Alejandra dibuja con las manos una forma que es casi redonda).

La paciencia del agua sobre cada piedra lleva un título que, en su forma, remite a los dos anteriores. ¿Cómo se te ocurrió empezar a titular los volúmenes con estas líneas que son casi un haiku y remiten siempre a una de las partes del libro?

— No se me ocurrió. Con el primero, Los árboles caídos también son el bosque, leí el cuento en el taller de Abelardo y Abelardo me dijo: “Ya tenés nombre para el libro”. El segundo era un pedacito de uno de los cuentos, “La casa”, que me gusta mucho. Y cuando lo formulé, me quedó de casualidad con la misma métrica, y el mismo modo de acentuar y todo. Y el tercero me pasó algo parecido, fue como muy natural. No fue muy buscado. Ocurrió.

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— Te pregunto porque son títulos hermosos pero largos, inusuales. Pensaba en el último cuento del nuevo libro y en esos animales que hablan. ¿Qué pueden decir los animales que los humanos no dicen? ¿Qué sentís que te dieron los animales en estos cuentos como respuesta que, de pronto, no pueden dar los humanos?

— ¿Viste que cuando empezamos a conversar te decía que me gusta mucho la idea de opciones en el sentido de miradas, de otros puntos de vista? Y eso me lo dieron los animales. Científicamente, yo no sé nada de animales, no sé si un mono podría hacer eso o qué piensa un gato, pero me da la opción de imaginar otro punto de vista.

— Y también, pensaba, la posibilidad de los humanos de reflexionar a partir de tener a alguien a quien dirigirse, ¿no? En lugar de hablarse a uno mismo, hablarle de pronto a alguien que está tan cerca como esos animales que acompañan la vida de los personajes.

— Es que son una especie de alter ego, ¿no? De hecho, en “El mono” está dicho, dice algo así como “me gusta mirarlo porque veo cosas, aprendo de él y de mí”.

"Los árboles caídos también son el bosque" (Bajo la luna)
"Los árboles caídos también son el bosque" (Bajo la luna)

— Sí, sí. Pero también hablan entre ellos, cuando salen.

— Sí (risas). Oso y Rawson. Ellos hablan pero viste que también hay otros dos que juegan como cualquier perro, que no les interesa.

— La filosofía no es para ellos.

— No. No. Corren palitos… (Risas).

— Como los humanos, tal vez.

— Claro, totalmente.

— ¿Ese cuento lo escribiste hace mucho?

— Ese cuento lo había escrito muy cortito hace mucho porque me divertía la idea, pero había escrito, como si dijera, solo el hueso. Y después trabajé, le puse carne digamos, toda la historia de este grupo de perros que van a la plaza y la chica que lo pasea y que habla con la otra.

— Hay un cuento que me gusta mucho, que no tiene nada que ver con esto y tampoco sé si tiene mucho que ver con los demás, y que tiene algo como de Felisberto Hernández, te diría.

— Me encanta Felisberto.

— Que es el cuento de los músicos.

— Sí, “Olsen y Vargas”.

— Es un cuento precioso, con una historia preciosa que es muy atractiva desde el comienzo, la idea. Cómo se narra, quien narra, también, como parte de la audiencia de los músicos. Contame un poco sobre ese cuento.

— Lo escribí hace mucho. No me acuerdo cuál fue el primer impulso pero creo cualquiera que haya sido me sirvió de excusa para decir algunas cosas que pienso de la música, que siempre me acompañó y, me acompañó es como poco, me cambió la vida. Quiero decir: yo no soy música, no sé tocar nada, no sé cantar. Y me sirvió para decir algunas de las cosas que pensaba sobre lo privilegiados que son los músicos.

— ¿Y cómo te llegó la música?

— En mi casa siempre se leyó mucho y se escuchó muchísima música. Y yo desde muy chiquita…

— ¿Tu papá y tu mamá? ¿Ambos?

— Sí, sí, sí. Y al principio yo detestaba eso. Tenía unos abonos del Colón y cuando era muy chiquita odiaba ir.

— ¿Y cuándo cambió eso?

— De a poco, supongo.

— Cuando pudiste elegir tu música, tal vez.

(Alejandra se queda pensando unos segundos, como armando la secuencia en su cabeza. Y ahí responde.)

— Por ejemplo, viste esto que tiene el celular, que te conoce más que vos y entonces tira las cosas que te gustan, hace poco me tiró -o no sé cómo se diría correctamente-, algo que cuando era chica yo amaba y dije: “qué inteligente que es, cómo llegó ahí”. Y uno de mis recuerdos de más placer cuando era chica son ciertas piezas de música.

"La música siempre me acompañó y, me acompañó es como poco, me cambió la vida" (Alejandra Kamiya).
"La música siempre me acompañó y, me acompañó es como poco, me cambió la vida" (Alejandra Kamiya).

— ¿Y cuál era este tema que te llegó por el algoritmo, si se puede saber?

— Estos eran unos conciertos para violín de Paganini. Y también algunas cosas de Chopin. Pero como niña romántica que fui, digamos, son cosas como muy, qué sé yo, al borde de cursi, no sé.

— Tu literatura no tiene nada de eso, de ese “al borde de cursi”. Tampoco diría que es racional pero sí que es una narrativa muy elaborada y en la que el despojo está muy trabajado. ¿Trabajás muy obsesivamente cada uno de los relatos?

— Trabajo como loca sacando. Saco, saco, saco. Saint Exupéry decía que un cuento está terminado no cuando ya no se puede agregar nada sino cuando ya no se puede quitar nada. Y me encanta esa idea. Todo lo que se pueda quitar, intento quitarlo.

— ¿Te leés en voz alta?

— A veces, sí.

— ¿En algunas situaciones en particular? Porque uno no encuentra ripio en tu literatura. O sea, está realmente todo como pulido, por decirlo de algún modo.

— Bueno, es la idea que tengo cuando trabajo, sí, de quitar despacio. Quitar, quitar, quitar.

— Aparecen las figuras del padre y la madre en varios cuentos. Y está el episodio de la muerte de la madre, también. Y pienso en esto que mencionabas antes en relación a “todo forma parte de lo mismo, todo forma parte de la vida”, esto que me decías en relación a una mirada como más oriental, si se quiere. Y me dijiste recién que te sentiste escritora con ese relato y tomaste la decisión de escribir, aunque no sabías si ibas a publicarlo.

— Sí.

— ¿Qué había? ¿Algo del orden del pudor?

— Mi mamá no se murió.

— Ah…

— Entre los comienzos de libros que me encantan, hay uno de un libro, que teóricamente es menor pero que a mí me gustó mucho, de Lisa See, que comienza diciendo algo así como “Escribo esto porque ya no tengo a quién lastimar”. Me pareció un gran comienzo.

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— Ya lo creo. ¿Hablás japonés?

— No.

— ¿No lo leés tampoco?

— No.

— ¿Y tu papá te leía y te traducía, como en el cuento de las grullas? ¿Te traduce?

— El cuento de las grullas es algo literal. Pero viste que está mucho menos escrito. No está muy trabajado, está como contado.

— Bueno, porque, en realidad, es como el relato de un relato también, ¿no?

— Claro. Eso es literalmente algo que pasó. Sí, y de hecho hicimos traducciones juntos. Sí, siempre me leyó.

Kamiya: "¿Qué me pasa con la poesía? Para mí es como la cumbre de la literatura".
Kamiya: "¿Qué me pasa con la poesía? Para mí es como la cumbre de la literatura".

— Claro, con las traducciones pasa además que, claro, hay que conocer la lengua original pero también hay que dominar la lengua a la que se traduce.

— Por supuesto. Y además nosotros hicimos traducción de poesía. Entonces hicimos las tres patas, el idioma de salida, el de llegada y tradujimos a un poeta.

— ¿Y qué hicieron con esos poemas?

— Los estamos publicando. Ya publicamos dos. Uno es de Sakutarō Hagiwara, que no es conocido acá. Y el otro es de Akutagawa, que sí es muy conocido. Son poemas de él.

— Hablábamos antes de la música. En tus cuentos hay claramente una luz poética. ¿Qué te pasa con la poesía y cuál es la poesía que leés y que te gusta?

— ¿Qué me pasa con la poesía? Para mí es como la cumbre de la literatura. Creo que en eso estamos casi todos los escritores de acuerdo. Es como lo esencial. Hablando de cuando ya no se puede quitar, bueno, la poesía es eso. Pero, justamente, como está tan arriba, yo todavía no me animo. Merodeo un poco en lo que escribo. ¿Y qué me gusta leer de poesía? Yo soy muy desordenada, a pesar de haber ido al taller de Abelardo, que te ordenaba mucho las lecturas, soy muy desordenada. Entonces reviso en las librerías y agarro lo que hay. Pero, por ejemplo, me gusta mucho Pessoa. Y me gusta también la gente que hace mejor que yo lo que yo estoy haciendo ahora, eso de mezclar la poesía.

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— ¿Cómo sería lo de mezclar la poesía?

— Como romper los límites entre la narrativa y la poesía. Antes nombraste a Felisberto, para mí Felisberto tiene una cabeza no sé si poética en el sentido de metáforas sino en el sentido de romper estos límites. De una libertad mayor.

— En este nuevo libro en el que hay animales, humanos, los vínculos con los padres. Pero en algunos relatos también hay algo del orden del humor y hasta del humor negro, bastante parecido a cierta narrativa de cine oriental. Pensaba por ejemplo en el cuento del hombre que sustrae la estatua de su abuelo y que la quiere devolver al pueblo original, y en el del hombre que supuestamente está muy deprimido porque se está jubilando y hace un viaje con la mujer más joven, que es quien va a heredar su puesto. Recién decías que estás probando escribir una novela. ¿De qué se trata esa historia?

— Es genial cómo todo siempre va donde tiene que ir. La novela es sobre cine japonés.

— Ay, qué genial. O sea, ya estabas preparando el terreno, evidentemente estaba viniendo algo.

— No, vos lo viste: yo no lo estaba pensando.

*Alejandra Kamiya participará junto con la escritora mexicana Isabel Zapata de una actividad en la Feria de Editores (FED), el viernes 4 de agosto, a las 17. El nombre de la mesa es “Cuando la literatura desafía los binomios. Libros multiespecie. Libros multiformes” y la moderadora será Cecilia Fanti. En C Complejo Art Media, Av. Corrientes 6271, con entrada libre y gratuita.

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