Anunciada para salir en octubre de este año, la obra más reciente del nobel peruano, publicada por el grupo editorial Penguin Random House a través de su sello Alfaguara, ha dejado ya varios asuntos para comentar y el más curioso tiene que ver con la imagen que se escogió para acompañar la cubierta de la obra. No tanto con la imagen en sí, sino con la procedencia de la misma.
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Es bien sabido que Vargas Llosa tuvo una relación complicada con el escritor colombiano Gabriel García Márquez durante buena parte de los últimos años de vida del autor de Cien años de soledad. En un principio, hermanados por su situación de escritores latinoamericanos exiliados en Europa, y por haberse consolidado como las voces más destacadas del ‘Boom latinoamericano’, pronto sus nombres comenzaron a alejarse en todo escenario, a tal punto que, incluso, ninguno aceptaba hablar públicamente del otro.
Con el tiempo, el asunto ha ido cambiando, especialmente después de la muerte del autor colombiano, y si bien nunca limaron sus asperezas, por lo menos Vargas Llosa habla de nuevo sobre su colega y la enorme influencia que ha supuesto para la literatura universal.
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Respecto a la cubierta de la nueva novela de Vargas Llosa, titulada Le dedico mi silencio, lo curioso es que lleva la imagen de una de las obras de otro de los “poco amigos” de García Márquez. Una pintura del artista Fernando Botero, original de 1979, que lleva por nombre Los músicos.
Este óleo sobre lienzo nos presenta los habituales personajes de cuerpos voluminosos que el artista ha retratado a lo largo de su extensa obra. Al contemplar Los músicos, uno no puede evitar sentir la música flotando en el aire. Los personajes, con sus instrumentos variados, parecen estar en pleno concierto, ofreciendo un conjunto armónico de sonidos que despiertan emociones y recuerdos. El espíritu festivo y la vitalidad que emanan de la obra nos envuelven en una sinfonía de la vida.
En cada pincelada, Botero da vida a la música criolla y latinoamericana, capturando el alma rítmica y apasionada de su tierra natal. La música es una metáfora para la vida misma, como lo son los colores vivos que bañan el lienzo. La obra nos habla de una utopía cultural, un país unido por la melodía y el ritmo, más allá de las divisiones y conflictos.
García Márquez y Botero mantuvieron una relación compleja y llena de contrastes. En una entrevista con Diego Garzón para la revista Soho, Botero expresó su malestar hacia el escritor, señalando que “me cae pesadísimo”.
Aunque ambos vivieron en París en los años ochenta, compartiendo cercanía con artistas como Luis Ospina y Darío Morales, sus diferencias eran notorias. García Márquez disfrutaba del reconocimiento tras recibir el Premio Nobel, mientras que Botero, celoso de su arte, no hizo acto de presencia en eventos relacionados con el escritor.
Mientras García Márquez residió la segunda mitad de su vida en la Ciudad de México, Botero vivió entre París, Nueva York y Pietrasanta, Italia. El también autor de El coronel no tiene quien le escriba mantuvo una amistad cercana con Fidel Castro, lo que le generó críticas y enemistades en el continente, y se dice que Botero tampoco lo veía con buenos ojos.
A pesar de todas las diferencias, ambos artistas tenían temas y estilos similares en sus obras, lo que hace relevante la relación entre estos dos “Adanes” del arte y la literatura colombiana. Si bien hubo tensiones y distancias, no se puede negar que su presencia marcó la historia cultural de Colombia y dejó una huella imborrable en el mundo del arte y la literatura.
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Más allá del asunto de que ni Botero ni Vargas Llosa se llevaron bien con Gabo, no cabe duda de que la elección de esta obra para acompañar la novela ha sido más que acertada. El valioso aporte del vals, nacido en los callejones de Lima, para la unión del Perú, es el corazón de esta historia. Según ha informado la editorial, la trama de Le dedico mi silencio se ubica en Perú, y aborda la historia de Toño Azpilicueta, un hombre que soñó con un país unido por la música, obsesionado por escribir un libro perfecto que lo refleje.
Azpilicueta, experto en música criolla, descubre a Lalo Molfino, un guitarrista virtuoso que confirma todas sus intuiciones acerca del significado social y profundo de los valses, marineras, polkas y huaynos peruanos, y se embarca en una investigación para conocer más sobre el enigmático personaje, su lugar de origen, su familia, sus amores y su trayectoria musical excepcional
Cuatro años después de Tiempos recios, Mario Vargas Llosa regresa con esta obra que combina ficción y ensayo para explorar una utopía cultural centrada en la música peruana.
El autor, nacido en Arequipa y con 87 años de edad, confiesa su profundo amor por la música criolla y su especial devoción por el vals de su país. Con esta obra, Vargas Llosa destaca cómo estos sonidos pueden convertirse en una poderosa fuerza capaz de derribar prejuicios y barreras raciales para unir a toda la sociedad en un abrazo fraterno y mestizo, especialmente en un contexto de ofensiva terrorista de Sendero Luminoso y una sociedad fracturada por la violencia.
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