Si existe una disciplina que tiene mala prensa (por lo general, debida a razones justificadas por parte de quien escribe) es la odontología. Para no decir nada del dolor de “muelas”, piezas dentarias con las que se generaliza la molestia que puede sentirse en caninos, incisivos o premolares.
Este hecho no determina que generen mala literatura. Para ir más lejos, en su novela Memorias del subsuelo, Dostoievsky incluye una loa a este mal en el monólogo interior del protagonista, que busca venganza a su cruel relegación personal. Lo recuerdo, recitado con énfasis por Vittorio Gassman en su unipersonal La solitudine en el Teatro Coliseo, acompañado por el músico Fred Bongusto: Sí, anche nell male dei denti puó avere godimento… (También en el dolor de muelas puede haber goce).
En la literatura latinoamericana, la mexicana Margo Glantz, frecuente visitante de la Argentina, que sigue creativa y viajera a sus 93 años, dedicó buena parte de su novela fragmentaria Por breve herida a “los dientes, las sesiones con el dentista, los puentes, el retraimiento de la encía, los postes que se colocan, Drácula, los incisivos de escritores y artistas, las muelas que se extraen (…) fungen como centro neurálgico, como una febril obsesión (que) da cuenta de una existencia en indisoluble simbiosis con la palabra (…). El libro es pura odontología. El pensamiento es una cuestión de dientes, decía Paul Celan (y este) es un libro prótesis, hecho a base de mordiscos, de succiones, de extractos”.
Y, ya en el ámbito nacional, Germán Maggiori, un escritor de gran valía más allá de la anécdota de que es sobrino de Ricardo Piglia, odontólogo de profesión, incluye en su novela Egotrip a “un odontólogo que parece un serial killer” que le extrae al protagonista, innecesariamente, dos dientes frontales. Recordemos que Maggiori trascendió por su primer libro, Entre hombres, muy duro y cargado de violencia y erotismo, convertido luego en una exitosa serie televisiva.
Este preámbulo “bucal” viene a cuento de Sodio, una novela estupenda de Jorge Consiglio publicada por Eterna Cadencia en 2021, cuyo protagonista, odontólogo, hijo de una madre de la misma profesión, vive una parábola tragicómica en cierta medida vinculada a su quehacer. La referencia al sodio tiene que ver con que esa es la sustancia que se utiliza para desinfectar los consultorios del ramo, pero también se vincula al olor del mar, amado por el personaje principal.
Es preciso decir que, muy injustamente, no suele incluirse el nombre de Consiglio cuando se piensa en el dream team de la narrativa argentina contemporánea, pese a la excelencia de su numerosa obra editada. En los últimos veinte años publicó seis novelas, entre ellas Hospital Posadas (una historia ligada a la represión desatada por la última dictadura en esa institución, recientemente reeditada); cinco libros de cuentos (entre los que se destaca Villa del Parque) y tres de poesía (el más recordado de los cuales es Plaza Sinclair).
Su prosa es telegráfica: se compone de frases muy cortas, y casi todas aportan un dato, como si fuera escritura periodística (o como debería ser la escritura periodística). Y, en el caso de Sodio, “vertiginosa”, como la calificó Ángel Berlanga en una nota dedicada al libro en “Radar”, el suplemento literario de Página/12.
Contada en primera persona por un narrador que no tiene nombre, la historia atrapa y obliga a no abandonar la peripecia vital del personaje, que se desliza en una especie de montaña rusa entre pesares y alegrías. Sus únicos placeres son nadar (su infancia y adolescencia transcurrieron en Mar del Plata) y fumar. Y, a veces, el ejercicio de su profesión.
Un encuentro fortuito con una amiga de juventud que lo consulta como ortodoncista, deviene en pasión arrasadora, pero que se desarrolla en medio de desencuentros y traslados (incluso geográficos), que no debo revelar. Su amiga quiere corregir una diastemia, que es la excesiva separación entre dos dientes. Ese es uno de los datos inútiles que obtenemos en ciertos libros los obsesivos que buscamos en Google las palabras que desconocemos.
Con acierto, en la nota citada Berlanga caracteriza así esta novela: “Entre un hiperrealismo y una fantasía disparada, en Sodio, Jorge Consiglio narra la hermética vida interior de un odontólogo (…). El gusto por el detalle, la minuciosidad descriptiva características del autor están aquí presentes”.
Para muestra basta algún párrafo. “Ser dentistas es una forma de ver el mundo. Mezcla de lo artesanal con lo científico. Los dientes son huesos, pero pierden intimidad cuando están a la vista. Piezas dentales, decía mi madre. Y arqueaba la ceja. La dentadura es una marca de identidad: por ella se puede identificar un cadáver con tanta fiabilidad como las pruebas de ADN. La ortodoncia es rústica, de acuerdo, pero supone análisis. Tomar decisiones frente a una boca es, sobre todo, inferir consecuencias: los dientes responden a un orden cerrado”.
Vale la pena darle un mordisco de lectura a Sodio. Después, se seguirá hincándole el diente con deleite y sin parar.
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Sodio (Fragmentos)
Un día, Raisa, la hermana de mi antiguo amigo Kreimer, se presentó en el instituto. Hacía más de una década que no la veía. Había llegado a mí por recomendación de un conocido. Ortodoncistas como vos hay pocos, me dijo. Tenía una dentadura perfecta, pero quería corregir un diastema casi imperceptible. De un momento a otro, nos sentimos cómodos. Hablamos de Mar del Plata y de Ariel, mi compañero, que ahora era dueño de un negocio en la avenida Luro. Ella, en cambio, se había dedicado al piano. Acababa de llegar de Europa. Por lo que contó, seguía la técnica de Mendelssohn: tocaba con las muñecas alzadas para lograr un sonido redondo. Conservaba la misma mirada -la atención no coincidía con el objeto enfocado por los ojos— que yo había registrado la primera vez que la vi. Al igual que los peces, casi no pestañaba. Tenía boca grande y sonrisa gingival. El turno que había tomado era el de las 12.30, el último de la mañana; después yo hacía un receso para almorzar. No pude resistirme y la invité a la cafetería, no quería interrumpir el flujo de la charla. Aceptó antes de que terminara de hacerle la propuesta.
*
Raisa -llevaba el pelo planchado y las uñas pintadas de rojo cereza- cuando hablaba, sonreía. Disfrutaba los Preludios de Chopin -dijo que era el pianista más revolucionario y el más clásico— y los paisajes tropicales. Por esa razón -porque últimamente había decidido organizar su vida de acuerdo al placer— había aceptado dar una clínica musical en dos ciudades de Brasil. Nos despedimos. Me quedó una sensación de frescura en el cuerpo. El mar, dije en voz alta. Pensé en Brasil. En mi última visita, una bahiana me había adivinado la suerte. Yo no había entendido el idioma, un portugués hermético, ni las predicciones. Oché: sangre en las venas. Usted no tiene destino, había dicho la mujer para despedirme.
Caminé hasta Pueyrredón y compré un atado de Marlboro. La humedad -eran exactamente las 14.10— hacía de Buenos Aires un pantano. En la puerta del instituto, me sumé a una rueda de fumadores, había colegas y personal administrativo. Estaban cerca de uno de esos ceniceros metálicos de pie. Con el cigarrillo entre los dedos, dije algo sobre el clima y largué una columna de humo hacia al cielo. Imaginé a Raisa frente al piano y, con algo que no sé si llamar intuición o capricho, percibí que esa mujer, a diferencia del resto del mundo, tenía un finísimo registro de sí misma y de su prójimo.
Quién es Jorge Consiglio
♦ Nació en Buenos Aires en 1962.
♦ Es licenciado en Letras y enseñó Semiología en la Universidad.
♦ Trabajó como visitador médico algún tiempo y algún tiempo tocó música de cámara en la calle Florida.
♦ Escribió novelas, cuentos y poemas. Ha dicho que terminar un libro le lleva entre tres y cuatro años y que cuando escribe busca música.
♦ Entre otros libros, publicó las novelas Hospital Posadas y Sodio, los cuentos de Marrakech y Villa del Parque y los poemas de Intemperie y Plaza Sinclair.
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