Ni la hermana de Victoria, ni la esposa de Bioy, ni la amiga de Borges: Silvina Ocampo, una escritora a la que pocos entendieron

Empezó su camino creativo como artista plástica pero luego decidió dedicarse a la literatura. Se cumplen 120 años del nacimiento de la autora de “Autobiografía de Irene” y “Poemas de amor desesperado”. La reedición de su obra permite redescubrirla.

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Silvina Ocampo. Su obra cuentística es una de las más grandes de la literatura argentina
Silvina Ocampo. Su obra cuentística es una de las más grandes de la literatura argentina

Doble aniversario de Silvina Ocampo y excusa ideal para reeditar su obra completa. A 30 años de su muerte y a 120 de su nacimiento (el 28 de julio de 1903), Lumen relanza sus libros de cuentos y algunos textos inéditos. ¡Y atención a las tapas!, porque de cada libro tiene una cubierta con una fotografía (eso que Silvina odiaba y amaba en partes iguales) de fotógrafos amorosos, encontradas en archivos de herederos directos.

Bien vale aprovechar la movida editorial para conocer, volver a leer o retomar cuentos, poemas y misceláneas de una autora que siempre está y que, sin embargo, siempre se nos escapa. Porque Silvina Ocampo escribió una obra misteriosa y en transformación permanente, quizá poco entendida para su época (tan rigurosamente borgeano ese tiempo, tan varonil y super lógico). Una obra para volver a paladear con ojos curiosos y mente abierta.

“Nos parece que con un lanzamiento así ayudamos a difundir una literatura cuya potencia e imaginación son el antecedente y la referencia de mucho de lo que se escribe hoy. Pareciera que la época finalmente alcanzó a Silvina Ocampo”, dice Juan Ignacio Boido, editor de Penguin Random House a cargo de este espectacular relanzamiento.

Ni la esposa de Bioy, ni la hermana de Victoria, ni la amiga de Borges: Silvina Ocampo tiene su propia voz, una poética propia, original y unívoca dentro de la literatura argentina, fruto de un trabajo minucioso y constante con la palabra, con la escritura, con el silencio también. Una figura misteriosa que pasó su larga vida puertas adentro, entre la timidez y la parquedad.

El artículo publicado por El Mercurio de Chile, donde Borges habla de la que para él era la mejor escritora argentina contemporánea: Silvina Ocampo.
El artículo publicado por El Mercurio de Chile, donde Borges habla de la que para él era la mejor escritora argentina contemporánea: Silvina Ocampo.

En una entrevista memorable que hizo Hugo Beccacece en junio de 1987, (Silvina no daba entrevistas casi) la pregunta fue en esta dirección.

-¿Le temías a la gente? – preguntó el entrevistador.

-De chica, no me gustaba. Sólo quería y me gustaban muy pocas personas. La gente siempre me ha perturbado. Cuando no me gusta, porque no me gusta; y cuando me gusta, porque me gusta, porque me encantaría estar siempre con ella, porque la extraño cuando no está. Recuerdo que me llevaban a comer a casa de mi abuela y me pedían que contara lo que me pasaba en la plaza, durante el día. A mí me daba miedo hablar y que todos hicieran silencio para escucharme. Hablaba cuando todos hablaban, lo que decía se perdía en la confusión. Y cuando los demás se callaban, yo también me callaba. Si me decían: “¿Por qué no hablás?”, yo respondía: “Pero si ya hablé”. Y después seguía un largo silencio.

Gran momento entonces para leer a Silvina Ocampo.

La nena de la casa

Silvina Ocampo es la sexta hermana Ocampo, “el etcétera de la familia”, como ella misma decía, la menor de una familia de señoritas, de pura cepa criolla, dinero y estirpe, padres y abuelos fundadores de la patria, terratenientes de grandes estancias, biblioteca, caserón en San Isidro, varones abogados o militares, mujeres educadas con institutriz, viajes a Europa con vaca a bordo (para que no falte la leche fresca), y una idea aristocrática sobre el mundo, el dinero y los pobres.

A Silvina le encantaban los pobres. De niña, se escapaba de las reuniones familiares y de las sobremesas para ir a la cocina, al cuarto de planchado, al lavadero, a las habitaciones de sirvientas y sirvientes de la casa. Le gustaban sobre todo los mendigos que llegaban a la casa de San Isidro a pedir comida. En esa célebre entrevista de 1987, Hugo Beccacece preguntó:

-¿Qué opinaba tu familia de esa pasión por los mendigos?

–No les gustaba. Ellos no querían que yo los atendiera. Pero yo lo hacía igual. La pobreza me parecía divina. En ese entonces, cerca de San Isidro, vivían muchos chicos pobres. A mí me parecían tan superiores a los que nos visitaban, mucho más divertidos que mis primas. Mis primas eran unas pavotas, unas inútiles. No sabían robar nada; no sabían juntar coquitos; estaban siempre impecables, no se movían para no desarreglarse. Los mendigos, en cambio, tenían unos pelos despeinados, unas crenchas espléndidas. Además esos chicos pobres estaban siempre quemados por el sol; tenían un color de piel tan lindo. Siempre me quedó la añoranza de la pobreza. Después crecí y me di cuenta de que la riqueza tiene sus ventajas. Pero la pobreza te da libertad: uno no teme perder nada, no está atado a nada.

De esas incursiones en las habitaciones de planchadoras y costureras, de esas meriendas con mendigos y aventuras en las cocinas, lavaderos y salas de planchado llegan los personajes a sus cuentos. Amelia Cicuta, Porfiria Bernal, Celestino Abril, Livio Roca, chicos crueles, mujeres grotescas, personajes de gestos exagerados, placeres despampanantes de los pobres, tortas con mucha crema, frases disparatadas y altisonantes y el humor tremendo de quien pone la mirada, quien narra, porque, como dijo José Bianco, la mirada sobre los pobres nunca será crítica, ni revolucionaria, ni cuestionadora de un orden social, sino simplemente pintoresca, extrañada, fantástica, divertida y ciertamente cruel.

Silvina y Victoria Ocampo.
Silvina y Victoria Ocampo.

Silvina publicó muchísimos cuentos. Algunos, magistrales. Entre los imperdibles están: “La soga”, “Las fotografías”, “Carta bajo la cama”, “Cielo de claraboyas”, “El vestido de terciopelo”, “El pecado mortal”, “El diario de Porfiria Bernal”, “Autobiografía de Irene”. Y la lista se puede ampliar a piacere.

Pero antes de escribir, a Silvina le gustaba pintar. Y dibujaba retratos con gran precisión. Llegó a ilustrar algunos libros y participó de una muestra junto a Xul Solar y Norah Borges (de quien era muy amiga). De jovencita había tomado clases con maestros en Europa, Giorgio de Chirico, Fernand Léger, los más conocidos. Pero un día dejó de pintar y empezó a escribir.

En su libro La hermana menor, Mariana Enríquez cita a la propia Silvina contando algo de este viraje de la pintura a la escritura. “Me enojé con De Chirico y le dije que él sacrificaba cualquier cosa por el color. Me contesta: ¿y qué hay aparte del color? Tiene razón. Pero los colores me molestan. No se pueden ver las formas bajo la confusión de tantos colores. Asi que me empecé a desilusionar. Me alejé de una pasión que también era una tortura. ¿qué me quedaba? ¿escribir? ¿Escribir?”.

Dice Mariana Enríquez: “De Chirico, a pesar de los choques, resultó ser su gran maestro, el hombre que con su idea de la pintura, que la agobiaba, la impulsó a una forma que, para Silvina, era menos confusa”. De Chirico dio ambiente, clima, formas al espacio donde Silvina ubicará desde la escritura a sus personajes. Esa mirada extrañada y surrealista de situaciones cotidianas, vulgares también, a las que encuentra sin compasión el efecto cruel o desopilante.

En 1949 ella le dedicó uno de sus poemas más conocidos, “Epístola a Giorgio De Chirico”, en su libro Poemas de amor desesperado. Es un poema autobiográfico: “Girogio De Chirico, yo fui su alumna,/ recuerdo el perfil griego y la manzana,/ y el cielo de Paris en la ventana, donde soñó el espacio y la columna/ mientras pintaba yo impetuosamente (…). Y sigue después: “No invocaré las hojas ni las ramas,/ para pintar paisajes duraderos,/ no invocaré los hombres verdaderos,/ quiero del edificio el muro en llamas, /el hombre como un leño sobre el suelo,/ las arañas de sombra estremecida, /la máscara, la espuma definida,/ la atormentada formación del cielo”.

Caséme con Adolfito

Silvina Ocampo publicó su primer libro, Viaje olvidado, en 1937, a los 34 años. Por esa misma época conoció a Bioy Casares y se fueron a vivir juntos, un hecho que podría haber sido un escándalo para las familias que, sin embargo, no ocurrió: Silvina hacía lo que quería, además ya era grande y sus padres eran muy grandes. Por otra parte, se dice que la madre de Bioy estaba enamorada de Silvina y casarla con su hijo fue la manera de tenerla cerca: “Tenés que conocer a Silvina, es la más inteligente de las Ocampo”, dicen que le dijo la señora. Et voilà.

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, pareja afectiva y también artística.
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, pareja afectiva y también artística.

Se casaron en 1940, el mismo año en que Bioy publicó su primer libro bueno (La invención de Morel). El mismo año en que el trío Silvina- Borges- Bioy publicó la (impresionante) Antología de la literatura fantástica, un libro que diseñó el nuevo mapa de lecturas en las tradicionalistas costas de la literatura local. Algo estaba cambiando para lectores y lectoras de este sur del mundo, y Silvina, desde su silencio, estaba escribiendo en el eje de ese gran viraje.

El casamiento con Bioy fue poco menos que un trámite. Borges fue testigo de la boda. No hubo fiesta ni reunión ni nada. Todo ocurrió en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires, Pardo, partido de Las Flores. Silvina mandó dos telegramas para avisar del suceso: a Pepe Bianco, su amigo y editor de la revista Sur, le escribió: “Beaucoup de mairie, beaucoup d’ église. Don´t tell anybody. What verano (Muchos ayuntamientos, muchas iglesias. No digas a nadie. Qué verano”. Y otro telegrama para sus hermanas Victoria, Francisca y Rosa: “Caséme con Adolfito. Besos. Silvina”.

El matrimonio fue largo y sinuoso: Adolfito, ya sabemos, era un seductor incorregible. Silvina también, pero conservaba su sutileza, esa timidez o perfil bajo. María Moreno, que logró entrevistarla en 1975, cuenta cómo cayó rendida a los efluvios seductores de Silvina:

“En los años setenta, Silvina Ocampo no daba entrevistas. Pero se permitía coquetear por teléfono si escuchaba una voz joven. No se negaba de entrada. Imponía condiciones, con la seguridad de que no serían cumplidas. A mí me propuso un cuestionario que no hablara nada de literatura (…) La entrevisté: Silvina Ocampo se sentaba en forma de esvástica, usaba piloto dentro de la casa y salía a la calle sin cartera. Me enamoré de ella. (…) Me le declaré. Me preguntó qué quería decir exactamente o, mejor dicho, exactamente qué quería hacer. Yo no tenía idea. Ella sonrió y dijo: ‘Sufro del corazón’, ‘Yo soy más linda que Alejandra Pizarnik’, le contesté y me fui dando un portazo. (…) Volví. Ella me saludó como si nada hubiera pasado”.

La nota sigue y es imperdible. Silvina tiene respuestas y afirmaciones sorprendentes. Y una anécdota que la pinta de cuerpo y alma. Dice María Moreno: “Varias veces se quejó del éxito de Poldy Bird, a la que, sin embargo, apreciaba mucho porque la divertía; del de Silvina Bullrich, a la que quería por la misma razón. Dice Silvina Ocampo: – El otro día una mujer me paró por la calle y me dijo: Silvina, qué emoción encontrarla. Compro todos sus libros, todos. ¡Cómo me gustó Los burgueses! Acá justo tengo mi ejemplar, ¿me puede firmar un autógrafo? – Y usted que hizo? – Firmé: Silvina Bullrich”.

Los cuentos

Hombres, mujeres y niños ricos en equívocos risibles y terribles, traspiés, inocencias falseadas, perversas relaciones de poder que no excluyen algo del amor, la compasión en dosis limitadas, la risa descomunal y silenciosa de quien mira y narra. Así los cuentos de Silvina.

“Escribí durante mucho tiempo sin que se enteraran de que yo escribía, algo totalmente informal, libre, ni verso ni prosa – declaró una vez Silvina Ocampo – me parecía que no era apto para ser leído o mostrado, hasta que un buen día empecé a leérselo a alguien. Cuando me di cuenta de que eso conmovía, me lancé con una especie de dedicación, en lugar de ponerme a dibujar, me ponía a escribir, pero no había un lenguaje para eso”.

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En esa búsqueda de lenguaje permanente se basa su obra: si Viaje olvidado -su debut literario-, tiene 29 cuentos (algunos ciertamente muy breves), Autobiografía de Irene, el siguiente libro de Silvina (de 1948) tiene cinco relatos de largo aliento que llevan a la prosa por el sendero de la nouvelle. Silvina prueba, abre el juego narrativo, expande las fronteras de su propio narrar, y va a por más.

En 1959, publica La furia, en 1961, Las invitadas, Los días de la noche en 1970 y la lista continúa. Cuentos que profundizan el sentido de lo fantástico, de lo trágico también, exploran los límites de la amor en muchos casos, abundan en accidentes, muertes absurdas, giros inexplicables de lo cotidiano hacia zonas impregnadas de terror.

En efecto, estos cuentos producen la sensación de estar siempre frente a algo totalmente nuevo, extraño, cambiante, como si el lector (la lectora) estuviera frente a una escena de permanente metamorfosis.

–Uno de los temas favoritos en tu obra es el de las metamorfosis – arroja Hugo Beccacece en la entrevista citada.

–Sí, siempre me fascinaron – dice Silvina Ocampo. He leído muchas veces el libro de Ovidio sobre las metamorfosis. ¿No te parece maravilloso que una cosa cambie y se transforme en otra? Yo acepto esos cambios. Hay gente que los rechaza. Yo no. Me gusta ver cómo una cosa se hace otra; tiene algo de monstruoso y de mágico. Además, en la vida todos nos metamorfoseamos. ¡Qué palabra horrible! Cambian nuestras caras, nuestros sentimientos. En Mar del Plata, hace años, hice una escultura de arena muy hermosa. Era una mujer, de un estilo clásico. Me enamoré de esa escultura, sabía que el agua la iba a destruir en unas horas. Hubiera querido preservarla. Me gustaba tanto ver cómo la luz la transformaba. Era dorada por la mañana, casi blanca al mediodía, rosada al atardecer. Escribí un poema sobre ella, para que no desapareciera del todo. Pero no lo he publicado porque van a decir que el tema de la arena lo copié de Borges. Era él muy amigo mío y escribió tanto sobre cosas de arena. Pero mi poesía es anterior.

Un regalo que viene de repente

“Escribo más naturalmente en prosa que poesía. Me gusta más. La poesía es como una especie de regalo que viene de repente. Aunque no creo, como Borges, que existan temas que solo pueden ser para un cuento, otros para un poema. Autobiografía de Irene también la he escrito en verso”, dijo Silvina Ocampo según anotaciones de Marcelo Pichón Rivière para una entrevista que se publicaría en Confirmado en diciembre de 1975.

Esta misma falta de especificidad entre géneros y temas literarios impulsó a Silvina a escribir libros de poesía muy diversos entre sí y menos difundidos que sus cuentos. Poesía narrativa, exploratoria de una zona de nostalgia, poemas en los que fluyen los diálogos, las acciones, con personajes que vuelven y devuelven sus dichos y pasiones en métrica libre construida con firmeza.

La poesía de Silvina Ocampo es potente, musical, experimental también. Busca climas, imágenes y acciones. Busca y diseña su propia forma.

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En 1962, su libro Lo amargo por lo dulce gana el Premio Nacional de Poesía. Los libros de poesía alternan su aparición con los libros de cuentos: Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), Sonetos del jardín (1948), Poemas de amor desesperado (1949), Amarillo celeste (1972) y más. El oxímoron permanente de sus títulos invita, seduce, tienta a la lectura.

Muchos papeles y cuentos inéditos aparecieron después de su muerte. Y también un libro de poemas, Invenciones del recuerdo, en el que una vez más prueba esta tensión entre género y tema. Se trata de una autobiografía escrita en verso libre (publicado en 2006), donde podemos leer:

Solía dibujar caras

con lápices de colores o con tiza

en la glorieta,

en la pared de las casas,

en la tierra con una rama,

en un vidrio empañado con un dedo,

en un jabón con las uñas.

Sabía escribir la letra A mayúscula porque parecía una casita,

la s porque parecía un cisne,

la o porque parecía un huevo,

la i porque parecía un soldadito.

Pero dibujar una cara encerraba para ella

todas las letras.

Desde sus cuentos y sus versos, experimentos permanentes de la palabra, la forma y el color, Silvina sigue escribiendo en el silencio productivo y feliz de su intimidad.

Quién fue Silvina Ocampo

♦ Nació en Buenos Aires en 1903 y murió en esa misma ciudad en 1993.

♦ Inició su camino de creación como artista plástica y luego se consolidó como escritora.

♦ Junto a Adolfo Bioy Casares, su marido, y Jorge Luis Borges, su amigo, creó la Antología de la literatura fantástica.

♦ Entre sus libros se cuentan Viaje olvidado, Autobiografía de Irene, Poemas de amor desesperado y Las repeticiones.

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