La nueva novela de Veronica Roth, la joven escritora estadounidense detrás de Divergente, arranca con los resabios de la Delegación, un Gobierno totalitario que controló durante décadas a la población a través de la Clarividencia, un implante ocular que premiaba o castigaba sus acciones.
Diez años después de que un levantamiento condenara a toda la Delegación a cadena perpetua, liberan a Sonya Kantor, una de las detenidas, para que encuentre a una niña desaparecida. ¿El problema? Todos saben quién es Sonya. Ella era la cara visible del régimen fallido: la chica del poster.
En Poster girl, la autora de Insurgente, Leal y Las marcas de la muerte explora los recovecos más oscuros de la naturaleza humana así como los peligros de las nuevas tecnologías y la hipervigilancia del Estado, “una nueva realidad que todos aceptamos, tal vez, con demasiada facilidad”.
Con más de 40 millones de lectores y una saga llevada al cine que la convirtió en un fenómeno internacional, una Roth madura y refinada regresa con la historia de una mujer misteriosa que, mientras afronta sus propias complejidades, su investigación la llevará a bucear en su oscuro pasado familiar y a desenterrar varios secretos. ¿Hasta dónde será capaz de llegar para conseguirlo?
Así empieza “Poster girl”, de Veronica Roth
Cuando piensa en lo que hubo antes, se acuerda de la sesión de fotos. La mujer que maquilló a Sonya olía a lirio de los valles y a laca. Cuando se inclinaba para empolvarle las mejillas con colorete, o taparle una imperfección con un punto de corrector beige en el dedo, Sonya clavaba la mirada en las pecas que tenía en la clavícula. Cuando terminó, la mujer se embadurnó las manos con aceite y se las pasó a Sonya por el pelo para que le brillara.
Acto seguido, le acercó un espejo para que se viera, y los ojos de Sonya se posaron primero en el rostro de la mujer, semioculto por el cristal. Luego, en la aureola pálida de su Clarividencia, un círculo de luz en torno a su iris derecho que relució al reconocer la propia Clarividencia de Sonya.
Ahora, una década más tarde, trata de recordar su reflejo en aquel preciso instante, pero no es capaz de ver más que el producto final: el póster. En él, su joven rostro tiene la mirada fija en un horizonte invisible. Uno de los eslóganes de la Delegación la abraza desde arriba:
LO JUSTO
Y, debajo:
ES JUSTO
Recuerda el flash de la cámara, la mano del fotógrafo cuando le indicó hacia dónde mirar, la suave música de piano que sonaba de fondo. El presentimiento de estar en medio de algo importante.
Arranca un tomate cherry de la mata y lo echa en la cesta con los demás.
—Si las hojas se ponen amarillas es que las hemos regado demasiado — dice Nikhil, antes de escrutar con gesto ceñudo el libro que tiene en el regazo—. Espera..., o muy poco. Puf, ¿cuál será?
Te puede interesar: “Heartstopper” no para: cómo es pasar Navidad con trastornos alimenticios en la nueva novela de Nick y Charlie
Sonya se arrodilla sobre la grava de la azotea del Edificio 4, rodeada por los cajones de cultivo que había construido Nikhil. Cuando moría alguien del edificio, él se llevaba los muebles más maltrechos y los desmontaba, quitando clavos y tornillos, y recuperaba toda la madera posible. De ahí que los cajones de cultivo parecieran estar hechos de retales, con maderas de distintos colores y texturas; un listón de caoba pulida por aquí, un trozo de roble sin barnizar por allá.
Más allá de la azotea se extiende la ciudad, pero ella no le presta atención. Bien podría ser el fondo de una obra de teatro escolar, pintado sobre una sábana.
—Ya te he dicho que ese libro no vale para nada — dice ella—. La única forma de aprender a cuidar las plantas es a base de prueba y error.
—Puede que tengas razón.
Aquella es la última cosecha del año. Pronto limpiarán los cajones de cultivo de plantas muertas y los cubrirán con lonas para proteger la tierra. Luego, trasladarán todas las herramientas al cobertizo para que no se mojen y llevarán las macetas de menta al piso de Sonya para poder masticar las hojas durante el invierno. En enero, tras meses alimentándose solo de comida enlatada, no verán el momento de probar algo verde.
Él cierra el libro y Sonya recoge la cesta.
—Será mejor que nos pongamos en marcha — propone ella—. O no quedará nada que valga la pena.
Es sábado, día de mercado.
—Llevo dos meses vigilando esa radio rota y nadie le ha hecho ni caso. Allí seguirá.
—No te confíes. ¿Te acuerdas de que me pasé tres semanas detrás de un jersey y en el último momento me lo quitó el señor Nadir?
—Pero al final lo conseguiste.
—Porque el señor Nadir se murió.
Nikhil le guiña el ojo.
—Todo final es un principio.
Caminan juntos hacia la parte superior de la escalera, al ritmo de Nikhil, porque ya no tiene las rodillas para muchos trotes y les queda un largo descenso hacia el patio. Sonya coge un tomate de la cesta y se lo acerca a la nariz.
De niña jamás trabajó en los huertos. Aprendió todo lo que sabe ahora a base de fracasos y aburrimiento. Pero aún asocia el aroma dulzón y polvoriento con el verano, y recuerda la calima sobre la acera, y la tensión de las cuerdas de la raqueta de bádminton, y los tonos rojizos y púrpuras de la sangría de su madre, un capricho infrecuente.
—No te comas nuestros productos — le recrimina Nikhil.
—No iba a comérmelo.
Llegan al pie de la escalera y cruzan el patio, un espacio verde y descuidado donde los árboles se precipitan sobre el edificio que los contiene y arañan las ventanas de aquellos lo bastante afortunados como para disfrutar de las vistas. Sonya los envidia. Pueden engañarse. Hay otros, como ella, cuyas ventanas dan a la ciudad que hay más allá de la Abertura, que deben enfrentarse cada día al hecho de saberse encerrados. Tres pisos por debajo de la ventana de Sonya hay una concertina de alambre de espino y, enfrente, un colmado decadente en el que ofrecen cinco minutos con un par de prismáticos por un precio simbólico. Hace diez años que cubrió las ventanas con una sábana y no la ha descorrido desde entonces.
Arrodillada a un borde del camino del jardín se encuentra la señora Pritchard, con el pelo canoso recogido en un moño. Está arrancando un diente de león de raíz con la ayuda de una pala hecha con varias cucharas de cocina atadas entre sí. Tiene las manos descubiertas y la alianza le sigue reluciendo en el anular, aunque hace mucho que ejecutaron al señor Pritchard. Se apoya sobre los talones.
—Buenos días — saluda.
La Clarividencia del ojo derecho se le ilumina cuando establece contacto visual con Sonya, y de nuevo cuando mira a Nikhil; un recordatorio de que, aunque la Delegación haya caído, todavía puede haber alguien observándolos.
—¿Ya es día de mercado? — pregunta—. No sé en qué día vivo.
A pesar de estar de rodillas en la tierra, la señora Pritchard está impecable, con una camiseta sin arrugas metida por dentro de unos vaqueros. Le ha arreglado ropa a Sonya otras veces, después de que Lainey Newman muriera y se redistribuyeran sus posesiones en la Abertura.
—Buenos días — responde Nikhil.
—Buenos días — dice Sonya—. Sí, Nikhil quiere una radio rota, por alguna extraña razón.
—Una radio rota que Sonya arreglará — replica Nikhil.
—No tengo ni la menor idea sobre radios.
—Ya te las apañarás. Como siempre.
La señora Pritchard emite un quejido con los labios apretados, y dice:
—Esos tomates valen más que una radio. ¿Se puede saber qué esperas oír de...? — Hace un gesto hacia el muro exterior de la Abertura—. ¿De ahí fuera?
—Todavía no lo tengo claro — contesta él—. Supongo que lo descubriré cuando disponga de una radio.
Ella cambia de tema.
—¿Habéis hablado con los del Edificio 1 sobre las patrullas para la visita?
—Anna me ha asegurado que se encargan ellos.
—Porque no podemos permitirnos otro incidente como el de hace tres años.
—Por supuesto que no.
—No nos conviene que piensen que somos una panda de animales salvajes...
Quién es Veronica Roth
♦ Nació en Nueva York, Estados Unidos, en 1988.
♦ Es escritora, conocida por su bestseller Divergente y su secuela Insurgente.
♦ Ha ganado el reconocimiento de Goodreads al Libro Favorito de 2011 y a la mejor historia de Fantasía y Ciencia ficción para jóvenes adultos en 2012.
♦ También es autora de libros como Fuimos elegidos, Las marcas de la muerte y El fin y otros inicios.
Seguir leyendo: