Cuatro hipótesis sobre el bombardeo en Chile que lograron ocultarle hasta a Google: ¿error, traición o venganza?

El 11 de septiembre de 1973 las Fuerzas Armadas derrocaron al presidente Salvador Allende y atacaron La Moneda. El escritor chileno Juan Pablo Meneses asegura en “Una historia perdida” que hubo otro avión del que se habló mucho menos: el que apuntó al Hospital Militar de Santiago.

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El 11 de septiembre de
El 11 de septiembre de 1973 las bombas destruyeron la Casa de Moneda, en Santiago de Chile. Así se inició la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet.

¿Cualquier historia se puede contar? ¿De qué manera o por dónde o por qué surge el interés del lector (y la lectora) por un relato?

Estas preguntas (entre otras) son motivadas por la lectura de Una historia perdida (Tusquets) del chileno Juan Pablo Meneses, una novela que cuenta un detalle oculto en un hecho oscuro y terrible de la historia chilena reciente: el bombardeo del 11 de septiembre a la Casa de Gobierno en Santiago de Chile.

Una historia perdida pone el foco en un detalle hasta ahora oculto dentro de esa escena terrorífica: el 11S del 73 hubo un avión de los que sobrevolaron Santiago que no bombardeó La Moneda, sino que lanzó sus proyectiles contra un hospital militar de la ciudad. Un hecho real, del que hay testigos y recuerdos, y que sin embargo no se narra ni en la Historia de Chile, ni en los diarios, ni en ningún lado. Un suceso trágico y enigmático borrado del universo de los relatos.

Una historia perdida busca entonces la historia que quiere contar y construye un hecho real con las herramientas narrativas de la novela. El libro se instala en la pregunta (del lector, de la lectora): pero, ¿esto pasó de verdad? ¿Y cómo fue? ¿Y quién pilotaba la nave? ¿Y por qué, cómo, cuándo, dónde…? El periodista Juan Pablo Meneses, autor de la novela, investiga con todos los recursos de la crónica y narra desde la literatura. La historia atrapa, pero, ¿desde dónde? ¿Desde los hechos o desde la forma? ¿Desde la incógnita o bajo la promesa de resolución?

La historia perdida empieza con Pablo pequeño

El narrador, Pablo adulto, es un periodista chileno que vive fuera de su país desde hace alrededor de 20 años: ha emigrado de joven buscando historias, relatos, casos para contar y vender sus notas a diarios y revistas de Latinoamérica, de Chile especialmente, y también de España. Pablo es nómade por elección, adicto a la vida en hoteles y, como todo free lance, curioso, aventurero, osado. Ha tenido algunos amores profundos que han podido resistir o no a sus constantes migraciones. Pablo está viviendo en Nueva York cuando suena el teléfono para avisarle que su madre acaba de morir. Y entonces regresa a Chile y, sin querer, vuelve a un punto ciego de su propia historia. Y allí queda atrapado.

En Santiago, Pablo será tomado por una narrativa (im)posible, esa historia perdida, que tiene que ver con su propia infancia y también con la historia reciente y terrible de su país. Se queda en Santiago una semana, dos semanas, otra más y otra porque no puede salir del laberinto de recuerdos, pesquisas, nuevas búsquedas en que se ha metido. De eso se trata buscar y (no) encontrar la historia perdida. De eso se trata esta novela.

Un bombazo inicial

“Todos los hechos que vienen a continuación son reales y, aun así, este libro es una novela. La razón de esto se irá viendo más adelante, porque ahora mismo hay un ruido monstruoso de aviones de guerra volando muy bajo y que hace temblar los vidrios de la casa. Parece que el techo se fuera a partir por la mitad, y también el jardín, y la calle angosta. El motor del Hawker Hunter volando a baja altura brama como un dragón herido. El niño mira todo por la ventana. Afuera de la casa, su padre conversa con algunos vecinos del pasaje mientras miran el cielo, como tratando de reconocer a estos pajarracos metálicos. Parece un evento único, y más lúdico que terrorífico”, comienza la novela.

Salvador Allende se quitó la
Salvador Allende se quitó la vida en La Moneda ante el avance de la dictadura que recién irrumpía en su mandato democrático.

Entre lúdico y terrorífico este comienzo, con la curiosidad del niño Pablo operando –él quiere salir al jardín a mirar los aviones– y los gritos de la madre como disparos certeros: “¡No salgas a la calle, te va a caer una bomba!”. Y entonces el piso, el aire, las paredes de la casa se sacuden, los vidrios se rompen, hay gritos y todo retumba tan fuerte que Pablo despierta a otra vida, al tiempo de la memoria, a la serie de lo que queda grabado para siempre: el recuerdo de ese momento será su primer recuerdo, el trauma inicial, la pregunta-herida que lo acompañará soterradamente en su vida de cronista viajero y la escena que lo atornillará a su ciudad de origen cuando muera su madre.

Porque entonces Pablo descubre que ese grito, “¡No salgas!”, había signado su vida de viajero, su nomadismo estructural como contrapunto a la orden materna: de una ciudad a otra, de una historia a otra, de una novia a otra, de una pieza de hotel a otro aeropuerto, buscando qué, buscando a quién. La novela también cuenta la búsqueda de ese relato originario bajo la mirada -adulta ahora- de que algo raro, oscuro, borroso estaba pasando ese día en el cielo de su jardín en esa patria lejana y siempre actual que llamamos infancia.

Estrella distante

Pero aún hay más, porque ese bombazo particular, que hizo volar los vidrios de la casa de Pablo y que inauguró su memoria para siempre, dispara preguntas concretas: ¿fue una falla del aviador a cargo de Hawker Hunter de la cuadrilla de bombarderos, un error de cálculo en la mira? ¿o fue un acto de traición de la propia fuerza aérea? ¿O quizá fue una señal para otra acción futura? Y además: ¿quién fue el piloto que manejaba esa nave y apretó el botón que disparó la bomba que destruyó una buena parte del Hospital Militar, mientras sus compañeros cumplían con la misión asignada y bombardeaban La Moneda (y Allende se quitaba la vida, y todo el horror del mundo ocurría en ese país delgado y periférico)?

“El hospital que bombardearon quedaba a una cuadra de la casa de mis padres” – dice Juan Pablo Meneses, autor de la novela y cronista trotamundos, en una entrevista reciente a un diario de España: “Un día decidí investigar qué había pasado con ese bombardeo que yo tenía en la memoria y buscar los detalles de esa anécdota que yo repetía una y otra vez en mi vida. Para mi sorpresa, no existía: no había imágenes en Internet y habían logrado que Google se comiera ese sapo de que no hubo un bombardeo al propio hospital de la Fuerza Aérea por la Fuerza Aérea”. La novela instala un hecho real desde la ficción, un suceso que está a punto de cumplir 50 años y que toda la prensa y toda la historia de Chile ha borrado completamente de sus páginas.

Juan Pablo Meneses tras la
Juan Pablo Meneses tras la pista de un avión: allí está la trama de "Una historia perdida".

Pablo avanza en la pesquisa: entrevista testigos, viejos vecinos y a su propio padre. Busca en las Fuerzas Armadas, en archivos, contrata un ayudante, discute con su editora extranjera, va y viene con sus ex novias entre chats y desencuentros de mails. Finalmente tiene cuatro pistas que seguirá muy prolijamente: 1) el aviador puede haber sido un extranjero desconocedor del aspecto real de La Moneda; 2) el aviador puede haber sido un traidor a las Fuerza Aérea de Chile; 3) el aviador responsable del bombazo al Hospital Militar puede haber sido el hijo del comandante Gustavo Leigh, figura superior entonces de la Fuerza Aérea chilena o, por último, 4) el fatídico aviador fue un torpe que actuó por error.

Chile tiene además un uso poético y político de vuelos en escuadra, vuelos performáticos que cruzan poesía y danza aérea con cierto toque militar inquietante. De esta extraña relación cuenta la novela Estrella distante, de Roberto Bolaño, - que por supuesto está citada en Una historia perdida -, y hay además otras andanzas. Cuando Pablo entrevista a algún suboficial de la Fuerza Aérea aparece esta otra historia (también perdida), la de la acción de grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte) que en 1981 realizó una performance aérea con seis avionetas, volando en formación, desde las que se lanzaron 400.000 volantes, panfletos con mensajes acerca de la relación entre el arte y la sociedad.

“El poeta Zurita ha dicho, más de una vez, que se consiguieron los aviones entre amigos de amigos. Pero tirar poemas desde el aire, en 1981, cuando todavía se estaban tirando cuerpos al mar para hacerlos desaparecer, requería de un permiso especial de la Fuerza Aérea”, dice la novela. Tampoco se sabe quiénes fueron los pilotos de estos aviones poéticos. Agentes de inteligencia de la dictadura, arriesga la novela. Agentes de la dictadura a favor de una causa de poetas militantes. Lo cierto es que entre espías y espiados hay acuerdos que deben sembrarse para supervivencia de todos. Y aquí están esos secretos o nudos de la Historia (de los países) muy difíciles de desentrañar.

También en la novela aparece otra extraña escena del país vecino que cuenta cómo el día que dan de baja a los aviones que bombardearon La Moneda del 73, a fines de los 90, unos pilotos viejos, jubilados, se pusieron sus trajes de aviadores y volvieron a recorrer la ciudad. Los mismos que la bombardearon en los mismos aviones, haciendo bromas como triunfantes, o más que eso, con total impunidad. Escenas que abren nuevas preguntas, otras lógicas y tramas de una historia cercana pero extraña a la vez.

Esa preciada joya brillante

De aviones mortíferos y bombardeos a la democracia, la historia latinoamericana reciente es infelizmente pródiga. De este lado de la Cordillera, lo sabemos: bombardeo a Plaza de Mayo para derrocar un gobierno popular en el 55, vuelos de la muerte en la oscura década del 70/ 80.

Del otro lado de la Cordillera, la situación no es menos oscura pero el esclarecimiento, es decir, el advenimiento de la verdad (o una verdad nacida bajo acuerdos democráticos, es decir, una verdad con buena salud) no ha llegado todavía. En Chile no hubo juicios a los militares responsables de la dictadura pinochetista y Pinochet se retiró a partir de un plebiscito, aunque, en realidad, se quedó en el poder como jefe de las Fuerzas Armadas.

Pinochet encabezó una dictadura que
Pinochet encabezó una dictadura que nunca fue juzgada a través de los tribunales chilenos.

Los crímenes de lesa humanidad, las vejaciones a la población, los secuestros, las atrocidades de la dictadura chilena han quedado guardadas y ocultas como quien barre la mugre (mucha mugre en este caso) bajo la alfombra y tiende un manto de piedad y de silencio que, sin embargo, hace un ruido furioso, opaco y permanente. “En Chile no hay historia –dice Juan Pablo Meneses – hay versiones”.

Y, sin embargo, Meneses avanza por el camino de la verdad. Plantea hipótesis, sigue dudosas pistas, y así ilumina una zona de los hechos, una posibilidad, un camino de alivio para los lectores y, sobre todo, para el propio narrador que después de estar entrampado y aturdido por la obsesión de la historia, puede salir del laberinto, respirar aire fresco, volver a poner la mira en el futuro.

Porque Una historia perdida narra finalmente el problema de la verdad, que es un problema filosófico irresoluble: nunca sabremos con exactitud lo que pasó de verdad porque en todos los casos la verdad está mediada por la elección de las palabras que la cuentan, los puntos de vista, recuerdos, imágenes, traumas, olvidos, impresiones particulares.

Nunca sabremos la verdad, pero hay modos humanos y acordados de llegar a una verdad (imperfecta, pero la mejor de todas) y hacer Justicia. Y esto no ocurrió en Chile. Y en muchos otros casos y países. Y esto repercute en traumas, fantasmas, miedos, incertidumbres de la población. Como el del cronista Pablo, que fue, además, un niño bombardeado, es decir, que nació a la memoria de su vida a partir de un hecho drástico que lo marcará para siempre. De todo esto se trata la novela.

“Todas esas teorías que corren, y que no tienen ninguna base mínima real, el protagonista las va descartando científicamente. Para dar paso a la historia que solo corre por rumores y que hasta ahora nunca se ha publicado: que al piloto que bombardeó el hospital lo fusilaron por traición”, dijo el autor recientemente ante la publicación de su libro. Porque, después de todo, ¿qué es más importante, el final o el despliegue de la historia?

Como quien se acerca a tocar una estatuilla de sal o una pompa de jabón: el mero contacto con esa pieza maravillosa, la desarma. En este caso, la verdad o la resolución del enigma se deshace cuando se la toca y solo queda polvo, partículas de la historia, y cobra valor el recorrido que se ha hecho para llegar a ese momento.

Es decir, Pablo llega a una verdad, a un nombre, a un dato certero, pero en ese momento mismo, el brillo de la verdad se opaca, pierde sentido, y se ilumina otra zona de la historia. La resolución del enigma ya no es importante: un nombre u otro, qué más da, porque al final (o mejor dicho, desde el principio) cualquier resolución era igual de horrorosa: un traidor, un extranjero, un hijo en venganza de su padre, un error de cálculo.

Cuatro hipótesis igualmente espeluznantes. Y entonces la historia perdida se encuentra a sí misma en el valor de quien la narra, en el poder que tiene para iluminar la pregunta sostenida sobre la historia, la otra historia, la que se escribe con mayúsculas, la que finalmente es necesario iluminar.

Quién es Juan Pablo Meneses

♦ Nació en Santiago de Chile en 1969. Es escritor y cronista.

♦ Como periodistsa pasó por publicaciones como SoHo, Etiqueta Negra, Gatopardo, entre otras.

♦ Entre sus libros se cuentan La vida de una vaca, Una historia perdida y Sexo y poder, el extraño destape chileno.

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