A raíz de la decisión de algunas escuelas de restringir el acceso a ciertos libros, Ella Scott y Alyssa Hoy, dos adolescentes de Leander, Texas, han liderado un movimiento en defensa del derecho a elegir qué leer y cuándo. Frente a las prohibiciones de libros en instituciones académicas de su ciudad, fundaron el “Club de Lectura Prohibida”. A partir de allí, otros clubes de características similares han aparecido en el resto de los Estados Unidos.
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Según datos de la Asociación de Bibliotecas de EE. UU., en el año escolar 2021-2022, se emitieron más de 2,500 prohibiciones de libros en 32 estados. Texas lideró la lista con 801 prohibiciones, seguido de Florida y Pensilvania.
Las solicitudes de prohibición suelen involucrar obras que abordan temas de identidad racial y sexual, con más del 80% de los libros censurados incluyendo personajes LGBTQ+ o no blancos.
Uno de los libros afectados fue All Boys Aren’t Blue (No todos los chicos son azules) de George M. Johnson, una memoria sobre la experiencia de crecer como persona de color y queer. Johnson, en una entrevista con la radio pública estadounidense NPR, señaló: “Cada vez que escribes un libro en el que hablas sobre tu verdad, habrá personas que querrán silenciarla”.
El problema de la censura se extiende incluso a obras clásicas como Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, ganadora del Premio Pulitzer y publicada en 1960, que fue prohibida por los distritos escolares de Oklahoma y Carolina del Norte en 2021, a pesar de su relevancia en el análisis de la injusticia racial en EE. UU.
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Este fenómeno ha llevado a miles de estudiantes a levantar su voz y defender la libertad de elección. “Definitivamente, es desconcertante pensar que esto está sucediendo en un lugar como EE. UU., donde tenemos esta cultura de libertad”, comentó en su momento Ella Scott, de 17 años. “Vienen personas de diferentes grados y orígenes. Es genial escuchar las diversas conversaciones que surgen cuando hablamos de un tema que nos afecta a todos”, agregó Alyssa Hoy, también de 17 años, en conversación con la BBC.
En el estado de Missouri, dos estudiantes llevaron al distrito escolar de Wentzville a los tribunales por la eliminación de ocho libros considerados “obscenos”.
En Florida, el activista y poeta Adam Tritt creó la Fundación 451, que compra libros prohibidos y los distribuye en lugares públicos. “Hemos distribuido casi 3.000 de esos libros a niños y jóvenes, y mi sueño es recaudar más fondos para hacer lo mismo en todo el país”, señaló Tritt.
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La directora ejecutiva de PEN America, Suzanne Nossel, ha destacado la importancia de la participación de los jóvenes en este debate. “Están luchando. Puede que todavía sean demasiado jóvenes para votar y cambiar la ley, pero ya están luchando”.
Enfrentando la censura, Ella Scott y Alyssa Hoy afirman: “Está bien sentirse incómodo y no leer un libro. Pero quitárselo a todos los demás no es justo”.
La lucha contra la censura literaria en Estados Unidos es un testimonio de la determinación de los jóvenes para defender su derecho a leer y formar su propia opinión, incluso en tiempos de creciente polarización política. Esta generación está demostrando que el acceso a la diversidad de ideas es esencial para una sociedad verdaderamente libre.
Poco a poco, el fenómeno se va extendiendo a todo el país y cada vez más son los libros que han conseguido salir del listado de prohibidos para regresar libremente a las manos de los lectores. Quién diría que en 2023 estaríamos viviendo la ficción de Ray Bradbury. Ojalá no llegue el tiempo en que no solo esté prohibida la lectura, sino que también se le incinere como si se tratara de un virus que se expande, contagia y extermina.
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