¿Se puede estar solo en un lugar atestado de gente? Esa es una de las preguntas fundamentales de la obra del antropólogo francés Marc Augé, que falleció este 25 de julio a sus 87 años en Poitiers, Francia, la ciudad en la que había nacido en 1935.
El intelectual, que se especializaba en etnología, es recordado por acuñar dos términos que definieron su carrera. Por un lado, el de “sobremodernidad”, también conocida como “hipermodernidad”, que reflexiona sobre la identidad del individuo en función de su relación con los lugares cotidianos y la presencia de la tecnología.
“Esa es una de las grandes paradojas del presente: tenemos la posibilidad de una conexión ilimitada y las herramientas de las que disponemos al respecto son extraordinariamente potentes, pero a la vez la relación cara a cara tiende a desaparecer y con ella todo un repertorio de intercambio profundo. En este contexto de circulación de imágenes, donde además resulta crucial la relación con el otro para construir nuestra identidad, hay un trasfondo de soledad muy fuerte”, dijo en una entrevista con Télam en 2016.
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Pero tal vez el concepto más importante creado por Augé sea el de los “no lugares”, es decir, aquellos espacios de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como “lugares”, como una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado. Estos no lugares fallan a la hora de aportar a la identidad porque no es fácil interiorizar sus aspectos o componentes, por lo que en ellos la relación o comunicación es más artificial.
A continuación, un fragmento del comienzo de Los no lugares. Espacios del anonimato, el libro que definió su carrera.
Así empieza “Los no lugares”
Antes de buscar su auto, Juan Pérez decidió retirar un poco de dinero del cajero automático. El aparato aceptó su tarjeta y lo autorizó a retirar mil ochocientos francos. Juan Pérez apretó el botón 1800. El aparato le pidió un minuto de paciencia, luego le entregó la suma convenida y le recordó no olvidarse la tarjeta. “Gracias por su visita”, concluyó, mientras Juan Pérez ordenaba los billetes en su cartera.
El trayecto fue fácil: el viaje a París por la autopista A1 no presenta problemas un domingo por la mañana. No tuvo que esperar en la entrada, pagó con su tarjeta de crédito el peaje de Dourdan, rodeó París por el periférico y llegó á aeropuerto de Roissy por la A1.
Estacionó en el segundo subsuelo (sección J), deslizó su tarjeta de estacionamiento en la billetera, luego se apresuró para ir a registrarse a las ventanillas de Air France. Con alivio, se sacó de encima la valija (veinte kilos exactos) y entregó su boleto a la azafata al tiempo que le pidió un asiento para fumadores del lado del pasillo. Sonriente y silenciosa, ella asintió con la cabeza, después de haber verificado en el ordenador, luego le devolvió el boleto y la tarjeta de embarque. “Embarque por la puerta B a las 18 horas”, precisó.
El hombre se presentó con anticipación al control policial para hacer algunas compras en el duty-free. Compró una botella de cognac (un recuerdo de Francia para sus clientes asiáticos) y una caja de cigarros (para consumo personal). Guardó con cuidado la factura junto con la tarjeta de crédito.
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Durante un momento recorrió con la mirada los escaparates lujosos —joyas, ropas, perfumes—, se detuvo en la librería, hojeó algunas revistas antes de elegir un libro fácil —viajes, aventuras, espionaje— y luego continuó su paseo sin ninguna impaciencia.
Saboreaba la impresión de libertad que le daban a la vez el hecho de haberse liberado del equipaje y, más íntimamente, la certeza de que sólo había que esperar el desarrollo de los acontecimientos ahora que se había puesto “en regla”, que ya había guardado la tarjeta de embarque y había declarado su identidad “¡Es nuestro, Roissy!”
¿Acaso hoy en los lugares superpoblados no era donde se cruzaban, ignorándose, miles de itinerarios individuales en los que subsistía algo del incierto encanto de los solares, de los terrenos baldíos y de las obras en construcción, de los andenes y de las salas de espera en donde los pasos se pierden, el encanto de todos los lugares de la casualidad y del encuentro en donde se puede experimentar furtivamente la posibilidad sostenida de la aventura, el sentimiento de que no queda más que “ver venir”?
El embarque se realizó sin inconvenientes. Los pasajeros cuya tarjeta de embarque llevaba la letra Z fueron invitados a presentarse en último término, y Juan asistió bastante divertido al ligero e inútil amontonamiento de los X y los Y a la salida de la sala.
Mientras esperaba el despegue y la distribución de los diarios, hojeó la revista de la compañía e imaginó, siguiéndolo con el dedo, el itinerario posible del viaje: Heraklion, Larnaca, Beirut, Dharan, Doubai, Bombay, Bangkok, más de nueve mil kilómetros en un abrir y cerrar de ojos y algunos nombres que daban que hablar cada tanto en la actualidad periodística.
Echó un vistazo a la tarifa de a bordo sin impuestos (duty-free price list), verificó que se aceptaban tarjetas de crédito en los vuelos transcontinentales, leyó con satisfacción las ventajas que presentaba la clase business, de la que podía gozar gracias a la inteligencia y generosidad de la firma para la que trabajaba (“En Charles de Gaulle 2 y en Nueva York, los salones Le Club le permiten distenderse, telefonear, enviar fax o utilizar un Minitel... Además de una recepción personalizada y de una atención constante, el nuevo asiento Espacio 2000 con el que están equipados los vuelos transcontinentales tiene un diseño más amplio, con un respaldo y un apoyacabezas regulables separadamente...”).
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Prestó alguna atención a los comandos con sistema digital de su asiento Espacio 2000, luego volvió a sumergirse en los anuncios de la revista y admiró el perfil aerodinámico de unas camionetas nuevas, algunas fotos de grandes hoteles de una cadena internacional, un poco pomposamente presentados como “los lugares de la civilización” (El Mammounia de Marrakech “que fue un palacio antes de ser un palace hotel”, el Metropol de Bruselas “donde siguen muy vivos los esplendores del siglo XIX”).
Luego dio con la publicidad de un auto que tenía el mismo nombre de su asiento: Renault Espacio: “Un día, la necesidad de espacio se hace sentir... Nos asalta de repente. Después, ya no nos abandona. El irresistible deseo de tener un espacio propio. Un espacio móvil que nos llevara lejos. Nada haría falta; todo estaría a mano...” En una palabra, como en el avión. “El espacio ya está en usted... Nunca se ha estado tan bien sobre la Tierra como en el Espacio”, concluía graciosamente el anuncio publicitario.
Ya despegaban. Hojeó más rápidamente el resto, deteniéndose unos segundos en un artículo sobre “el hipopótamo, señor del río”, que comenzaba con una evocación de África, “cuna de las leyendas” y “continente de la magia y de los sortilegios”, y echó un vistazo a una crónica sobre Bolonia (“En cualquier parte se puede estar enamorado, pero en Bolonia uno se enamora de la ciudad”).
Un anuncio publicitario en inglés de un videomovie japonés retuvo un instante su atención (Vivid colors, vibrant sound and non-stop action. Make them yours forever) por el brillo de los colores. Un estribillo de Trenet le acudía a menudo a la mente desde que, a media tarde, lo había oído por la radio en la autopista, y se dijo que la alusión a la “foto, vieja foto de mi juventud” no tendría, dentro de poco, sentido alguno para las generaciones futuras. Los colores del presente para siempre: la cámara congelador. Un anuncio publicitario de la tarjeta Visa terminó de tranquilizarlo (“Aceptada en Doubai y en cualquier lugar adonde viaje. Viaje confiado con su tarjeta Visa”).
Miró distraídamente algunos comentarios de libros y se detuvo un momento, por interés profesional, en el que reseñaba una obra titulada Euromarketing: “La homogeneización de las necesidades y de los comportamientos de consumo forma parte de las fuertes tendencias que caracterizan el nuevo ambiente internacional de la empresa... A partir del examen de la incidencia del fenómeno de globalización en la empresa europea, sobre la validez y el contenido de un euromarketing y sobre las evoluciones posibles del marketing internacional, se debaten una gran cantidad de problemas”. Para terminar, el comentario mencionaba “las condiciones propicias para el desarrollo de un mix lo más estandarizado posible” y “la arquitectura de una comunicación europea”.
Un poco soñoliento, Juan Pérez dejó la revista. La inscripción Fasten seat belt se había apagado. Se ajustó los auriculares, sintonizó el canal 5 y se dejó invadir por el adagio del concierto N°1 en do mayor de Joseph Haydn. Durante algunas horas (el tiempo necesario para sobrevolar el Mediterráneo, el mar de Arabia y el golfo de Bengala), estaría por fin solo.
Quién fue Marc Augé
♦ Nació en Poitiers, Francia, en 1935, donde falleció en 2023.
♦ Fue antropólogo especializado en etnología, escritor y docente.
♦ Acuñó los conceptos de “no lugar” y “sobremodernidad”.
♦ Escribió libros como El viajero subterráneo:un etnólogo en el metro, Los no lugares, Futuro, Por una antropología de la movilidad, Dios como objeto y Diario de guerra: El mundo después del 11 de septiembre.
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