El mundo es otro desde que John Waters empezó a filmar hace ya seis décadas. Lejos quedaron los tiempos en los que al director de películas como Hairspray, Cry-Baby y Pink Flamingos le censuraban su arte o lo amenazaban con años de cárcel por pasarse de la raya. Con 77 años, el transgresor y multifacético artista estadounidense conocido como el profano “papa del trash” se transformó, a pura fuerza de talento, gracia e inmundicia, en alguien respetable.
En la actualidad, Waters tiene su propia estrella en el Paseo de la Fama de Hollwood, es un autor bestseller del New York Times, es homenajeado por el Museo de la Academia de Artes y los originales de sus películas más escandalosas, antes prohibidas, descansan en el MoMA. ¿Qué pasó en el medio? ¿Cambió su obra, su público o el mundo en general? ¿Dejó de existir la censura conservadora que en los 70s le pisaba los talones o simplemente se transformó?
“Hoy por hoy, la censura parece venir de la izquierda más que de la derecha. Ellos se dieron por vencidos conmigo, no les intereso. Pero parece que los progresistas de ahora tienen más reglas que las que tenían mis padres conservadores. De todos modos, ¡a mí nunca me cancelan!”, dice Waters desde Provincetown, Massachussetts, donde pasa todos sus veranos hace 69 años.
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En una charla telefónica con Infobae Leamos, Waters habló sobre Mentirosa, su primera novela recientemente publicada por Caja Negra, a la que llamó “la cosa más loca que escribí desde Pink Flamingos” (esa película en la que Divine, su actriz fetiche, come caca de perro). Además, la importancia del humor, el hartazgo ante la corrección política, por qué ya no quiere ser un outsider, cómo llegó a tener un baño a su nombre en un prestigioso museo y por qué cree que “mató” a su lectora de sensibilidad.
-Me gustaría arrancar esta entrevista como se arranca una sesión de sexo telefónico: ¿qué tenés puesto?
-Hoy no estoy disfrazado de mí mismo. Solo llevo una remera y unos calzoncillos, ¡pero de los buenos! Es por eso que no hago un Zoom. Soy de los que creen que ningún hombre de más de 50 años debería salir de su casa en remera. ¡Ni siquiera Bruce Springsteen!
-¿Estás en tu casa en Baltimore?
-No. Estoy en la punta del Cape Cod en una colonia rara de artistas, un pueblo gay de pescadores bastante remoto y bohemio al que vengo todos los veranos a hacer exactamente lo mismo: trabajar. No son vacaciones, pero me gusta trabajar en un lugar al que todos vienen a descansar.
-¿Cómo viene tu semana de trabajo? ¿Estás con algún proyecto en particular?
-Estoy escribiendo mi nueva rutina de comedia, con la que me presento 40 veces al año. Vengo de organizar un enorme festival punk y de conducir la convención anual de Mensa, la asociación internacional de superdotados, lo cual es un poco irónico si se tiene en cuenta que me echaron de todas las escuelas a las que fui.
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-Descansar no es una opción, ¿no?
-Tengo 77 pero mis padres vivieron hasta los 90. ¡Nunca estuve tan ocupado en mi vida! Tengo mi show de comedia, la gira navideña, el Campamento John Waters y las Pascuas John Waters. Soy un chico atareado. Siempre supe que si alguna vez paraba de trabajar sería solo por caerme muerto. Si eso sucede en público, sepan que tienen permiso para sacar una foto. Y si me desentierran después de muerto para ejercer la necrofilia conmigo, por favor, solo oral. ¡Nada de anal!
-No exagero cuando digo que Mentirosa es el libro que más me hizo reír en mi vida. ¿Qué importancia tiene para vos el humor, tanto en tu trabajo como en tu día a día?
-Es lo más importante del mundo. El humor nos hace enamorarnos; con el humor captás la atención de la gente y también cambiás sus mentes. El humor hace que te escuchen. Y siempre, ¡siempre!, el humor es político. Desde chico amé el humor filoso, ese que te pone nervioso justo después de reírte. Pero no me considero malo ni ofensivo. Me burlo de las cosas que amo. Estoy fascinado por la gente que se cree normal pero están totalmente locos, y creo que Marsha Sprinkle, la protagonista de Mentirosa, es el ejemplo perfecto.
-Esta es tu primera novela, pero no tu primer libro. ¿Por qué ahora?
-Siempre me gustó un buen reto. Así como recorrí Estados Unidos a dedo a los 66 o como decidí tomar ácido por primera vez a los 70… así es que terminé escribiendo mi primera novela. Solo para ver si podría.
-¿Te gustó el formato? ¿Podemos esperar otra novela tuya en un futuro?
-Tengo otra novela en ciernes. Mi agente me pidió que se la comentara a mi editor pero le dije que no porque debería ponerme a hacerla de inmediato y ahora no puedo tener eso en la cabeza. Primero tengo que terminar otros 50 proyectos que tengo encaminados.
-¿Hay alguna otra cosa que te gustaría hacer por primera vez?
-¿Sabés qué me gustaría probar que nunca hice? ¡Un show de contorsionismo!
Mentirosa cuenta la historia de Marsha Sprinkle, tal vez uno de los personajes más raros -y eso es decir mucho- del universo de John Waters. Ella es una mujer de mediana edad que se dedica a robar valijas en aeropuertos y a la que no le gustan el sexo ni la comida. Nunca permitió que nadie la penetrara, pero un accidente con su primer y único marido, adicto al anilingus o beso negro, la llevó a quedar embarazada, cosa que le generó un rencor tanto hacia él como hacia su hija. Y Marsha, una profesional del robo, la estafa y la delincuencia, está dispuesta a todo para lograr su objetivo: matarlos a ambos.
Pero, si Marsha es una Virgen María versión villana, su hija Poppy, de inmaculada concepción, vendría a ser una carismática profeta profana, una especie de Jesús cuyos apóstoles son un culto de saltarines adictos a las camas elásticas que no toleran la quietud. Y eso es solo el comienzo.
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A lo largo de la novela, Marsha cruzará la Costa Este de Estados Unidos en autos, limusinas, colectivos, aviones y ambulancias huyendo de la policía, pero también de su hija y su séquito de saltarines, que buscan vengarse de ella después de que les robara todos sus ahorros. Así, madre e hija se perseguirán la una a la otra en un sinfín de escenas irreverentes, escatológicas y políticamente incorrectas, en las antípodas de la romantización de la maternidad y la sororidad entre mujeres.
-¿Estás al tanto de los lectores de sensibilidad, la nueva moda de las grandes editoriales que buscan suprimir el lenguaje potencialmente ofensivo en sus libros, tanto nuevos como en grandes clásicos?
-Cuando entregué el original de Mentirosa, mi editor me dijo que necesitábamos una lectora de sensibilidad. “Genial, ya empezamos...”, pensé. Contrató a una gran editora que conocía pero ella nunca nos volvió a llamar. ¡Creo que la maté!
-¿¡La mataste!?
-Renunció, se retiró o se murió. Tal vez le dio un paro cardíaco después de leerla. Lo único que sabemos es que nunca más nos contestó. Así que publicamos el libro y ya, ¿qué más podíamos hacer? Y sorprendentemente tuvo reseñas impecables, incluso muchas escritas por mujeres.
-¿A qué se debe la sorpresa?
-Cuando terminé el libro pensé: esto puede salir o muy bien o muy mal. Es la cosa más loca que escribí desde Pink Flamingos. Pero creo que la corrección política llegó a su punto cúlmine. La gente se está cansando un poco. Creo que tenemos que elegir nuestras batallas. Si querés ganar una elección, no podés enfrascarte en luchar contra los bastones de caramelo en Navidad porque representan el empobrecimiento de los pastores. ¡Dejen que los niños coman sus bastones de caramelo!
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-Hablando de niños, ¿cómo te llevás con las nuevas generaciones?
-Las personas que hoy en día vienen a ver mis shows son en su mayoría niños. Cuando estuve en París, la edad promedio del público era 20 años. ¡Ni siquiera habían nacido cuando estrené mi última película! Pero no hay mejor halago que ver que la gente joven sigue eligiendo mis películas. Y, además, ellos idearon una nueva revolución que logró incomodar tanto a la izquierda como a la derecha: la revolución trans. Bien por ellos. ¡Ahora todas las personas que me cruzo son trans! Tal vez yo sea el único que queda. ¿Seré una mujer? ¡No lo creo! Espero que no…
-Tus películas siempre fueron un bestiario de criaturas raras y marginales, cada uno con sus propias reglas. ¿Te seguís considerando un outsider?
-¡Ya no! Todos quieren ser un outsider. Tanto Trump como Obama se consideran outsiders, y yo siempre quise ser lo que el resto no quiere ser. Hoy en día quiero ser un insider, así puedo causar más problemas y cambiar realmente las cosas desde adentro.
-¿Creíste en tus comienzos que terminarías alcanzando este tipo de éxito masivo y mundial?
-No pensé que lo haría pero tampoco pensé que no lo haría. Soy ambicioso y siempre creí que nada es imposible. Todo gracias a mis padres. Incluso cuando lo que hacía les horrorizaba, me apoyaron sin importar qué.
-¿Sentís algún tipo de nostalgia con respecto al pasado, a tus comienzos?
-El pasado me sorprende, me entretiene, pero no me gusta mirar mis películas viejas. No lo hago hace mucho tiempo. Voy para adelante. Siempre estoy pensando en mi próximo proyecto. Me enorgullezco de mi pasado, pero no confío en esos que dicen “ay, antes la pasábamos mejor…”. ¡Mentira! No la pasábamos mejor, solo sos un viejo pedorro.
-¿Y con respecto al cine? Tu última película se estrenó hace casi 20 años.
-Estuve preparando la adaptación cinematográfica de Mentirosa pero tampoco es que en estos últimos años estuve alejado del cine. Me pagaron por escribir cuatro o cinco películas que nunca se hicieron, solo que no puedo hablar de esto por el actual paro de escritores en Hollywood. ¡Son muy estrictos con eso!
-Hablemos del futuro, entonces. ¿Hay algo a lo que le tengas miedo?
-¡Pero claro! Salud, salud, salud. Es imposible no pensar en eso cuando tenés 77 y todos tus viejos amigos están teniendo problemas de salud. Por suerte estoy bien, toco madera. No pruebo un cigarrillo hace 7496 días. Lo anoto a diario. Eso es lo único de lo que me arrepiento.
-¿Por qué?
-Porque me encanta, pero nadie se salva del cáncer. Entre todas las mentiras que te dice el gobierno esa es la única verdad.
-Hace poco le cediste tu colección de arte al Museo de Baltimore para que la conserve después de tu muerte. ¿A qué se debió la decisión?
-En realidad solo teníamos pensada una exposición, pero después me ofrecieron ser parte de la junta directiva del museo, así que les cedí mi enorme colección de obras con una sola condición: que inauguraran un baño a mi nombre. El Baño John Waters. Es inclusivo para todos los sexos. Y los cubículos son amplios y privados porque ya sabemos: ¡alrededor de un inodoro puede pasar cualquier cosa!
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-¿Hay algo más que quieras agregar sobre Mentirosa?
-Solo espero que la traducción sea buena y, claro, que disfruten de reírse de una mujer con la que sería imposible pasar tiempo en la vida real, pero de la que en el libro uno no se cansa nunca. Aunque, ojo, Marsha va a aprovechar cada risa para robarte algo del bolsillo así que, lectores, ¡cuiden sus valijas y sus billeteras!
Así empieza “Mentirosa”, de John Waters
No hay día que pase sin que Marsha Sprinkle se alegre de ser una trabajadora independiente. Ella es su propia jefa y así debería continuar por siempre. No se imagina con un típico horario de oficina, marcando sus entradas y salidas, ni pagando impuestos. Le resulta imposible verse congeniando con compañeros de trabajo a menos que pudiese dominar cada uno de sus movimientos.
Marsha es mejor que los demás y lo sabe. Mejor y más inteligente. Es portadora de un tipo de inteligencia diferente a la basura que intentaron inculcarle en la escuela; sabe cosas importantes como poner en su lugar a la gente que piensa que puede dirigirse a ella antes de que ella lo haga primero. Esa gente que hace contacto visual sin pedir permiso, como si fuera un derecho divino invadir su privacidad. En el fondo Marsha siente que las demás personas son… bueno, demasiado mundanas. Comunes. Ninguna tiene derecho a conocerla.
Es consciente de que todavía luce bien. Sus cuarenta años no han disminuido su magnetismo sexual. Algo que la tiene sin cuidado excepto cuando surge la oportunidad de utilizar su atractivo para castigar. Para atrapar. Para esclavizar hombres ilusos que creen que algún día la penetrarán. Que empujarán sus miembros repugnantes dentro de alguno de los orificios por encima o debajo de la cintura de Marsha. En especial su boca, la cavidad oral que se niega a emplear para decir la verdad a menos que sea de manera susurrada y para ella misma.
Marsha se opone siquiera a pensar en el sexo, todos esos gemidos y empujones y montadas con otro ser humano. El sudor, la saliva, ¿para qué? Eso es lo que ella quiere saber, ¡¿para qué?!
Ah, ella sabe exactamente cómo comportarse: confiar en sus tetas naturales y mover su culo todavía redondo de manera despreocupada mientras ignora las miradas lascivas de los hombres, solo para frustrar y torturar a esos bastardos sin cerebro que por un segundo piensan en la posibilidad de invadir sus entrañas. Hombres imbéciles como Daryl Hotchkins, su cómplice, su falso chofer, su esclavo sexual que aceptó trabajar bajo su mando a cambio de tener sexo con ella un día al año. Sí. Solo un día. Cada 365 días y ni uno menos, algo que Marsha se encargó de hacerle entender. Dividan toda esa lujuria en horas y seguro obtendrán un salario mínimo; y así y todo Marsha siente que le paga demasiado.
Ha sido un largo recorrido hacia la vagina de Marsha Sprinkle, pero hoy, martes 19 de noviembre de 2019, es ese día luego de la espera de todo un año. Daryl no lo sabe aún, pero habrá un desvío en el camino a recolectar su paga. Una calle sin salida. Marsha Sprinkle no es el calendario tachado de ningún hombre.
Pero primero lo primero. Este es un día laboral y ella necesita concentración. Siempre se ha sentido a salvo en cada una de esas McMansiones producidas en masa que han ocupado ilegalmente. No le gusta la palabra “okupa”, tan de indigente, de crisis habitacional.
Daryl sabe cómo engañar a los vecinos mostrándoles títulos falsos de propiedad y armando conexiones eléctricas clandestinas para que estos pueblerinos paguen no solo su propia cuenta de electricidad, sino también la suya y de Marsha. En realidad, no están okupando, se han hecho cargo de una casa que nadie más podría controlar.
A Marsha le agrada lo impersonal del diseño de interiores de estos “castillos para principiantes”, tal como le oyó decir a una agente inmobiliaria una vez. Necesita habitaciones desocupadas alrededor de aquellas que se digna a habitar, espacios vacíos que jamás atravesará pero que exige que estén allí, como existencias tristes que no se beneficiarán con su presencia. Y por supuesto, el resto de las otras innumerables habitaciones en suite son los vertederos ideales para la treintena de valijas revueltas que ella y Daryl roban de las cintas de equipaje del Aeropuerto Internacional de Baltimore/Washington.
Los techos ridículamente en cúpula proveen a Marsha del respeto espacial necesario para sentirse unida a la arrogancia vacía de la casa. Rica pero desposeída, elegante pero no para aquellas personas nacidas en cuna de oro: un estilo que nadie podría llamar propio.
Los muebles caros y enormes allí abandonados no lograron incentivar a posibles compradores de este elefante blanco inmobiliario, y eso no le molesta en absoluto. No eran competencia para Marsha. Jamás permitirá que los sillones de terciopelo, las mesas espejadas neoclásicas o los ridículos candelabros mediterráneos olviden quién manda en la casa.
Marsha es idéntica a esas mansiones: demasiado grande para la tierra debajo suyo, y con una actitud provocadora respecto de la naturaleza y el entorno capaz de desafiar a cualquier persona a entrar… dentro suyo.
Marsha detesta lo viejo. Las antigüedades, lo vintage, los objetos de colección. Para ella todo eso está sucio. Usado. Manchado con los fluidos de otra gente; lágrimas infantiles, esperma ocasional, mocos fuera de lugar, comida que nadie pidió. Aquí, en cambio, nada huele. Los olores son una invasión no solicitada de su superioridad, una interrupción de su vida de concentración. Jamás usó un desodorante en su vida. ¿Por qué lo haría? Sus axilas huelen a nada. A nada de nada.
Las paredes están desnudas. Recién pintadas; a juzgar por la ausencia de marcas alrededor de los cuadros que quitó tan pronto entró a la casa. ¿Qué clase de artista patético se atrevería a arruinar su existencia perfecta con cualquier tipo de distracción? La brisa circulante del aire acondicionado sigue programada a quince grados a pesar de la mañana fresca de otoño.
Marsha vive acalorada, aunque no hay un gramo de más en su cuerpo esbelto. Nunca tiene hambre. Eso demostraría debilidad. Sabe que necesita combustible, o ¿por qué piensan que inventaron las galletas saladas? Eso es lo único que come. Nada de las marcas baratas, como Ritz. Solo las buenas. Las que venden en Eddie’s, en la calle Charles, o en Graul’s, en Ruxton. Importadas. Se descomponen rápida y silenciosamente en su cuerpo. Entran y salen, en forma de pequeñas bolitas que no dejan marcas ni suciedad. Tiene el hábito de tirar varias veces la cadena del inodoro a lo largo del día para que el agua sea lo suficientemente cristalina para recibir sus eliminaciones regulares, pero tan escasas, con la bienvenida higiénica adecuada.
A Daryl siempre le asigna el dormitorio más alejado del suyo. Allí él puede tomar una ducha helada tras otra mientras espera, día a día, consumar la lujuria que Marsha sabe que él siente por ella. Está de buen humor esta mañana, idealizando su supuesto día de pago. Él no necesita mucho, solo robar y tener acceso a la “cueva loca” de Marsha, tal como bautizó vulgarmente a sus partes privadas. Y bueno, ¿qué esperan?, es un hombre del área de Erie Canal en Nueva York.
Es cierto que Marsha también proviene de un barrio trabajador de Baltimore (llamado Dutch Village), aunque esas “casas bonitas” que alardeaban puertas corredizas de vidrio y una piscina no son en sus ojos más que McPocilgas que dejó atrás para siempre. Tal vez sea una criminal, pero es una con clase; toda una mente maestra, si se lo están preguntando.
Daryl es un simple ladrón y de no ser por las “acciones” planeadas por Marsha estaría en la calle, donde terminará hoy de todas formas. De licencia hasta nuevo aviso. Despedido. Como quieran llamarlo. Daryl no es un tipo feo. Marsha comprende que a algunos mortales más débiles les podría parecer atractiva su contextura de pueblerino treintañero y su largo cabello castaño que a menudo esconde debajo de una gorra de chofer.
Si bien escuchó a una que otra mujer comentar “qué lindo culito tiene”, lo que sea que eso signifique, su actitud engreída basta para producirle arcadas. Lo ha visto abotonarse la camisa sobre su pecho de nadador, al mismo tiempo escuálido y musculoso, y es cierto que tiene un abdomen chato con un sendero de vellos castaños que sube hasta unos pezones siempre erectos.
Sin embargo, lo único que ella ve allí es una pista de aterrizaje para los pequeños y repugnantes espermatozoides que disfrutarían trepar dentro suyo y embarazarla. Pero eso no volverá a suceder. No, ya dio a luz una vez y desde entonces ha estado pagando las consecuencias.
Es probable que Daryl piense que invadirá su cuerpo con una erección cargada de futuros niños con cólicos y retrasos mentales, pero todo eso acabará pronto. Y no de la manera sexual que él cree.
Quién es John Waters
♦ Nació en Baltimore, Estados Unidos, en 1946.
♦ Es director de cine, actor, escritor y fotógrafo.
♦ Dirigió películas como Hairspray, Pink Flamingos, Cry-Baby, Polyester y A Dirty Shame.
♦ Escribió los libros Mentirosa, Consejos de un sabelotodo, Carsick y Mis modelos de conducta.
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