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Me preguntaba qué está pasando con los cuentos clásicos, los cuentos de hadas. ¿Nos animamos, en tiempos de cancelación y cuidado de cada sílaba, a meternos con historias donde los niños sufren mucho pero también pueden tirar a la madrastra al horno? ¿Podemos leerles a nuestros nenes relatos en los que corren peligro por salir de sus casas -mensaje: el mundo es riesgoso- o quedan congelados durante años hasta que un beso los salve? (De hecho, hace un par de años surgieron críticas porque el beso de Blancanieves “no fue consensuado”.)
Hace casi 50 años —en 1976— el psicoanalista vienés Bruno Bettelheim publicó Psicoanálisis de los cuentos de hadas, un libro en el que postulaba que esos cuentos de madrastras, hechizos y enanos en realidad hablaban de nuestro inconsciente y ayudaban a transitar distintas instancias evolutivas. Decía que es por eso que siguen funcionando, gustando, emocionando.
Bettelheim reconoce que estos cuentos, en un nivel manifiesto, ayudan poco a adaptarse a la vida moderna. Claro: fueron creados mucho antes. Pero que con ellos sí se puede aprender de los problemas internos de cualquier ser humano. Y, postula, “sobre las soluciones correctas a sus dificultades en cualquier sociedad”. Habla de cosas a veces inconfesables.
¿Y si la mamá buena y la madrastra mala son la misma en distintos momentos? La mamá real a la que amamos, la mamá real a la que podemos odiar. La mamá que nos mima, la mamá que nos maltrata. Separadas en dos, en el cuento, es más fácil ver quemarse a la bruja y correr a los brazos de la tierna. Algo que es más duro admitir cuando nos pasa en el interior.
Los chicos, ¿se pierden en el bosque o son abandonados? ¿No es ese, el abandono, un miedo infantil? La abuela buena ¿se vuelve ogro cuando se enoja? ¿Se la habrá comido el lobo?
“Actualmente, como en otros tiempos, la tarea más importante y, al mismo tiempo, la más difícil en la educación de un niño es la de ayudarle a encontrar sentido en la vida. Se necesitan numerosas experiencias durante el crecimiento para alcanzar este sentido”, escribe Bettelheim. Por eso trabaja con estos relatos que ¿ayudan a hacerlo, por más que no siempre nos guste lo que haya que ver?
Hay sexo, hay miedo, hay paso a la pubertad, hay etapa edípica en el análisis de Bettelheim. Si estos cuentos perduran a través del tiempo, dice, es porque se meten con nosotros con una profundidad que muchos cuidados cuentos contemporáneos tal vez no tengan.
El caso Bettelheim
Bettelheim nació en 1903 y murió en 1990. Por judío, pasó por los campos de concentración nazis de Dachau y de Buchenwald entre 1938 y 1939. En 1941 llegó a Estados Unidos y trabajó con niños autistas: entendía que algo en el comportamiento de las madres —o de su dificultad para vincularse con sus hijos— causaba el autismo, por eso en su institución separaban a las madres de sus hijos. Estas teorías fueron criticadas y desechadas. Y, a su muerte, aparecieron acusaciones de abusos físicos y sexuales sobre sus pacientes. Una paciente, Alida Jatich, dijo que una vez la había arrastrado desnuda desde la ducha y la había abofeteado delante de sus compañeros. Y otro, Ronald Angres, contó que “vivía aterrorizada por sus palizas, por sus pasos en el dormitorio”.
Salieron defenderlo principalmente quienes habían trabajado con él. En un artículo publicado por el New York Times en 1990, a poco de la muerte de Bettelheim, se cuenta que la mayoría de sus colaboradores admitía “que Bettelheim era una figura brusca, directa y áspera que a veces utilizaba el castigo corporal como forma de tratar a niños con trastornos graves” . Pero que “no sólo salvó a muchos niños considerados intratables por otros expertos, sino que formó e inspiró a generaciones enteras de terapeutas”.
La psicoteraputa Karen Zelan, que colaboró con Bettelheim entre 1956 y 1964, sostuvo: “Nunca vi nada del tipo de comportamiento que algunos de estos antiguos alumnos están denunciando”, Y aclaró: “No quiero decir que se lo estén inventando. Creo que están diciendo que tenían miedo del hombre, que tenían miedo de su comportamiento ocasionalmente impredecible.”
Lo que hay en los cuentos
Con todo, su mirada sobre los cuentos de hadas —exenta de ingenuidad— me hizo pensar muchas veces. Nadie vuelve a leer de la misma manera Caperucita roja, La bella durmiente o Los tres chanchitos después de haber pasado por Psicoanálisis de los cuentos de hadas.
Los chicos, sostiene Bettelheim, necesitan “una educación moral que le transmita, sutilmente, las ventajas de una conducta moral, no a través de conceptos éticos abstractos, sino mediante lo que parece tangiblemente correcto y, por ello, lleno de significado para el niño”.
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En este mundo complejo, dice, los que están creciendo merecen una oportunidad para entender qué les pasa. ¿Quién se la va a dar si no somos quienes los amamos?
Mis subrayados
1. “Freud afirmó que el hombre sólo logra extraer sentido a su existencia luchando valientemente contra lo que parecen abrumadoras fuerzas superiores. Este es precisamente el mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los niños, de diversas maneras: que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no huye, sino que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos alzándose, al fin, victorioso”.
2. “El mito de Hércules trata de la elección entre el principio del placer y el principio de la realidad. El cuento de Los tres cerditos se basa también en el mismo tema. (...) Esta historia nos muestra, también, las ventajas que comporta el crecimiento, puesto que al tercer cerdito, que es el más listo, lo pintan normalmente como el mayor y el más grande”.
3. “Las casas que construyen los tres cerditos son símbolos del progreso en la historia del hombre”.
4. “Al vivir de acuerdo con el principio del placer, los dos cerditos pequeños buscan la gratificación inmediata sin pensar en absoluto en el futuro ni en los peligros que implica la realidad, aunque el mediano dé muestras de madurez al intentar construir una casa algo más sustancial que el pequeño”.
5. “La maldad del lobo es algo que el niño reconoce en su propio interior: su deseo de devorar, y sus consecuencias, es decir, la angustia ante la posibilidad de experimentar en sí mismo igual destino. Así pues, el lobo es una externalización, una proyección de la maldad del propio niño; y la historia muestra cómo esta puede manejarse de modo constructivo”.
6. “Los tres cerditos representan los distintos estadios del desarrollo humano, y, por esta razón, la desaparición de los dos primeros cerditos no es traumática; el niño comprende, inconscientemente, que tenemos que despojarnos de nuestras primeras formas de existencia si queremos trascender a otras superiores”.
7. “La historia comienza cuando la madre de Blancanieves se pincha un dedo y tres gotas de sangre resbalan sobre la nieve. Aquí se indican ya los problemas que plantea la historia: la inocencia sexual y la pureza contrastan con el deseo sexual, simbolizado por la sangre roja. Los cuentos de hadas preparan al niño para que acepte un hecho todavía más traumático: la hemorragia sexual como en la menstruación o, más tarde, en la relación sexual cuando se rompe el himen”.
8. “Pocos cuentos de hadas ayudan al lector a distinguir entre las principales fases del desarrollo infantil tan netamente como lo hace la historia de Blancanieves. Apenas se mencionan los primeros años, preedípicos y totalmente dependientes, como en la mayoría de los cuentos. La historia trata, esencialmente, de los conflictos edípicos entre madre e hija, de la niñez, y, por último, de la adolescencia, haciendo hincapié en lo que constituye una infancia satisfactoria, y en lo que se necesita para evolucionar a partir de la misma”.
9. “El narcisismo de la madrastra está representado por el espejo mágico y su continua búsqueda de seguridad respecto a su belleza, mucho antes de que la hermosura de Blancanieves eclipse la suya”.
10. “Aquellos cuentos de hadas que, como La bella durmiente, tienen por tema central la pasividad, hacen que el adolescente no se inquiete durante este período de inactividad: se da cuenta de que no permanecerá siempre en un aparente no hacer nada, aunque en ese instante parezca que este período de calma haya de durar más de cien años”.
11. “Tiempo atrás, los quince años era la edad en la que solía aparecer la menstruación. Así, las trece hadas de la historia de los Hermanos Grimm son una reminiscencia de los trece meses lunares en los que antiguamente se dividía el año. Aunque hoy en día este simbolismo no tenga significación alguna para aquellos que no están familiarizados con el año lunar, todo el mundo sabe que el ciclo menstrual se presenta cada veintiocho días, esto es, según la frecuencia de los meses lunares, y no en función de los doce meses en que se divide el año. A partir de ahí, podemos inferir que la cifra de doce hadas buenas más la perversa, la número trece, indica simbólicamente, que la ‘maldición’ fatal se refiere a la menstruación”.
12. “ Ningún otro cuento de hadas expresa tan bien como las historias de la «Cenicienta» las experiencias internas del niño pequeño que sufre la angustia de la rivalidad fraterna, cuando se siente desesperadamente excluido por sus hermanos y hermanas.”
13. “Lo que provoca la rivalidad fraterna es el temor de que, al ser comparado con sus hermanos, el niño no logre ganar el amor y la estima de sus padres”.
14. “Los cuentos de hadas sustituyen las relaciones fraternas por las relaciones entre hermanastros, mecanismo que permite explicar y aceptar las rencillas que uno desearía que no existieran entre verdaderos hermanos.”
15. “Por muy exageradas que puedan parecer las tribulaciones y penalidades de Cenicienta a los ojos de un adulto, éstas corresponderán exactamente a los sentimientos del niño que se halle inmerso en este conflicto: «Ese soy yo; así es como me maltratan, o como les gustaría hacerlo”.
16. “Por otra parte, el comportamiento de las hermanastras para con Cenicienta justifica los sentimientos, por muy bajos que sean, que el niño experimenta hacia sus hermanos: éstos son tan ruines que cualquier cosa que deseemos que les ocurra estará más que justificada. Teniendo en cuenta esa circunstancia, Cenicienta es totalmente inocente. De ese modo, el niño, al oír la historia, comprende que no tiene por qué sentirse culpable a causa de sus malos pensamientos”.
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Nos vemos
Patricia