El sello editorial Letras de Plata, una de las nuevas adquisiciones del grupo Urano World, desde que inició el 2023, ha sorprendido a los lectores en español con interesantes títulos de escritores y escritoras de los que no teníamos conocimiento en nuestra lengua, creando un catálogo más que nutrido.
Una de sus novedades más recientes llegará a Latinoamérica en el mes de agosto, se trata de la novela El gato y la ciudad, del escritor británico Nick Bradley.
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A través de historias cortas unidas de forma sutil, el autor nos muestra cómo un pequeño gato tricolor pasea por las calles de Tokio, actuando como un espectador de la vida cotidiana, revelando las sombras y la cruda realidad de la sociedad nipona.
La maestría con la que Bradley construye estas historias independientes y las entrelaza con pequeños detalles es sublime. Cada relato cierra un círculo y crea conexiones entre los protagonistas, mostrándonos cómo incluso los encuentros aparentemente insignificantes pueden tener un impacto profundo en las vidas de los demás.
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En El gato y la ciudad, Bradley logra una representación sin tapujos de la sociedad nipona. El gato narra lo que ve, con él nos adentramos en las vidas de extranjeros que migraron a Tokio en busca de trabajo, detectives privados con vidas turbulentas y personas que pasaron de tenerlo todo a vivir en la más absoluta miseria. Todo ello en el contexto de los Juegos Olímpicos de 2020, un acontecimiento histórico que la sociedad japonesa se prepara para recibir.
El autor ofrece brillos y sombras en su relato, mostrando el lado más oscuro de un Tokio aparentemente idílico. Entre las calles y rincones de la ciudad, se esconden historias crudas, duras y llenas de dolor, que reflejan la complejidad de la vida en una metrópolis vibrante.
El conocimiento profundo que el autor posee sobre la cultura y sociedad niponas se plasma en cada página de esta auténtica joya literaria que, sin embargo, ha tenido críticas mixtas por parte de los lectores. En Goodreads, el libro tiene una calificación de 3.5.
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El gato y la ciudad no solo nos presenta el encanto japonés y la fascinación por la cultura del país del sol naciente, también nos invita a reflexionar sobre las conexiones entre culturas y cómo las vidas de las personas están entrelazadas de maneras inesperadas y significativas.
La novela de Nick Bradley se convierte en una ventana a la complejidad humana y la interconexión entre individuos que, a través de sus encuentros y experiencias, dan forma a la sociedad en la que viven. Además, atreverse a narrar desde la perspectiva de un gato es tremendo. Yo le he creído todo.
Así empieza “El gato y la ciudad”
Kentaro se llevó la taza de café hirviendo a sus labios y sopló el vapor que se alzaba de ella. La trastienda de su taller de tatuajes estaba poco iluminada, y la luz que emitía la pantalla de su portátil teñía su barba gris de un tono azulado. Reflejada en sus gafas había una larga lista de enlaces en una página web que se desplazaba poco a poco. Con la mano aferraba un ratón Bluetooth cuyos botones estaban cubiertos de marcas de dedos grasientos. El café seguía demasiado caliente como para bebérselo, por lo que lo dejó justo a la derecha de un posavasos de su escritorio y se rascó la entrepierna, distraído.
Clicó en un enlace y se encontró con una barra de carga.
Tras una breve pausa cargó un video en directo emitido mediante una webcam. La pantalla mostraba el interior de la habitación de alguien. Era un piso pequeño, con un montón de libros de texto de Derecho en una estantería, por lo que tal vez era de algún estudiante universitario. Sobre la cama, una pareja se besaba. Desnudos. Sin darse cuenta de nada.
Kentaro se quedó allí sentado, observando. Entonces, se desabrochó los pantalones y metió una mano en ellos.
El timbre del taller sonó. Kentaro se quedó petrificado.
— ¿Hola? —llamó la voz de una chica desde la zona de espera.
— Perdona, ya voy. —Cerró su portátil a toda prisa, recobró la compostura y salió para saludar a la clienta.
En el umbral había una chica de instituto. A primera vez no distinguió nada reseñable sobre ella: llevaba el típico uniforme de marinera, con el peinado de media melena estándar y unos calcetines holgados. Aunque se había teñido de rubia para destacar, eso era lo que hacían todas últimamente. Tenía pinta de estar en el último año de instituto, por lo que lo más seguro era que se hubiera equivocado de tienda.
— ¿Cómo puedo ayudarla, señorita? —Kentaro se esforzó todo lo posible para poner su voz de atención al público.
— Quiero un tatuaje, por favor —respondió ella, con la barbilla alzada.
— Ah, perdone, señorita, pero ¿cómo ha encontrado este taller?
— Un amigo mío me lo ha recomendado.
— ¿Y su amigo se llama...?
— Eso da igual. Quiero un tatuaje. —Hizo el ademán de dirigirse hacia la trastienda del taller, y Kentaro puso una mano en la pared para detenerla.
— Señorita, no diga tonterías. Es demasiado joven.
La chica le miró el brazo.
— Tengo dieciocho años. Y no me llames “señorita”.
Kentaro bajó el brazo en un gesto torpe.
— ¿Te lo has pensado bien?
— Sí. —Lo miró a los ojos—. Quiero un tatuaje.
— Quizás deberías marcharte y pensártelo unos días.
— Ya lo he pensado largo y tendido. Quiero un tatuaje.
— Pero a lo mejor hay algunas cosas en las que no has reparado. No podrás ir a ningún onsen.
— No me gustan las aguas termales.
— La gente pensará que perteneces a la Yakuza. Podría dar un poco de miedo para una chica buena y joven como tú.
La chica puso los ojos en blanco.
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