Fue publicada De Ciudadela a la Luna, la recopilación de cuentos de Mario Bonavota, escritor oriundo del partido de Tres de Febrero que propone una literatura creativa inspirada en anécdotas y viajes con una impronta de barrio propia del conurbano bonaerense.
Bonavota nació y creció en el barrio de José Ingenieros. Tiene más de cincuenta años y pasó por muchas profesiones. Es hijo de una de las tantas familias italo-argentinas de clase trabajadora. En su casa natal de la calle San Roque, siempre abundó el interés por el arte y la cultura. Los cuentos de Fontanarrosa y de Dolina eran una devoción para su padre Antonio, un artesano del dorado a la hoja oriundo de Rosario, y la música popular italiana y argentina lo eran para su madre Ángela, hija de inmigrantes calabreses que de vez en cuando escribía poemas en el anverso de los envoltorios. Esto resultó ser la piedra angular en su pasión hacia la lectura y también al arte de contar cuentos.
El caso de este escritor es peculiar, puesto que es su primer libro publicado: “cuántas veces he oído en boca de otros: Mario tenés que escribir un libro”, dice. Un pendiente en el tintero que fue -en parte- impulsado por los comentarios de la gente que escuchaba sus historias. Desde siempre, cuando era un adolescente ayudante en un taller mecánico, hasta el día de hoy como emprendedor comercial, encuentra momentos en los que naturalmente le nace contar cuentos. Muchas veces fueron historias tomadas del cotidiano, anécdotas o recuerdos transmitidos por vecinos y parientes.
El décimo cuento transcurre en el país de sus ancestros, Italia, y comienza de un modo que invita a repensar todos los demás cuentos del libro.
¿Qué hilo invisible unirá las historias familiares? ¿Por qué será que un día cualquiera descubrimos que nuestra vida, la cual sentimos empoderada e independiente, no es otra cosa que un pequeño punto en una recta, ligado inexorablemente a otros ciento o miles de puntos, que uno podría pensar inconexos, hasta que por algún motivo, por alguna razón superior, un día cualquiera, algo se revela ante nuestros ojos? En ese momento, casi como un mandato atávico, comienza la búsqueda de la punta de ese hilo… Así empezó mi historia.
Los escenarios son variados, no se centran en el espacio físico de Ciudadela. Hay historias que ocurren en otras latitudes de Sudamérica y en pueblos de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo. El autor insiste en que son esas historias de gente de a pie que se contaban, incluso decoraban o exageraban, entre los mismos vecinos, amigos, barras y grupos, en un mismo lenguaje gestual y de lunfardo, que el escritor traduce a un castellano claro y dinámico.
Los hilos conductores cambian, hay un poco de picardía, también esoterismo, hay una redacción fantástica, y también histórica. El libro está redactado de manera muy prolija pero eso sí, hay algo que tienen en común todos los textos, y es la abundancia de detalles de eventos y personajes. Esto es clave. Cuando pareciera que el texto se va por la tangente, vuelve al tema central. Ocurre como en una charla cualquiera, en la que el que habla -como se dice popularmente- se va por las ramas. Y esta es la singularidad de los cuentos.
En este sentido, Bonavota no es que simplemente escribe, sino que transcribe. Es decir, se nota que los cuentos son historias que se han contado previamente en modo verbal. El libro es el resultado de años contando estas historias. Es más, cuando se aclara y amplía la vida de algún personaje que aparece, incluso no protagónico, puede que en realidad sea la transcripción de respuestas que ha dado a quienes escuchaban esas historias de su boca.
Es decir, cuando alguien interrumpía y preguntaba algo más sobre tal personaje, esa respuesta verbalizada forma parte del cuento, incluso con el tiempo le ha dado forma a la historia misma. Eso lo transforma, como el barrio en sí, en una obra colectiva y en continua construcción. Y como en una charla, como en una pausa de trabajo, como en un mate compartido o un vino de sobremesa, se nota que estos cuentos están escritos para ser escuchados.
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El autor logra distanciar la melancolía y los sentimientos personales para que la obra no recaiga en una especie de diario íntimo. Más bien tiene, en algunos giros, menciones a personas que son conocidas de su entorno pero que caracteriza como personajes guionados. Desde un soldado que en épocas de la dictadura llevaba en el interior de su campera un parche con la imagen del Che Guevara, hasta el carnicero que pasó toda su vida afilando cuchillos en el frigorífico del negocio.
El sueño de infancia, según relata el inicio del libro, siempre fue viajar a través de la imaginación de Ciudadela a la Luna, un camino que en primera instancia suena imposible. El libro, entonces, aborda la imaginación, las posibilidades, la amistad, los lazos familiares y la predisposición a la sorpresa y la curiosidad. De una cierta manera inmortaliza los ecos de los viejos que contaban para divertirse en las tardes donde la gente salía a las veredas de sus casas y compartían el tiempo.
El viaje a la Luna
La historia del viaje a la Luna tiene su momento. En uno de los cuentos el escritor recuerda al entonces niño que en 1969 había montado una especie de cohete, arrastrado por el frenesí de lo que fue aquel Apolo 11, “...Las comparaciones son odiosas, dicen, pero inevitables, los seres humanos comparamos aun sin proponérnoslo. Se veía frágil y pequeña en comparación con aquel coloso que iba camino a la Luna, y pensé también que los pequeños bidones de kerosene que había dispuesto como combustible a los costados no otorgarían la potencia necesaria, ni siquiera para para pasar el árbol de nísperos…”
Lo cierto es que a finales de los sesenta, el hemisferio norte atravesaba una Guerra Fría, Berlín estaba dividida, Pablo VI impulsaba reformas desde Roma, París se iluminaba de protestas estudiantiles, y desde Florida se alistaban los últimos detalles del alunizaje. En ese entonces un pequeño paso para el hombre y la imaginación al poder, eran titulares de las crónicas en el mundo entero.
Imaginar desde el sur viajar a la Luna, como dijimos, no era una opción. Pero los años transcurrieron y el autor demoró un poco más en empatar a Neil Armstrong, porque un gran paso para la humanidad también es publicar un libro, y como esas conquistas no se pueden comparar, a los efectos de la huella, el sueño está cumplido.
“De Ciudadela a la Luna” (Fragmento)
Esa mañana, el joven sargento vio por primera vez al viejo rompehielos en la dársena norte del puerto de Buenos Aires. Eran las 6:30 a. m. cuando las primeras luces de la mañana dibujaban la silueta del buque, que, aunque antiguo, conservaba la majestuosidad que le daban sus ochenta y cinco metros de eslora y casi veinte de manga, con profundas marcas en su proa que eran como heridas en el pecho del barco, ocasionadas por las duras batallas contra el hielo impiadoso de aquellas bajas latitudes. (cuento “la nevada”, es el cuento donde se nombra a ese militar que tenía el parche del Che).
(...)
Esa fue la última vez que vi al profesor Amadeo, voy desde hace un mes diariamente a esa plaza y no volví a verlo, tal vez se perdió en el mismo laberinto que Victoria, y tal vez, pienso, se haya perdido también él para poder encontrarla. (cuento “Laberinto de amor”)
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