Un hombre no podía complacer a su esposa en la cama y probó un “Club de lectura para caballeros” para recuperarla

En su nueva novela, la estadounidense Lyssa Kay Adams cuenta la historia de un matrimonio en crisis y un hombre dispuesto a todo para recuperar a su esposa. Si no existe el “y vivieron felices por siempre”, tal vez haya lugar para segundas oportunidades.

¿Existen las segundas oportunidades? ¿Se puede tener un final feliz después de una separación?

“No existe en el mundo fuerza más poderosa que la de una mujer que es bondadosa, pero que ya está harta”, recuerda Thea, la protagonista de Bromance. Club de lectura para caballeros, en palabras de su abuela.

La nueva novela de Lyssa Kay Adams, escritora estadounidense de literatura romántica, arranca con un matrimonio en crisis. Gavin Scott es un exitoso jugador de béisbol profesional que está deprimido porque su esposa Thease cansó de amoldarse a él, le pidió el divorcio y lo echó de la casa. ¿El motivo? Él pierde los estribos cuando se entera de que en sus años de matrimonio ella fingió todos sus orgasmos.

“Los orgasmos eran el menor de nuestros problemas”, le expresa ella en el primer intento de diálogo en el que Gavin la enfrenta para recuperarla. Y eso era lo que a ella más le molestaba: que él estuviese enfadado con ella por haber fingido en la cama pero que no se diera cuenta de que, en realidad, hacía años que ella fingía todo.

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Así, decidido a recuperarla, él hará hasta lo inimaginable para convertirse en un marido ejemplar y se anotará en un club de lectura de novelas románticas exclusivo para varones. Con una fuerte presencia de ideolgía feminista y de humor, Bromance (un juego de palabras que podría traducirse del inglés como “romance amistoso entre varones”) es una historia entretenida sobre el amor, el matrimonio después de “comer perdices” y, más que nada, segundas oportunidades.

Así empieza “Bromance. Club de lectura para caballeros”

"Bromance. Club de lectura para caballeros", de Lyssa Kay Adams, editado por V&R.

Había un motivo por el que Gavin Scott casi no bebía alcohol.

No se le daba bien. De hecho, cuando lo hacía saltaba a la vista el porqué: se había caído de cara al suelo cuando intentaba tomar la botella y, como estaba tan ebrio que no podía orientarse en la oscuridad, allí se había quedado.

Esa fue la razón por la que no respondió cuando su mejor amigo y compañero de los Nashville Legends, Delray Hicks, golpeó la puerta de su habitación del cuarto piso del hotel donde se hospedaba, mientras la depresión le recordaba que al menos seguía siendo un campeón en arruinarlo todo.

–Essstá abierto –gritó Gavin arrastrando las palabras. La puerta se abrió de golpe. Delray –o Del, como solía llamarlo–, encendió la luz cegadora del techo y enseguida maldijo: –Mierda. Soldado caído. –Se giró para hablar con otra persona–. Ayúdame.

Del y otro humano gigante se acercaron y lo levantaron de los hombros gracias a sus enormes manos. En un instante Gavin ya estaba erguido y apoyado en el sillón que había en la habitación. El techo le daba vueltas y no le quedó otra que dejar caer la cabeza sobre los cojines.

–Vamos. –Del le golpeó el pecho–. Revive.

Gavin tomó una gran bocanada de aire y fue capaz de levantar la cabeza. Pestañeó un par veces y se apretó los ojos con las palmas de las manos.

–Estoy borracho.

–No me digas –suspiró Del–. ¿Qué has bebido?

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Gavin señaló una botella de bourbon artesanal apoyada en una de las mesas. La destilería local les había regalado una a cada uno de los miembros del equipo al final de la temporada, apenas un par de semanas atrás. Del volvió a maldecir:

–Mierda, amigo. ¿Por qué directamente no bebiste alcohol etílico?

–No tenía.

–Espera que traigo agua –dijo el otro tipo, cuyo rostro borroso se parecía al de Braden Mack, el dueño de varias discotecas de Nashville. Pero de ser así no tenía sentido, pensó Gavin. ¿Qué estaba él haciendo allí? Solo se habían visto una vez, en un evento benéfico de golf. ¿Desde cuándo era amigo de Del?

Lyssa Kay Adams fue periodista por 20 años hasta que se cansó de escribir “finales tristes”.

Un tercer hombre apareció de repente y, esa vez, Gavin sí que lo reconoció. Era Yan Feliciano, otro de sus compañeros. –¿Cómo está? –preguntó en español.

Gavin entendió la pregunta al instante. Mierda, la borrachera le había otorgado el poder de entender el español. Del negó con la cabeza.

–Está a un trago de ponerse a escuchar a Ed Sheeran. Gavin tenía hipo.

–No mi gusta Ed Sheeran –respondió como pudo en español.

–Cállate –sentenció Del.

–¡Vaya! No tartamudeo cuando hablo español. –De nuevo el hipo, que esta vez trajo consigo un regusto amargo–. Quiero decir, cuando estoy borracho.

Yan maldijo al oír a su amigo.

–¿Qué ha pasado, hermano?

Thea le ha pedido el divorcio –le respondió Del.

Yan no fue capaz de esconder su sorpresa.

–Vaya. Mi mujer me dijo que había escuchado rumores de que tenían problemas, pero no creí que fuese para tanto. –Pues crééééélo –siseó Gavin en un lamento, dejando caer la cabeza en el sofá.

Divorcio. La que había sido su esposa durante tres años, la madre de sus hijas mellizas, la mujer que lo hizo descubrir que el amor a primera vista existía… lo había dejado. Y era su culpa.

–Bebe esto –le indicó Del entregándole una botella de agua. Acto seguido, se dirigió a Yan–: Hace dos semanas que vive aquí. –Me ha echado –agregó Gavin y dejó caer la botella abierta. –Porque te has estado comportando como un imbécil.

–Lo sé.

–Te lo advertí, amigo –le indicó Del negando con la cabeza.

–Lo sé.

Te dije que iba a cansarse de ti si las cosas no cambiaban.

–Lo sé –gruñó Gavin esta vez y entonces levantó la cabeza. El problema fue que lo hizo demasiado rápido y una ola de náuseas le advirtió que el bourbon estaba buscando la salida de emergencia de su cuerpo. Gavin tragó y respiró hondo. Mierda, pensó. El sudor empezó a empaparle la frente y las axilas.

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–¡Carajo, se está poniendo verde! –gritó el supuesto Branden Mack.

Unas manos enormes volvieron a ayudarlo a ponerse de pie. Del y el que casi seguro era Branden Mack lo arrastraron al baño. Gavin entró tambaleándose en el momento exacto en el que una sustancia de un color que solo hacía aparición cuando se tomaban malas decisiones salió disparada de su boca. Mack maldijo y salió corriendo de allí. Del se quedó a su lado mientras Gavin gemía como un jugador de tenis cuando da un revés tras otro, sin parar.

"Bromance. Club de lectura para caballeros", de Lyssa Kay Adams, tendrá una adaptación audiovisual por Netflix.

–Nunca te han sentado bien las bebidas fuertes.

Me estoy muriendo. –Gavin volvió a gruñir y se derrumbó sobre sus rodillas.

–No te estás muriendo.

–Entonces mátame.

–No me lo digas dos veces.

Gavin cayó sobre sus nalgas y se apoyó en la pared beige del lavabo con las rodillas contra la bañera, también de color beige, que estaba cubierta por una cortina (en efecto, beige).

Ganaba quince millones de dólares al año y, sin embargo, allí estaba, en un hotel de mierda en el que no se hubiese alojado ni aun cuando jugaba en la peor de las divisiones. Podía permitirse algo mejor, pero ese era su castigo. Y era uno autoimpuesto por haber permitido que su orgullo arruinara lo mejor que le había pasado en la vida.

Del presionó el botón del váter y cerró la tapa. Salió del cuarto y volvió al instante con una botella de agua.

–Bebe. Te lo digo en serio.

Gavin abrió la botella y se bajó la mitad de un trago. A los pocos minutos, la habitación dejó de girar a su alrededor.

–¿Qué hacen aquí?

–Ya te lo contaré. –Del se sentó sobre la tapa del retrete y se inclinó hacia delante con los codos apoyados sobre las rodillas–. ¿Estás bien? –No. –Gavin notó cómo se le quebraba la voz. Mierda, pensó. No quería echarse a llorar delante de Del. Presionó sus ojos y se masajeó el entrecejo con la yema de los pulgares.

–Adelante. Puedes llorar, amigo –lo animó Del golpeándole el pie con la punta de su zapato–. No debería darte vergüenza.

No puedo creer que la haya perdido. –Gavin volvió a apoyar la cabeza contra la pared y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

–No vas a perderla.

–Me ha pedido el d-d-divorcio, imbécil –logró decir tras batallar con la palabra.

Del no reaccionó de manera alguna ante el tartamudeo de su amigo. Los miembros del equipo ya no lo hacían, de hecho, porque Gavin había dejado de intentar corregirlo cuando estaba con ellos. Se trataba de otra de las cosas de una larga lista que debía agradecerle a Thea. Antes de conocerla, se avergonzaba y evitaba hablar, aunque estuviera rodeado de gente conocida. Pero Thea se mantuvo imperturbable la primera vez que tartamudeó frente a ella. No intentó terminar la frase por él, no se incomodó ni alejó la mirada. Tan solo esperó a que él pudiera acabar de decir lo que quería decir. Aparte de su familia, nadie hasta aquel instante le había hecho sentir que no era un payaso tartamudo.

Por eso, cuando un mes atrás él descubrió la mentira de ella, la traición fue más dolorosa aún. Porque así era como lo había procesado: como una mentira.

Su esposa había estado fingiendo en la cama durante todo su matrimonio.

Quién es Lyssa Kay Adams

♦ Es una escritora estadounidense de literatura romántica.

♦ Fue periodista por 20 años hasta que se cansó de escribir “finales tristes”.

♦ Su libro Bromance. Club de lectura para caballeros tendrá una adaptación audiovisual por Netflix.

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