No son todos los cuentos que escribió: son apenas cuarenta. El más antiguo, “Aunque siguiera tronando”, es de 1986. Los más recientes son de muy poco antes de que explotara la pandemia. Guillermo Saccomanno no dice por qué prefirió publicar un volumen de Cuentos reunidos, en lugar de cuentos completos, pero en su primera respuesta da una pista: “Hacer una selección de mis cuentos fue una sensación de sobresalto, disgusto, asombro, todo eso”, dice. “Te obliga a un ejercicio de autoanálisis literario y no solo. ¿Estoy a la altura de aquello que me proponía como escritor cuando era joven? ¿Qué indica el itinerario a través del tiempo? ¿Estoy siendo coherente?”.
Cuentos reunidos (Planeta) incluye al menos un relato de cada uno de sus libros de cuentos: Situación de peligro (1986), Bajo bandera (1991), Animales domésticos (1994), La indiferencia del mundo (1997), El pibe (2006), Cuando temblamos (2016) y El sufrimiento de los seres comunes (2019). Con 75 años y más de veinticinco libros —cuentos, novelas, poesía, guiones de cine, historietas, etc.—, Saccomanno alcanzó un estatus que podría mantenerlo alejado de contiendas y debates.
Pero él no es alguien dispuesto a negociar sus principios. La literatura, dice y parafrasea el acápite de Cesare Pavese que abre Bajo bandera, es una defensa contra las ofensas de la vida. “¿Mi literatura es consecuente con eso?”, se pregunta. E inmediatamente se responde: “Yo creo que sí”.
Hablar con Saccomanno es casi tan interesante como leerlo. Es una mente en situación de literatura. Toda su biografía se colorea con ese filtro. De hecho, señala la lectura como un punto de inflexión. “A los catorce, quince años descubrí Crimen y castigo y, tras cartón, El juguete rabioso. Ahí me di cuenta que se podía contar lo que yo estaba viviendo. Arlt era mi Guía Peuser para orientarme en la calle. Iba caminando por la calle Chile y sentía que por ahí venía bajando Erdosain”.
—En los treinta y cinco años que separan al primer cuento del último, lo primero que se ve es a nivel de la forma: “Aunque siguiera tronando” tiene un fraseo más largo que “La búsqueda de Dios”.
—Cambia la formulación de la poética, la formulación de la manera de narrar. Con eso suelo estar más en crisis de lo que parece.
—¿Por qué?
—Porque cada vez más me pregunto cómo narrar, qué narrar. Aspiro a la sequedad, a una escritura más cortante. Que exacerbe la teoría del iceberg, que es la teoría básica del cuento, que es chejoviana antes que de Hemingway.
Saccomanno habla del padre —de su padre— como una de sus obsesiones literarias. “Aparece y reaparece, aparece y reaparece”, dice. Gracias a ese padre, que podría ocupar el lugar del arquetipo, él tuvo acceso a una gran biblioteca. “Mi casa era una casa de clase media baja”, dice, “y él también fue escritor, llegó a publicar y ganó un premio de teatro”.
—Uno de los cuentos en que él aparece está en El pibe y se llama “Por qué escribir”. Me parece un título sintomático.
—Es que fue así. Si bien fue una relación conflictiva, el tiempo limó las asperezas. Me doy cuenta de que, en nuestras discusiones, especialmente en las políticas —él era socialista y yo era trosco; el me acusaba de bolche y yo lo acusaba de menche—, eran una sublimación del afecto no expresado. Era un juego de dos duelistas. Había una atracción recíproca en el otro. Por eso es imposible evitar que, cada tanto, aparezca la figura del padre.
—¿Te leyó tu papá? ¿Leyó los cuentos de Situación de peligro?
—Mi viejo me leyó. Yo pensé que, a ese libro, donde intentaba retratar la relación con él, lo iba a tomar como una crítica feroz o una injuria. Él ya estaba mal, ya había padecido varias isquemias. Rengueaba un poco. Y se vino de Mataderos a San Telmo, donde yo vivía entonces, para abrazarme. Y lloró emocionado y me dijo que el libro era un acto de amor. Creo que tiene que ver con la sublimación de lo que yo te decía antes, ¿no? La relación crispada que encubría otra cosa: encubría el afecto que no éramos capaces de expresar de otra manera.
Compañías fantasmales
Juan Forn murió el 20 de junio de 2021. Guillermo Saccomanno escribió una despedida conmovedora el día inmediatamente posterior: evitando los golpes bajos y abusando de la memoria, contaba la historia que los hermanaba en “este oficio de escribir, que es también, ningún secreto, el de vivir”. Fue una amistad de más de tres décadas que, como todas, tuvo sus idas y vueltas. Y, como pasa en todas, uno podía comprender antes y mejor lo que intentaba hacer el otro. La tierra elegida, de Forn, lleva como dedicatoria: “Para Guille Saccomanno, que me hizo entender que estaba escribiendo este libro cuando ni yo lo sabía”.
Ahora, Saccomanno dice que Forn se ha vuelto una compañía fantasmal de su escritura:
“Fue mi editor durante muchos años. De mis primeros libros y también de La lengua del Malón, El amor argentino y 77, que es la trilogía de la violencia política. La figura de Juan me reaparece permanentemente porque, cuando escribo, pienso: ‘¿Qué pensaría Juan de esta frase, de esta modulación? ¿Cómo vería esto? ¿Qué me diría Juan?’. Me pasa lo mismo con el Tano [Dal Masetto]. Y aquí entramos en un territorio bravo para mí, un territorio duro. Yo lo digo en la introducción, en esa corta introducción de los Cuentos reunidos, que, al revisar los cuentos de todos estos años, uno recuerda las condiciones en que lo escribió, la relación texto-contexto, como diría David Viñas. Me doy cuenta de cómo escribía, dónde escribía, cuándo escribí tal o cual cuento y quiénes estaban conmigo. Entonces me encuentro con las ausencias: José Pablo Feinmann, Antonio Dal Masetto, Juan Forn. Y es bravo. Es bravo porque, cuando llegas a mi edad, mirás a un costado y falta uno, mirás al otro y falta otro”.
—Con todos los escritores que mencionás, uno podría decir que “los tipos fs no bailan” pero escriben.
—La dureza tiene que ver con cierta literatura de la experiencia. Pero también hay muchísimas mujeres, y acá está la formación de los 60 y 70. Yo leía a Abelardo Castillo, a Rozenmacher, a Briante, pero también leía a Juana Bignozzi, a Liliana Hecker, a Beatriz Guido —que no es un nombre menor—, a Silvina Bullrich, a Marta Lynch. Era una literatura donde estaba presente la contradicción social y la tensión de clases. Yo escribo desde esa literatura que, de alguna manera, me formó. En un momento donde el cuento era muy vigente y donde estaba Viñas como faro.
—¿Reconocés una dureza en tu forma de escribir?
—No sé si dureza. Yo creo que no es dura mi literatura. En un sentido sí, porque son historias ásperas, historias de oscuridad. Pero la vida es áspera, la vida tiene oscuridad. Y lo que yo busco en mis historias, además de reflejar la realidad, es tratar de interpretarla. Por qué la realidad es así, por qué pasa esto. Ahí es donde entra la experiencia, y vos no podés eludir la experiencia. Vuelvo otra vez a la cosa del texto y contexto. Yo no concibo la literatura separada de su contexto social. Y, así vos te dediques a la literatura de evasión, esa literatura, como diría Viñas, va fechada. No podés leerla de otra manera. Por más que te hagas el inocente y el distraído y escribas literatura fantástica. Tomá el caso Cortázar, tomá un cuento como ejemplar como es “Casa tomada”. Es un cuento fantástico, un cuento de invasión, de opresión, de acorralamiento. Pero también debe ser leído por la fecha en que se publica como una metáfora no demasiado elíptica de lo que significó el peronismo para las clases medias.
—Es lo que lee Germán Rozenmacher.
—Es lo que lee Rozenmacher, lo que leo yo, y es lo que lee cualquiera que lee teniendo en cuenta que la literatura no se puede separar del contexto.
Tánatos y Eros
—Otros temas recurrentes que aparecen en los cuentos son la muerte y el suicidio. “La arquitectura del suicidio”, de hecho, es uno de los cuentos del último libro.
—El suicidio es un tema fundante en toda literatura. No me acuerdo si era Hemingway el que decía que, cuando un escritor está bloqueado, que intente colgarse. Si lo bajan, ya tiene un tema para empezar.
—Está la frase de Sartre...
—De Camus. Albert Camus dice que la pregunta central de la filosofía es la pregunta sobre el suicidio.
—¿Qué quiere decir que aparezca tanto la muerte en tus cuentos?
—Es uno de los grandes temas. A medida que pasa el tiempo me lo pregunto cada vez más. La muerte marcó mi generación. Crecí bajo regímenes autoritarios, donde corrías peligro. Cuando militaba de pibe, el miedo era que te agarrara la cana pintando una pared. Ibas sopre. Después me tocó padecer la dictadura. Yo salí denunciado en una de esas revistas de derecha, tipo Cabildo. He recibido amenazas; tengo compañeros y amigos desaparecidos.
—¿Le tenés miedo?
—No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo al deterioro. Le tengo miedo a otra cosa, que no es la muerte. La muerte es “Chau, se acabó”. No sé si iré a algún lado, si me quedaré acá. Cenizas al mar y que nadie quede con la obligación de ir con las florcitas cada tanto y después renovar la tumba, lo que es la ceremonia, la ritualización de la muerte. Es uno de los grandes temas. La muerte, la cobardía, el amor, el amor mal pago, el amor incomprendido, la angustia, el cuerpo. Son temas ligados a las contradicciones del capitalismo. Hay una ecuación que mueve este sistema, que es sexo, dinero, poder. Y la única manera de entenderlo es desde Freud y desde Marx. Con las respectivas actualizaciones de la lectura de Freud y Marx llegando hasta Lacan y Althusser. Uno escribe con todo el cuerpo. Es mentira que uno escribe solo con la cabeza. Esto es trabajo. Como lo planteé en la Feria del Libro, y se armó tanto revuelo. Planteé que el trabajo intelectual es trabajo y debe ser remunerado. Y todos: “¡Oh!”. ¡Pero qué se pensaban!
—¿En qué momentos te ves vulnerable?
—Todo el tiempo, y más con el correr de los años y los sucesivos achaques. Con Juan [Forn] hablábamos del daño, hablábamos de qué significa escribir con la conciencia de que tal vez este es tu último libro. También pensando que, mientras tenés proyecto, estás vivo. La presencia de la muerte te sobrevuela todo el tiempo, todo el tiempo. Esto no quiere decir que estés pensando todo el tiempo en la muerte, pero anda por ahí. Yo creo que la clave es entender la muerte como una parte de la vida y no al revés.
—El amor que aparece es el amor de hijo, pero ¿el amor de pareja es otra vulnerabilidad?
—El amor es la mayor de las vulnerabilidades, no me cabe duda. En el enamoramiento estás encendido y con el miedo a que se apague la llama, que puede pasar en cualquier momento. Yo no creo en el amor como una gran esperanza. Creo que hay un momento de rayo, pero que después el rayo se apaga.
La sinfonía y el sentimiento
—En otra entrevista me dijiste que cuando hablás de literatura terminás por irte a la política, y la política aparece en tus cuentos, sobre todo en una relación conflictiva con el peronismo.
—Mi relación con el peronismo no es tan conflictiva como podría parecer. De hecho, tuve momentos de afinidad y simpatía. Hoy me cuesta más. Por razones obvias: basta mirar los diarios y todo lo que se plantea. Pero la izquierda sigue padeciendo el sectarismo. Yo, que fui un joven trosco, lo primero que aprendí es la ruptura, la fracción. La izquierda es muy sectaria; es muy difícil lograr unidad. En el peronismo, en cambio, con toda su fragmentación, si mañana hay que movilizarse, se movilizan los gordos y La Cámpora. Esto tal vez pueda ser una de las alternativas ante el avance de la derecha. Aunque el peronismo no es la izquierda, porque, cuando lo veo Alberto Fernández hablando de la derecha, digo: dónde está sentado.
—¿Y como hecho narrativo?
—El peronismo es una de las grandes canteras narrativas. Mirá a Tomás Eloy Martínez, que construyó una obra a partir del peronismo. ¿Qué tiene el peronismo, que subyugó a Walsh y a Urondo? Y a Libertad Demitrópulos. Y a muchos, muchísimos poetas. Artistas plásticos: ahí lo tenés a Santoro, el reproductor de la liturgia del peronismo. Eso es el peronismo. Y, por otro lado, tiene esta cosa de acento en el sentimiento, que es muy fuerte. Hay que cuestionarlo, porque por qué podés tener sentimientos solo si sos peronista. Pero te voy a contar una anécdota. Yo tenía quince años y estaba repartiendo la revista del órgano de la agrupación en la puerta de una fábrica. No me acuerdo si era en Lanús. Los obreros entraban y yo repartía con otros compañeros y compañeras de la agrupación. Y entonces se me acercó un morocho grandote, que me palmeó y me dijo: “Vos rubio, andá a estudiar, que podés. Nosotros somos peronistas”. Fue un golpazo.
—Si pienso en un grupo de escritores nucleados en torno a un diario, aparece Página/12 y gente como Feinmann, Dal Masetto, Benesdra, Briante, Sasturain, Fresán, Forn. ¿Qué representó Página/12 para vos?
—Para mí fue la continuación de Humor. Yo había estado antes en la revista Humor, que fue un bastión de crítica a la dictadura. Como historietista y columnista colaboré en Humor y Superhumor. Página fue la continuación radicalizada en democracia, en el momento en que Humor se burocratiza, porque empieza a responder al alfonsinismo. Lo peor que le puede pasar a una revista de humor es embanderarse con un partido, porque pierde autonomía y distancia crítica. Página era un diario revolucionario, no en el sentido sólo de aspirar a la revolución, si no que introdujo otra forma de hacer periodismo, donde importaba la firma. Que importara la firma era valorizar la subjetividad, la responsabilidad del autor ante lo que escribe, ante el texto. Y también tenía una originalidad en el humor, la cachada a los políticos. A Página le debo dos o tres libros, además.
—¿Cuáles?
—Los cuentos de La indiferencia del mundo fueron originalmente publicados en Página/30. También los cuentos de El pibe.
—Empecé preguntándote por tu mirada de escritor frente a un volumen de Cuentos reunidos y quiero terminar preguntándote por los lectores. ¿Qué imagen te gustaría que se preservara de vos?
—La imagen que se me ocurre es de acá a cuarenta, cincuenta años. Un pibe entra a una librería de ofertas y de saldo y encuentra un libro y descubre algo. Un pibe como el que yo fui a los quince. No sé cómo será el libro en esa época, pero creo que ese es uno de los anhelos. Que tu texto le pegue a alguien, que le ilumine las zonas tenebrosas de la realidad, de las contradicciones, del absurdo.
—”El hacha que rompe el hielo”…
—Que decía Kafka. Tal cual.
Quién es Guillermo Saccomanno
♦ Nació en Buenos Aires en 1948.
♦ Es escritor y guionista, especialmente de historieta.
♦ Entre otros premios, ganó el Premio Nacional de Literatura, el Premio Municipal de Cuento y el Premio Konex de Platino por su trabajo como novelista.
♦ Entre sus libros se cuentan La lengua del malón, 77, Cámara Gesell, Soy la peste, Esperar una ola, El oficinista y Situación de peligro.
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