El expresidente de Chile, Salvador Allende, era primo hermano del padre de la escritora Isabel Allende.
La autora chilena, la escritora viva más leída en lengua castellana, nació en Lima, Perú, el 2 de agosto de 1942, mientras su padre Tomás Allende Pesce, primo hermano del ex presidente de Chile, ejercía como secretario de la embajada de ese país en el Perú.
Cuando ella tenía tres años, sus padres se separaron y su madre se mudó con Isabel y sus hermanos de regreso a Chile. Allí, vivió hasta 1953, año en que su madre se casó en segundas nupcias con Ramón Huidobro Domínguez. Fue entonces cuando la nueva familia se trasladó primero a Bolivia y, luego, al Líbano. A su regreso en Chile, en 1959, Allende se casa con Miguel Frías y nacen sus dos hijos, Nicolás y Paula.
Antes de convertirse en la escritora de súper ventas, Isabel Allende trabajó como columnista feminista en la revista Paula.
El éxito arrasador le llegó con su primera novela, La casa de los espíritus (1982) y, a partir de allí, siguió en su vida una escalada ascendente con otros títulos muy vendidos, también, como De amor y de sombra (1984), Eva Luna (1987), El plan infinito (1991), Paula (1994), Afrodita (1997), Hija de la fortuna (1998), Retrato en sepia (2000) y La ciudad de las bestias (2002), entre muchas otras. En 2023 publicó El viento conoce mi nombre.
Se calcula que toda su obra, hasta el presente, lleva más de 75 millones de ejemplares vendidos y fue traducida a 42 idiomas. Este descomunal éxito la llevó a recibir infinidad de premios y distinciones en todo el mundo. Y a convertirse en miembro de la Academia Estadounidense de las Artes.
Isabel y Salvador
Isabel Allende relata con lujo de detalles cómo era su relación con el primo de su padre, en una entrevista que mantuvo con el Centro de Estudios Miguel Enríquez (CEME), del Archivo de Chile.
“Con Salvador Allende tuve más contacto cuando fue elegido presidente, porque mi padrastro fue nombrado embajador en Argentina y, cada dos meses, iba a Santiago para charlar con él. En aquellas ocasiones, había una reunión familiar generalmente en casa de Allende en Santiago o en su casa de campo”, cuenta la escritora y evoca al ex presidente:
“Le recuerdo como un hombre extraordinariamente carismático, con una habilidad enorme para ganarse a las personas. En el plano personal, era capaz de seducir a su peor enemigo. Tenía un gran sentido del humor. Y una manera de comportarse un tanto arrogante. Sobre todo, después de haberse convertido en presidente. Era como si se hubiera investido de la importancia del cargo”, rememora para el CEME.
La última vez que Isabel Allende vio con vida al ex presidente fue nueve días antes del golpe militar, en un almuerzo en casa del político:
“Fidel Castro le había enviado sorbete de coco, acostumbraba a enviarle sorbetes. A Allende le encantaba y no los compartía con nadie, se los comía él solito. Ese día, estábamos bromeando, riendo porque él se comía su coco y todo el mundo quería cogerle una cucharadita del sorbete. De repente, la conversación derivó hacia la campaña que El Mercurio estaba haciendo para que Allende renunciase a la Presidencia. Allí, en un tono muy solemne, dijo: ‘No saldré de La Moneda si no es muerto o cuando termine mi mandato. No voy a traicionar al pueblo’. Se hizo un silencio incómodo. Como si esa declaración, tan solemne como para estar escrita en mármol, no fuese apropiada para una reunión familiar. Creo que Allende era el único de entre los presentes consciente de lo que podía suceder”, reflexiona la autora.
El golpe del ‘73
Cuenta Isabel Allende en la entrevista con el CEME, que el 11 de septiembre de 1973 iba camino a su trabajo cuando notó que las calles estaban vacías y que solo había camiones militares: “Debe ser un golpe militar”, había pensado entonces la escritora, aunque –asegura- no sabía realmente lo que era un golpe militar.
“La redacción de la revista estaba cerrada con candado. Fui a ver a un amigo, don Osvaldo Arenas, profesor en el Instituto nacional, un colegio que estaba a pocas manzanas del Palacio de la Moneda. Allí estaba él, completamente solo, con una radio portátil. Lloraba: ‘Van a bombardear La Moneda, van a matar al presidente’, se lamentaba Arenas.
Isabel negó: “No, don Osvaldo, ¿Cómo puede pensar que vayan a bombardear La Moneda? ¡Para un chileno era una hipótesis impensable!”, explica Allende y continúa:
“Sin embargo, en ese mismo momento, comenzaron a pasar los aviones por encima. Subimos a la terraza y en radio oímos la voz del presidente, despidiéndose del país con su famoso discurso:
“Algún día volverán a abrirse las grandes alamedas por las que paseará el hombre libre”, decía el ex presidente chileno Salvador Allende, que se suicidó en el palacio presencial ese mismo día.
Enseguida Isabel y su amigo, Osvaldo, vieron las bombas caer sobre La Moneda:
“El estruendo, la humareda… Ahí comenzó el toque de queda… 48 horas sin poder salir a la calle. Nunca imaginé que algo así pudiera pasar en Chile, un país con una democracia sólida y establecida desde hacía 160 años, conocido como ‘la Inglaterra de Latinoamérica’. El que hubiera campos de concentración y centros de tortura por todo el país fue una revelación. La brutalidad y la violencia ya habían estado ahí, ocultas entre las sombras, pero para mí fue como despertar a una pesadilla”, narra la escritora a la prensa chilena.
Ella y Miguel Frías, su marido de entonces y padre de sus hijos Nicolás y Paula, iban con el auto agitando una bandera blanca, a llevarles comida a los que habían quedado aislados. En el camino, los obligaron varias veces a detenerse.
“Mientras recorríamos las calles pude ver cadáveres, quemas de libros, y a gente cubierta de sangre siendo arrastrada hasta el interior de unos camiones”, revive Allende el horror de aquellos días.
La escritora ayudó a los perseguidos por el golpe:
“Muchas veces me llegaba gente para esconder o para acoger. Y yo trataba de juntar información, entrevistar a las personas que habían sido torturadas, conseguir los nombres de los presos y de los torturadores. Toda esa información salía para Alemania”.
Así las cosas, la huida del país se hizo perentoria. En 1975, Isabel Allende emigró con su familia a Venezuela, donde vivieron hasta 1988. Cuenta la escritora que, en aquella época, su nombre era muy llamativo.
“Fuera de Chile me di cuenta de que llamarse Allende era como tener un título de nobleza, era más o menos como llamarse Kennedy”.
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