Lo mejor del amor

Una pareja que lleva años y años casi sin hablar ¿puede reencontrarse? Una apuesta a la fortaleza de los vínculos en “Aniquilación”, la última novela de Michel Houellebecq.

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Virtudes de sostener aquel amor de siempre.
Virtudes de sostener aquel amor de siempre.

¡Hola!

Gracias por sumarte a una nueva edición de Leer por leer. Nos volvemos a encontrar para hablar de lecturas. Acá en Buenos Aires hace frío: gran oportunidad para meterse bajo unas cuantas frazadas y darse el gusto de leer.

Esta vez no voy a hablar de un libro entero sino de una de sus subtramas. Un hilito que recorre la novela y que un poco reconforta. La novela es Aniquilación, la última de Michel Houellebecq. El hilo, una historia de desamor que revierte y, en la segunda vuelta, parece mejor que nunca.

El protagonista de Aniquilación, Paul Raison, es un alto funcionario, la mano derecha de un presidenciable. Su padre —un PADRE—, es un señor grande que fue parte de los Servicios de Inteligencia, tuvo un ACV y al principio parece que se muere pero no; queda vivo y con capacidad de comunicarse pero sólo parpadeando. Su hermana es religiosa, lo que contrasta un poco con el apellido —“Raison” significa “razón”— y en general con la personalidad de Paul. Al principio parece que la vamos a subestimar, pero no: Cécile será capaz de escuchar-escuchar, de comprender, de actuar. Mucho más que la mayoría.

Pero la historia que quiero contar es la que ocurre con Prudence. Voy a spoilear, no toda la novela pero sí lo que pasa entre Paul y Prudence. Si querés mantener la intriga, es la hora de cerrar esta nota acá.

Michel Houellebecq y su libro "Aniquilación".
Michel Houellebecq y su libro "Aniquilación".

Una pareja averiada

Cuando empieza la novela, la relación de Paul y Prudence es, digamos, lamentable. Viven juntos pero ojalá vivieran separados. Tienen la heladera dividida por estantes —lo de ella es lo de ella, lo de él es lo de él—, duermen en cuartos distintos y apenas se cruzan: sus horarios son opuestos y nunca pisan a la vez los lugares comunes de la casa.

Se habían conocido jóvenes, se habían atraído enseguida, lo sexual había marchado bastante bien pero con la comida, bueno, con la comida no se habían puesto de acuerdo. Él, quesos, carnes, patés. Ella, cada vez más cereales, frutas, legumbres ecológicas.

¿Esto es grave? Cuando las cosas andan bien, las diferencias son anecdóticas y hasta le ponen sal a la cosa. Como decía la canción: I say tomAto, you say toMEIto (fonética, claro).

París. El escenario de parte de la novela de Houellebecq. (REUTERS/Stephanie Lecocq)
París. El escenario de parte de la novela de Houellebecq. (REUTERS/Stephanie Lecocq)

Pero las cosas se empezaron a espesar y la heladera de pronto fue campo de batalla y un día Paul la encontró invadida por “algas, soja germinada y numerosos platos cocinados de la marca Biozone, que mezclaban tofu, bulgur, quinoa, espelta y fideos”.

Él dice que lo de ella es “mierda” y ella le deja un estante para su “bazofia”. A partir de ahí, cada uno hace las compras por su lado y hasta revolea alguna delicia del otro a la basura.

Mucho tiempo así. Cuando arranca la novela Paul y Prudence llevan más de diez años de Guerra Fría.

La cama, obvio, se ha partido hace rato. Se diría que lo único que comparten es la deuda por ese departamento en la calle Lheureux. “L’hereux” —si tuviera apóstrofe— se podría traducir “el feliz”. Una ironía, claro. Ninguna felicidad ha pasado por aquí en mucho tiempo, ni de visita.

La vida sexual de Paul no ha florecido mientras tanto. Diez años que no pasa nada de nada. Ni con Prudence ni con nadie. Hijos no hubo.

Esa es la vida: se levanta al mediodía, cuando ella ya se fue, se va al Ministerio; vuelve a la madrugada, cuando ella duerme. Cuando por lo del ACV él tenga que viajar y vuelva en un horario poco habitual y entre cuando ella esté despierta, Prudence se va a sobresaltar: hace tanto que vive sola. Entonces él se excusa por molestar y le explica lo que pasa. Ella parece preocupada por el padre de Paul; un gesto y es lo más cercano que han tenido en una década.

Atención; es el comienzo.

El segundo paso será encontrarse una vez por semana. Ya no de casualidad sino intencionalmente. Los domingos a la tarde. La verdad, no saben mucho de qué hablar y no es que la comunicación fluya saltarina como un río de montaña. Pero ahí se quedan, hay una intención, el brote de un deseo.

Mientras, en estos años, Prudence ha ido más allá de la heladera. Participa en rituales que adoran a diosas y dioses, mujeres que se visten de blanco, largas reuniones de varios días de duración. Durante uno de esos viajes, en la temporada de las Fiestas, de pronto Paul se siente solo y piensa en llamarla. No, no es obvio. Hace rato que no se acompañaban.

Bajo la frazada. Volver.
Bajo la frazada. Volver.

En fin que todo es pasito a pasito. Un beso en la mejilla, una charlita, una caminata del bracete que se va haciendo costumbre. Lento, lento, lento, pasará mucho hasta que se vuelvan a tocar, hasta que vuelvan a ser un par, hasta que se abran y se amen.

Pero va a pasar.

No es esta la aniquilación del título. Entre todo lo que se cae, el amor, aquel amor de siempre, se rescata y se valora y vuelve. La posibilidad de hablar de las diferencias, de no banalizarlas, de convivir con ellas. La decisión de conservar ese amor y alimentar ese deseo.

¿Es esto una muestra del conservadurismo de Houellebecq, el mismo que se burla de todo lo que crea “progre”?

A Paul y a Prudence les queda por delante —ya van ver— lo mejor del amor. En épocas de “amor líquido”, que se va fácilmente por la rejilla, yo que las decisión de cuidar ese vínculo es resistencia y bienestar.

Mis subrayados

1. “A aquella hora Paul tenía hambre. Iba a volver a su casa, era lo único que podía hacer, se dijo antes de caer en la cuenta de que en su casa no habría nada que comer, de que la estantería de la nevera que tenía reservada estaría desoladoramente vacía y de que incluso la expresión ‘su casa’ manifestaba un optimismo insensato”.

2. “La división de la nevera era a todas luces el mejor símbolo de la degeneración de la pareja. Cuando Paul, joven funcionario de la dirección del Presupuesto, había conocido a Prudence, joven funcionaria de la dirección del Tesoro, indudablemente sucedió algo desde los primeros minutos; quizá no desde los primeros segundos, la expresión flechazo habría sido exagerada, pero no había tardado más que unos minutos, sin duda menos de cinco, en realidad más o menos lo que dura una canción”.

3. “Su entendimiento sexual había sido enseguida bueno, aunque raramente celestial, pero la mayoría de las parejas no piden tanto, mantener una actividad sexual, la que sea, ya constituye un auténtico logro, es más la excepción que la regla, lo atestiguan la mayor parte de las personas bien informadas (periodistas de las revistas femeninas de referencia, autores de novelas realistas), y esto no se aplicaba solo a las personas relativamente maduras como Paul y Prudence, que se acercaban apaciblemente a la cincuentena, para los más jóvenes de sus contemporáneos la idea misma de una relación sexual entre dos individuos autónomos, aunque se prolongase tan solo unos minutos, ya no representaba más que una fantasía caduca y, en suma, lamentable”.

4. “La mutación vegana, operada en Prudence desde 2015, en el mismo momento en que la palabra aparecía en el Petit Robert, desataría una guerra alimentaria sin cuartel de la que once años más tarde seguían sin restañar las heridas y a la que ahora la pareja tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir”.

5. “La hoja era una invitación al sabbat de Yule que se celebraba el 21 de diciembre en Gretz-Armainvilliers. Estaba ilustrada con una foto de chicas con largos vestidos blancos y la frente ceñida por cintas de flores, que retozaban en una pradera soleada esbozando gestos prerrafaelitas. Aquello evocaba bastante un porno soft de la década de 1970; ¿qué historia era aquella? ¿En qué se había metido Prudence?”.

6. “¿Por qué él no había follado con otras mujeres aparte de Prudence durante los diez últimos años? Porque la vida profesional no incita a ese tipo de cosas, se dijo al principio. Unos segundos después tuvo conciencia de que solo era un pretexto, algunos de sus colegas, una pequeña minoría pero en cualquier caso algunos, tenían todavía una vida sexual activa”.

7. “La habitación adquirió de repente un insólito aspecto acogedor; Prudence no estaba, pero sin saber por qué tuvo la impresión de que no andaba lejos, de que iba a volver de un momento al otro; después vio el abeto”.

8. “Al mirar alrededor, él se percató de que había anochecido, y desde hacía mucho, debían de llevar varias horas juntos, seguramente ella había encendido las lámparas en un momento dado sin que él se diera cuenta. Se levantó a su vez y depositó un beso suave en la mejilla de Prudence. Ella volvió a sonreírle antes de salir de la habitación”.

9. “Atravesaron el parque de Bercy, el aire era frío y seco, pero el cielo estaba bajo, gris, y muy posiblemente lo seguiría estando todo el día. Paul pensaba que hacía años que no habían salido juntos así, para ir al trabajo. A la altura del jardín Yitzhak Rabin, ella lo cogió del brazo. Él tuvo una pequeña conmoción, como si el corazón hubiese omitido uno o dos latidos; se recuperó y apretó con fuerza el brazo de Prudence”.

10. “Seguían sin comer juntos, pero, una noche, a Paul le sorprendió descubrir en la nevera dos rebanadas de pâté en croûte que Prudence había comprado para él”.

Un aviso parroquial

Simplemente, no te pierdas a Martín Felipe Castagnet leyendo Rashomon, el cuento del japonés Ryunosuke Akutagawa en el podcasts La oreja que lee.

Martín Felipe Castagnet en el podcast "La oreja que lee", de Infobae
Martín Felipe Castagnet en el podcast "La oreja que lee", de Infobae

Castagnet nació en La Plata en 1986 y Akutagawa en Tokio en 1892. Sí, los separa toda la geografía y un siglo pero el platense lo lee y el japonés nos está hablando a los humanos del siglo XXI.

La lectura está en este link y, además, el libro donde figura el cuento se puede descargar gratis acá.

No digas que no te avisé.

Si querés contarme algo de lo que estás leyendo, escribime a pkolesnicov@infobae.com y te contesto.

Hasta la próxima

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