“No puedo saber que más tiene Dios previsto para mí. Sin embargo, antes de morir, quisiera poner por escrito el relato del día en que Lajos vino a verme por última vez”.
Así comienza la novela La herencia de Eszter, del consagrado escritor húngaro Sándor Marai. Y lo que sigue es una historia llena de cortes y quebradas, contada en primera persona por Eszter, una mujer soltera, de cuarenta y pico, que vive con una pariente lejana como toda compañía, en la vieja casona que era de su padre.
Hasta aquí todo bien. Pero un día, esa vida en apariencia tranquila termina abruptamente. La llegada de un telegrama con la noticia del peligro o de la felicidad (no sabemos aún) congela el aire que respiran y las deja boqueando: el más canalla que encantador de Lajos irá a visitarlas luego de dos décadas de estar desaparecido. Entonces todo es duda y miedo.
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Lajos, antiguo amor trunco, marido de su hermana muerta, quien traicionó, engañó y destruyó su alma y su corazón -además de a su familia-, el tipo que les quitó todo lo que tenían, salvo la casa con jardín en la que viven, estaba de vuelta. ¿Y para qué?
“Se puede tener miedo a alguien a quien amamos o a quien odiamos -dice Eszter- a alguien que ha sido muy bueno o muy cruel con nosotros, a alguien que ha sido infame a propósito. Sin embargo, Lajos nunca ha sido cruel conmigo, si bien es verdad que tampoco ha sido bueno”.
Era casi como una visita fantasmal. Ese hombre que le arruinó la vida regresaba por más. Solo que ella desconocía por completo hasta dónde era capaz de llegar esta vez, que sería la última.
“Es verdad que mentía, que mentía tal como sopla el viento, con la fuerza y la alegría de la naturaleza. Sabía mentir de una manera convincente. A mí, por ejemplo, me había mentido diciéndome que me amaba, que solamente me amaba a mí. Más tarde se casó con mi hermana Vilma”, se confiesa la pobre mujer en un relato, que se parece, y mucho, a un soliloquio de Shakespeare.
Sin embargo, y a pesar de saber muy bien con qué tipo de alimaña estaba a punto de reencontrarse, la protagonista se ilusiona y sueña con ese momento. Se mira al espejo, descubre algunas arrugas, pero: ¿qué importa? Volver a verlo es lo que la mueve ahora. Se mira como esa mujer que espera a su amante. Pero a la vez, el espejo le devuelve la otra cara de la moneda. La que no quiere ver. La que está velada.
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Lo mismo que sucede con una mujer golpeada: le prometen que no le van a pegar más y ella le cree hasta la próxima paliza. Eszter está enredada en un vínculo tóxico del cual no pudo salir ni siquiera durante esos veinte años de silencio del victimario.
“Para mi Lajos era una persona que comenzaba todo con una mentira, y que luego en medio de las mentiras, se extasiaba, lloraba, y seguía mintiendo con lágrimas en los ojos (…) En cuanto a mi vida -reconoce- ha estado llena de peligros, por lo menos mientras estuve cerca de Lajos. Después de que él desapareciera, me di cuenta de que no quedaba nada en su lugar: tuve que admitir que ese peligro había sido el único y verdadero sentido de mi vida”.
En fin. Qué les puedo decir. Si Eszter fuera mi amiga ya le hubiera recomendado que vaya a terapia y que llame al 144. Con ese bombón, perimetral. ¡Nunca casamiento! Tristemente, la historia que cuenta Sándor Marai podría ser la de muchas mujeres. Sabe cómo hacerlo y con qué. Su técnica exquisita nos sumerge en las oscuridades del alma humana y nos deja allí, prisioneros de los personajes que, casi siempre, se parecen a nosotros mismos.
La herencia de Eszter es un festín de perfiles psicológicos que se entrelazan hasta llegar a un desenlace tan incierto como posible. Una novela intensa, que se lee de un tirón. Eszter y Lajo nos enfrentarán con nuestros propios demonios, esos que barremos debajo de la alfombra para que no se note.
¡Ah! Y la respuesta de para qué regresó este personaje siniestro se las dejo a ustedes. ¿Y saben qué? Eszter la sabe, pero prefiere pensar que, en todos esos años de ausencia, Lajo cambió. Pero no.
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