Valeria Tentoni: “Es humillante entrevistar a una persona sin haber leído su libro”

En “El color favorito”, escrito en primera persona, la escritora y periodista reflexiona con sutileza sobre el poder de las preguntas y el género de la conversación literaria. Su maestro, el escritor Alberto Laiseca, ocupa un lugar central en este ensayo breve

En 2022, Tentoni fue la ganadora de la primera edición del Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet, que organiza la Universidad de Chile.

Aunque se recibió de abogada, no ejerce la profesión. Y es que, a veces, los estudios provienen de mandatos familiares o de obligaciones autoimpuestas. Hija de padres abogados, Valeria Tentoni (Bahía Blanca, 1985) es escritora y periodista y, aunque escribía desde chica, la literatura no era en principio su horizonte. Sin embargo, cuando tenía siete años hubo una pregunta que provocó la respuesta literaria de un futuro posible.

Valeria es la editora del blog de la librería Eterna Cadencia y sus entrevistas a escritores están consideradas entre las más agudas e interesantes del ambiente literario.

Como autora, publicó los libros de poemas Batalla sonora, Ajuar, Antitierra, Piedras preciosas y Pirámide (estos últimos tres editados en México, en un solo volumen, bajo el título Emociones lentas), así como los libros de relatos El sistema del silencio y Furia diamante. En 2022, resultó ganadora de la primera edición del Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet, que organiza la Universidad de Chile.

Es, también, autora del precioso libro para chicos Viaje al fondo del río, que ilustró Guido Ferro (Pípala).

Recientemente, la editorial Gris Tormenta publicó El color favorito, un ensayo sobre las entrevistas literarias y el poder de las preguntas, que tiene curiosamente - o no tanto- al gran escritor argentino Alberto Laiseca (1941-2016) como protagonista central. El prólogo del libro, escrito en registro epistolar y con mucha información sobre la autora, es del mexicano Daniel Saldaña París.

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La pregunta la hizo la maestra a una Valeria chiquita, luego de un ejercicio de comprensión lectora de un cuento sobre un mago y un conejo. Y la respuesta la sorprende aún hoy porque, por entonces, la literatura no había tomado la forma de un oficio posible para ella.

— ¿Te gustaría ser maga?

— No, porque voy a ser escritora.

La respuesta fue inesperada porque la pregunta fue buena. La pregunta fue allí adonde debía ir.

“Una pregunta es como un animal marino que se abre y se cierra, una medusa. Avanza, ágil y determinada, galopando por el océano negro. En sus carnes traslúcidas esconde una perla fluorescente y a su paso ilumina, a veces tenue, a veces hasta cegarlos, bosques y desiertos. (...) La respuesta es un resultado del que somos apenas responsables: la pregunta es una linterna de luz impropia, una luna antes que un sol”, escribe Tentoni en El color favorito.

La conversación que se transcribe a continuación tuvo lugar semanas atrás, en el estudio de Radio Nacional en el que se graba el programa Vidas Prestadas. Durante la charla, Valeria dirá que el espacio en el que se hacen las entrevistas es clave porque puede añadirle clima e información al diálogo. Esta vez, la entrevistada era ella y se la veía y se la escuchaba emocionada por estar allí, en el edificio de la radio pública de la calle Maipú, por primera vez.

— Como a muchos, me gustan tus entrevistas. De hecho, son de aquellas que busco y leo cuando me toca entrevistar a un autor y sé que lo entrevistaste. Pero lo que hacés en El color favorito, que es unir lo que tiene que ver con este oficio con la literatura y con quien fue tu maestro, Alberto Laiseca, es precioso y tiene momentos casi de poesía, diría.

— Bueno, gracias. Yo creo que era difícil unir todo y fue más accidental que deliberado pero eran cosas de las que quería hablar. Lo escribí muy rápido pero lo tenía adentro, me parece. Porque es un libro hecho con experiencia, ¿no? Así que fue así, un poco viene de la experiencia y de la reflexión sobre la experiencia. Pero, no sé, no me siento tan responsable porque fue un libro que se me fue de las manos en más de un momento.

"El color favorito" se publicó en la Colección Editor de Gris Tormenta, en la que se pueden leer textos que recuperan oficios y procesos del mundo editorial.

— ¿Cómo surge la idea del libro? Los editores te dijeron “Queremos un libro tuyo”?

— Claro. Gris Tormenta tiene la Colección Editor, que es muy bonita y es en primera persona. También fue un desafío escribir en primera persona.

— ¿No lo habías hecho hasta ahora?

— No así. Algunos ensayos sí son una primera persona que no es tan primera persona, ¿no? Porque el ensayo literario en primera, en realidad, es como una reflexión. Yo creo que la primera persona es muy poderosa pero tenía mucho miedo de que se convirtiese en una primera persona confesional pura y me costó mucho entender que yo podía trabajarla sin entrar en un tono confesional crudo, sin entregar tanto. Que creo que, en mi caso, es algo que me detiene. El otro día en la presentación del libro, que fue con María Sonia Cristoff, yo me acordé ahí con ella y le contaba que, en un momento, me invitaron a escribir en Clarín en la sección “Mundos íntimos”. Y claro, yo quería escribir, a las personas que escribimos nos gusta que nos lean. Pero no quería contar lo más truculento o dramático de mi vida en un diario que se lee mucho.

— Uno se pregunta para qué hacerlo, también.

— Claro. Y yo dije ¿pero sobre qué puedo escribir? Y en un momento me di cuenta: en realidad, nadie sabe cuál es mi vida privada. Yo sé. Puedo correr el límite hasta donde yo quiera. Pero eso, ese movimiento lo hice ahí y me di cuenta de que en realidad tenés poder de decisión sobre lo que vas a contar, sobre lo que vas a escribir. Un libro es un artefacto.

— Nadie te obliga a contar lo que no querés contar.

— No. Ni tenés por qué contarlo todo. O sea, contá lo que sirve para que el libro funcione. Entonces, El color favorito está entre el ensayo y la no ficción; hay muchos elementos que sucedieron. Esa es la pregunta que siempre preocupa mucho a muchos lectores: ¿esto pasó o no pasó? Es una pregunta que está. Para mí está bueno igual que esté, es muy poderosa esa pregunta. Hasta morbosa. ¿no? Es una energía fuerte de conexión con un libro.

— Bueno, si vamos al caso, cuando escribís ficción también te preguntan. Y a los autores les preguntan: ¿cuál de todos estos personajes sos vos?

— También, sí. Y si se te ofenden los familiares porque creen que son ellos y nadie es nadie y todos son todos y todo es mentira y todo es verdad. Pero digo, lo construís. Entonces, me costó construir porque hay un montón de cosas que yo no quería contar y un montón de cosas que tenía ganas de contar porque me parece que me servían para pensar un motón de ideas que no son mías. Y yo tenía que encontrar maneras de enhebrarlas para no robármelas pero que tampoco fuese un ejercicio de cita, cita y cita.

— Sabés que hace poco, durante una entrevista con Cristian Alarcón hablábamos de los años que estuvo trabajando en la villa y el tema de los bunkers narcos y surgió el tema del permiso para ser testigo. Es decir, quién te acredita como testigo para contar algo o cómo uno puede acreditarse a uno mismo para decir “bueno, yo viví esto, yo puedo contarlo”, aunque involucre a otro.

— Claro. Bueno, en el caso de Laiseca, que fue mi maestro, también fue maestro de un montonazo de escritores y escritoras argentinos.

Tentoni, sobre Laiseca: "Era un escritor que tenía un proyecto literario muy ambicioso, que es algo bien raro y quizás un poco fuera de época. Él decía que hacía realismo delirante, que había inventado ese género". (Télam)

— Grandes escritores como Selva Almada, Alejandra Zina o Leo Oyola, por otra parte.

— Sí. Y también de personas con quienes compartí taller y no siguieron escribiendo. Entonces, sí fue una pregunta: ¿yo puedo escribir sobre Laiseca? O sea, hay gente que fue al taller muchos más años que yo. Hay gente que lo trató de otra manera. También era para mí una pregunta. Pero bueno, creo que de a poco van saliendo todas las versiones de Laiseca. Creo que van a aparecer más libros sobre él y van a haber muchas voces porque era muy impresionante tenerlo de maestro. Entonces, si se te cruzó en la vida, es muy difícil que no quieras escribir sobre él en algún momento: su energía es muy grande. Y como maestro, fue un maestro muy entregado.

— Sí, yo entrevisté a Laiseca una sola vez y me acuerdo mucho de esa entrevista porque fue en un día de mi cumpleaños, ¿no? Y hacía frío, era invierno, y él estaba trabajando como editor ahí, cerca del cementerio de la Chacarita. E hicimos la entrevista un mediodía en un bodegón, comiendo lentejas.

— Qué lindo... Era una persona muy estrafalaria, también hay que decirlo. Entonces llamaba la atención. Y cuando lo conocí, yo tenía 19 años. Yo venía de otro mundo, entonces claro que me impresionó, cómo no. Y en algún momento iba a escribir sobre él. Igual, no me animé hasta que apareció el proyecto de este libro. Yo quería hacer un ensayo sobre el periodismo cultural, o sobre las entrevistas a escritores y sobre la pregunta como potencia. Como herramienta. Sí, hasta como respuesta. Y claro, empiezo a escribir y de repente me empieza a aparecer Laiseca y empieza a colonizarlo todo. O sea, este libro en un momento casi se llama Mi maestro. Yo me resistí porque, en realidad, no es un perfil de mi maestro. Tendría que haber trabajado muy distinto para hacer un perfil. Tendría que haberme documentado, entrevistado gente.

— El título está muy bien.

— Bueno, el título fue un poco una idea de Martín Armada, que es mi compañero. Él es poeta y también es editor, y también es periodista. Y le dimos muchas vueltas.

— El título surge de una pregunta que no falla en tus entrevistas y que es algo así como “¿cuál es tu color favorito?”. Me gusta porque es como una marca de identidad, es un DNI de tus preguntas.

— Sí. Sí. Igual es cierto la pregunta también está en el blog, está en un cuestionario fijo. Y es cierto que depende de cómo la hagas puede funcionar o no, pero casi siempre funciona la versión larga que es”¿cuál es el color más hermoso que viste en tu vida?, dónde estaba o algo así. Formularla así es como invitar a contar una anécdota. Y cuando la mente escanea anécdotas, elige de un modo muy personal. O sea, parece que la selección es histórica pero, en realidad, lo que fue lo más importante en tu vida, lo más bello que viste, termina siendo un accidente. El cerebro es un caos, entonces vienen cosas que las personas no piensan tanto y entregan algo muy íntimo, digo, una intimidad muy contemplativa a la vez porque es algo que viste, no es algo que te pasó. Entonces, por lo general trae algo bueno. Aunque puede fallar.

— Entre los accidentes por los que pasamos los entrevistadores está el de que no se te grabe la nota. Todos alguna vez pasamos por esa situación que es bastante dramática. A veces podés reponer, a veces no y te morís de vergüenza de tener que decirle al entrevistado… ¿Recordas algún episodio así?

— Me volvió a pasar recién. Llamé a los demonios. Sí, me pasó con Pedro Mairal y tuve que decirle que el grabador no grabó. A mí me gusta mucho ir a entrevistar a las personas que me dan la entrevista en sus casas.

— Para verlos en contexto.

— Sí, siempre es mucho mejor. Depende para dónde estás trabajando, podés hacerlo o no. Depende el tiempo que tengas, podés hacerlo o no. Pero también aparecen muchas anécdotas. O sea, la vida de quien hace periodismo, bueno, vos tenés un montón de entrevistas que has hecho y has viajado para entrevistar, incluso. Eso ya casi no se hace.

— No, una pena.

Valeria Tentoni, en un estudio de Radio Nacional. "Mo me interesa provocar respuestas problemáticas y confrontar", dijo.

— Cuando yo comencé, soñaba con que me mandaran a entrevistar en un avión, en un barco, a no sé quién. Era una idea de periodismo muy hermosa. Porque el periodismo te permite un poco una vida de aventura.

— Bueno, era una idea de periodismo, lo acabas de decir, era una idea de periodismo muy hermosa. Hoy el periodismo ya no es así.

— Pero bueno, podía traer alguna aventura. Algunas trae igual, eh. Es meterte en la cabeza de alguien que te abre la puerta con un grado de candidez y de inocencia y te da la bienvenida. Vos ves su casa. O sea, le da un montón de espesor también a una entrevista ver dónde vive, poder contarlo. Y las grandes entrevistas que que leemos y estudiamos, como las de la Paris Review, son así.

— Totalmente.

— Son el tipo de entrevista que forman a alguien que se dedica a esto. Las de María Moreno. Las de María Esther Giglio.

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— Había tiempo, además. También ocurría que tenías un montón de material y que, como iba al papel y el espacio ahí es limitado, te quedaba un montón afuera. El problema hoy, me da la impresión, es que tiramos online todo el material -aún lo que ni siquiera es importante- porque ya no hay ni tiempo para editar. Es como que nunca estamos satisfechos en un punto.

— No, no. Y a mí me parece que en ese sentido este libro piensa con un tipo de cabeza que es un poco anacrónica. No se hace más periodismo así, aunque lo intentemos… Es eso: no hay más tiempo para hacer las cosas de cierta manera. Y, por eso, el periodismo que me interesa leer y el que intento hacer se parece más a la literatura. Trabajar con los tiempos de la composición literaria.

— Entiendo perfectamente. Por eso aparece Laiseca y su legado en la escritura. Y aparecen esas preguntas que están al comienzo de tu libro, frases como “Hago preguntas hace décadas y todavía no aprendí a escribir”, por ejemplo, ¿no? Un poco exagerado, pero interesante. Y al mismo tiempo, ¿por qué pensar que porque uno sea un buen preguntador, además tenga que escribir bien? Qué ambiciosa. (Risas)

— Ahí sí eso es re sincero: yo no sabía cómo empezar a escribir. Yo no conocía gente que escribiera ni era una posibilidad para mí. No sabía cómo hacer. Fui muy atolondrada y sigo siendo bastante salvaje y a veces engancho y a veces no. Pero, claro, no pasé por Letras… Y el taller al que fui fue un taller muy raro porque Laiseca tampoco te corregía el texto. O sea, era muy vaporoso todo en ese espacio, entonces, es a golpe de intuición. Y en las entrevistas igual aprendo, muchas veces he aprendido cosas de entrevistadas y entrevistados. Muchas veces.

— Bueno, eso buscamos, me parece.

"Furia diamante" (Leteo) es uno de los libros de relatos de Tentoni.

— Sí, no sé. Creo que es lo más interesante, lo más rico. A mí no me interesa provocar respuestas problemáticas y confrontar. O sea, he hecho periodismo político, he hecho periodismo de calle, policiales, trabajé en el diario Crónica un año. Pero ese tipo de periodismo sí puede llegar a necesitar otro tipo de astucias o de operaciones. Pero en el periodismo cultural la noticia es un invento. Salvo un premio o una muerte, no hay noticias en periodismo cultural. Tal vez un gran libro. Pero tampoco: lo tenés que armar, ¿no?

— Recién hablabas de las astucias, de los recursos que uno puede tener. Están los que antes de entrevistar no quieren leer ni ver ninguna entrevista para no ser infiltrados por la curiosidad del otro. Estamos los que vemos todo, justamente porque no nos molesta preguntar lo mismo. Tal vez porque nos quedamos insatisfechos con las respuestas que dieron. ¿Dónde estás vos ahí?

— No, yo leo. Leo. Hay personas que hacen muy buenas entrevistas pero hay varios entrevistadores y entrevistadoras a los que busco. Si entrevistaron antes, busco. Intento que no se repitan. Si ya hay una muy buena respuesta no voy a buscar la misma pero sí a veces digo: “Acá podría haber una repregunta”. Yo estudio a los entrevistados, hay que prepararse un poco. Además, se nota: es un poco humillante sentar a una persona y no haber leído su libro. También te pasa de este lado, como autora, y es un poco fuerte. En Argentina se hace, me parece, muy buen periodismo, creo que hay un nivel bastante alto. Hay otros países en los que no sé si es tan delicado.

— A los entrevistados les resulta muy reparador cuando del otro lado encuentran un lector.

— Sí, es que en realidad son conversaciones entre lectores, en el fondo. Creo que el periodismo que hacemos es un periodismo que siempre está como tirando carne a la parrilla de un asado largo que ojalá fuese más grande entre personas que sienten placer en hablar de libros y en leer. Porque hablar de libros es como leer también, ¿no? Es un placer muy parecido. Encontrar a alguien que leyó un libro que vos leíste, que tiene esa fascinación. Supongo que es como otras personas comentarán partidos de fútbol y hablan del detalle de un gol, qué sé yo.

— Sí, el entusiasmo compartido por un autor de pronto ¿no? Por una obra. Transmitir, divulgar. Esta última es una palabra que a veces es vista como sospechosa. Como pobre, precaria. Pero además de tus entrevistas y tu libro sobre las entrevistas, sos una poeta, una narradora y ensayista. Y además sos autora de literatura infantil. Contame cómo surge la Valeria escritora.

— No sé. Yo era chiquita y escribía.

"Viaje al fondo del río" (Pípala) es un precioso relato para niños que cuenta la historia de Sinforosa, una ardilla/niña que se sumerge en el río para recuperar un prendedor que era de su abuela y se le perdió ahí.

— ¿Qué escribías cuando eras chiquita?

— Cuentitos en la máquina de escribir que había en mi casa. Y mi hermano dibujaba. Pero era un juego, eh. Me felicitaban, sí, mis papás, muy amorosos. Pero no me trataban como “mirá lo que estás haciendo, va a ser escritora”. No hubo eso.

— ¿No había nada en tu familia que tuviera que ver con la literatura?

— Mi abuela escribía pero no hizo nada con eso. O sea, se le han encontrado poemas. Pero era maestra.

— Las maestras de esa generación eran muy lectoras. Muy lectoras.

— Sí. Sí. Y hay bibliotecas por todos lados si me pongo a mirar. Pero en mi casa había una biblioteca modesta, una biblioteca popular, digamos, con García Márquez por ejemplo. Que es buenísimo. También esto que hablábamos recién de la divulgación, hay literatura popular muy buena, yo no estoy para nada enemistada con lo popular. Los Beatles, ¿no? Digo, me parece una gran destreza lograr que algo sea tan abierto y tan bueno como para interpelar a un montón de personas.

— Vos hablabas del periodismo cultural en la Argentina. La industria editorial argentina sacaba las colecciones que dirigía Boris Spivacow en los kioscos. En mi casa la biblioteca se formó con esos libros.

— Todavía hay kioscos en Buenos Aires que venden libros. Esto no es tan común en el mundo, me parece. Yo no viajé tanto, pero por lo poco que viajé me pareció que no es tan común. Hay un carácter lector de quienes vivimos en Argentina que es muy particular. O sea, en el subte la gente sigue leyendo. No sé, creo que es una cultura lectora. Entonces, había libros en mi casa pero creo que como había en cualquier casa. En cualquier casa de clase media había algunos libros. Y había poesía, estaba el Neruda más clásico, de “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” y yo me lo aprendía de memoria. Pero claro, con Residencia en la tierra, que es quizás el libro que más me gusta ahora de Neruda, me encontré mucho después.

— Ese no era un libro de los que podía estar en la biblioteca de tu casa.

— Claro. Y tampoco es que yo quería ser escritora. O sea, está en el libro, sí lo he dicho como respuesta a una pregunta que me hizo mi maestra, pero yo no recuerdo decirlo, yo decía: “quiero ser abogada” porque mis papás eran abogados.

— Bueno, de hecho estudiaste Derecho.

— Y es lo que yo decía. ¿Qué querés ser? Abogada o diplomática. Eso decía de chica. Tengo algo de diplomática, me encanta hablar con gente de otros lugares. Me encanta conocer. Y además te pasan libros que capaz no te llegan. Me encanta.

"Los libros son objetos radiantes", dice Valeria Tentoni. "Un libro sigue siendo una abducción terrible y por eso los queremos tanto".

— Ahora, escribir es una cosa, ser poeta es otra. ¿Salió naturalmente escribir poesía?

— Escribía poemas, también, así como escribía mis cuentitos. Escribía poemas de amor desgarrados. Tocaba la guitarra, también, entonces hacía letras de canciones. Y todo tenía que ver con un amor trágico. No sé, viste, la tragedia de la adolescencia. Y se me fue en poemas. Y tampoco sabía qué hacer con eso, no sabía a quién mostrárselos. No se lo mostraba a nadie, lo tenía en una carpetita así escondido.

— ¿A qué edad?

— No sé, 12 años. 13 años. Yo jugaba al hockey, era malísima, era súper torpe, yo creo que ya era miope, no usaba anteojos todavía. O soy simplemente torpe, soy torpe. Y le leí mis poemas a unas compañeras de hockey y se me rieron en la cara y dije: “Esto no lo muestro más”. O sea, con quién voy a hablar de esto. Entonces, hasta que no me vine a Buenos Aires no tuve muchas amigas. Tengo buenísimas amigas de esa época pero no compartía todo esto. Y recién conocí gente que escribía, que leía, con quien hablábamos de libros acá. Es que Buenos Aires es terrible y es fascinante a la vez. Te puede abrir así un montón de portones.

— ¿Y qué extrañas del lugar donde naciste?

— El silencio. Muchísimo. Las distancias. O sea, un tipo de vida más pequeña.

— ¿Volvés?

— Sí, vuelvo. Y no creo que viva toda la vida en Buenos Aires. No sé si es para mí. Pero para trabajar es el lugar. Yo creo que no hay una mejor ciudad para ser escritora en el mundo, me parece, porque hay una oferta de eventos, de formación. O sea, hay un montón de espacios para formarse. Por eso vienen tantos escritores de otros lugares. Ferias, festivales. Feria de editores independientes. O sea, es tremenda Buenos Aires.

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— Quería volver un poquito a Laiseca. Hay algo con la leyenda de Laiseca como docente, como maestro más que como docente. Docente tiene una cosa formal. Laiseca como gran promotor de la literatura de género, también. Y como el autor de Los sorias, la novela más larga…

— De la literatura argentina. (Risas).

— Como periodista cultural, ¿cómo definirías a Laiseca como escritor?

— Era un escritor que tenía un proyecto literario muy ambicioso, que es algo bien raro y quizás un poco fuera de época. No sé si se está escribiendo ahora así. Es muy interesante ver eso, todos los libros de Laiseca en sistema. Tiene además un léxico propio, tiene una lengua. Hay palabras y hay conceptos como “anti-Mozart”, “chichi”. Tiene un montón de animales mágicos porque también es una literatura muy esotérica, que tiene todo un lado misterioso que, como lector, tenés que hacer como un forcejeo para entrar en el acuerdo que te propone. Él decía que hacía realismo delirante, que había inventado ese género. Y es cierto que su literatura es muy delirante pero está, además, muy bien escrita. Es un delirio muy controlado. Y su gran tema, el que atraviesa todas sus novelas, su poesía también, sus cuentos, es la humanización del monstruo. También tiene apuestas que están muy fuera de época, hay cosas que no sé cómo se leerían ahora. Tiene un libro que se llama Manual sadomasoporno, entonces digo, hay que ver cómo se lo podría leer ahora a Laiseca. Pero hay novelas más clásicas también como La hija de Kheops o La mujer en la muralla que son mucho más accesibles y que están menos envejecidas en ese aspecto, que por ahí se puede empezar. Y sus poemas, que no se consiguen, son bellísimos. Los Poemas chinos.

El libro publicado recientemente por Penguin Random House que reúne textos de Alberto Laiseca.

— Acaban de salir unos inéditos también, ¿no?

— Sí, salieron Sindicalia, Hybris y La puerta del viento, que ya estaba por Mansalva. La puerta del viento es bellísima. Es una novela cortita que es la que él quería escribir. Porque él dice que cuando fue la guerra de Vietnam, él quiso alistarse. Está todo su lado también como melancólico, hasta triste; no quiero usar la palabra depresivo porque era triste y él lo elaboraba con los libros. Y creo que escribir a él evidentemente le servía para vivir, también. Es que lo veías en su casa: era un escritor. Era un tipo que estaba rodeado de su biblioteca, sus gatos y su vida era escribir y leer.

— En tu libro contás el momento en que él te regaló una edición de Su turno para morir. En estos días fui a la parte de mi biblioteca en la que tengo algunos de los libros de Laiseca, y encontré la edición chiquitita, la tapa negra con algo de rojo. Te lo cuento por eso que decías recién acerca de compartir el entusiasmo.

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— Claro, tener la misma edición, de alguna manera te hermana con una persona. Y son objetos radiantes, los libros. Parece muy inocente, parece que ahora la inteligencia artificial y el futuro… pero un libro sigue siendo una abducción terrible. Y por eso también los queremos tanto, me parece, porque es un montón de tiempo que entra ahí. Entra como en una espiral. Tu propio tiempo interior gira, va hacia no sabés dónde y vuelve. Y volvés y no sos la misma persona. Es muy poderoso.

— Si tuvieras que decirle algo a alguien que recién empieza en esto de preguntar, ¿qué le dirías?

— Para mí es importante prepararse. Leer primero. Y si se puede buscar un lugar en donde hacer la entrevista que le sume algo al encuentro. Porque yo lo pienso como un encuentro. Te estás encontrando con alguien, respetalo. Te está concediendo una entrevista, te está dando su tiempo y te va a contar cosas que quizás no sabés y que quizás te las vas a quedar. Y me parece que la entrevista es un género muy rico y con el que se puede hacer de todo, es de goma. O sea, se puede hacer literatura también ahí.

Lo ideal es entrevistar al escritor sin un cuestionario previo, pero con preparación y lectura de la obra del entrevistado, dice Tentoni.

— Cuestionario: ¿sí o no?

— Qué sé yo. Al ritmo que llevamos, a veces hay que hacer cuestionarios porque no tenemos otra manera. El volumen de contenidos que hay que sacar ahora es muy alto.

— Un cuestionario sirve para capitalizar el tiempo decís.

— Claro. Pero idealmente, mejor no.

— Mejor pensarlo como ir a charlar.

— Idealmente, sí, si se puede. Hay que armar un mundo en el que se pueda. Hay que intentar cuidar ese mundo porque es muy hermoso y nos humaniza.

*Acá se puede escuchar la conversación con Valeria Tentoni.

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