“Aquí está el llano escrito de ríos
El llano azul de ríos.
Tierra casi toda aire
Horizonte, novillo cimarrón y fruta y tiple y caballito veloz y copla triste y novia morena y silbo del turpial…”
A Eduardo Carranza le quedaron cortas las palabras para cantarle a la región que lo vio nacer en medio de atardeceres rojizos y una superficie plana que los caminantes cruzan descalzos. Este fue el escenario otoñal, místico y anaranjado que vio nacer al que sería uno de los poetas más importantes de la literatura colombiana.
Es el llano, “sin principio ni fin”, el paisaje al que el poeta siempre regresó. Un espacio geográfico y a la vez espiritual que comparten Colombia y Venezuela en extensas sabanas donde el sol parece no querer ocultarse.
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La vida del ‘poeta llanero’ inició un 23 de julio de 1913 en una casa finca ubicada en Apiay, Meta, territorio colombiano, lugar que se le quedaría atorado en el pecho para siempre, a pesar de haberse radicado en Bogotá, ciudad donde murió en 1985. A esa región le escribió su declaración de amor con Llano llanero, uno de sus poemas más importantes, que recordamos al inicio.
Recorrió varios pueblos de su provincia de origen y sobre ellos escribió con gra detalle en sus versos.
Guardados los recuerdos de su región en las maletas, con los que soñará más tarde, se traslada con su familia a Bogotá, lugar en el que desarrollará gran parte de su vida. Es aquí donde da rienda suelta a sus escritos y los primeros años de formación como docente en la Escuela Normal Central de Instructores, donde se ganó una beca.
A los 17 años de edad ya era profesor de español y literatura, luego fue vicerrector del colegio Simón Bolívar de Ubaté, y a los 20 años vicerrector del Colegio Mayor Santa María del Rosario en la capital del país. Su labor como docente la combinó con el mundo de las letras, como poeta, escritor y crítico literario.
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El poeta universal
Los primeros poemas saltaron al mundo a través del periódico El Tiempo, donde también ejerció como director del suplemento literario. Poco después vería la luz el que sería su primer libro Canciones para iniciar una fiesta.
“Canciones para iniciar una fiesta” de Eduardo Carranza
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Esta obra está compuesta por una serie de poemas que le cantan a la vida en distintas formas y colores. Carranza registró allí desde la belleza de la naturaleza, hasta el dolor y la complejidad de las experiencias del ser humano; en otras palabras, la luz y la oscuridad.
Canciones para iniciar una fiesta es también una invitación a explorar las imágenes que se agolparon en la memoria del poeta, pues transporta al lector a paisajes exuberantes descritos con su gran capacidad de detallar hasta lo más sutil.
El estilo de Carranza era lírico y evocador, escribía sobre temas universales unidos con un ritmo y una cadencia particular, una especie de escritura sonora que parecía abrazar la música en cada verso.
Soneto de Eduardo Carranza
Un legado a la literatura
Aunque ya había empezado a construir un legado, su labor tomó más fuerza cuando en 1939 fundó Ediciones de Piedra y Cielo, en honor a Juan Ramón Jiménez, para posteriormente iniciar el Piedracielista, un movimiento literario colombiano que pretendió revolucionar la poesía que se venía haciendo en el país.
El movimiento se oponía al parnasianismo, movimiento francés que abogaba por la perfección literaria en contraste con el sentimentalismo. De hecho, Carranza se opuso de tal manera a este estilo que consolidó su nombre como uno de los críticos más importantes, al avivar una polémica con un artículo al que tituló Bardolatría, donde arremetió contra la tradición poética del escritor y político Guillermo Valencia:
“Es un impasible arquitecto de la materia idiomática cantando a espaldas de su tiempo y de su pueblo. Es un retórico, genial si se quiere, al servicio de un poeta menor (...) Le faltan a su obra trascendencia vital, palpitación sanguínea, pulsos humanos”.
También fue miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, columnista de prensa, director de la Biblioteca Nacional, embajador cultural en Chile y España, espacios que le permitieron acercarse aún más a los círculos intelectuales de su época.
A lo largo de su vida, Carranza recibió varios reconocimientos por su contribución a la literatura. Sin embargo, en su región no tuvo tanto reconocimiento como en el resto del pais e incluso a nivel internacional. En 1960, fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía en Colombia, y en 1962 con el Premio Nacional de Crítica.
El legado de Eduardo Carranza reposa en la belleza y el impacto de su poesía. Sus versos siguen siendo puerta de entrada a la reflexión sobre la existencia y el entorno que nos rodea.
Algunos de sus libros: Seis elegías y un himno, Azul de ti, Ellas, los días y las nubes, Los días que ahora son sueños, Una rosa sobre una espada, Soneto con una salvedad, Amiga secreta, Soneto Sediento, entre otros.
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