“Si la poesía funciona para vos / por favor decile a los demás / cómo es para que la poesía funcione para ellos”, escribe Cecilia Pavón en su último libro, Cosas que aprendí de mis alumnas de poesía. Esta frase bien podría encapsular la esencia de esta poeta argentina, cuya obra casi completa acaba de ser reunida en el monumental Diario de una persona inventada.
Editada por Blatt & Ríos, esta publicación compila los doce poemarios que Pavón publicó entre 2001 y 2023. Con casi 400 páginas, Diario de una persona inventada demuestra -si acaso faltaban pruebas- que la autora de libros como Caramelos de anís, Virgen y ¿Existe el amor a los animales? es una de las escritoras que ayudó a definir el curso de la poesía argentina del siglo XXI.
Hay algo contagioso en los poemas de Pavón. Los detalles minuciosos y banales que los componen logran que la cotidianidad del día a día -que tanto suele abrumarnos y de la que es tan fácil quejarse- se transforme en algo trascendental. Y el resultado es abrumador: leer sus libros, por más cursi que suene, genera un amor inusitado por la vida.
“Todo me pareció tan decadente y hermoso / que ahora pienso / que nadie, / nadie / ama la vida como yo”, escribe en el poema “Dunking Donuts”, de La libertad de los bares, después de contar cómo le preguntó a un hombre con el que había tenido sexo si eran novios y este le respondiera que, mejor, solo fueran amigos.
No es exagerado afirmar que, sin Cecilia Pavón, hoy la poesía argentina no sería la misma. Y aun si lo fuera, como dice en “Necochea”, “¿no es toda la poesía exagerar?”.
Tanto con sus libros como con los talleres que históricamente dicta en el comedor de su departamento, no solo formó a una nueva generación de poetas sino que, con el espíritu colaborativo y generoso que siempre caracterizó su obra desde sus comienzos en Belleza y Felicidad junto a Fernanda Laguna, Pavón está constantemente creando espacios para promover estas nuevas plumas, de las que ella misma se nutre, así como lo hace con poetas consagradas de la talla de Mirta Rosenberg o Eileen Myles, pero también de figuras mediáticas como Oriana Junco.
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“Qué felicidad que tu poesía sea sincera y la mía también / porque todo lo verdaderamente sincero / tiene un poder inherente / y nosotros somos dueños de ese poder. ¡Oh sí, somos dueños de ese poder!”, escribe en “Qué felicidad!”.
Los resultados de ese poder -que esta poeta comparte a sabiendas de que, lejos de reducirse, se multiplica- pueden verse en proyectos colaborativos como Microcentro, su “Oficina Central de Poesía” en la que edita a jóvenes promesas para darlas a conocer de manera gratuita, o el reciente Ritual de amor, una antología a su cargo de poetas sub-26 publicada por Alfaguara.
“La literatura es magia. / La literatura es magia. / Y aunque sepa que no es cierto yo deliro igual. / Y además, querido libro: / nunca te voy a pedir nada. / Como a los pájaros, que cuando los veo / les hablo / pero no les pido nada”, escribe en uno de los poemas de Querido libro.
Pero la magia no existe y la poesía sí. Atribuir su poder a algo fantástico sería asumir que la poesía no es de este mundo, cuando en realidad es el resultado del mismo. La poesía es tan humana como el amor, el lenguaje o la guerra; es rozar lo inexplicable sin tratar de definirlo (“No hay una palabra que me defina. / Me gustaría saber si la lucha podría asociarse / a la falta de nombre / pero tampoco sé si quiero luchar”); es el acto divinamente humano de crear algo a partir de una nada inabordable (“Tengo que inventar mi propio verbo / como hizo Dios. / Entonces soy buena y soy Dios / y todxs lxs poetas son Dios”).
Escribe Pavón en Cosas que aprendí de mis alumnas de poesía: “No sé si la poesía puede cambiar la realidad”. Pero, como si el mismo poema le ofreciera una respuesta, agrega sin miedo a la contradicción (tan humana como la poesía): “Quizás aquí / alguien escuche hoy / algo que le cambie la vida / y esa vida haga que otras vidas / también cambien / y otras y otras. / Tengo una infinita fe / en que la poesía puede / cambiarte la vida. / A mí me la cambió”.
Gracias a sus libros, puedo decir sin temor a exagerar: a mí también.
Poemas de “Diario de una persona inventada”
“Querido diario”
En realidad somos todos aprendices de los textos que leemos.
Lo que pasa es que a veces yo leo cuatro, cinco, ocho, diez veces
los mismos textos y entonces ahí, recién me doy cuenta de lo que quieren decir.
Hoy llegué al gimnasio para hacer yoga
y estaba cerrado porque se había roto un caño que había inundado el local.
Eran las 8:45 de la mañana me fui como siempre al café martínez
a tomar mi cortado con mi medialuna
y pensé en el agradecimiento
a Mica la profe de yoga y
a la vida en general
por haberme hecho escribir desde los sentimientos.
Escribir desde los sentimientos te enseña
que no hay problemas en realidad,
los problemas son siempre no poder sentir.
Gracias a los libros que me enseñaron eso,
sé que nunca más voy a sufrir porque siempre
voy a escribir desde la pasión
y entonces ya no va a importar si un poema está bien o mal
si es genial o no
si es brillante o estúpido.
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“Miedo”
A veces, cuando me acuesto en mi cama
y hablo sola en la oscuridad
pienso
que me gustaría ser un hada.
Que vuele de escuela en escuela
y haga que ningún niño sienta miedo.
Las hadas ancianas también existen,
¿no?
Me gustaría ser un hada anciana
y enseñarles a los niños a no tener miedo.
“Oriana Junco”
Frases que repite Oriana Junco en sus
historias de instagram
y que a veces,
cuando no me puedo dormir por la noche,
miro sin parar:
lluvia de corazones
numeral enjoy
en todo momento
love eterno
numeral enjoy
lluvia de corazones
en todo momento
love eterno.
“Droga”
En la ciudad somos hormigas
trabajamos sin detenernos.
Voy hacia el poema en el que trabajo sin mal
(¿cuál es el poema del color sin color?)
Ayer Dios me demostró que su palabra es silencio.
O que no tiene palabras.
Estaba sola en medio de un cañaveral infinito y
sentí miedo,
un pavor que era como un líquido que llegaba muy rápido a mi sangre...
Pensé que la heroína, o cualquier droga, debe ser parecida a eso, no sé,
a la posibilidad de morir en medio de un cañaveral infinito.
Ahora que sentada en un bar recuerdo ese paisaje, escribo una oración:
Estoy protegida por el amor de Dios, por la danza de los santos en el cielo, que bailan por mis entrañas y por mí.
“Vaivén”
¿Era más real el amor cuando lo nombraba
o cuando no lo podía nombrar?
¿Es frío él o era fría yo?
En esta vida salvaje no sé lo que es un hombre frío
no sé lo que es una mujer fría
vida salvaje sexo salvaje
en esta vida salvaje no sé que son los presagios
y no sé quién soy yo.
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“No quiero hablar con humanos”
No quiero hablar con humanos
quizás la poesía sea la salvación
o quizás simplemente
quiero mantener ordenada mi casa
colgar la ropa
lavas las tazas de café
regar las plantas,
sin hablar con humanos.
La poesía es hablar con un gas,
aunque la hayan escrito
humanos,
aunque la escribió Elizabeth Bishop
cuando hablaba con un volcán.
(En una entrevista de una revista de arte
Vicky Colmegna dice que le gustaría
hablar con los animales).
A veces como madre me siento como un amimal
quiero proteger a mi hijo
aunque nunca sé bien cómo hacerlo
nunca comprendí el instinto maternal
más allá del embelesamiento
con una criatura pura
que crece y a la que se le estiran las piernas.
Cuando hacemos el amor,
a veces,
cuando estamos bien, cuando no peleamos
siento que soy parte de una fuerza sin nombre
que me arrastra
y que me hace entender la belleza de las flores.
No sé si es entender la palabra
supongo que el amor es algo de la gracia
supongo que los animales también deben
sentir esa gracia cuando se aparean
pero no sé.
Ahora, voy a pasar otra tarde
pensando en que la poesía es un gas
o una piedra
otra tarde pensando que me gustaría
dormir sobre una piedra
grande y lisa,
otra tarde en la que me gustaría sonreír
cuando siento que la poesía es un gas
que envuelve el mundo
un gas que envuelve el mundo
y yo sólo estoy en mi casa
triste,
colgando la ropa
y lavando las tazas de café.
“Juliana Laffitte”
No quiero ser artista
no quiero ser escritora
no quiero ser blogger
no quiero ser comunista
no quiero ser intelectual,
no hay una palabra que me defina.
Me gustaría saber si la lucha podría asociarse
a la falta de nombre
pero tampoco sé si quiero luchar.
“Diedrich Diederichsen”
No queremos hacer la revolución,
da demasiado trabajo.
Lo que queremos es no trabajar.
“Árbol”
Cuando te enamorás el mundo
se vuelve un lugar tan sensual que te lastima
el amor no se puede conjugar en pasado
y de repente un árbol oscuro crece en el living de tu casa.
Recorrerás las ramas de ese árbol para siempre,
y será siempre un milagro.
Quién es Cecilia Pavón
♦ Nació en Mendoza, Argentina, en 1973.
♦ Es escritora, traductora y tallerista.
♦ Escribió los libros Los sueños no tienen copyright, Pequeño recuento sobre mis faltas, Un hotel con mi nombre y Once Sur, entre otros.
♦ En 1999 fundó junto con Fernanda Laguna la editorial, galería y regalería Belleza y Felicidad.
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