Con El gaucho Martín Fierro, su poema narrativo en verso de 1872, el poeta, político, periodista y militar argentino José Hernández dejó una marca indeleble en la literatura nacional. Aunque la historia le hizo lugar en el panteón de las letras como uno de sus libros fundamentales, ya desde su publicación generó un impacto inusitado. Y la anécdota de una curiosa estafa da cuenta de eso.
“A fines de 1884, el juez Virgilio Tedín condenó a José Barbieri y hermanos a pagarle a José Hernández 3.000 pesos moneda nacional por los perjuicios que le habían causado con las tres ediciones fraudulentas de La vuelta de Martín Fierro que habían salido de su imprenta”, escribe la doctora en Letras e investigadora Adriana Amante en su exhaustivo prólogo de la nueva edición del Martín Fierro editada por Eudeba.
Resulta que un hombre que se hizo pasar por José Hernández había mandado a imprimir una supuesta continuación del Martín Fierro. Cuando la estafa se dio a conocer, los dueños de la imprenta aseguraron que no sabían que el impostor no era realmente el autor.
Pero en el juicio la conclusión fue clara: no había chances de que “ni los hermanos Barbieri, ni ninguno de los empleados de su casa, entre los que figuran periodistas, noticieros, tipógrafos, etc. no conocieran al verdadero José Hernández”. Así de famoso era en ese entonces el autor del Martín Fierro, cuya -real- segunda parte no aparecería hasta 1879.
A continuación, puede empezar a leerse el prólogo de Adriana Amante a la nueva edición del Martín Fierro editada por Eudeba, en el que cuenta cómo se dio la estafa y, además, por qué este libro no pone por escrito la voz del gaucho sino que la inventa.
“El Martín Fierro en el tafilete rojo” (fragmento del prólogo por Adriana Amante)
La taquigrafía de un género
A fines de 1884, el juez Virgilio Tedín condenó a José Barbieri y hermanos a pagarle a José Hernández 3.000 pesos moneda nacional por los perjuicios que le habían causado con las tres ediciones fraudulentas de La vuelta de Martín Fierro que habían salido de su imprenta. Para esa fecha no era novedad la circulación de tiradas apócrifas o no del todo controladas por el autor de folleto tan exitoso, que desde su aparición en marzo de 1879 llevaba siete ediciones. Se sumaban a las doce del folleto inicial, El gaucho Martín Fierro, que impreso a fines de 1872, había empezado a circular en enero de 1873, volviéndose de inmediato un suceso.
Durante el juicio, los demandados relataron que, a fines de 1882, se les había presentado un señor llamado José Hernández para pedirles presupuesto por la reimpresión de la obra a partir del ejemplar que les llevaba, pero solicitándoles que mejoraran la calidad. Como no le convenía el monto que suponía esa mejora, pactó finalmente una impresión de dos mil ejemplares con tipos usados y en papel de diario.
Los hermanos Barbieri no creían haber cometido ningún delito, ya que “siempre tuvieron al Hernández con quien contrataron por el verdadero autor de la obra, pues su nombre, su apellido y los términos con que se expresaba eran demasiado claros para que hubiesen podido dudar, no habiendo tenido nunca la idea de que se trataba de una impresión fraudulenta, pues no conocían al Hernández demandante”. O sea: que no conocían al autor del famosísimo Martín Fierro.
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He ahí el punto neurálgico del asunto; porque si los informes técnicos de Coni, Casavalle y Rossi, los prestigiosos editores argentinos que actuaron como peritos, no hubieran sido ya suficientes para probar con el análisis material de los ejemplares la violación a la propiedad intelectual (derecho reconocido por la Constitución Nacional), en el fallo se dejará constancia también de una presunción concluyente:
“El hecho muy inverosímil de que ni los hermanos Barbieri, impresores y editores de la obra, ni ninguno de los empleados de su casa, entre los que figuran periodistas, noticieros, tipógrafos, etc. no conocieran al verdadero José Hernández, librero y autor de obras impresas en el país” (interesante el lapsus enfático de la doble negación del fallo: ni-no). Para el juez es incontestable: lo de los hermanos Barbieri no era ignorancia ni candor ante un cuento del tío. Era fraude.
José Hernández: el (mismo) nombre como una forma de la impostura, que encontrará su contrapartida dos años más tarde en una circunstancia bien conocida:
Martín Fierro
Ayer a la tarde dejó de existir el señor José Hernández, popular en toda la extensión de nuestra campaña con el nombre que encabeza estas líneas.
Así abría su necrológica el diario La Nación, de Buenos Aires, el día siguiente a la muerte del escritor, que ocurrió el 21 de octubre de 1886, confundiendo de nuevo al autor, pero esta vez para fundir su nombre con el del personaje que le sobrevivirá, como vaticina de modo previsible en el entierro un doliente Lucio Victorio Mansilla, su viejo compañero de los tiempos de la Confederación.
El mismo Mansilla que en 1870, en Una excursión a los indios ranqueles, bien festivo, había dejado constancia de otra singularidad de “nuestro cofrade Hernández, exredactor de ‘El Río de la Plata’ cué, cuya obesidad globulosa toma diariamente proporciones alarmantes para los que, como yo, le quieren, amenazando o remontarse a las regiones etéreas o reventar como un torpedo paraguayo, sin hacer daño a nadie”.
José Hernández, en cuerpo y alma. A quien su hermano Rafael comparó con el famoso luchador de circo Pablo Rafetto, con el fin de destacar que la fuerza de su físico había sido tan colosal como la de su bondad. Esa corpulencia proverbial, perfecta caja de resonancia de su potente voz de órgano de catedral, apta para cautivar multitudes, le dio además un sobrenombre: el de Matraca, que se agrega a la confusión y fusión de apelativos.
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Matraca, ese instrumento de sonido constante, desapacible y estremecedor que se hace oír en la lejanía tanto para convocar al gentío como para llamar a silencio. Imposible sustraerse a su retumbo, lo que resulta apropiado para un escritor que ha sabido hacer de la voz de su personaje Martín Fierro la voz del género, como representante de esos hijos del país desprotegidos y maltratados por la ley del Estado, y como culminación de la gauchesca. Como si él mismo fuera el instrumento idiófono que produce sonido con su solo cuerpo, Hernández se dispuso a darle voz a la denuncia social de una clase desheredada a cuyos reclamos es evidente que había prestado considerada atención.
Pero no es esa voz suya, no es ese cuerpo suyo lo que está en juego en su obra más famosa: él ha sido el medio de articulación para darle cuerpo a la voz del gaucho por el artificio de la escritura. Josefina Ludmer ha sintetizado con claridad cuestión tan compleja: “Se trata del uso de la voz, de una voz (y con ella de una acumulación de sentidos: un mundo) que no es la del que escribe. La categoría de uso deriva sobre todo de la condición instrumental, de servicio, de los gauchos: es la categoría misma del sentido para los que no tienen algo que tiene el que escribe y usa sus sentidos”.
Pero no es tampoco la voz lo que le da José Hernández a su Martín Fierro sino su escritura, ya que la gauchesca no es estrictamente la voz del gaucho sino la escritura de la voz del gaucho, el artificio que imponen como voz del gaucho las convenciones que el género literario –esa escritura– ha ido aportando por lo menos desde Bartolomé Hidalgo en torno al movimiento revolucionario de 1810, para continuar con Hilario Ascasubi, Luis Pérez y Estanislao del Campo, para decirlo de manera sumaria.
Lo aclaró Ángel Rama: “Estamos en presencia de una lengua literaria y no de una transposición dialectal”; o sea: la literatura gauchesca es una “invención” que debe diferenciarse bien de “las formas peculiares de la poesía folklórica”. Y lo ha señalado Borges, tan pendiente siempre de los artificios, quizás porque a su propio sistema literario le convenían: “El poema entero está escrito en un lenguaje rústico, o que estudiosamente quiere ser rústico”.
En ese adverbio de modo que subrayo se asienta la definición de la gauchesca, que es un género de letrado que imposta como natural la voz del gaucho. Y si es cierto que todo escritor gauchesco ha captado las conversaciones concretas de peones de campo, carniceros o galleros, hay que percatarse de que “el género es la alianza entre una voz oída y una palabra escrita”, como cifra Ludmer.
Quién es Adriana Amante
♦ Es doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y profesora de literatura argentina del siglo XIX en esa universidad y en la New York University en Buenos Aires.
♦ Es investigadora del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA y directora académica de la Escuela Superior de Creativos Publicitarios.
♦ Ha recibido becas del Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Camões y la Universidad de Buenos Aires, y ha sido investigadora visitante en la New York University, en la University of London y en la Universidade Nova de Lisboa.
♦ Integra el consejo de dirección de la revista Las Ranas y es autora (junto con Florencia Garramuño) de la compilación Absurdo Brasil. Polémicas en la cultura brasileña (2000).
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