¿Pueden personajes como Fry, Leela o Bender enseñarnos algo sobre filosofía? A una década del segundo final oficial de Futurama, la serie de dibujos animados creada por Matt Groening, el mismo autor de Los Simpsons, el profesor estadounidense Courtland Lewis cree que sí.
Para eso, Futurama y la filosofía propone más de veinte textos de distintos especialistas en filosofía que, conectados con diversas cuestiones existenciales (la identidad, el sexo, el tiempo, la existencia de Dios), pueden ayudarnos a entender que Futurama no es sólo la historia de un torpe repartidor de pizza del siglo XX que, tras un bizarro accidente científico, se descongela en pleno año 3000, sino también una brújula para orientar nuestras vidas.
Que Futurama pueda decir algo distinto sobre el sentido de la existencia probablemente tenga relación con su propia muerte y resurrección, seguida de su nueva muerte y su más reciente resurrección. Como muchos fans del programa saben, las siete temporadas y los 140 episodios iniciales de Futurama nacieron en el año 1999, cuando Los Simpsons ya era en todo el mundo un producto consolidado e insuperable.
Por aquel entonces, a pesar de llevar el poderoso sello de garantía de Matt Groening, las aventuras de Fry ambientadas en el año 3000 junto a la valiente y sexy Leela (una extraterrestre con un solo ojo) y Bender (un robot vicioso, agresivo y fabricado en México) tuvieron un primer final abrupto en el año 2003, cuando Futurama se dio por terminado por sus bajos ratings.
No faltaron quienes, a partir de ese primer ocaso, confirmaron su escepticismo: ni siquiera su creador podía inventar algo mejor que Los Simpsons. Y aunque el estilo de los personajes, el humor ácido y la atmósfera general de Futurama era casi una extensión natural y plagada de reminiscencias de Springfield (dos universos que se cruzarían, finalmente, en el episodio 558 de Los Simpsons), la primera vida de Futurama pareció concluir en un irremontable fracaso.
En el año 2008, sin embargo, por una singular conjunción de revanchas corporativas, expectativas del fandom y virtudes del oportunismo comercial, Futurama resucitó, y así se mantendría durante cinco exitosos años en los que llegaría a consagrarse por mérito propio entre audiencias de todo el mundo. De hecho, la serie acaba de renacer una vez más con nuevos episodios en el año 2023, completando así su tercer regreso triunfal a la vida diez años después de su segunda muerte y veinte después de la primera. ¿No es esto mérito suficiente para responder algunas preguntas sobre el mundo en el que vivimos?
Una filosofía de la sexualidad y sus perversiones
Zapp Branningan, el capitán estelar inútilmente enamorado de Leela, será para el filósofo y psicólogo Jerry Piven una buena ocasión para convertir a Futurama en una lección de filosofía sobre la sexualidad y sus aparentes perversiones a partir de lo que el propio Zapp llama “sexlexia”. Tal como la padece Zapp, un hombre narcisista, cobarde y con una tendencia permanente al sadomasoquismo, la “sexlexia” es precisamente el impedimento para comprender y aceptar los propios deseos.
Pero Piven lleva esto un poco más allá. Marcado por la ambigüedad sexual, el cinismo y la represión, Zapp “ignora por completo los fundamentos de la seducción, y no acierta a saber cómo debería comportarse para excitar a una mujer y por fin conseguir unos cuantos azotes viciosos”, escribe Piven. La pregunta inmediata, por lo tanto, será inevitable: ¿acaso “los fundamentos de la seducción” son cognoscibles para cualquiera? Y en el caso de que lo fueran, ¿son estos “fundamentos” idénticos para todos por igual? Y bien aprendidos, ¿deberían conducirnos al amor?
Tal vez por su singular carácter de vanidoso fracasado, Zapp esté condenado a ser por siempre lo que es: la reconocible parodia de quien, atrapado entre sus imposibilidades, se jacta de decir que hace lo que, en realidad, todos saben que no logra hacer. ¿Pero no es esto, en cierta medida, una condición inevitable en todo escenario sexual? En este sentido, Zapp es un claro ejemplo de cómo Futurama expone que “bajo la fantasía naif del amor, encontramos las ridículas mentiras sobre mentiras sobre mentiras que se dicen simplemente para engañar a alguien y llevárselo a la cama”, escribe Piven.
La “sexlexia”, en consecuencia, no es solo ignorancia o una “dificultad sexy de aprendizaje”, como dice Zapp, sino una manifestación del profundo abismo del dolor de la existencia y el terror que nos provocan nuestras sexualidades. En este caso, serán de utilidad las palabras de Immanuel Kant acerca de la naturaleza de las perversiones (con las que Zapp intenta compensar sus fracasos) para entender que la “moralidad” es, a menudo, una fantasía, una reflexión sobre nuestros propios terrores arrojada a aquellos que despreciamos.
Minada por los fiascos y las más variadas parafilias, la sexualidad fracasada del capitán Zapp Branningan, finalmente, no es más que el espejo grotesco en el que podemos ver nuestros propios miedos cuando somos incapaces de asumir lo que deseamos.
La pregunta por lo que nos convierte en lo que creemos ser
Sin duda, Fry es el protagonista central de Futurama, pero quien haya visto cualquier episodio sabe que el programa no podría existir sin Bender. Apostador compulsivo, alcohólico y mejor amigo de Fry, Bender es, quizás, lo más cercano a uno de los miedos más recurrentes entre quienes suelen imaginar el futuro: un robot (o una “inteligencia artificial”, para ponerlo en palabras hoy más cercanas) fastidiado de ser lo que es.
La paradoja de Bender es que toda su existencia técnica no concluye en otro resultado que la exacerbación de todos los defectos humanos. En otras palabras, ¿y si el robot más perfecto y autónomo posible no fuera aquel que apuesta a independizarse de la humanidad y doblegarla, como suelen fantasear siempre los tecnofóbicos, sino aquel capaz de asumir su propio fastidio a imagen y semejanza de la humanidad?
A partir de esto, el profesor Ryan Jenkins se pregunta qué nos hace construir y conservar una identidad, incluso si esa identidad es tan extraordinaria como la de un robot pendenciero como Bender. “¿Dónde reside la personalidad de Bender? Si estuviéramos hablando de seres humanos, algunos filósofos sugerirían que las características mentales de una persona residen en su alma”, escribe Jenkins. Pero dado que los robots no tienen alma, la solución quizás se encuentre en el cuerpo.
El problema es que tanto los robots como los seres humanos renuevan en algún punto u otro de su existencia las piezas que los componen. ¿Pero eso altera en algo su identidad? De hecho, explica Jenkins, todas las células del cuerpo humano son reemplazadas por células nuevas cada siete años. ¿Y eso significa que cada siete años dejamos de ser quienes éramos hasta ese instante para convertirnos en alguien distinto? La identidad, por lo tanto, se encuentra en una región distinta: la personalidad. Pero, ¿es nuestra personalidad inmutable?
La respuesta tentativa a este problema va a recaer en la teoría de la identidad personal como continuidad psicológica. Esto quiere decir que nuestra identidad consiste en una serie de rasgos mentales sostenidos a través del tiempo. Nuestra persistencia en el tiempo, por lo tanto, depende de una conexión psicológica continua con nuestro yo del pasado. Esta es la causa de que a lo largo de los distintos capítulos de Futurama aparezcan versiones hechas de carne y hueso o una versión en madera de Bender, sin que por eso él pierda su identidad.
Acerca de la existencia de un destino peor que la muerte
Como programa de televisión, Futurama tuvo tantas muertes y vidas como varios de sus personajes. De ahí que la profesora Heather Salazar se pregunte si existe un destino peor que la muerte. Para esto será necesario un rápido planteo del significado de la vida y su ocaso. “Por un lado, la muerte parece ser lo peor que nos puede pasar. Todo lo bueno en la vida depende de que estemos vivos. La vida es condición necesaria para disfrutar de cualquier bien, pero si perder la vida es lo peor que hay, entonces no puede haber un destino peor que la muerte”, escribe Salazar.
En este punto hace su entrada Epicuro, el célebre filósofo de la Grecia Antigua, quien argumentó que la muerte no es ni puede ser mala en sí misma (una lección que Futurama aprendió bastante pronto en su existencia). “La muerte no es nada para nosotros, pues cuando nosotros somos, la muerte no ha llegado, y cuando la muerte ha llegado, nosotros no somos”, explicó en su tiempo Epicuro. La pregunta, entonces, necesita un ajuste: ¿acaso es la muerte algo que se experimente?
Congelado durante mil años, Fry despierta en un mundo donde todo lo que conocía y todas las personas que lo rodeaban (excepto aquellas celebridades con sus cabezas embotelladas en la vida eterna) ya no existen. ¿Y no es una vida enajenada por completo algo peor que la muerte? Por otra parte, el hecho de que Fry haya atravesado mil años de un instante a otro presenta también un problema distinto alrededor del tiempo: ¿es mil años más viejo que todos los demás?
El viejo profesor Farnsworth, pariente lejano de Fry en el año 3000, invierte las coordenadas del asunto cuando se enfrenta a la posibilidad de un rejuvenecimiento eterno. “¡Me gusta ser viejo! No tengo que hablar con mis padres, nadie me pide que le ayude a hacer una mudanza, ni necesito entender las violentas series cómicas que hacen hoy en día”, le explica el profesor Farnsworth al personal de Planet Express, su compañía de transporte espacial.
La idea de viajar hacia adelante en el tiempo suele relacionarse con el anhelo de conocer el futuro y desentrañar sus riesgos y esperanzas. La idea de viajar hacia atrás, en cambio, suele relacionarse con el arrepentimiento. ¿Regresar a una versión más joven de nosotros mismos podría ser una manera de cambiar todo aquello que tanto lamentamos?
La posibilidad de que Dios exista entre extraterrestres y robots
Entre los extraterrestres de las más variadas razas, planetas recónditos y robots, Futurama no termina de tomar una posición concluyente sobre la posibilidad de que exista Dios, aún si se trata de una entidad imaginada desde mucho antes que casi todo lo demás. A partir de este punto, el profesor John DePoe analiza lo que una civilización universal con 1.000 años más que la nuestra puede ayudarnos a pensar acerca del origen del universo.
“Dado un número infinito de universos, toda posibilidad es llevada a cabo y esta es una consecuencia importante de las teorías multiversos”, explica DePoe. Lo importante es entender que en cada universo se da una posible manera de ser de las cosas, por lo que a medida que aumenta el número de universos, surgen más posibilidades. Tal como ocurre ahora en el Universo Cinematográfico Marvel, los viajes por distintos universos, incluso los universos paralelos, suelen repetirse en Futurama desde hace mucho. Pero, ¿qué pistas acerca de la existencia de Dios provee esto?
En principio, quienes remarcan que si la fuerza nuclear que une a protones y neutrones en un átomo fuera, apenas, un cinco por ciento más débil o fuerte la vida inteligente sería imposible, suelen remarcar que este “universo bien afinado” es la prueba de una inteligencia superior. Para ellos, solo la existencia de Dios puede explicar que se haya creado un universo como el nuestro si cabe una oportunidad tan diminuta de que se den todas las constantes que permiten la vida.
En oposición, están quienes reconocen en esas mismas constantes un azar cuyo único origen y sentido se explica en lo que efectivamente es. De esta manera, en ocasiones Futurama juega con la idea del universo y los multiversos para exponer dos opciones: o aceptamos la posibilidad de un ser con poder infinito para explicar la existencia, o aceptamos el hecho de un azar que no es ajeno a las posibles variaciones para explicar la existencia.
En tal caso, nada mejor que dejarle la palabra al propio Dios. Al menos, tal como aparece en el episodio “Un Dios entre nosotros” de la tercera temporada de Futurama: “Cuando hace las cosas bien, la gente no está tan segura de si has interferido o no”.
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