Bajo la sombra imponente del monte Etna, la rebelión de los esclavos está a punto de desencadenarse, marcando un punto de inflexión en la lucha por la libertad. Harry Sidebottom ha viajado hasta el año 265 a. C. para registrarlo todo en su más reciente novela, Los rebeldes de Roma.
La trama nos transporta a una Sicilia en pleno caos. Los líderes de la revuelta proclaman la isla como la nueva tierra de la libertad, mientras la violencia y la destrucción se desatan en cada rincón. En medio de este escenario caótico, está Ballista, un veterano soldado romano conocido por su valentía y amistad con el emperador, acompañado por su joven hijo Marco, con quien apenas tiene relación.
Le puede interesar: El escritor John Maxwell Coetzee y su charla en el Museo del Prado sobre los lenguajes del arte
Obligados a luchar juntos, padre e hijo emprenden una peligrosa travesía a través de una Sicilia devastada. Su objetivo es salvar al resto de la familia y poner fin a la revuelta antes de que toda la isla sea consumida por el fuego de la guerra. Es una carrera contra el tiempo donde la supervivencia y la libertad están en juego.
Los rebeldes de Roma nos ofrece una mirada profunda a la rebelión esclava que tuvo lugar en Sicilia durante este periodo. A través de la ficción, el escritor británico Harry Sidebottom nos sumerge en la complejidad del sistema de esclavitud, explorando tanto la realidad vivida por los esclavos como las justificaciones y los miedos de los esclavistas. La novela nos brinda una visión detallada de la época, situándonos en un contexto histórico en el que Sicilia y el Monte Etna desempeñan un papel fundamental. La meticulosa ambientación y la inclusión de las costumbres, filias y fobias entre romanos y griegos enriquecen aún más la experiencia de lectura.
Le puede interesar: El expolio nazi: el oscuro legado del saqueo artístico en Europa durante la Segunda Guerra Mundial
Harry Sidebottom, reconocido experto en historia antigua y autor bestseller, ha dejado una marca significativa en la narrativa histórica contemporánea. Su experiencia como doctor en Historia Antigua y profesor en la Universidad de Oxford le ha permitido llevar a cabo investigaciones rigurosas, que se reflejan en sus obras literarias.
Para los lectores que disfrutan de este género, la novela en cuestión ofrece una oportunidad para explorar y comprender una época de la historia romana que fue moldeada por conflictos sociales y luchas por la libertad. Los rebeldes de Roma nos presenta una serie de personajes que nos recuerdan a películas como ‘Gladiador’ o ‘Corazón Valiente’.
Con una cuidada ambientación y una trama llena de intriga y acción, la combinación del conocimiento histórico del autor y su habilidad para tejer una narrativa apasionante, esta novela se constituye como una lectura imperdible para los amantes de la historia y la ficción histórica.
Sobre el autor: Harry Sidebottom
♦ Nacido en Cambridge, es doctor en Historia y profesor de Historia Clásica en la Universidad de Oxford.
♦ Experto en historia militar, arte clásico e historia cultural del Imperio Romano.
♦ Sus series de novela histórica se han publicado en más de quince países.
Le puede interesar: “Un hogar para Dom”, la única novela de Victoria Amelina que se tradujo al español
Así empieza “Los rebeldes de Roma”
8 de noviembre del 265 d. C.
Una línea oscura cerca del horizonte.
El buque mercante estaba a un día de viaje de Ostia, el puerto de Roma, y se dirigía a Sicilia. Ligeramente ladeado, impulsado por un viento tan leve como constante procedente del oeste, el navío surcaba las aguas cortando las olas y dejando una estela de espuma a su paso.
El viaje había empezado bien, pero a Ballista le preocupaba la franja oscura de la que surgía ese viento. Faltaban cinco días para los idus de noviembre, de manera que solo les quedaban dos jornadas antes de que los mares permanecieran cerrados durante el invierno. El Fortuna Redux era el último navío que había zarpado rumbo a Tauromenio. En esos momentos no estaba ni mucho menos seguro de que el nombre de la nave augurara una travesía segura.
A pesar de haber partido tan tarde en la temporada de navegación, los demás pasajeros que vagaban por la cubierta no parecían demasiado preocupados. Formaban una camarilla dispar: una compañía de mimos que se había propuesto pasar el invierno actuando en las ciudades de la isla, un équite que regresaba a sus tierras acompañado de unos cuantos esclavos, y algunos personajes más, de aspecto sospechoso, que no habían querido revelar el motivo de su viaje. Los moralistas a menudo condenaban las malas compañías que encontraban en los navíos.
Ballista miró a su hijo. El chico estaba cerca de la proa, charlando educadamente con el terrateniente équite. Aunque en realidad ya no era un chico, puesto que ese sería su decimocuarto invierno y al año siguiente recibiría la toga que lo reconocería como adulto. Isangrim ya exhibía una estatura considerable, era ancho de espaldas y cada vez más fuerte. Tenía el pelo rubio por la herencia nórdica de su padre, y no la complexión oscura típicamente italiana de su madre. El vello que le crecía sobre el labio superior ya era apreciable y empezaba a teñir de color dorado sus mejillas. Asintiendo con atención, Isangrim seguía la conversación sin fijarse en el horizonte en ningún momento. Seguro que no sabía absolutamente nada sobre el mar.
De repente, Ballista se sorprendió al constatar lo poco que conocía a su primogénito. La élite romana consideraba que una buena vida implicaba un equilibrio adecuado entre el negotium, el servicio al Estado, y el otium, el aprovechamiento cultivado del tiempo libre. Sin duda le parecía una buena premisa, pero también era consciente de que, siendo amigo del emperador y comandante militar de confianza, no podía permitirse el lujo de elegir entre esas dos opciones. Durante los últimos diez años, Ballista había servido en el extranjero, en las fronteras, y a menudo más allá. En ocasiones, entre campaña y campaña, había pasado tiempo con su familia en Oriente. Sin embargo, aparte de una breve reunión en Roma esa misma primavera, no había estado con los suyos durante los últimos tres años. La última vez que había visto a su hijo mayor tenía diez años, y entretanto había cumplido ya los trece. Habían sido tres años realmente largos. Isangrim había cambiado muchísimo durante ese tiempo.
Aun así, había llegado el momento de arreglarlo. El emperador por fin había accedido a su petición de retirarse a la vida privada. Galieno se lo debía, tras casi una vida de servicio, aunque tratándose de un emperador esa clase de asuntos nunca podían darse por supuestos. Cuando estuvieran a salvo en su villa en Tauromenio, Ballista podría ponerse al día y conocer al fin no solo a Isangrim, sino también a su hijo menor, Dernhelm. En aquella tranquila isla a la que los habitantes se referían como «la casa del sol» podría rehacer su vida con la madre de sus hijos. Su relación con Julia había sido mejor que la mayoría de los matrimonios. Al principio había sido muy agradable, pero habían pasado demasiado tiempo separados. Pronto llegaría el momento de compensarlo con creces.
Seguir leyendo: