“Este libro es como cuando quedas con tus amigas, que no tienes más expectativa que pasártelo bien”, dice Elísabet Benavent. Habla sobre su última novela Cómo (no) escribí nuestra historia pero los más de cuatro millones de ejemplares vendidos de su obra y varias adaptaciones a Netflix demuestran que la best-seller española lo logra con creces. Conocida en redes sociales como @betacoqueta, Benavent escribe sobre las mujeres, las relaciones, los miedos, los mandatos y las imposiciones. ¿Cómo no identificarse?
En Buenos Aires, tras seis años desde su última visita, el fanatismo de sus lectores no cambia, al contrario, se incrementa. Este año fue su primera participación en la 47° edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, donde presentó su última novela. Allí, la sala excedió su capacidad, agotó en pocos minutos los números para la firma de 400 libros en el Firmódromo. No solo le dieron abrazos, también le regalaron alfajores, pulseras, cartas, señaladores de libros. “El público argentino es una pasada”, dice y sonríe cuando dice que ama el acento argentino porque “suena muy dulce”.
“Este libro es un juego y el lector decide”, define la autora de la famosísima saga Valeria, Toda la verdad de mis mentiras, Fuimos canciones y Un cuento perfecto ―se estrena en Netflix el 28 de julio― para hablar sobre la novela que explora el lado B de una escritora, como ella. La protagonista, Elsa Benavides ―casi un guiño a su nombre, lo que lleva a pensar en una autoficción―, es famosa, está por cumplir 30 años pero atraviesa un bloqueo creativo y vive con una obsesión: matar al personaje que la llevó al éxito.
Pero este libro es mucho más: es la excusa para dialogar con otras referencias literarias (todos los capítulos tienen títulos de libros de Ernesto Sabato, Annie Ernaux, Ray Bradbury, F.S. Fitzgerald, David Foster Wallace, entre otros), bucear en la biblioteca de Benavent y para poner en foco la salud mental, la ansiedad, la autoexigencia y el síndrome de la impostora. “Soy mi peor enemiga durante todo el proceso de escritura”, dice Benavent. “Escúchate un poquito, a ver qué es lo que quieres tú”, se repite la protagonista. ¿Cómo no identificarse?
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¿La intención de Benavent? “Me parecía muy importante quitarle un poco de ensoñación a la figura de la escritora y ver que es una persona”, cuenta en diálogo con Infobae Leamos e, inevitablemente, habla sobre ella: “Soy una persona que trabaja en pijama y que sufre mucho miedo a veces porque existe mucha presión de uno mismo por no fallar al lector habitual y porque convivo mucho tiempo con mi cabeza”. Benavent asume que hay párrafos que escribe para sí misma, que después de vivir un divorcio siendo conocida en España se aprende mucho y queda un vacío que la gente inventa. “Me he perdonado algunas cosas de mi autoexigencia”, dice, esperando abrazar a sus gatos cuando llegue a su casa y pasarlo bien.
—¿Por qué crees que la saga “Valeria” de libros y su adaptación a serie televisiva tienen tanto éxito?
—Soy la primera sorprendida y no lo sé muy bien. Quiero pensar que es un género muy agradecido, que está muy cerca de las lectoras y tiene dos patas. Una es la aspiracional: las protagonistas tienen trabajos muy bonitos, no tienen rutina, no las ves poner la lavadora o tender la ropa. Es un género que se queda más fuera de lo ordinario. Además es muy referencial porque todos nos sentimos identificados. Se habla de amor, de amistad, de problemas para encontrar departamento, problemas con los padres, con el trabajo, para llegar al fin de mes. Son cosas que nos quedan muy cerca, sobre todo a una generación.
A las mujeres se nos educa para ser inseguras, a no llamar la atención, no levantar la cabeza y no sobresalir.
—¿Sobre qué cosas reflexiona la generación a la que le hablas?
—Somos una generación, sobre todo de mujeres, educadas en la autoexigencia brutal. Creo que estamos en el centro de un sistema que nos quiere vender de todo. Y para eso nos tiene que convencer de que necesitamos ser perfectas, que no alcanzamos con lo que somos. Las mujeres somos el centro de la diana del sistema capitalista. Nos quieren vender anticelulíticos, que tenemos tiempo de ser madres y profesionales. No es verdad porque no se puede tal y como se nos exige. Entonces, alrededor se crea una industria. Creo que las nuevas generaciones vienen muchísimo más preparadas —mujeres y hombres—, con la mente muchísimo más abierta. Lo único que tienes que hacer es intentar ser tú, abrazarte tal y como eres. Esta exigencia voraz es la maquinaria más infalible para ser infeliz.
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—En Cómo (no) escribí nuestra historia incluís la salud mental, la ansiedad y el autocuidado como elementos muy importantes, ¿son los grandes flagelos del siglo XXI? ¿Por qué hacer foco en eso?
—No todas las sociedades nos encontramos en el mismo punto socioeconómico. No es lo mismo ser una mujer afgana, que tiene otras necesidades, reivindicaciones y muchísimos peligros que nosotros, que tenemos las necesidades básicas cubiertas y nos da por sobrepensar. Sobre todo en este sistema en el que estamos, el centro es comprar para ser mejor y la idea de proyección del “yo” perfecto. Este es un libro de entretenimiento pero también con enfoque en la realidad que hay detrás.
—¿Y sobre la salud mental?
—En lo creativo, creo que hay una especie de mito, que es que los escritores, los pintores, los escultores, los cineastas, somos seres que vivimos en un diván, las musas nos dan uvas y estamos ahí... Y en realidad somos seres super esquizofrénicos que pasan por una montaña rusa constante, super ciclotímica. La ansiedad está en la sociedad. Lo creativo y lo personal están muy ligados, cuando tú vas echando cosas a la mochila cada vez te pesa más, te sientes menos libre para crear. Es una historia muy meta-narrativa.
—Elsa, la protagonista del libro, es una escritora que pasa por situaciones bastante límites en cuanto al proceso creativo. ¿Cuál es el lado oscuro de ser escritor?
—La autoexigencia. Si te va bien, igualar las cifras anteriores, si te va mal, superarlas. En las giras te encuentras con mucha gente, todo el mundo te cuenta muchas cosas, acabas saliendo de la firma que no sabes muy bien quién eres. Es un trabajo maravilloso, yo nunca me hubiera imaginado elegir tu propia rutina. Tiene cosas buenísimas, pero yo creo que también es verdad que te dejas llevar un poco por la vorágine. Hay que saber parar. La vida personal se queda pausada, entras y sales de Matrix. Te quedas sentadita en la cama del hotel y dices ¿dónde iba mañana? ¿Cuál era mi objetivo en la vida?
―El libro también tiene que ver con el síndrome del impostor, ¿es algo que nos sucede solamente a las mujeres?
―Nos pasa más a las mujeres, creo que es una cuestión “testosterónica” y de educación. Tengo dos amigos en concreto que ambos escriben y son músicos Y jamás les he escuchado decir “he hecho algo de lo que no estoy muy seguro”. Tienen una buena percepción, cosa que no nos pasa a nosotras porque pienso “estoy relativamente satisfecha”. Creo que se nos educa para ser mucho más inseguras. Tiene peso la masculinidad tóxica en la que los varones nunca se deben mostrar vulnerables o tienen que estar muy seguros de lo que hacen; y a nosotras nos educaron para no llamar la atención, no levantar la cabeza y no sobresalir.
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―Con más de 23 novelas publicadas, adaptaciones de tus libros en Netflix y cuatro millones de ejemplares vendidos ¿Te pasó? ¿Te pasa?
―Sí. No termino las novelas con una sensación de triunfo porque yo soy mi peor enemiga durante todo el proceso de escritura y me digo: “¿no vas a poder? ¿cómo has hecho esto antes? ¿te has olvidado?”. Tengo una excelente relación con mi editora y le mando mensajes en plan de “es oficial se me ha olvidado, no sé cómo se hace”, y ella siempre me dice lo mismo, “cierra el ordenador, queda con tus amigos, tómate una copa de vino. Olvídate, la vida está ahí fuera”. Tengo una gran suerte de la gente que me rodea en lo personal. Mi madre siempre me dice: “Nadie va corriendo detrás de ti con una pistola, tranquilízate”, y mis amigos casi ninguno me lee y se burlan mucho de mi profesión y me parece sanísimo.
―¿Aprendiste algo de eso?
―Siento que gané un montón. Estoy en el proceso de creerme las cosas lindas que me dicen. Estos últimos años me dieron la seguridad en mí misma para no perpetuar situaciones que no me hacían bien, para buscar una soledad real y de calidad, para no necesitar querer. Creo que toda la novela romántica ha perpetuado mucho esto, ha hecho cierto daño, en esta frase romántica de “te necesito”. Eso no es romántico, eso es dependiente. Tenemos que empezar a enfocarnos en el “no te necesito para nada, pero te elijo”, que es más romántico. La idea de que él está perdido y yo le voy a cuidar y cuando se dé cuenta me va a querer es la falacia más grande y que más daño nos puede hacer.
―Mencionás la literatura romántica. ¿Cómo explicarías el auge de la novela romántica adulta y juvenil en épocas de feminismo?
―Hay literatura romántica feminista y creo que estamos luchando. Y sobre todo cuando nos ponemos en duda a nosotras mismas. Yo ahora releo Valeria y me echo las manos a la cabeza, la reescribiría entera.
―¿Por qué?
―Porque es el mito de “yo voy a cambiar ese hombre”. Una va aprendiendo a ser mujer durante toda la vida y vamos deconstruyendo la imagen que tenemos del amor. Ya hay novelas enfocadas en una visión feminista y sana del amor. La novela de amor se tiene que adecuar a los tiempos y a la visión que tiene la mujer de sí misma. Además la novela romántica habla de muchas cosas: la brecha salarial, del techo de cristal, de los problemas de encontrar un piso, de los problemas de encontrar una pareja cuando tú eres una mujer fuerte, por ejemplo.
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―Pero se la considera una literatura menor, comercial.
―Hay veces que me da por pensar que tal vez esa coletilla de que la novela romántica es escrita por y para mujeres sea el problema. Vivo con miedo, llegar una librería y que no me dejen comprar novela negra porque soy mujer, ¿no? Los libros no tienen género, no tienen edad. Hay literatura de consumo, más de nicho, y ni una es mejor por venderse más, ni la otra es mejor por venderse menos, o ser intelectualmente de una élite. Creo que estamos muy engañados con todos estos prejuicios, creo que lo más importante es acercar la cultura. Que cada lector sea libre de leer.
―Luz Gabás dijo en una entrevista que cuando un hombre escribe una historia de amor es algo sublime, pero si lo hace una mujer es algo menor, ¿qué opinás? ¿Cuál es el escenario para las escritoras?
―A mí me da una cosa que me hace muchísima gracia: cuando voy a la librería y veo que las novelas románticas escritas por hombres están en la estantería de “Novela”. Luego entras como en el nicho de la novela romántica, son solo nombres de mujeres. Entonces, ¿por qué ellos son novela y a mí me tienes que poner el apellido cuando el amor es uno de los temas más universales de la literatura? De todas maneras aprendes, al principio lo miras con pena y luego te das cuenta de que no necesitas la palmadita en la espalda del crítico del señor.
―¿Qué sucede con las relaciones afectivas hoy?
―Están cambiando horrible. El consumismo y el sistema capitalista se han metido hasta en las relaciones interpersonales. Tinder es el mercado de la carne. Yo también he tenido. Ya no aguantamos tanto y la individualidad mal entendida muchas veces hace que no nos esforcemos por nada y si no es, vale, otro. Creo que las relaciones siempre cuestan un esfuerzo. La cuestión es cuánto, qué esfuerzo cuestan. Tenemos el código ajustado a la dictadura de la inmediatez. Exigimos que nuestras emociones vayan al ritmo del mundo y que seamos felices siempre o que nada es imposible. Y no. Estamos dejando de lado la gestión de la frustración y eso también implica mucho en las relaciones personales.
Así empieza “Cómo (no) escribí nuestra historia”
1. El escritor y sus fantasmas. Ernesto Sábato
Por fin..., por fin todo parecía haber encajado. Los años persiguiendo el fantasma de la persona que creía ser se habían acabado. No en vano, había vivido los siete años más increíbles de mi vida. Me había enamorado, había odiado, había vuelto a amar, había recorrido el mundo y conseguido cumplir mi sueño, rodeada por el mejor grupo de amigas que nadie (en su sano juicio... o no) podría desear. Y, al contrario de lo que una vez pensé cuando aún era muy joven y solo sabía de la vida lo que de ella podía imaginar, la calma no era aburrida ni paralizante. Me sentía plena.
El vestido, custodiado por una preciosa funda de satén, colgaba en el dormitorio a la espera de enfundármelo. También las sandalias de tacón cubiertas de piedras brillantes aguardaban sobre la caja. Los útiles de maquillaje parecían, sobre el tocador, pequeños soldados a punto de una batalla de brillo. Mientras tanto, yo disfrutaba de aquel baño de espuma bien merecido. Porque cuando las cosas salen bien, una debe premiarse...
Lástima no haberlo pensado mejor. Lástima no haber tenido más cuidado. Lástima no haber sido consciente de que aquel baño era, en realidad, el último.
No debí dejar el móvil cargando sobre el mármol de la bancada. No debí intentar alcanzarlo cuando Néstor me llamó, seguramente para avisarme de que estaba de camino para brindar con champán. Era la noche del estreno de la película con la que cerraba un ciclo, con la que abrazaba la felicidad más plena.
Pero lo hice.
Lo hice.
Fue una muerte dulce, no temáis por mí. Una torpeza. Una tontería. Un final precipitado en una vida como la mía, que había sido tan plena, tan llena, tan propia. Sencillo y tonto como solo puede ser un accidente. Un codo que se mueve fuera de la bañera; un teléfono, enchufado a la corriente, que cae al agua...
Quién es Elísabet Benavent
♦Nació en Valencia, España, en 1984.
♦ La publicación de la Saga Valeria en 2013 la catapultó a la escena literaria y se convirtió en un auténtico fenómeno. Desde entonces ha escrito 23 novelas.
♦ Ha escrito Persiguiendo a Silvia, Seremos recuerdos, El arte de engañar al karma, Este cuaderno es para mí, la bilogía Horizonte Martina, Alguien como yo, Toda la verdad de mis mentiras, Un cuento perfecto, Mi isla, y la bilogía de Sofía y Todas esas cosas que te diré mañana, entre otras.
♦ En 2020 la serie Valeria se estrenó en Netflix en más de 190 países y batió récords de audiencia.
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