“El trabajo extenuante es una cárcel”. Simone Weil
Inverosímil. En un mundo agobiado por el mandato de la hiperproductividad, tomar la decisión de parar es considerado como una locura. La sola idea ya es atrevida, insolente, descarada. Pero: ¿y qué vas a hacer? ¿De qué vas a vivir? ¿No vas a trabajar? Patear el tablero genera confusión en propios y ajenos. El hecho de que una persona elija no trabajar resulta, al menos, indignante para el que sufre bajo el sudor del yugo. Algo de chiflados.
Pero para Azahara Alonso no. Ella lo hizo y después escribió 231 páginas sobre su experiencia en la isla de Gozo. Algo parecido a un diario, una crónica o un ensayo. No tengo claro en cual género literario ubicar a este libro, pero sí puedo asegurarles que es maravilloso.
“El carácter propio del trabajo es no hacer lo que se quiere cuando se desea, sino ejecutar una actividad en un momento determinado por obligación, por un fin, por dinero. (…) Si nos definiéramos hoy como seres humanos, diríamos que somos seres acelerados. No hablamos ya de hacer las cosas deprisa, sino que tenemos la urgencia de manera física y, como de otros malestares silenciosos, no somos tan responsables. Es compartido y un poco forzado. Ojalá desactivable”.
Eso escribe la filósofa y autora española quien, junto con su pareja, decidió experimentar un año sabático en una isla de Malta, lo que desencadenó la maravillosa hipótesis de que es posible vivir sin hacer nada. ¿O, al menos, intentarlo?
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Ok. Pero, ojo, también es cierto que el trabajo no solo es parte de la rutina necesaria de cada día, sino que además cumple un rol fundamental en la formación de la identidad adulta, y que lo hacemos por una paga (¡hay que pagar las cuentas!), aunque la acción se lleve a cabo al mismo tiempo que suspiramos para que llegue rápido el fin de semana.
Mientras piensan esto, les cuento que Gozo, editado por Siruela en 2023, es una casi romántica novedad literaria escrita con soltura y cero prejuicio, cuyo eje central es la reflexión acerca de la posibilidad de vivir el libre albedrío, sin hacer algo productivo y desafiar así a toda la maquinaria mundial conocida y por conocer.
“Lo que se haga durante ese tiempo (año sabático) debe estar bajo el signo de la inutilidad (…) y ese tiempo, el sujeto deberá responder, casi semanalmente y a distintas personas, preguntas acerca de su economía: pero ¿y de qué vives si puede saberse? Y la respuesta más efectiva será: ¡del aire!”. Nada fácil. Pero, podría ser una posibilidad entre otras. ¿Por qué no?
Nosotros, los dinosaurios, lejos de estas ideas descabelladas e inimaginables que propone- muy oronda- la joven escritora, fuimos criados bajo el lema que dice que el ocio (o el dolce fare niente) es la madre de todos los vicios. Por eso, y para no ser tildados de vagos, estuvimos, desde el minuto cero, dele que te dele laburando sin parar a ver si todavía alguien se daba cuenta de que no nos gustaba ni ahí y que preferíamos estar en cualquier otra parte del planeta, menos vendiendo- por dos pesos- lo más preciado que tenemos: nuestro tiempo.
“Algunos buscan el sentido de la vida en el trabajo y lo encuentran. Creo que es por un acuerdo tácito: casi todo el mundo piensa que una de las cosas más importantes es sentirse útil, por eso la humanidad se reproduce, por eso las personas se obligan a ejercer profesiones que les llenen y aporten algo a la sociedad, por eso caen por estrés en una depresión nerviosa y encuentran la salida volcándose en la causa que allí los llevó. Es nuestra enfermedad, pero como la tenemos todos, apenas reparamos en ella”.
Gozo es un bombardeo de provocaciones que nos pone en jaque y nos hace pensar -y mucho- en lo que estamos haciendo con nuestras finitas vidas. Al respecto, Bob Black, citado por la autora, asegura que “nadie debería trabajar jamás. Ya que (…) el trabajo es la fuente de casi toda la miseria existente en el mundo. Casi todos los males que se pueden nombrar proceden del trabajo o de vivir en un mundo diseñado en función de él. (…) Trabajar es el motivo por el cual el ser humano se hunde a sí mismo en la miseria y la infelicidad, arrastrando con él a todos los demás”. Fuerte, ¿no?
Pero, y entonces, ¿cómo se hace eso de no hacer nada? ¿Qué hacemos si no trabajamos? Alonso, que tiene una respuesta para todo, dice: “Lo primero que deberíamos hacer es dejarnos llevar por cierta pereza. (…) Se trataría sobre todo de desaprender una orden, la que dicta que nuestro ocio es para consumir o tiene que ser productivo. (...) Porque un trabajo es aquello que hacemos por dinero, que tiene horarios y límites, y que, si a la larga disfrutamos, es por pura casualidad”.
Y para redoblar la apuesta de su tesis, cita a Anne Boyer,- autora de Desmorir: “Eestamos agotados porque vendemos las horas de nuestra vida para sobrevivir y luego empleamos las horas que no hemos vendido en poner nuestra vida a punto para poder venderlas”.
Gozo, de Azahara Alonso, es una invitación atrevida a disfrutar de la vida, pero sin trabajar. Es un tratado sobre respirar profundo y contar hasta cien. Cuestiona la realización personal y el trabajo y los arrincona contra un callejón sin salida. Te deja girando sobre tu eje. Por momentos descoloca y por otros enternece. Es un manual sobre la vida y lo que decidimos (acertadamente o no) hacer con ella. Una obra simple, repleta de experiencias y citas de autores que han analizado y escrito un montón sobre el tema del trabajo como algo alienante pero necesario. Como eso que nos define, pero nos recorta. Es una lectura disruptiva del mundo. Nos interpela. Nos deja sin habla.
“¿En qué momento mi vida empezó a ser accesible solo en vacaciones?”, se pregunta Alonso en la primera página. ¿Y será que nosotros tendremos que preguntarnos lo mismo? No sé. Pensalo.
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