Estoy nerviosa, sí. Hablar con Isabel Allende es conversar con la Historia viva de América Latina, de la literatura, la escritora que supo ganarse a lectores en todas partes del mundo con 77 millones de ejemplares vendidos de toda su obra y la traducción a 40 idiomas. Sí, estoy nerviosa porque Allende es la escritora viva más leída en lengua española y también es la más traducida, según el Mapa Mundial de la Traducción del Instituto Cervantes y porque algo así no sucede todos los días.
Pero una vez que comienza la charla resulta que hablar con Isabel Allende es como hacerlo con una amiga, esas conversaciones que podrían prolongarse extensamente en la que los temas discurren sin mirar el reloj. Eso sucede con ella, entonces los nervios se disipan (un poco). La celebrada escritora chilena cuenta a Infobae Leamos por Zoom que, aunque sea el Día de la Independencia en Estados Unidos ella no festeja, trabaja. “El país está celebrando y no pude ir a mi oficina porque había un desfile y cerraron todas las calles”. Pilas de su última novela, El viento conoce mi nombre, se asoman en el plano. Y también los portarretratos de Allende con Obama, de su hijo Nicolás y su nuera, Lori y, como siempre, una foto de su hija, Paula.
Hablamos sobre la política migratoria de Trump y cómo la situación sigue delicada, especialmente para los niños que son separados de sus familias en las fronteras, de cómo le encanta que prohíban en las escuelas de Estados Unidos La casa de los espíritus porque lo van a leer más, de cómo la estremecen la violencia y las armas. Hablamos del racismo y de cómo “las mujeres han logrado muchísimo” y sugiere que “tiene que haber partidos políticos de la mujer”.
También me cuenta que comparte la cama con su esposo y sus dos perros, que tiene una casa chica, que vive de manera simple porque no quiere ser recordada. Allende brilla y se abre. Nos reímos. Cuenta anécdotas íntimas de su vida diaria y del matrimonio, que sus nietos le dicen que tiene “un pueblo en la cabeza”. No sabía que Mario Vargas Llosa está internado por COVID: “¡No me digas!”.
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La autora de libros tan emblemáticos como De amor y de sombra, Eva Luna, Paula y Largo pétalo de mar, con El viento conoce mi nombre expone uno de los dramas que más le preocupan: la inmigración, los refugiados y la separación de niños de sus familias, a fuerza de terror, miedos, enfermedades, mundos imaginarios y silencio, mucho silencio. La historia de una niña ciega, Anita, que huye de El Salvador, expone la política inmigratoria de los Estados Unido -que comenzó con Donald Trump y que continúa hoy- y se entrelaza con el nazismo y la historia de Samuel, uno de los diez mil niños judíos menores de diecisiete años que fueron rescatados por el Kindertransport, en 1938 y llevados a Gran Bretaña.
Allende dice no quiere que la recuerden al momento de su muerte. “Nada, si voy a estar muerta”, dice. Pero habla sobre Borges y su legado: “¿Quién va a cuidar de ese legado? Debería ser una universidad para que el público y el país sean dueños de eso”, opina y sigue: “y que no dependa de una persona que no sabe nada de literatura y que lo hereda por casualidad”.
Hablar con Isabel Allende es saber que está feliz porque recibe “chorizos de mails de sus lectores”, que la entusiasma la serie de La casa de los espíritus, protagonizada por Eva Longoria, dirigida por dos chilenas, con elenco latino, que habla español y grabada en Chile (aunque todavía no tiene plataforma).
Los nervios pasan, sí. Hablar con Isabel Allende también es conversar con la escritora que dice que los millones de ejemplares vendidos no le cambian la vida, que “esas cosas pasan en la periferia” y me cuenta que su auto tiene 14 años, que se levanta a las 5.30, que se maquilla, toma café y hace ejercicio. Y que las cosas no le fueron fáciles por ser mujer. Hablar con Isabel Allende es conversar con una mujer que indaga sobre la vida de la entrevistadora y da consejos: “Vive los años en plenitud. Y aprende a decir que no ahora. Sobre todo a los machistas y seductores, esos son los más peligrosos”. El viento, definitivamente, conoce su nombre y lo esparcirá.
Migración
―Las política migratorias de Trump de 2018 fueron la mecha de El viento conoce mi nombre, ¿se puede comparar con la época de fascismo y el nazismo con la que empieza la novela?
―Hay ciertas cosas que se repiten. Yo creo que la humanidad evoluciona, pero no en línea recta, vamos en espiral. Aprendemos algo en cada vuelta. Y era inevitable hacer la comparación, el arco entre lo que estaba pasando en ese momento en los Estados Unidos con Trump y lo que estaba pasando en Europa con el nazismo. Pero en otras instancias también ha pasado lo mismo, especialmente en el campo de los refugiados, de la gente que busca asilo o los emigrantes. Siempre es la misma tragedia.
―¿Por ejemplo?
―Se empieza a hablar de crisis migratoria cuando los emigrantes llegan a las puertas de Europa o de Estados Unidos, pero masas de refugiados ha habido por siglos en Asia, en África, en América Latina, o sea que no es nada nuevo. Pero hay un elemento en común que es que un porcentaje de la población que fácilmente cae en el fascismo y se deja cautivar por un líder populista, generalmente de extrema izquierda o de extrema derecha, y se cae en el autoritarismo. Y que a mucha gente le parece preferible a la inseguridad. Además, la derecha es muy eficiente para manipular el miedo de la gente para obtener ventaja política, poder.
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―¿Miedo a qué?
―Al inmigrante, a la inseguridad, al crimen urbano, a una crisis económica. Miedo siempre. Es un poderoso aliciente. No tengo miedo porque he vivido lo suficiente para saber que no se puede vivir con miedo. Pero en este momento Estados Unidos es un país totalmente polarizado en que las dos tendencias políticas no se hablan siquiera. Se pone muy extremista. No tengo ni un solo amigo republicano, pero ni uno.
―¿En qué la afecta ese extremismo?
―Al momento de votar, sin ninguna duda. Voto por los demócratas, aunque el candidato no me guste, no importa. Primero tengo la ventaja de que soy extranjera y además de ser vieja, entonces las dos cosas me permiten tomar distancia. No estoy metida en el hueco, en el hoyo del huracán, sino que con cierta distancia pero la gente sufre constantemente con un exceso de información y de malas noticias.
―Caracterizó a El viento conoce mi nombre como una historia que quería narrar y no como una denuncia, sin embargo política y literatura se enlazan, ¿cuál es la relación?
―Todas mis historias están inmersas en una realidad social y política porque eso afecta a los protagonistas. El caso de Anita en esta novela aparece en mi vida por la política de Trump, que además no era él solamente: ya venía de antes y siguió después. Hay una política del gobierno para detener a los inmigrantes, que es de una crueldad extrema. Y eso crea el personaje y la historia. Sin eso, la historia no se sostiene.
―¿Cuál es la situación hoy?
―Hoy pasan dos cosas. Primero, la política de separar a la familia se eliminó porque hubo clamor internacional y nacional y tuvieron que eliminarla, pero lo siguieron haciendo de noche. De manera secreta, a las tres de la mañana salían los aviones con los niños deportados. Ahora, con el gobierno de Biden, que promete resolver como se pueda el problema migratorio, no lo han podido resolver. Hemos visto casos dramáticos, terribles de niños traumatizados. Cuando están en los centros de detención, se hacen pipí en la cama. Después, muchos de ellos no quieren hablar o no quieren comer. Y lo que ha pasado es que con la disculpa de la pandemia existió algo que se llamaba el título 42, con lo que atajaban a todo el mundo en la frontera. Pero se acabó la pandemia, oficialmente. Entonces, hubo que sacar el título 42. Pero fue reemplazado por dos reglamentos que son brutales.
―¿Qué implican?
―Hay diferentes maneras de detener a la gente para que no entre y de hacerles la situación lo más difícil posible. Lo curioso es que en este país hay 11 millones de inmigrantes latinos ilegales. Y esa gente hace el trabajo que ningún americano quiere hacer por un sueldo menos que el mínimo. Hay un problema racial también, porque si estos inmigrantes fueran de Escandinavia, les abrían las puertas, como se les abrieron las puertas en Europa a los que venían de Ucrania, sin embargo no les abren las puertas a los que vienen del norte de África.
―¿Hay otro argumento además del racial?
―Además del problema racial, los dos partidos políticos, tanto la derecha como la izquierda, han convertido a los inmigrantes en chivos expiatorios y es una bandera política. Entonces, le meten miedo a la gente con la idea de que los inmigrantes vienen a reemplazarlos, que les van a quitar los trabajos y a cambiar la cultura. Existe toda una teoría de conspiración entre los blancos que piensan que van a ser reemplazados por esta oleada morena latinoamericana. Todo es global: el dinero, las drogas, las armas, menos la gente.
―En la rueda de prensa dijo que había que defender la libertad de expresión. En esta época de cancelaciones, reescrituras y lectores sensibiles, ¿cómo ve que La casa de los espíritus haya sido prohibida en las escuelas de la Florida?
―Para mí es un honor que me hayan prohibido. Y además, lo más gracioso es que apenas prohíben un libro, todo el mundo lo quiere leer, sobre todo los jóvenes. Como está prohibida en los colegios inmediatamente los niños quieren saber por qué lo prohibieron. No me afecta para nada, pero es un problema porque es irónico.
―¿Por qué?
―Han tratado de prohibir todo lo que tenga que ver con raza para que no se hable de la esclavitud, que no se hable del pasado de los Estados Unidos, o sea, se trata de cambiar la Historia en lo posible y todo lo que les parezca anticristiano o demasiado sexual; pero no les molesta para nada la violencia. O sea, tú puedes tener la violencia extrema en un libro y esa no lo van a prohibir. Pero anda tú que se acuesten dos personas o que haya una pareja gay, ya está. Ahí lo prohíben, pero se pueden portar armas porque no necesitas licencia para comprar una y hay una masacre todos los días en alguna parte. Hay padres que han dicho “vamos a prohibir la Biblia, porque hay más pornografía, hay más crimen y más esclavitud ahí que en ninguna otra parte”. Es absolutamente de locos.
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―Mientras se piensa en la sensibilidad de algunos niños, hay otros que padecen la crueldad en jaulas, en asilos en la frontera, son separados de sus familias, como en su novela, ¿entonces hay violencias y sensibilidades que importan y otras que no?
―Creo que no hay que exponer a los niños a la crueldad, ya es bastante horrible que muchos niños tengan que sufrirla directamente Pero hay ciertas cosas que y o hubiese preferido que mis hijos no estuvieran en contacto con eso, por ejemplo, que nunca supieran de personas que torturan animales o pornografía en que se denigra completamente a la mujer. Son cosas a las que están expuestos constantemente. Y no necesitas prohibir un libro. Abren la computadora o el teléfono celular y se meten en cualquier sitio. Tratemos de regularizarlo de manera que no sea siempre denigrando a la mujer y extrema crueldad porque va formando toda una generación que cree que eso es normal.
Política hoy
―Se cumplen 50 años del golpe militar en Chile este año. ¿Qué cambió de ese momento a hoy? ¿Qué persiste y qué recuerdo tiene?
―Es otro país pero hay ciertas cosas, por ejemplo, la extrema derecha que prosperó con Pinochet sigue ahí, y muy poderosa y muy eficiente, además muy eficaz para mantener el poder. Chile es un país políticamente tiende hacia la izquierda, pero socialmente es muy conservador. Veo otro país con otros problemas, pero es un país que ha prosperado y que está bien. Y una prueba de eso es que tanta gente quiere migrar a Chile. Es un país que ofrece trabajo y estabilidad pero el problema mayor que hay en este momento es de la inseguridad urbana. La derecha también exagera mucho porque se trata la inseguridad como si estuviéramos viviendo en Guatemala y no es el caso en absoluto.
―En una entrevista dijo que José Antonio Kast era honorable y generó polémica
―Es una persona honorable, que quiere hacer lo mejor para Chile según su criterio. Ahora, desde el punto de vista político estoy completamente en la oposición de lo que él pretende y lo que él quiere. Pero yo no descarto a la gente porque no piensa como yo. En el caso de Trump, es distinto. Trump es un criminal. Trump es una persona que en este momento tiene 37 cargos de felonía y le ha hecho un daño tremendo a las instituciones de este país. Pero no es el caso de Kast. Es una persona totalmente honorable que está en el bando contrario de lo que yo creo, pero no ha cometido ningún crimen.
―En la novela también escribe sobre El Mazote, la masacre en El Salvador a principios de los 80. Hace poco en una entrevista con el diario El País habló sobre el presidente de El Salvador y dijo que “Chile está añorando un Bukele y hay que tener cuidado porque eso fue Pinochet”. ¿Por qué?
―Le ha dado seguridad al país y por primera vez la gente puede tomar un taxi y andar por la calle porque hay 60.000 presos, pero esto que le ofrece seguridad al país puede fácilmente convertirse en un gobierno autoritario, en una dictadura.
Feminismo, relaciones y boom latinoamericano de mujeres
―Es su tercer matrimonio, ¿cómo se mantiene una relación en esta etapa de la vida?
―Para mantener la relación hay ciertas cosas fundamentales. Primero, las buenas maneras, la cortesía, es como que lubrica todo. Como no vamos a andar apasionadamente besándonos en las escaleras, por lo menos tener una gran ternura y amabilidad ayuda mucho. Cada uno tiene que tener su espacio y no pedirle al otro que te llene la vida porque eso es imposible.
―¿El feminismo puede llegar a ser un obstáculo en una relación?
―Tal vez, pero a mí no, para mí ha funcionado muy bien, tal vez porque escojo hombres a los cuales no les importa el feminismo o lo entienden o lo aprueban. Nunca me he tenido oportunidad de estar con un compañero que sea un machista. Hay que saber elegir también porque esos hombres no cambian. El problema es que uno cree que los va a cambiar pero no.
―¿Por qué hay un auge de la literatura romántica en épocas de feminismos?
―Esas historias han cambiado pero esa necesidad de romance, de ser querida, las mujeres ―con o sin feminismo― la tenemos. Acabo de ver la película Barbie y es feminista, así que con eso te digo todo. Antes había una especie de dependencia, que la mujer era siempre más débil, más vulnerable, más necesitada, que tenía que ser rescatada, protegida, pero eso ya ha pasado, aunque la necesidad de amor romántico existe.
―¿Hay un prejuicio sobre los autores best-seller?
―Debe haberlo entre los críticos, pero no entre los lectores. A los críticos y a los colegas les carga que uno venda libros.
―¿Cree que a alguien le cae mal que usted sea la escritora viva más vendida y traducida?
―Le cae mal a mis colegas, para empezar, y a ciertos críticos, pero si yo fuera hombre sería diferente. Porque García Márquez es un best-seller y nadie lo ataca por serlo.
―¿Cómo se llevaba con los escritores del Boom latinoamericano?
―Yo he vivido siempre aislada. No pertenezco al club de los del Boom. Ellos eran todos amigos, se ayudaban unos a otros. Primero, supongo que por ser mujer, pero además por la época y, después he vivido en los Estados Unidos. Pero me he topado con Vargas Llosa varias veces y siempre ha sido extraordinariamente amable conmigo. A García Márquez lo vi de lejos una sola vez. Tuve una relación muy linda con José Donoso en una época.
―¿Tuvo obstáculos en el mundo literario por ser mujer?
―Claro que sí. Me he encontrado con personas que dicen “yo no leo libros escritos por mujeres”. Me lo dicen a la cara, pero también viví discriminación. Cuando se publicó La casa de los espíritus, fue en los años 80, pleno Boom de la literatura latinoamericana, no había un solo nombre femenino, ni uno. No porque las mujeres no estuvieran escribiendo, sino que porque no las publicaban, no las distribuían, no las enseñaban en las universidades o en los colegios, no había crítica. Silencio total respecto al trabajo de las mujeres. Ahora sí que hay un boom de la literatura femenina.
―Dijo que con La casa de los espíritus había pavimentado el camino para las que vinieran. Y vinieron Mariana Enriquez, Samanta Schweblin, Valeria Luiselli y Leila Guerriero, entre otras. ¿Qué opinión tiene sobre su literatura? ¿Alguna favorita?
―Son mujeres jóvenes escribiendo novelas formidables. Escriben unas historias que uno se pregunta de dónde se les ocurre esto, o de una crueldad tremenda y tan bien escritas, profundas, con tanta rabia a veces, que es maravilloso. Una literatura increíble.
―En El viento conoce mi nombre uno de los personajes femeninos dice que hay una guerra contra las mujeres, a las que violan, matan, ¿qué puede hacer el feminismo ante esto?
―Las mujeres han logrado muchísimo. Primero que nada la denuncia de que esto existe. Ponerle nombre a las cosas. Hablar de una guerra contra la mujer, en vez de usar un eufemismo. Ponerle nombre y combatirlo como se pueda. Con las leyes, con la cultura, con la forma en que criamos a los hijos. Con la forma en que aplicamos la justicia también. Mientras no haya una conciencia femenina de que unidas somos invencibles y solas somos vulnerables, no vamos a lograr nada. Tiene que haber partidos políticos de la mujer, y que nosotras votemos por lo que nos conviene y nada más. Tiene que haber una conciencia clara de cómo tenemos que defender unas a otras, y no rivalidades, sino unión. Yo creo que se está consiguiendo mucho más que antes.
―¿Qué quiere que recuerde el viento de usted?
―Nada. Voy a estar muerta. No hay ni un interés en nada. Mi hijo me dice “mamá, más vale que digas qué vamos a hacer con tus papeles porque yo no quiero hacerme cargo de nada”. Yo le digo, “quémalo todo, si no importa”. Me importa que ahora me quieran. Eso sí me importa, que yo abro la computadora en la mañana y hay un chorizo de mensajes y son todos maravillosos. Eso me llena el alma, me da energía para todo el día. Pero lo que pasa cuando usted muere es que se muere hasta cenizas, polvo de cenizas, eso es lo que voy a ser. ¿Qué más da? Yo me imagino que morirse es como estar anestesiado, no recuerdas nada, no sabes nada, no pasa nada.
―Resuena el caso de los herederos de Borges tras la muerte de Kodama
―¿Quién va a cuidar de ese legado? Debería ser una universidad para que el público y el país sean dueños de eso. Eso se hace mucho aquí en Estados Unidos. Se va todo a parar a una biblioteca de una universidad grande que lo preserva perfecto y tiene acceso cualquier persona que esté estudiando algo, que quiera hacer una investigación. Y no depende de una persona que no sabe nada de literatura y que lo hereda por casualidad.
Así empieza “El viento conoce mi nombre” (Fragmento)
Los Adler
Viena, noviembre-diciembre de 1938
Había en el aire un anticipo de desgracia. Desde temprano, un viento de incertidumbre barría las calles, silbando entre los edificios, introduciéndose por los resquicios de puertas y ventanas. «Es el invierno que ya está aquí», murmuró Rudolf Adler para darse ánimo, pero no podía atribuirle al clima o al calendario la opresión que sentía en el pecho desde hacía varios meses.
El miedo era una pestilencia de óxido y basura que Adler llevaba pegado en las narices; ni el tabaco de su pipa ni la fragancia cítrica de su loción de afeitar lograban atenuarla. Esa tarde el olor del miedo agitado por la ventisca le impedía respirar, se sentía mareado y con náuseas. Decidió despachar a los pacientes que esperaban su turno y cerrar la consulta temprano.
Sorprendida, su asistente le preguntó si estaba enfermo. Trabajaba con él desde hacía once años y en todo ese tiempo el médico nunca había descuidado sus obligaciones; era un hombre metódico y puntual. «Nada serio, sólo un resfrío, frau Goldberg. Me iré a casa», replicó él. Terminaron de ordenar el consultorio y de desinfectar el instrumental y se despidieron en la puerta, como cada día, sin sospechar que no volverían a verse. Frau Goldberg se dirigió a la parada del tranvía y Rudolf Adler se fue caminando a paso rápido las pocas cuadras que lo separaban de la farmacia, con la cabeza enterrada entre los hombros, sujetándose el sombrero con una mano y su maletín con la otra.
El pavimento estaba húmedo y el cielo encapotado; calculó que había lloviznado y que más tarde caería uno de esos chaparrones de otoño que siempre lo pillaban sin paraguas. Había recorrido esas calles miles de veces, las conocía de memoria y nunca dejaba de apreciar su ciudad, una de las más hermosas del mundo, la armonía de los edificios barrocos y art nouveau, los árboles majestuosos en los que ya empezaban a caer las hojas, la plaza de su barrio, la estatua ecuestre, la vitrina de la pastelería con su despliegue de dulces y la del anticuario, llena de curiosidades; pero en esa ocasión no levantó la vista del suelo. Llevaba el peso del mundo en los hombros.
Ese día los rumores amenazantes empezaron con la noticia de un atentado en París: un diplomático alemán asesinado de cinco tiros por un muchacho judío polaco. Los altavoces del Tercer Reich clamaban venganza.
Desde marzo, cuando Alemania había anexado a Austria y la Wehrmacht desfiló con su soberbia militar por el centro de Viena, entre los vítores de una multitud entusiasta, Rudolf Adler vivía angustiado. Sus temores habían comenzado unos años antes y aumentaron en la medida en que el poder de los nazis se fortaleció con el financiamiento y las armas de Hitler. Recurrían al terrorismo como arma política, aprovechando el descontento, especialmente de la juventud, por los problemas económicos, que se arrastraban desde la Gran Depresión de 1929, y el sentimiento de humillación que produjo la derrota de la Primera Guerra Mundial.
Quién es Isabel Allende
♦Nació en Perú en 1942.
♦Inició su carrera literaria en el periodismo, en Chile y en Venezuela. En 1982 su primera novela, La casa de los espíritus, se convirtió en uno de los títulos míticos de la literatura latinoamericana.
♦ Su obra ha sido traducida a cuarenta idiomas y ha vendido más de setenta millones de ejemplares, siendo la escritora más vendida en lengua española. Ha recibido más de sesenta premios internacionales, entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Chile en 2010, el Premio Hans Christian Andersen en Dinamarca, en 2012, por su trilogía «Memorias del Águila y del Jaguar» y la Medalla de la Libertad en los Estados Unidos, la más alta distinción civil, en 2014.
♦ En 2018, Isabel Allende se convirtió en la primera escritora en lengua española premiada con la medalla de honor del National Book Award, en los Estados Unidos por su gran aporte al mundo de las letras.
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