Tomamos cientos de decisiones todos los días, desde las más simples a las más complejas: desde qué camino elegir para llegar más rápido al centro hasta cambiar de trabajo, mudarse a otro país, operarse, casarse, separarse. ¿Decidir es un arte? ¿Hay una manera adecuada de hacerlo? ¿Es posible equilibrar la intuición, la razón y las emociones?
Ezequiel Starobinsky (44) es economista, consultor en inversiones, profesor, orador, instructor de técnicas de respiración y meditación y también escritor. En su libro El arte de decidir (Penguin Random House), que acaba de salir al mercado editorial en versión de bolsillo y va por la quinta edición, propone técnicas y herramientas concretas para fortalecer nuestra inteligencia emocional y para pasar del miedo a decidir a la oportunidad de hacerlo. También es autor de Los nuevos superhéroes (Grijalbo, 2012) y Un mundo en clave de Fa (Grijalbo, 2020).
Está casado, tiene dos hijos pequeños, es gerente en un banco de finanzas. Dice que siente que juega varios roles superpuestos a la vez. Le gusta el mundo de las inversiones, el desafío de trabajar con diferentes equipos y busca compensar todo eso con la meditación, el yoga, la escritura, y los cursos de la Fundación El Arte de Vivir. Su mirada está atravesada, entre otras cosas, por la creencia en vidas pasadas y en el karma. Esta sumatoria, sin dudas, le brinda una gran facilidad para divulgar, bajar al llano, a la vida cotidiana, un tema tan complejo como este.
A lo largo de casi 200 páginas, El arte de decidir se divide en tres partes: la primera se enfoca en las reacciones, cuando “algo” decide por nosotros (reacciones emocionales, impulsos, etc); la segunda parte aborda la intuición y las decisiones cotidianas; y la tercera se mete de lleno en las decisiones complicadas o de cierta complejidad, todo con ejemplos, casos y gráficos. Luego se analizan los dos momentos de la decisión: el primero, el motor; y el segundo, el análisis. Sigue un breve repaso con acertadas conclusiones y finaliza con un cuestionario de preguntas para alcanzar una decisión inteligente, de calidad.
- ¿El arte de decidir es como una suerte de guía para tomar decisiones?
- Sí, desde lo simple a lo complejo. Después se convierte en un entrenamiento porque se convierte en una práctica. Una vez que tengo visto el mapa, no digo la parte emocional resuelta, pero sí regulada, uno está más preparado para no caer en las típicas trampas del miedo y del ego. Ahí el partido no lo tenés ganado, tenés un primer tiempo con un gol a favor, pero hay que meter otro gol en el segundo tiempo, que es armar una buena decisión. Entonces ahí cabe preguntarse qué objetivo tengo, qué riesgos existen, qué alternativas puedo crear para seguir llegando a esos objetivos.
- ¿Y si sale mal? ¿Si la decisión que tomamos no nos lleva a buen puerto? ¿Qué hacemos?
- Cuando decidiste algo, por un tiempo conviene apostar 100 % a la opción elegida, es lo que llamo el compromiso energético. Ahora, si eso que elegí no funciona, lo mejor es admitir el fracaso lo más pronto posible.
- ¿Por qué?
- Porque el ego siempre pone la cola: a pesar de que el camino elegido no esté dando los resultados esperados, puede suceder que estemos atados, innecesariamente, a algo que es mejor cambiar.
- ¿Y en todo esto cuánto tiene que ver la suerte?
- En el plano filosófico-espiritual siempre me gusta pensar que lo que va a pasar depende de tres cosas: por un lado, la suerte que toca, toca, el azar, eso nadie lo puede controlar; por otro lado, el segundo tercio es el karma de cada uno, es decir, el destino de cuántos puntos kármicos venimos acumulando a favor o en contra, de esta vida y de las vidas pasadas.
- ¿Y el tercer factor?
- El último, pero no menos importante, son las consecuencias de lo que vos decidas con tu libre albedrío. Acá hay una parte que sí depende de vos. Hay deportistas que dicen que hay que ayudar a la buena suerte. Me encanta esto: es decir, yo me entreno para decidir mejor, cada vez voy decidiendo mejor y después cada vez tengo mejor suerte y bueno se mezcla, cuánto dependió de una buena decisión y cuánto de la suerte.
- Entonces...
- El trabajo de analizar la información, las probabilidades y demás, hay que hacerlo porque eso es decidir bien también. Pero para llegar a este punto uno tiene primero que no caer en la trampa del ego, no estar febrilmente atrapado por los deseos o por la ambición, o no ser un miedoso que no se anima y no decide nunca nada y entonces el tiempo va pasando y las alternativas se van cayendo. Toda esta primera parte, lo que llamo el proceso invisible, hay que regularlo, ordenarlo y después avanzar con lo técnico, el proceso visible, con el intelecto, los argumentos racionales, las probabilidades, las alternativas, el camino crítico, el plan B, la acción, los resultados.
- En el libro recomendás algo que parece contradictorio, pero pensándolo bien (risas) no lo es: “No pensar de más, algo bien pensado”.
- (Risas) Es que pensar racionalmente es una herramienta para utilizar pocas veces al día. Saber usar la mente es tan importante como saber dejar de usarla. Aprender a hacerlo a conciencia es un gran desafío, especialmente en estos tiempos. Por eso éste es el truco que más me encanta: no identificarse con los pensamientos.
- ¿Cómo es eso? ¿Cómo se logra?
- Los pensamientos son como una nube que está pasando, la miro pasar, le doy poca importancia, tampoco la resisto porque en el ámbito de la mente todo lo que se resiste, persiste. Entonces no resistir, pero tenerla muy identificada. La dejo pasar, como si fuera un nene caprichoso. En lugar de seguir tus pensamientos, te invito a revisar cuáles son tus compromisos.
- Decís en tu libro que las emociones disfuncionales son los máximos carceleros de las decisiones ¿por qué?
-Porque son emociones que atrapan. Uno debe estar muy auto observador al momento de decidir: cuando uno va a hacer algo desde un lugar de ira, de culpa, de miedo, de enojo, la vibración mata argumento, desde una disfunción o falencia emocional, son un punto oscuro interior, un patrón psicológico negativo, llámalo como quieras. Esa vibración que va a estar en tu acción va a contaminar lo que hagas, por muy justificado que esté desde el punto de vista de las acciones. Somos seres emocionales que racionalizamos nuestras decisiones; no es que las razonamos, las racionalizamos a posteriori diciendo: “Yo hice esto por esto, por esto y por esto”, y ¡no! ¡minga! Hiciste eso porque estabas enojado y no pudiste regular tu enojo.
- ¿Siempre nos justificamos?
- ¡Si! ¡Por todo! ¡Es insoportable! Y cada uno defiende su posición y detrás de esa posición está el ego. Es terrible y nos cuesta admitir los errores, nos cuesta cambiar el punto de vista.
- ¿Queremos tener siempre la razón?
- Me gusta apelar a esta frase conocida “¿Qué preferís: tener razón o ser feliz?”, porque la razón es tan relativa. Hay que aflojar un poco las estructuras rígidas internas.
- Se viven momentos de mucho enojo en los que todos quieren tener razón, pero no se escuchan…
- Sí, a nivel país convivimos con una ansiedad generalizada, tanto por la economía, por los cambios políticos, por el golpe que nos dio la pandemia, todo en el marco de una sociedad cansada y de un mundo que cada vez está más metido en las redes sociales, la tecnología, los juegos del metaverso que, por un lado, tienen cosas positivas, pero por otro también nos alejan de nuestra propia humanidad, de nuestros propios vínculos, del vínculo con la naturaleza.
- Es que en poco tiempo los humanos estamos atravesando cambios enormes…
- Y todo ese proceso se exacerba en las grandes ciudades, en las metrópolis, sobre todo las occidentales. Son las primeras en estar atrapadas en estos monstruos, en la cultura exitista, en la inmediatez, en lo quiero ya, en esto de consumir por consumir, de comprar por comprar.
- Vuelvo a los universos mentales… Decís en el libro que no saber dejar de pensar es una de las grandes enfermedades de los últimos cien años…
- Sí, en este punto es interesante separar conciencia y pensamiento, donde el pensamiento es una partecita de la conciencia. Está bueno el intelecto, pero hay que saber prenderlo y saber apagarlo. Estamos todo el día atrapados en pensar en un problema, nos lleva mucha energía y es poco probable que aparezcan producciones creativas desde ese lugar porque el pensamiento es lineal, rumiante. Dicen que los artistas o los grandes científicos, tienen sus mejores ideas en momentos de no pensamiento, esos momentos en los que dejás de pensar y te desconectás. Son espacios de no pensamiento. El intelecto es bueno para planear, especular, proyectar, pensar en el plan A, el plan B, pero es como el paso dos, primero tiene que haber una instancia creativa.
- ¿Qué herramientas proponés para eso?
- Hay muchas técnicas de pensamiento creativo para la generación de alternativas como la “tormenta de ideas”, la “libre asociación”, los “diferentes sombreros para pensar”...
-Y sigo pensando, porque precisamente lo que repetimos como un mantra ante la toma de una decisión es la advertencia “pensalo bien, pensalo bien”…
- Mirá, para crear tu decisión con tranquilidad primero hay que empezar por la intención: qué querés proyectar, qué cosa te puede dar alegría a vos y a los demás, qué va a aportar a tu propia vida y en la vida del mundo aquello que intencionás.
- ¿Qué es la intención en el proceso de decidir?
-La intención viene de adentro hacia afuera, es decir, yo tengo una proyección de visualización, intención de que algo cobre forma. Y eso es lo que yo quiero. Y voy a buscar y a elegir la manera de decidir la alternativa de cómo crear eso que ya tengo adentro, cómo manifestarlo, cómo materializarlo.
- ¿Eso es el deseo?
-No. El deseo es distinto a la intención. Yo estoy vacío adentro, hay algo que me falta y es lo que necesito. Quiero cumplir mi deseo para sentirme lleno. El deseo arranca de un lugar de falta, de necesidad; y la intención arranca de un lugar de plenitud. Con la intención, yo quiero sacar algo de adentro hacia afuera; y con el deseo quiero algo de afuera para llenarme adentro, para llenar un vacío. Entonces, el deseo es tramposo.
- ¿Por qué es tramposo?
- Porque cuando el deseo no se cumple, uno se frustra. Y si se cumple, esa promesa de felicidad en realidad dura un ratito. Y ahí aparece otro deseo, y esto no termina nunca porque la mente siempre quiere más. Entonces, está bueno tener metas, objetivos, moverse en el mundo, incluso hasta pelear por lo que uno quiere, pero estar encerrado en pensar que la felicidad está cuando consiga tal cosa es como una ilusión de la mente y es tramposa porque no hay final. En el extremo, en los casos de quienes tienen deseos febriles aparece esa frase que dice “el fin justifica los medios”.
- Y la intención...
- La intención es todo lo opuesto a esa frase porque, a diferencia del deseo, el foco está en el camino, en el cómo. En el deseo el foco está en el qué. En la intención los resultados son accesorios, ya vendrán, se van a terminar dando de una u otra forma, y uno toma confianza y queda 100% en el cómo y en el ahora. Una de las propuestas de mi libro es mudarse del deseo a la intención.
- ¿Y eso cómo sería?
- Está buenísimo estar muy activo en el mundo, pero desde un lugar de completud interior: vengo al mundo a dar algo, a expresar, a manifestar a despertar algo en él, algo que yo ya tengo adentro; no es que vengo al mundo a conseguir, a sacar, a alcanzar, porque estoy vacío y necesito algo para ser feliz. Estamos en una sociedad que desde hace mil años le puso el deseo a todo, incluso se ve en las películas para chicos “cuando llegues a tu meta vas a ser campeón y feliz”, no importa cómo y ¡es todo al revés!
- ¿Es el famoso sobrevalorado “tú puedes”?
- No. En realidad, considero que “tú puedes”, pero “no te destruyas en el camino”. Yo puedo, pero no a costa de dormir mal, comer mal, no estar con mis vínculos o no estar conmigo mismo. La cultura de la autoexigencia es picante. Vivir en la cultura de la excitación, con las redes sociales y un bombardeo constante, pendiente del “me responde, no me responde”, libera mucha adrenalina.
- Hay que parar un poco la pelota…
- Sucede que uno no puede dar lo que no tiene, entonces para darles bienestar a los demás tenés que tener bienestar interior y eso se cultiva de muchas formas distintas: las básicas son descansar bien, comer bien, estar en contacto con la naturaleza, hacer meditación, yoga, actividad física, ir a terapia, lo que te haga bien.
“El arte de decidir” (fragmento)
El doble filo de los deseos
Otro disparador de decisiones son nuestros deseos en general.
Todos tenemos deseos, nadie escapa totalmente del deseo. ¿Alguna vez te detuviste a pensar qué son los deseos? ¿O de dónde vienen los deseos? ¿Uno decide qué deseos tener o simplemente aparecen, como si tuvieran vida propia? ¿O es una combinación de ambas cosas?
Quiero hacer esto. Quiero tener esto otro. Quiero ir a tal lugar. Quiero alcanzar tal meta. Quiero, quiero, quiero. ¡Hay personas que parecería ser que tienen por preferida la palabra “quiero”!
Hay deseos y deseos. Algunos de ellos se montan en necesidades, como la de comer. Pero una cosa es la necesidad de alimentarse y otra diferente es el deseo de comer una torta. Otros, en instintos, como el deseo sexual. Pero una cosa es el deseo sexual y otro en estar obsesionado con el sexo, o con una persona en particular. Y otros deseos, solo aparecen.
Desde chicos nos inculcan el sentido del deseo, el deseo por el “éxito” en la vida; los logros externos, materiales, profesionales, familiares. Hay personas que condicionan la vida de sus hijos instruyéndolos en lo que “hay que hacer” en la vida para “tener éxito” con límites demasiado rígidos. Y otras personas que, por el contrario, la condicionan al no poner límites ni parámetros algunos a lo que los chicos quieren. Satisfacen sus deseos y caprichos uno tras otro, y cuando los chicos crecen, este deseo (mal acostumbrado a realizarse sin esfuerzo) es garantía de un golpe emocional fuerte en algún momento.
Una buena primera pregunta para hacerse al respecto es si los deseos que uno tiene son realmente los deseos de uno, o son los deseos que algún otro tuvo para uno, y uno inconscientemente los hizo propios.
Luego, es importante notar que los deseos tienen la peculiaridad del doble filo. No tener deseos que nos muevan puede ser el cielo... o el infierno. Estar sin hacer nada mucho tiempo puede ser el cielo...o el infierno.
Por un lado, los deseos nos motorizan a estar en acción, a tener que decidir, tomar riesgos, comprometernos y esforzarnos en la construcción de aquello que queremos logar. Esto es saludable para la mente y el espíritu. Cuando alguien se deprime no siente motivación, se desconecta del motor de la acción de la vida.
La gente deprimida puede que caiga en un estado de no-hacer, pero no es un estado de descanso y liviandad, de fluir con lo que va ocurriendo sin la constante intervención del ego. Es más bien un estado de abandono, de apatía, de sentir que algo está apagado dentro de nosotros y naturalmente vemos más oscuros los colores de la vida. Así que bienvenidas aquellas cosas que nos mueven, que nos motivan, que nos desafían. En este sentido, bienvenidos los deseos.
Pero, por otro lado, los deseos pueden ser tramposos, muy tramposos. Hay quienes dicen que los deseos “persiguen la felicidad, pero en verdad encierran la semilla de la infelicidad”. Pues, cuando un deseo no se cumple, eso nos frustra, nos arroja a un estado de enojo. En mayor o menor medida, de mayor o menor duración.
Pero cuando el deseo sí se cumple, cuando alcanzamos nuestro deseo, nuestra meta, nuestro objetivo... Nos da felicidad, pero se trata de una felicidad temporaria porque, tarde o temprano, aparecerá otro deseo y el círculo vuelve a empezar. Es un laberinto sin fin, la rueda del hámster, la trampa de los deseos.
***
Nos encontramos -al menos en apariencia- ante una contradicción, pues los deseos (por un lado) parecen funcionales, gatillo de la decisión, motor del movimiento y la acción. Y por el otro, pueden ser un pasaje garantizado a un estado de vacío o sufrimiento. ¿Cómo superamos esta dicotomía? ¿Cómo hacemos para quedarnos con la parte positiva y funcional de los deseos y descartar lo que no sirve de estos?
Para superar esta dicotomía proponemos dos enfoques:
1. Revisar la naturaleza de nuestro deseo en función de su utilidad más allá de los intereses exclusivamente propios.
2. Aprender a transformar los deseos en intenciones.
Quién es Ezequiel Starobinsky
♦ Nació en Buenos Aires en 1979. Se licenció con honores en la carrera de Ciencias Económicas de la UBA.
♦ Tiene un máster en Mercado de Capitales y Economía, y también se formó como instructor de técnicas de respiración y meditación en la fundación El Arte de Vivir.
♦ Se dedica a la capacitación y la consultoría en temas relativos a la toma de decisiones, finanzas e inversiones, en empresas nacionales e internacionales. Y dicta la materia Teoría de la Decisión en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
♦ Es autor de Los nuevos superhéroes (Grijalbo, 2012) y Un mundo en clave de Fa (Penguin Random House 2020).
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