“Las ruinas de unos hombres nobles: el verso de Julio César me había asaltado (o quizás debería decir: había acudido en mi rescate) como tantas otras veces me había ocurrido con el viejo Will, cuyas palabras me ayudan a dar forma y orden a la caótica experiencia”. Como a un viejo amigo al que recurrir cuando lo propio no alcanza se refiere el escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez al dramaturgo inglés William Shakespeare.
Lo que Vázquez probablemente no sepa es que esos versos llegaron a sus manos (y a las del planeta entero) fruto de una idea contraintuitiva del propio autor y de sus socios John Heminges, Richard Burbage y Henry Condell, actores de la compañía The King´s Men y empresarios del teatro El Globo. Que hasta entonces habían luchado contra todos los que habían querido imprimir textos, robados y fragmentarios, de las obras que con tanto éxito interpretaban, para que nadie lo hiciera sin su permiso.
¿Qué los hizo cambiar de idea? El documental que acaba de estrenar Film & Arts, First Folio (El primer folio), dirigido por el argentino Patricio Orozco, ensaya una explicación y nos lleva de viaje por la Inglaterra del 1600 de la mano de académicos que narran la historia con pasión futbolera.
La saga comienza con el testamento del viejo Will, que lega a sus tres amigos “mourning rings” o anillos de duelo, unas curiosas joyas de oro con forma de calavera, que fueron usadas para financiar la empresa. Es probable que este pacto editorial haya sido sellado en vida del autor; en todo caso, su ejecución fue un trabajo de amor, ya que exigió de la compañía y de los editores muchas horas de dedicación. El argumento era simple: se trataba de preservar y compartir las obras completas, “para una gran variedad de lectores”; también de prestigiar el trabajo de la compañía para que, muerto su fundador, siguiera siendo rentable.
Imprimir un libro era entonces un proceso complejo. El primer paso fue contratar un escriba, al que le entregaron los textos que estaban en poder de los directores de escena (los únicos que tenían la obra completa; los actores tenían copia sólo de las palabras que les tocaba interpretar, en un rollo; de allí surge el “rol”). Luego recurrieron a la imprenta de William e Isaac Jaggard, viejos conocidos de la casa que solían hacer los programas de mano de la compañía. Ellos trabajaron más de un año para producir los ejemplares del libro que se llamó Comedias, historias y tragedias del Maestro William Shakespeare, y fue autorizado para su venta hace casi 400 años, el 8 de noviembre de 1623.
Cada página se componía, esto es, cada plancha se armaba letra por letra; luego se entintaba, se humedecía el papel, y se llevaba a la prensa, que requería el trabajo combinado de dos forzudos. Cada hoja se colgaba para secar y luego se procedía a imprimir la otra cara. Imaginemos una cadena de gente que trabajaba en un taller, cuyo proceso seguía con la costura de las hojas y con la encuadernación de algunos ejemplares. Sin encuadernar, el folio costaba 15 chelines. Encuadernado, una libra, el equivalente al sueldo anual de un trabajador rural.
Los editores no ahorraron en gastos: contrataron a Martin Droeshout, un flamenco que había emigrado a Londres, para grabar un retrato del autor. Como no figura otro nombre que el suyo, se presume que el mismo Droeshout es el artista, y que pudo haber conocido a Shakespeare y haber dibujado su cara desde el recuerdo. La imagen adorna la portada; esto podría explicar la inversión, ya que los libreros salían a promocionar sus novedades pegando una copia de la portada del libro en cada rincón de la ciudad; por ese entonces Shakespeare era una figura muy conocida, y su retrato era un argumento de venta perfecto. Lo cierto es que a esta empresa le debemos conocer su aspecto.
Una vez impreso, el libro debía ser registrado en la “Stationers Company”, la Compañía de Papeleros. La cofradía data de la Edad Media, cuando los artesanos que copiaban e iluminaban textos comenzaron a reunirse en puestos o estaciones de venta. Cuando se inventó la imprenta los impresores se incorporaron y luego reemplazaron a los escribas; se convirtieron en gremio gracias a una carta real de 1557 que les otorgó el poder de regular lo que se publicaba y de confiscar todo lo que se imprimiera que no estuviera registrado. La publicación se anotaba en el registro de copias, cuidando que nadie pudiera hacerlo bajo otro nombre. He aquí el origen del copyright, el moderno derecho de autor.
Los libros se vendían en las librerías que se extendían alrededor de la Catedral de San Pablo; la inmensa iglesia se alzaba frente a un conjunto de locales de arquitectura medieval y pequeña escala; la plaza que mediaba entre construcciones tan opuestas era el escenario de la vida cívica de la ciudad. La gente se reunía allí a intercambiar chismes y noticias, y a enterarse de las novedades que se publicaban.
Margaret Ford, especialista en libros antiguos de la casa de remates Christie´s, calcula que se imprimieron entre 750 y 1000 ejemplares del Primer Folio, de los cuales se conservan 235. Cada copia tiene su historia y su valor, ligado sobre todo a que el ejemplar esté completo. El precio se fija según la cantidad de páginas que falten, pero la página que lo cambia todo es, previsiblemente, la portada con el icónico retrato: si no está, cae a la mitad. Ford cuenta que a finales del siglo XVIII hubo un pico de lo que ella llama Shakespearemanía; desde entonces hasta el día de hoy es el libro más valioso en lengua inglesa. El último que salió a remate, en el año 2020, fue pagado casi 10 millones de dólares, incluyendo comisiones. Era una copia completa.
Patricio Orozco logra contarnos muchas historias dentro de una historia. Se le nota el oficio de hablar claro a sus audiencias sin por ello resignar calidad, seguramente desarrollado en su función de director del Festival Shakespeare de Buenos Aires. Su obra puede entenderse como una celebración no sólo del gran poeta, sino de todos aquellos que hicieron posible que hoy podamos conocerlo y gozar de él. No en vano empieza y termina citando los célebres versos de Jaques en Como gustéis:
Todo el mundo es un escenario
Y los hombres y las mujeres
Son simples actores.
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