¡Hola!
Gracias por sumarte a una nueva edición de Leer por leer. Espero que hayas tenido una buena semana. La mía vino con un libro que cayó en mis manos de manera casual y del que voy a hablar hoy: Sed, de Amélie Nothomb.
Me encantaría decir que tengo un plan de lectura, que voy por autor, por países, o que sigo una tendencia. Me encantaría ser capaz de dar cuenta de una época o de una región pero, la verdad, es que mis lecturas son caprichosas y que si me aburro, me voy. Me crucé con Sed, no sabía de qué se trataba, me quedé.
Nothomb, ya sabés, es una escritora belga. Seguro viste alguna foto de ella con una especie de galera negra: yo la vi en persona una vez en un festival literario en Toulouse, también andaba con sombrero, era la reina del encuentro, la esperaba un teatro lleno y la entrevistaron largamente sobre el escenario. Dos personas, dos sillas, nada más. La gente había pagado para escucharla.
Hay que decir que en ese festival conocí también una costumbre que, supe, era extendida en Francia y en Alemania: el público paga una entrada —creo que eran 5 euros— para ir a escuchar leer a sus autores. El día en que vi a Nothomb no estaba leyendo sino que, como dije, la entrevistaban, pero es ese público.
Nothomb es hija de un diplomático, así que creció de acá para allá. Pero “de acá para allá” en este caso es Japón, China, Bangladesh, Birmania… Un poco habla de eso en su novela Ni de Eva ni de Adán, donde las diferencias culturales se cruzan con una historia de amor.
Pero no me quiero desviar, quiero hablar de Sed. Hablar un poquito y dejarte leer algunos párrafos… mejor.
Ya viste el título de esta nota: Cristo. No hace falta ser religioso para entender que la de Jesús es una de las grandes historias de la humanidad. Hay mucho para preguntarse y mucho para responderse en ese relato, mucho que tiene que ver con la humanidad.
Y Nothomb aprovecha la figura de Jesús para hacerlo. Parte, para su trabajo, de una escena que no está en los Evangelios: Jesús es condenado pero Pilatos decide que pasará una noche preso antes de ser ejecutado. ¿Se imaginan esa noche? De ahí sale el libro, una noche de recuerdos y reflexiones.
El juicio mismo ya encoge el corazón: los “testigos” son quienes se beneficiaron con sus milagros y sus testimonios son de una banalidad penosa, la banalidad del mal. La pareja de Caná, a la que le convirtió el agua en vino —y buen vino— se queja de que no lo hizo antes y los dejó sufrir un rato; Lázaro, de que anda con olor a muerto; la madre de un niño al que curó protesta porque, enfermo, el chico era tranquilo y ahora la vuelve loca.
Lo van a hacer matar por estas cosas.
En fin que Pilatos trata de darle una oportunidad: lo quiere condenar y va hacerlo, eso lo sabe de antemano. Pero por estas pavadas…
Jesús habla de su primer milagro como un momento de abstracción, de abandono. Lo dice así: “Fui consciente de que mi poder se localizaba bajo la piel y que podía acceder a él aboliendo el pensamiento. Le cedí la palabra a lo que, a partir de entonces, denominé la corteza”.
En la larga noche del calabozo, Jesús nos cuenta de su amor por Magdalena, nos habla de su madre, que lo quiere normalito pero también le pide prodigios, de la rebeldía de Judas, de la manera en que come Juan. Y reflexiona sobre su condición: es un ser encarnado y festeja su cuerpo. “Tener cuerpo es lo mejor que te puede pasar”, dice. Su padre, en cambio, nunca lo tuvo. Por eso Jesús piensa que haber hecho el mundo es una hazaña. ¡Alguien que es puro espíritu!
Ese cuerpo a punto de ser torturado es el centro del relato. “Los milagros también los realicé gracias al cuerpo. Lo que yo llamo corteza es algo físico. Acceder a ello implica que el espíritu quede momentáneamente aniquilado”, dice.
Y la sed, claro. La sed, dirá, es una experiencia mística. “En el inefable instante en que el sediento se lleva el vaso de agua a los labios, se convierte en Dios”, dice. Y explica: “No es la metáfora de Dios, repito. El amor que en ese instante experimentáis a través del sorbo de agua es Dios. Soy el que consigue experimentar ese amor por todo lo que existe. En eso consiste ser Cristo”.
Pero la noche termina y con la mañana vendrán el suplicio y el dolor. Ese relato es extraordinario. Duele, duele todo. Nos duele a los lectores que somos humanos y a este Cristo que celebra su cuerpo le duele muchísimo.
El peso inhumano de la cruz; el miedo de caer; el alivio de, por fin, caer; el terror ante los clavos; el tirón del cuerpo sobre las articulaciones. Este Cristo vuelve para contarlo.
El relato de la crucifixión de Jesús debería ser una impugnación de la tortura, pienso, y cuando digo esto me vienen a la cabeza los cuadros antirreligiosos de León Ferrari, que pintaba lo que pintaba porque decía que la idea del Infierno era, justamente, la legitimación de la tortura eterna. Desde Sed se podría pensar que esa idea, la del infierno y sus torturas, es una tergiversación del mensaje de Jesús. Que es el mensaje opuesto.
Hay mucho más, tomen esto como un apunte.
Mis subrayados
1. “Siempre supe que me condenarían a muerte”.
2. “Pilatos se levantó y declaró: –Acusado, serás crucificado–. Me gustó su economía de lenguaje. Lo bueno del latín es que nunca comete pleonasmos. Habría odiado que dijera: ‘Serás crucificado hasta la muerte’. Una crucifixión no tiene otro desenlace posible”.
3. ”–¿Lo crucificamos hoy? –preguntó alguien. A Pilatos le asaltó la duda y me miró. Le debió de parecer que algo fallaba porque respondió: –No. Mañana. Una vez a solas en mi celda, entendí qué deseaba que sintiera: miedo”.
4. “Mi miedo de esa noche era un vértigo físico ante la idea de lo que iba a tener que soportar”.
5. “Lo peor son las expectativas de la gente. En Caná, aparte de mi madre, nadie me exigía nada. Luego, allí donde fuera, todo estaba preparado, ponían en mi camino a un enfermo o a un leproso. Hacer un milagro ya no consistía en ofrecer un don sino en cumplir con un deber”.
6. “Soy como los demás, tengo miedo a morir”.
7. “Me flagelan públicamente. No sé para qué sirve esta escena. Tiene toda la pinta de ser un entrante. Antes del plato fuerte de la crucifixión, y para abrir el apetito, nada mejor que una sesión de flagelación. Cada latigazo me endurece de dolor. Dentro de mi cabeza, la voz amable me repite que lo acepte. Detrás, una voz chirriante: ‘La broma aún no ha terminado’”.
8. “Me cargan con la cruz. Pesa tanto que podría derrumbarme. Estupefacción. No hay escapatoria. ¿Cómo voy a aguantar? La única solución es andar lo más deprisa posible. Sí, claro: mis piernas vacilan debajo de mí. Cada paso me cuesta un esfuerzo inimaginable. Calculo la distancia hasta el Gólgota. Imposible. Me moriré mucho antes. Casi es una buena noticia, así no seré crucificado”.
9. “Siento que me voy a caer. Es cuestión de segundos. No puedo evitarlo, todo tiene un límite, estoy esperándolo. Ya está, me caigo. La cruz me noquea, estoy de bruces en el barro. Por lo menos tengo unos instantes de liberación. Saboreo esa extraña libertad, paladeo el placer de mi debilidad. Por supuesto, una lluvia de golpes cae inmediatamente sobre mí, pero ni siquiera los siento de cómo me duele todo”.
10. “Creía haber tocado fondo, pero ahí está mamá. No. Por favor, no me mires. Por desgracia, veo que me estás viendo y que lo entiendes. Tienes los ojos muy abiertos por el horror. Va más allá de la piedad, estás viviendo lo mismo que yo pero peor, porque siempre es peor cuando se trata de tu hijo. Morir antes que tu madre es contra natura. Si además ella asiste al suplicio, es el colmo de la crueldad”.
11. “Es entonces cuando descubro lo increíble de este sufrimiento. Que unos clavos te atraviesen las palmas de las manos no es nada comparado con cargar todo tu peso encima, y si eso es cierto con las manos, con los pies se multiplica por mil. Lo importante, sobre todo, es no moverse. El más mínimo movimiento multiplica un dolor ya de por sí insoportable”.
12. “No hay escapatoria posible. Todo mi ser es dolor”.
13. “Esta crucifixión es un error. El proyecto de mi padre consistía en demostrar hasta dónde se podía llegar por amor. Ojalá solo fuera una idea estúpida, un simple gesto superfluo. Por desgracia, es espantosamente nociva. A causa de mi estúpido ejemplo muchas teorías humanas elegirán el martirio”.
14. “Empieza la aventura. No digo: ‘Padre, ¿por qué me has abandonado?’. Lo he pensado mucho antes, pero ahora no lo pienso, no pienso nada, tengo cosas mejores que hacer. Mis últimas palabras habrán sido: ‘Tengo sed’”.
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