Pedro Lemebel (1952-2015) fue un poeta, narrador, cronista, performer y militante chileno que desafió desde el arte y la palabra a la dictadura de Pinochet y también la homofobia de su tiempo. Su nombre es obra y es, también, consigna a ambos lados de la cordillera.
Óscar Contardo nació en Curicó, Chile, en 1974 y es un reconocido periodista y escritor. Es autor de los libros Siútico: arribismo, abajismo y vida social en Chile (2008); Raro: una historia gay de Chile (2011); Santiago Capital (2012); Luis Oyarzún: Un paseo con los dioses (2013); Rebaño (2018); Antes de que fuera octubre (2020) y Clase media: un mito a la medida (2022)
Contardo es también el autor de Loca fuerte. Retrato de Pedro Lemebel (Ediciones UDP), una biografía del legendario artista chileno, autor de la novela Tengo miedo torero y maestro de cronistas latinoamericanos. El libro de Contardo no se propuso narrar la historia de un mito sino la de un hombre complejo, a veces tierno, siempre rabioso, cuya voz no se ha apagado con la muerte y sigue presente en cada reclamo del pueblo chileno.
Semanas atrás, Óscar Contardo pasó por Buenos Aires y habló con Infobae.
— Pedro Lemebel sigue siendo alguien muy presente en la Argentina. Sus crónicas, su novela Tengo miedo torero y fundamentalmente su figura siguen presentes.
— Su figura, que ha quedado como parte de la historia, pasa a formar parte del acervo cultural del país. La figura de Pedro Lemebel convoca y significa muchísimo en términos populares, más allá de su literatura. También su trabajo en las artes visuales, su compromiso ético y político. Bueno, y él vivió una temporada en Buenos Aires y le gustaba mucho esta ciudad.
— Había algo entre él y la calle, ¿no?
— Era muy callejero, le encantaba la calle. Salir a perderse en Santiago. Él es uno de los pocos escritores chilenos que escribe sobre Santiago con un aprecio sobre la ciudad y sobre lo que se vive ahí. Nosotros no tenemos por la capital el aprecio que se tiene en Argentina por Buenos Aires. Santiago es una ciudad que, incluso en la literatura chilena, no aparece como un personaje vivo. Pedro Lemebel hizo lo que muy pocos escritores han hecho que es hacer de Santiago un lugar con vida, un lugar donde pasan cosas, un lugar en donde sucede la historia. Las calles, los bares… El amor no mucho porque Pedro no escribía tanto sobre el amor sino sobre los encuentros y las pasiones. Y sobre ciertas adicciones también.
— Eso cuando escribía crónicas. En Tengo miedo torero podríamos decir que sí aparece el amor.
— Claro, en Tengo miedo torero hay un enamoramiento. Hay una historia de amor por ese guerrillero, que era una fijación que él mismo tenía, y que la traslada a ese personaje de “la loca del Frente”, un personaje entrañable, que a él le gustaba decir que podía ser él, pero no era él en absoluto. El personaje distaba mucho del carácter de Pedro.
— O sea, fue una verdadera creación.
— Sí. Él hablaba de traslación y entonces “la loca del Frente” tenía características de una amiga suya, una mujer que murió poco después que Pedro, una amiga cuyo hermano permanece desaparecido. Fue detenido desaparecido por la dictadura. Y tenía rasgos de una loca de su barrio, de su población, de la villa donde Pedro vivía, que se dedicaba a coser manteles y que era conocida como “la Juan XXIII”. Anda a saber tú por qué le decían “la Juan XXIII”, así la conocían en el barrio. Y Pedro nunca la olvidó entonces hizo que este personaje cosiera manteles. Y era ayudista del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, sin intención de serlo, con intención de serlo, sabiendo poco, sabiendo mucho. Y ahí él trata su propia biografía porque él estuvo en esa situación. El Frente Patriótico Manuel Rodríguez fue el que preparó el atentado contra Pinochet en 1986.
Te puede interesar: Pedro Lemebel, ofrenda y puro fuego del artista que no tuvo miedo
— Claro. Hablamos de la participación política de Lemebel, que siempre era opositor, siempre faltaban cosas, ¿no? No solo durante la dictadura sino también durante la transición democrática y los gobiernos de la Concertación. Él estaba ligado al Partido Comunista. Muy amigo de la dirigente Gladys Marín, ¿verdad?
— Él creaba su propia historia, decía que quería militar en el PC, el Partido Comunista, un partido muy conservador en términos de la moral sexual y donde no lo aceptaron. No lo iban a aceptar, era imposible que lo aceptaran. Pero tampoco servía para ser militante, un militante obedece, Pedro no obedecía.
— No era orgánico (risas).
— No, no, en absoluto. Pero a través de la amistad con Gladys Marín, que era la secretaria general del Partido Comunista, tuvo esa cercanía con el Partido y uno de los dirigentes históricos lo acompañó hasta el final, se hicieron grandes amigos. Pero claro, él demandaba. Él hacía ver la herida. No era muy propositivo pero sí era el que cargaba con la memoria que se quería borrar en ese momento.
— Sabés que te escucho, Óscar, y esto mismo que estás diciendo uno podría atribuírselo a las demandas de octubre del 2019 en tu país.
— Claramente.
— También con los errores cometidos, claro.
— Con todos los errores que nos tienen en una situación muy particular actualmente, una situación que nadie se hubiera esperado. Pero justamente en el estallido y en las movilizaciones aparecía la figura de Pedro. Aparecía en los muros. Aparecían sus frases. Aparecía esa silueta icónica de una fotografía de Pedro Marinello donde sus cejas parecen dos alas de pájaros. La imagen de Pedro estuvo súper presente ahí porque era un reclamo, un grito rabioso y Pedro reivindicaba mucho ese grito rabioso. Esa indignación del pueblo que tantas veces se ha repetido en la historia de Chile.
— Algo que me resulta interesante y que ya no recuerdo si lo leí en el libro, si lo vi en alguna de las notas que te hicieron, es esta idea de pensar a qué se llama “marginal” en Chile ¿no? Porque aquello a lo que se llama marginal es finalmente la mayoría.
— Claro. La marginalidad o la idea de los que no tienen poder o los que carecen de poder es la gran mayoría de la población chilena porque el poder está híper concentrado. Por eso su figura es tan trasversal, también, porque gente que no tendría nada que ver con ciertos reclamos o que no tendría por qué sentirse aludida, por ejemplo con el tema de las disidencias sexuales, se sentía identificada con Pedro. O sea, yo era testigo de eso en el tiempo que estuve con él siguiéndolo para escribir un perfil sobre él.
— Un retrato del que hablás al comienzo del libro.
— Sí. Lo seguía por la calle y se le acercaban unos señores con sus niños y le decían: “Felicitaciones, maestro”. O sea, unos señores que se supone que no saludarían a esta gran loca.
— ¿Y a qué lo atribuís?
— Yo creo que había mucha admiración por la valentía y por la resistencia. O sea, ser Pedro Lemebel, ese famoso, era una cosa, pero ser esa loca en dictadura, en los años 70, ser esa loca incluso en la Unidad Popular, había que ser valiente. Había que ser muy valiente para salir maquillado a la calle con zuecos y contoneándose, como se contoneaba Pedro. Había que ser valiente para enfrentarse a la hostilidad permanente con la que vivió en su infancia y en su adolescencia. A Pedro lo perseguían en la calle, le tiraban piedras. Pedro terminó la escuela, el liceo, a los 20 años porque dejaba de ir a clases porque no soportaba el bullying.
— Claro.
— Y porque era insoportable. Estaba solo en el mundo. Y tuvo un gran amigo, Jorge Leiva, que era un amigo del block, un hombre de clase obrera, que no tuvo las mismas posibilidades o capacidades de él para seguir una educación pero lo acompañaba porque era el único que sabía su historia desde el origen. Porque la vida que se armó Pedro después en el mundo cultural, intelectual, era con gente que venía de orígenes muy distintos.
— Pero él dejó afuera esa infancia y esa primera juventud en su relato, ¿no?
— Él dejó fuera yo creo que, sobre todo, para no victimizarse. Entonces creaba personajes que habían sufrido lo que él había sufrido. Nunca contaba; las amistades no sabían muy bien dónde había estudiado Pedro porque la universidad tampoco fue un período muy grato para él. Él estudió Pedagogía por conformar a su madre. Su madre quería que su hijo fuera respetado. Para Violeta Lemebel, una mujer que no terminó la educación, ser profesor era algo que significaba respetabilidad y ella lo único que quería era que su hijo fuera respetable. Le pidió que estudiara Pedagogía. Él estudió pero nunca ninguno de los compañeros cercanos de esa época lo siguió tratando después. Y él tampoco hablaba de esa época. Entonces, esos períodos de la vida, que yo creo que eran muy dolorosos para él, Lemebel prefería no convocarlos en sus memorias en él mismo sino proyectarlos en otros personajes que creaba, que inventaba. Porque sus crónicas, él mismo decía, son en parte realidad y en parte, silicona. Entonces, lo suyo tampoco es la crónica latinoamericana, donde los hechos están documentados. Pedro no hacía nada de eso. Él salía a la calle.
— Él hacía literatura.
— Él hacía literatura. Salía a la calle a buscar historias. A buscarse sus historias. Y el trato que le daba a sus historias era a medias ficcionado, a medias real, y lo importante era el lenguaje que usaba.
— El arte, como lo fue también en las artes visuales.
— Con Las yeguas del Apocalipsis, que fue el primer encuentro con un compinche, yo lo veía así, cuando se conocen con Francisco Casas, su dupla. Fue como conocer a ese amigo que no tuvo en la infancia, con esa complicidad que se tiene en la infancia cuando uno encuentra al compinche y arma juego. Ellos jugaron y eso era arte.
— Qué interesante pensar lo que hacían en relación a lo efímero del arte performático, pero esto si quedó documentado, hay fotos de ellos en museos muy importantes del mundo.
— Muy importantes. Está la colección del Museo Reina Sofía. Está acá en la colección del MALBA.
— Es fuerte eso.
— Muy fuerte, porque ellos no tenían conciencia, no tenían una planificación. Ni siquiera le llamaban performance a esto. Si quienes les dan una estructura teórica a ellos son sus amistades, como Nelly Richard. O Carmen Berenguer, que era como la tercera yegua, digamos. Poeta, escritora chilena. Es Diamela Eltit que les menciona: “Oye, ustedes deberían ver a Frida Kahlo, inspirarse en Frida Kahlo”. Y claro, hacen las dos yeguas en esa postura…
— Como “Las dos Fridas”, claro.
— Entonces claro, no era un recorrido planificado. Ellos jugaban. Hacían arte sin importarles el registro. Eran un desorden atroz porque no registraban ni fechas. No se acordaban. Confundían fechas. Había que ir cruzando datos para darse cuenta cuándo hicieron tal cosa. Y bueno, y eso a la vuelta de una década.
— ¿El reconocimiento como artista viene después del reconocimiento como novelista?
— Sí. Ayudó porque le dio más visibilidad. Aunque ellos tuvieron un espacio a principios de los 90, cuando Pedro todavía no había publicado libros. Tuvieron un espacio en el Museo de Arte Contemporáneo. Se expuso la foto de Pedro Marinello de las dos yeguas, las dos Fridas. Pero Pedro no siguió cultivando tanto su arte audiovisual como la literatura básicamente porque en el 90 lo contratan y empieza a trabajar escribiendo para una revista que desapareció, Página abierta, y eso fue muy importante para él porque era la primera vez que le pagaban por escribir. Entonces ahí tuvo un cierto método y una cierta sistematicidad. En cambio el arte era más espontáneo y había menos proyecto concreto.
— Algunas de las cosas que contás en tu libro tienen que ver con diferencias importantes que surgieron con militantes por la diversidad más jóvenes. Lo lastimaron mucho ahí donde, se suponía, tenía que estar el mayor reconocimiento. Llegaron a preparar un falso funeral, según contás.
— Un falso funeral, sí. Fue muy doloroso para Pedro verse criticado por esta nueva generación. Una generación de las disidencias sexuales que llegaba a la juventud con un marco teórico, con referencias y con lecturas. Todo lo que la generación de Pedro no había tenido. Él había sido queer antes de que el concepto existiera. A él la etiqueta gay no le gustaba. Él había sido marica antes de que marica en el mundo hispanohablante se transformara también en un concepto.
— Todo lo que contás es pura vanguardia.
— Pura vanguardia. Y él había sido rupturista. Había vinculado reclamaciones de derechos humanos, los había ampliado, porque por la tragedia que significó la dictadura estaban anclados en las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura. Él fue parte de la generación que resignifica eso más allá de las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura y aparece esta generación que lo critica porque está viejo, porque ya es institucional, porque ya está en el centro del poder.
Te puede interesar: Nona Fernández: “En Chile, al día de hoy la memoria sigue siendo un tesoro en disputa”
— Lo consideraban establishment.
— Sí. Y lo invitan a ser jurado de un concurso de arte y él, al ver una obra en donde el artista se masturbaba sobre la foto de Salvador Allende dice “No, yo no puedo participar de esto”. Y lo acusan de censura. Él no había censurado nada, él solamente dice “no, yo me abstengo, no participo”. Y le arman un funeral simbólico, que pasa por las calles. La gente empieza a ver este funeral y como todo el mundo lo conocía empieza a circular rápidamente la versión de que Pedro se había muerto, justamente en la época en que le habían descubierto el cáncer. Entonces para él eso fue un golpe fortísimo. Fue un gesto, a mí me parece, yo conozco a parte de esa escena, fue un gesto de crueldad y de falta de solidaridad que muchas veces pasa la cuenta en agrupaciones que, se supone, uno esperaría que tengan un mayor valor de la solidaridad.
— Otra consideración.
— Fue un gesto bastante inhumano.
— ¿Hubo gente que se arrepintió de eso?
— Públicamente, no lo sé. No lo sé. Tal vez sí, pero hubiera sido bueno un arrepentimiento público y una petición de disculpas.
— Hay una frase que me gusta que dijo él alguna vez en relación a determinadas cosas de las que no hablaba, al pasado, y es esa frase “Yo siempre he estado”.
— Yo siempre he estado. Es magnífica esa frase.
Te puede interesar: “Tengo miedo, torero”: relato íntimo de una loca y un guerrillero, en el universo de Pedro Lemebel
— Es muy hermosa.
— Porque él se instala en la historia de Chile, en el colectivo, en esa mayoría marginal, marginalizada, que siempre está esperando algo mejor. Algo que nunca llega. Entonces, claro, no se trataba solamente de su historia y de su vida, era la historia de todos.
— Hay algo muy lindo en el libro que es cuando intentás reproducir el habla, con todos esos modismos. Y también cuando comentás su “llegada” -entre comillas- a El Mercurio, cuando aparece su foto en ese diario. Ya no había manera de que no supieran que existía.
— Claro. Y agarra el diario y lo toma, lo deja caer y dice: Ya está.
— Qué maravilla.
— Sí, fue súper emocionante. Yo me acuerdo cuando vi esa portada. Esa portada fue muy significativa de un cambio cultural que no solamente se trataba de él, una vez más digo, lo repito, era un cambio cultural. Era un país reconociéndolo. Y, sobre todo, había un punto que él siempre tomaba del reconocimiento en relación a la madre y al hijo ilegítimo. Él no fue hijo ilegítimo pero su madre había sido madre soltera y su abuela había sido madre soltera.
— Es como si eligiera eludir la figura paterna, ¿no?
— Sí, lo ningunea bastante al caballero, al padre, y el padre era un hombre súper silencioso. No fue un mal padre. No era el padre castigador con él. Él se llevaba muy mal con el hermano.
— Sí, que murió recientemente.
— Sí. El hermano era el que lo hostigaba. El padre no, era un campesino que había llegado a la ciudad de adolescente, huérfano, y que se había hecho la vida como panadero. La figura fuerte ahí era Violeta.
— Su madre, claro.
— Que era el gran amor de Pedro, lo único que le importaba en la vida era su madre y cuando ella muere él se vuelve loco de dolor. Un dolor que le duró hasta el final. Pero también quería vivir, Pedro no se quería morir. O sea, a pesar de todos los dolores Pedro, le encantaba vivir. Era una pasión loca.
— Un loco afán, diríamos, siguiendo sus libros.
— Un loco afán. Diseñó un homenaje que le hicieron en el que lo sacaron de la clínica sin permiso de los doctores. Le decían: Usted no puede salir, no lo pueden sacar. Lo sacaron a la mala y lo llevaron y él estaba feliz recibiendo el aplauso, y el “Pedro, amigo, el pueblo está contigo”.
— Sos el autor de Raro, la historia de la homosexualidad en Chile. Por algunas circunstancias que se ven en nuestros países y también en el resto del mundo, ¿imaginás que puedan venir de nuevo tiempos muy duros para la diversidad?
— Yo creo que es posible. No del mismo modo, pero es posible. Los espacios siempre se pueden perder. Los derechos también. Y yo creo que lo mejor que se puede hacer es un diálogo intergeneracional entre las diversidades que den cuenta a las nuevas generaciones de que esos espacios no estuvieron siempre. Y que hay que defenderlos. Y eso, en Chile y en todas partes. Porque yo creo que hace mucha falta ese diálogo entre generaciones de marginados. Y en el caso de la diversidad, sobre todo, es muy notorio. No sé el estado de las cosas en Argentina de las distintas agrupaciones pero en Chile hay una fragmentación que no ayuda. Y Chile es un país muy fragmentado por diversas razones, sociales, desigualdades. Dentro de las diversidades hay muchas desigualdades también. Entonces hace falta una cohesión ahí y un diálogo que les explique a los más jóvenes cómo pueden llegar a ser las cosas.
Te puede interesar: Pedro Lemebel, “la loca” que se crió en piso de tierra, sacó a Chile del clóset y denunció los crímenes de Pinochet
— Desde el 2019 para acá, después de haber visto el estallido, las demandas que aparecieron, los reclamos, lo que fue el primer intento de la Asamblea Constituyente, lo que vio luego: ¿pensás que hubo una falta de entrenamiento político en el progresismo?
— Sí. Son muchos factores, yo no creo que sea solamente uno. Hubo una falta de conducción. Hubo inmadurez. Hubo soberbia de un lado de una izquierda por unas razones y de la izquierda más antigua, por otras. El escenario era muy claro, todos sabemos el país en el que vivimos. Todos sabemos a lo que se enfrenta cualquiera que proponga cambios o reformas. Digamos, no era algo que se ignorara. Entonces sí, hay una gran responsabilidad de las izquierdas en no haber sabido conducir.
— Porque lo que mencionabas en relación a los colectivos vinculados a las diversidades sexuales me hace acordar mucho también a lo que pasa con la izquierda en general. Esa fragmentación que finalmente no hace más que reforzar al bando contrario.
— Porque lo que circula mayormente es rabia, en general, y la rabia la puede capturar cualquiera. En un momento se creyó que las banderas de la izquierda podían representar esas demandas. No las representaron bien y ahora la rabia fue capturada por la ultraderecha. Sin embargo, ninguna de las reformas que se supone que deberían haberse gestado en respuesta para satisfacer esa demanda se ha concretado. Entonces, el malestar va a seguir. La rabia cambió de bando pero el malestar va a seguir y nada asegura que siga en ese bando. Porque ese bando, porque la derecha, la ultraderecha, no va a hacer reformas.
— No, y posiblemente, además, la Constitución quede como está.
— No, peor, posiblemente terminemos votando el rechazo para quedarnos con la Constitución que está. Entonces es un escenario muy absurdo. Es un fracaso estrepitoso. Es muy triste. La sensación de fracaso nos atraviesa el corazón a todos. O sea, es un fracaso que nos lleva a una situación de absurdo.
Seguir leyendo: