“¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores publican ciento siete por ciento veces más de lo que debieran publicar?... ¡No! Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y de pensar”.
Hubo, en las primeras décadas del siglo XX, un poeta argentino que lo puso todo patas para arriba. De familia adinerada, tuvo una vida con un pie en Buenos Aires y el otro en Europa. Fue abogado pero nunca ejerció, porque solo estudió a cambio de que sus padres le permitieran viajar anualmente al Viejo Mundo. Fue pintor pero nunca expuso. Integró el grupo Florida, se empapó de distintas vanguardias artísticas y se codeó con los mejores apellidos del momento. Se anticipó un año al debut literario de Borges con un poemario que podría considerarse el “hermano mayor” de Fervor de Buenos Aires y, además, conquistó a su prima, la escritora Norah Lange, el primer gran amor del autor de Ficciones.
Hablamos de Oliverio Girondo (1891-1967), el escritor al que le bastaron cinco poemarios para erguirse como uno de los poetas más importantes de la literatura argentina, y no solo la del siglo XX, cuyo curso ayudó a definir con una obra corta pero potente que se sumergió en las profundidades del lenguaje para hacer estallar sus andamios.
Alejado de la pretensión de sus pares, que buscaban poner un pie en el panteón de los grandes de la literatura, Girondo tenía un compromiso distinto, uno que orbitaba únicamente alrededor de la poesía y la potencia del lenguaje. “Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo sublime”, se cita a sí mismo para abrir su primer libro, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922).
Pero también su vida, y no solo su obra, estuvo signada por su constante escape de la norma, la academia y la alta literatura, en la cual se había empapado desde su infancia con sus frecuentes viajes a Europa. En Girondo, tanto su poesía como su vida -moléculas indivisibles de un mismo compuesto- son una oda a la rareza, una exaltación al poder irrestricto de la curiosidad que, propulsado por su privilegio y su posición social, lo terminó poniendo en ese panteón que siempre juró evitar.
¿Qué diría hoy en día, a más de medio siglo de su muerte, sobre los sesudos análisis de sus poemas? ¿Y sobre las clases que, año tras año, se dan sobre él en universidades? ¿Sabría apreciar la ironía de que la edición de su obra completa comience con un largo prólogo cuando, en la oración que abre su primer poemario -¡sus primeras palabras como poeta!-, afirma que “todo libro debe justificarse a sí mismo, sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen”?
Cabe aclarar que dicho prólogo a la edición de Losada de su Obra Completa es estupendo y conmovedor, un fuego que -fiel reflejo de los poemas que introduce-, más que iluminar, quema. Escrito por el poeta y pintor del surrealismo argentino Enrique Molina, logra hacer un recorrido por su obra sin pretender explicarla. Traza las líneas entre sus libros sin construir un camino seguro y artificial dentro de ese bosque denso, frondoso y tan sugestivo como impenetrable que es su obra, la obra de lo que Molina llama un “adelantado”.
Sobran curiosidades en la vida de Girondo como para llenar una de esas biografías de tapa dura y lomo ancho -biografía que, si no me equivoco, todavía nadie escribió-. Desde su enemistad con Borges por conquistar instantáneamente a su prima Norah Lange en 1926, con quien se comprometió en 1934 y se casó en 1943, hasta la presentación performática de su libro Espantapájaros, para la que creó el mismo un muñeco de más de tres metros de altura que hizo pasear por Buenos Aires en una carroza coronaria tirada por seis caballos, maniobra con la que logró agotar la primera edición de 5 mil ejemplares en solo un mes.
Y ni hablar de cuando rechazó la invitación de Victoria Ocampo de participar de la prestigiosa revista Sur; o de las controversiales fiestas que daba en su casa junto a Lange, su esposa, a las que asistían tanto las celebridades de la literatura local como poetas internacionales de la talla de Pablo Neruda y Federico García Lorca; o del accidente automovilístico que en los últimos años de su vida lo dejó postrado pero que, de todos modos, no le impidió seguir trabajando en las correcciones del que sería su último (y tal vez mejor) libro, En la masmédula.
Desde el nombre, este poemario anticipa una delicia misteriosa que cala hasta lo más profundo del hueso, corroe toda dureza hasta llegar a un núcleo blando, oscuro y esencial. Publicado originalmente en 1953, Girondo lo amplió en 1956 pero, incluso después de su accidente, continuó trabajándolo hasta su versión definitiva de 1963, que sería lo último que publicó antes de su muerte, en 1967, a los 75 años.
“¡Qué quieren ustedes!... A veces los nervios se destemplan... Se pierde el coraje de continuar sin hacer nada... ¡Cansancio de nunca estar cansado!”, escribió en su “Carta abierta a la púa”, texto que sirve como anti-prólogo de su primer poemario. Y, como si se respondiera a sí mismo a través del eco, escribe en las estrofas finales del poema con el que cierra En la masmédula, su último libro: “Simplemente cansado del cansancio / del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento y al silencio”.
Poemas de “En la masmédula”, de Oliverio Girondo
“Al gravitar rotando”
En la sed
en el ser
en las psiquis
en las equis
en las exquisitísicas respuestas
en los enlunamientos
en lo erecto por los excesos lesos del erofrote etcétera
o en el bisueño exhausto del “dame toma date hasta
el mismo testuz de tu tan gana”
en la no fe que rumia
en lo vivisecante los cateos anímicos la metafisirrata
en los resumiduendes del egogorgo cósmico
en todo gesto injerto
en toda forma hundido polimellado adrroto a ras afaz subrripio
cocopleonasmo exotro
sin lar sin can sin cala sin camastro sin coca sin historia
endosorbienglutido
por los engendros móviles del gravitar rotando bajo el prurito
astrífero
junto a las musaslianas chupaporos pulposas y los no menos
pólipos hijos del hipo lutio
voluntarios del miasma
reconculcado
opreso entre hueros jamases y garfios de escarmiento
paso a pozo nadiando ante harto vagos piensos de finales
compuertas que anegan la esperanza
con la grismía el dubio
los bostezos leopardos la jerga lela
en llaga
al desplegar la sangre sin introitos enanos en el plecoito lato
con todo sueño insomne y todo espectro apuesto
gociferando
amente
en lo no noto nato
Mi Lumía
Mi Lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y
gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía
Topatumba
Ay mi más mimo mío
mi bisvidita te ando
sí toda
así
te tato y topo tumbo y te arpo
y libo y libo tu halo
ah la piel cal de luna de tu trascielo mío que me levitabisma
mi tan todita lumbre
cátame tu evapulpo
sé sed sé sed
sé liana
anuda más
más nudo de musgo de entremuslos de seda que me ceden
tu muy corola mía
oh su rocío
qué limbo
ízala tú mi tumba
así
ya en ti mi tea
toda mi llama tuya
destiérrame
aletea
lava ya emana el alma
te hisopo
toda mía
ay
entremuero
vida
me cremas
te edenizo
Mito
Mito
mito mío
acorde de luna sin piyamas
aunque me hundas tus psíquicas espinas
mujer pescada poco antes de la muerte
aspirosorbo hasta el delirio tus magnolias calefaccionadas
cuanto decoro tu lujosísimo esqueleto
todos los accidentes de tu topografía
mientras declino en cualquier tiempo
tus titilaciones más secretas
al precipitarte
entre relámpagos
en los tubos de ensayo de mis venas
Cansancio
Y de los replanteos
y recontradicciones
y reconsentimientos sin o con sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y rediálogos idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de las vueltas y revueltas y las marañas y recámaras y
remembranzas y remembranas de pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo remucho y lo repoco y lo
remenos
recansado de los recodos y repliegues y recovecos y refrotes
de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos
reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara vana en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo graso dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo sorbo del malogro y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino tísico
y ufano urbano bípedo hidefalo
escombro caminante
por vicio y sino y tipo y líbido y oficio
recansadísimo
de tanta tanta estanca remetáfora de la náusea
y de la revirgísima inocencia
y de los instintitos perversitos
y de las ideítas reputitas
y de las ideonas reputonas
y de los reflujos y resacas de las resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de resonancias huecas
y madres playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo instintivo o sensitivo
tibio
remeditativo o remetafísico y reartístico típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus regastados páramos vocablos y reconjugaciones y
recópulas
y sus remuertas reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento al engusanamiento
y al silencio.
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