Un desesperado viaje en busca de la identidad, la última novela de Pauline Delabroy-Allard, la autora francesa a quien comparan con Marguerite Duras

“La hija” es su segunda novela, después de su gran debut en 2018.

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A los treinta años, Pauline se encuentra en un momento crucial de su vida: nunca ha tenido su carné de identidad y está embarazada de su primera hija. Al obtenerlo finalmente, el carné, se enfrenta a una sorpresa desconcertante. Junto a su nombre, aparecen los nombres de tres personas desconocidas: Jeanne, Jérôme e Ysé. ¿Por qué le fueron asignados esos nombres al nacer?

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En su familia nunca se ha hablado del pasado ni de asuntos personales y está prohibido hacer preguntas. Pero cuando un trágico suceso la deja en una situación desesperada, el vacío en su identidad se vuelve abrumador. Pauline se embarca, entonces, en una obsesiva investigación para rastrear a estos tres fantasmas, con la esperanza de encontrar la salvación o, al menos, los elementos necesarios para construir su propia identidad.

Su búsqueda la lleva por un camino incierto, al borde de la locura, siguiendo las huellas de una bisabuela trastornada, recorriendo las calles de Susa en Túnez y el París homosexual de los años ochenta, hasta desembocar en los escenarios de una obra de teatro.

Tras su exitoso debut en 2018, cuando quedó finalista del Premio Gouncourt con su novela Voy a hablar de Sarah, que capturó la atención del público y la crítica, Pauline Delabroy-Allard regresa con una novela cautivadora que también reflexiona alrededor de la literatura.

Para gran parte de la crítica en Francia, La hija es ya su consagración, y la sitúa como heredera de la obra de escritores y escritoras como Marguerite Duras, Patrick Modiano y Annie Ernaux.

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Son cerca de 208 páginas en las que Delabroy-Allard continúa demostrando su destreza narrativa. Sus novelas se caracterizan por su profundidad psicológica y su capacidad para adentrarse en la complejidad de las relaciones humanas. A través de sus historias, la escritora aborda temas universales como la identidad, el pasado y la búsqueda personal.

Pauline Delabroy-Allard ha logrado consolidar su posición como una autora destacada en la escena literaria contemporánea francesa. Su estilo único y su habilidad para explorar los matices de la condición humana han conquistado a los lectores.

En una entrevista publicada por WMagazín, Delabroy-Allard hablaba sobre su fijación con la poesía y la cercanía de este género con su obra.

“Entre mis poetas favoritos están Louis Aragon, los surrealistas y Francis Ponge. Me encanta que se note el lirismo de la novela. Antes solo escribía poesía, quizás por eso las resonancias. Aunque no tengo ningún poeta concreto que me haya inspirado”, señaló.

Sobre la autora: Pauline Delabroy-Allard

♦ Nació en Francia en 1988.

♦ Es profesora y madre soltera.

♦ Ha trabajado de librera y cajera de cine.

♦ Escribe para En attendant Nadeau, una revista literaria online.

♦ El día que cumplió treinta años envió el manuscrito de Voy a hablar de Sarah a muchas editoriales francesas y fue Minuit, la mítica editorial de Marguerite Duras (con la que se compara a la autora), quien la adquirió. La novela se convirtió en la favorita de la crítica y los lectores, fue finalista del Premio Goncourt, obtuvo el Premio de los Libreros de Nancy-Le Point, el Premio Envoyé par la Poste, el Premio Roman des Étudiants France Culture-Télérama y el Premio del Estilo, y fue traducida por las principales editoriales del mundo.

La hija (Lumen, 2023) es su segunda novela.

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Así empieza “La hija”

Espero a que suceda algo. Temo, en todo momento, que no salga bien, que haya un problema, un eslabón perdido. No veo cómo podría desarrollarse esta operación sin contratiempos. He cogido número a la entrada del registro civil, adoptando el aire más desenvuelto posible, como si me sucediera un día sí y otro también eso de ir a hacerme una identidad. Normal, todo es normal, me repito interiormente. Espero a que salga mi número en el tablero electrónico encima de mi cabeza, suena, y cuando suena las cifras luminosas cambian, dura una milésima de segundo pero a pesar de todo es como un dibujo en movimiento, no se ve inmediatamente qué cifra va a aparecer en la pantalla, el tiempo suficiente para un pequeñísimo suspense, para contener un instante la respiración antes de saber si por fin es el turno de una, sí o no.

Cuando le toca, la gente se levanta de golpe, hop, con los dos pies bien anclados en el suelo, las señoras, con las prisas, dejan caer a veces el bolso, lo recogen, se reincorporan rápidamente algo despeinadas, confusas por haberse visto sorprendidas en un momento de precipitación cuando, después de todo, no pasa nada, estamos en el ayuntamiento, solo eso. Pero que la llamen a una, oír su nombre, siempre da cosa. Espero, como los demás, observo, cada vez que suena la pantalla de cristales líquidos, cómo se transforman las cifras rojas en un nuevo número, se dirían serpientes en un vivario. Estoy convencida de que mi cifra no aparecerá, que saben todos, ya, que vivo al margen de la ley, que he pasado más de treinta años sin carnet de identidad, que he existido más de treinta años sin existir, que más vale ignorarme, y es que solo puede traernos problemas, esa tía, vamos a darle un número pero no la llamaremos nunca, se pasará el día contemplando los cristales líquidos, tiene pinta de estar un poco pirada, seguro que es de esas tías que creen que los números se parecen a serpientes en un terrario.

El empleado del ayuntamiento es un hombre que rebosa de su silla, pero no de alegría de vivir. Incluso tiene un aspecto completamente siniestro. No me mira a los ojos cuando me pide que me siente, no me mira en absoluto, de hecho, dice saque su dosier y, en ese momento, me felicito por tenerlo, un dosier, por poder seguir pareciendo relajada como si me sucediera esto día sí día no, mi dosier, sí, por supuesto, aquí está, tenga. Hay dos placas de plexiglás en ambas partes de su mesa, que aíslan de las otras mesas tras las que otros proceden exactamente como él, dicen exactamente las mismas frases. Me pregunto qué efecto causa manejar todo el día identidades, decir saque su dosier y anotar nombres, verificar las fotos. Farfulla que habrá que rehacer la fotografía, que la que le he dado, en dos copias como es preceptivo, no vale, por mis gafas podría ser que no se me reconociera. Que se creyera que esa no soy yo, la chica del carnet. Ya estamos, estaba segura, van a darse cuenta de que hay algo que no va bien, que es extraña, desde luego, esta historia mía. Llama a su vecina, del otro lado del plexiglás, su silueta borrosa se vuelve concreta, carmín rosa intenso bien pintado, totalmente a juego con el color de la laca de las uñas y del de la blusa de algodón de mala calidad, de manga corta, que deja entrever unos brazos conmovedores de puro finos y blancos. Le enseña mi fotografía, mis dos fotografías, bueno, la misma fotografía en dos copias, como es preceptivo. Sus caras se acercan, se alejan, fruncen el ceño a la vez, vuelven a acercarse. Ves a qué me refiero, las gafas tienen como un destello, esto no pasa. Elle contesta que no está tan segura, coge mi fotografía en su mano manicurada, la examina de nuevo atentamente, contemplo la bandeja encima de la mesa en la que hay clips, míreme, por favor, la miro, ella me mira, dice al empleado del ayuntamiento entiendo a qué te refieres, pero creo que puede valer.

Él masculla. Me fijo en sus manos por primera vez. Me quedo horrorizada por las uñas de sus dos pulgares, extremadamente largas, tan largas que es como para preguntarle cómo puede ejecutar ciertos gestos cotidianos con semejantes uñas. Me callo, bajo la cabeza. Me interroga, entonces ¿es de verdad la primera vez que hago la gestión para sacarme el carnet de identidad? Digo que sí con voz trémula. Muy bien, aquí tiene su resguardo. Añade sobre todo no lo pierda, lo necesitará para venir a buscar su carnet, de modo que ya está, solo me queda esperar. He dado todo, las dos fotografías de mí idénticas y conformes a las normas, un comprobante de domicilio, una partida de nacimiento compulsada hace menos de tres meses, original y fotocopia. Me marcho libre. Con la promesa de obtener, de aquí a tres semanas, mi primer carnet de identidad.

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