Y un día Rayuela cumple 60 años. Rayuela, a la que algunos llamaban antinovela y que Julio Cortázar prefirió llamar contranovela. El ladrillo de más de 700 páginas que para muchos representó un modelo ya no solo de libro sino también de vida: querían relacionarse con el mundo como lo hacían Oliveira y La Maga, con la bohemia parisina y el desenfado adolescente.
Hablar de Cortázar es hablar del tiempo. Lo asociamos a la juventud eterna, no solo porque siempre lo sostuvieron los lectores jóvenes, sino porque el propio autor se mostraba muy vital en las entrevistas. Seductor, fresco y hasta ingenuo, siempre dispuesto a ver la literatura como un juego. Sin embargo, como le pasaba a Dorian Gray, lo que envejecen son algunas de sus obras, en especial Rayuela. A nadie le sorprende que la novela cumpla nada menos que 60 años. Al contrario, más de uno se pregunta: “¿60 nada más?”.
El surgimiento de una novela
Era la década de las utopías, del compromiso político, de la efervescencia juvenil. Los Beatles y J.D Salinger revelaban que existía la adolescencia como un grupo etario diferenciado. En Latinoamérica, el boom: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar. Todos eran amigos, todos vivían en París, todos eran de izquierda o coqueteaban con ella. No es que no hubiera grandes escritores antes: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti, por nombrar un puñado, ya tenían un reconocimiento importante en el mundo, pero no eran parte de un conjunto. El boom, en cambio, era una constelación de gran éxito comercial que, con la Revolución Cubana como telón de fondo, sintetizaba las principales coordenadas de la identidad latinoamericana.
Cortázar, que ya nos había dado libros inolvidables como Los Premios, Bestiario y Final de juego, con Rayuela terminaba de convertirse en escritor profesional. Era una novela ambiciosa que buscaba, al menos en principio, lectores adultos, experimentados. Sin embargo, tal como dijo el autor en 1977, “los verdaderos lectores de Rayuela han sido los jóvenes”.
Es un libro que relata, entre muchas subtramas y capas temáticas, la relación entre Horacio Oliveira y Lucía, él argentino y ella uruguaya. La historia transcurre en París y hay bohemia, libros, alcohol y música. El principal atractivo de Rayuela son tanto los personajes y discusiones, irresistibles para lectores jóvenes, como la estructura: al comienzo el autor nos sugiere distintos recorridos de lectura, salteando capítulos y alterando el orden lineal. “Fue una tentativa para ver de otra manera el contacto entre una novela y su lector”, dijo el autor. “Toda la tentativa está destinada a que la actitud del lector que lee novelas desempeñe un papel activo, no pasivo”.
Como toda gran novela, Rayuela tiene su mito. Cuenta Fernando Noy, en el documental de Canal Encuentro titulado Memoria Iluminada, que Cortázar y Alejandra Pizarnik tenían una muy buena relación, con un cruce epistolar especialmente rico. Y ella era la encargada de pasar a máquina el manuscrito. Pero lo perdió, y cuando Cortázar llamaba por teléfono para recuperar sus papeles, Pizarnik no respondía. “Alejandra, ¡es Cortázar!” , le decían. “No, no, decile que no estoy”. “Estoy buscando los originales de Rayuela y no los encuentro”, decía el escritor. Finalmente, los encontró.
La presencia de Pizarnik en Rayuela no se acaba ahí. Hay quienes dicen que la Maga está inspirada en la poeta, aunque ambos lo desmintieron porque la novela ya estaba escrita antes de que ellos se conocieran. Sin embargo, el equívoco no es un delirio: “Me olvidaba de decir”, escribe Cortázar en una de sus cartas, “que la Maga de Rayuela me hizo recordarte, en algunos relámpagos”.
Un problema
Muchas veces se dijo que Rayuela envejeció. Los motivos: el esnobismo, la romantización extrema de París, cierta misoginia hacia la Maga –a quien se describe como una persona ignorante, musa de Oliveira– las instrucciones de lectura. Hoy pocos pueden leer sin una sonrisa párrafos como: “Así es como París nos destruye despacio, deliciosamente, triturándonos entre flores viejas y manteles de papel con manchas de vino, con su fuego sin color que corre al anochecer saliendo de los portales carcomidos”.
Y algo más: la pretendida vanguardia, el procedimiento. Es raro: Cortázar siempre fue asociado con la libertad y la escritura como una actividad lúdica, de ahí la famosa frase de que los escritores son como los niños: están jugando, pero juegan muy en serio. Curiosamente, otro escritor argentino que reivindica la escritura como juego es nada menos que César Aira, otro cultor del surrealismo y un posible revelado en negativo de Cortázar, a quien todos admiramos –incluso sus detractores–. ¿Entonces es exactamente el tono de juego y la exploración de las posibilidades novelísticas lo que dejó a Rayuela en offside?
Una explicación posible es que se debe a la tradición de novela total en la que se inscribió. Antes se habían publicado Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Marechal, y más adelante Sobre Héroes y Tumbas (1961), del atormentado Ernesto Sábato. Novelas ambiciosas que comparten plataforma con Rayuela, cosa que no pasó con otras como Zama (1956), de Antonio Di Benedetto, que hoy goza de más vitalidad que todas las anteriores. Es decir, el juego de Rayuela siguió siendo parte de la literatura oficial. Un lugar, por otra parte, que el propio Cortázar eligió: es difícil de olvidar el prólogo a El juguete rabioso, de Arlt, donde al hablar de la literatura que leía el personaje de Silvio Astier, Cortázar se pregunta: “¿Qué leíamos Borges y yo a los catorce años?”, como si el mundo se dividiera entre los “analfabetos” como Arlt y los escritores de verdad.
La novela que sale del libro
Cortázar buscaba una novela que rompiera con los límites lineales del libro. Por eso propone distintos recorridos de lectura al principio, procedimiento que hoy quedó viejo: sabemos que no hacen falta las instrucciones del autor para empezar un libro por cualquier parte y avanzar en cualquier dirección. Sin embargo, de algún modo el autor logró su objetivo: al día de hoy, Rayuela salió de sus páginas y se impregnó en murales, biografías de Instagram y acciones poéticas urbanas. Todos leímos en el colectivo frases como que el amor es “un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”, o el clásico “andábamos sin buscarnos”. Podría discutirse si esas formas de trascendencia recuperan lo mejor de la novela o lo peor, pero esa es otra cuestión.
Si bien Rayuela empieza con una invitación del autor a recorrer la obra en distintos sentidos, encontramos desde nuestros días que hay una invitación, pero es de otra naturaleza. En tiempos de cinismo, desilusión y escepticismo, un novelón como Rayuela, que en su momento quiso ser vanguardista y paradójicamente ahora es un clásico, es una invitación. ¿A qué, exactamente? A creer. Las páginas de Rayuela invitan a creer en los grandes proyectos, en las novelas que buscaban decirlo todo porque creían en la fuerza de las palabras. En suma, una invitación a devolverle a la literatura el lugar que alguna vez tuvo.
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