Este miércoles, Rayuela cumple 60 años y lo que sorprende, sobre todo, es hablar del paso del tiempo. La novela podría haberse escrito ayer o hace mil años: tiene la eternidad de los clásicos.
Con la efeméride como excusa, la Biblioteca Nacional organizó un panel de debate sobre el libro. Organizado por Mariana Iglesias y moderado por Gabriela Comte, en el encuentro participaron Ivonne Bordelois, Irene Chikiar Bauer, Juan José Becerra —que no estuvo presente, pero dejó su ponencia por audio—, Silvia Hopenhayn y Sergio Pujol. Mientras ellos hablaban, Miguel Rep hizo unos hermosos dibujos en vivo.
La charla se dio en la sala Borges, y, con ese nombre como marco, alguien podría haber dicho: A mí se me hace cuento que la escribió Cortázar, la juzgo tan eterna como el agua y el aire.
“Yo la leí en orden cronológico y nunca me atreví ni me atrevería a leerlo en el orden que sugiere Cortázar”, confesó Bordelois. La novela, como sabemos, tiene un tablero de dirección propuesto por su autor, que hace que se comience por el capítulo 73 y luego avance a través de saltos y retrocesos por los 154 capítulos restantes. Que Cortázar les diera a los lectores la libertad para leerlo en forma tradicional o siguiendo el tablero los ponía, en un punto, en un pie de igualdad con el escritor. Rayuela debe haber provocado un sismo. Es entendible que Bordelois, que la leyó cuando se publicó, haya optado por la forma tradicional.
Otro hecho que destacó Bordelois y que se suele pasar por alto es que Rayuela se publicó antes del Mayo francés. En aquel entonces, los profesores de la Sorbona no aceptaban preguntas de sus estudiantes, por ejemplo. Bordelois conoció a Cortázar luego de haber escrito una reseña de Los Premios, la novela inmediatamente anterior a Rayuela. “Tenía una voluntad de maestro”, dijo, “pero no de maestro Siruela, sino que chequeaba que lo que él decía llegara como quería y a la vez que lo que uno decía él lo entendiera bien. Era un diálogo transparente y al mismo tiempo incisivo”.
Antes de pasar la palabra a Irene Chikiar Bauer, Bordelois dijo que, si bien ahora el lugar común es señalar que lo mejor de Cortázar son los cuentos, antes de Rayuela había publicado varios libros, como Bestiario y Final de juego, que recién fueron descubiertos con la luz que les dio la novela.
“Rayuela me atravesó visceralmente”, dijo Chikiar, que recordó que, en 1994, a diez años de la muerte del escritor, organizó una muestra sobre su vida y obra, con presentaciones, actividades, instalaciones y hasta la adaptación de Rayuela para el teatro con guion de Ricardo Monti y los protagónicos de Raúl Rizzo, como Oliveira, y Virginia Innocenti, como la Maga.
“Había un lleno total”, dijo, y eso, señaló, daba cuenta de cómo podía darse una disociación entre la Academia y los lectores. Mientras la primera lee a Cortázar con ciertos reparos, el otro sigue eclipsado y maravillado por su literatura. “Pregunté cuántos ejemplares de Rayuela se venden por año: 10 mil″, dijo.
En tiempos de cancelaciones, una de las críticas más frecuentes que se le hacen a Cortázar tiene que ver con el lugar de las mujeres: de alguna manera, podría pensarse que Oliveira es la figura intelectual mientras que la Maga es la pulsión de la naturaleza. Pero, antes de caer en uno u otro lado de la grieta, Chikiar dijo que no se lo puede leer con el horizonte de expectativas actual.
El tercer participante fue Juan José Becerra, que, como decíamos más arriba, no pudo estar en persona pero estuvo presente con un audio. Becerra es un prolífico autor y entre sus libros se pueden mencionar El espectáculo del tiempo, El artista más grande del mundo y Amor, que es, hasta ahora, su última novela. La penúltima es ¡Felicidades!, que tiene un vínculo directo con Rayuela. “Sobre Rayuela lo más sensato es decir poco y en ese poco voy a decir que Oliveira tiene la característica de ser un escritor que no escribe”, comenzó.
Para Becerra, es en la actitud de Oliveira donde se juega la idea de que vivir es el verdadero hecho literario: se puede vivir la literatura sin necesidad de atestiguarlo con la escritura. Además de trazar un puente entre Rayuela y En busca del tiempo perdido, Becerra dijo que la figura de Oliveira —”que se parece mucho a Cortázar”—, convierte a Rayuela en un programa vital que luego intentaría ser consumado por el propio autor, cuando busque dejar de escribir.
Miguel Rep dibujaba a Cortázar sentado frente a la máquina de escribir, parado delante de la vidriera de una librería —Qué seg-gá un bestselleg, se preguntaba—, discutiendo la portada original junto a Julio Silva, tocando el clarinete, caminando por una calle lluviosa junto a un gato negro. Dibujos —todos, pero sobre todo el último— conmovedores.
Mientras tanto, Silvia Hopenhayn decía que Cortázar era un escritor feroz y que, si todo autor escribe con una paleta de colores, la de él era infinita. “Rayuela es universal, es latinoamericana”, dijo. “Cortázar se metió con la lengua. No inventó historias: inventó una lengua”.
El último participante fue Sergio Pujol, que además fue vestido para la ocasión con una remera que mostraba el tablero con el orden de los capítulos de la novela. Pujol, uno de los más grandes estudiosos de la música popular en el país, habló de la música en la novela. “¿Qué hubiera sido de Rayuela sin el jazz?”, se preguntó. Qué hubiera sido de Cortázar sin el jazz.
Mientras otros escritores, como Saer, Cohen y Sampayo, volcaron el conocimiento del jazz por fuera de sus ficciones, Cortázar lo incorporó de una manera indivisible. Lo hizo con “El perseguidor”, lo hizo en La vuelta al mundo en 80 días —con “Louis, enormísimo cronopio” y “La vuelta al piano de Thelonious Monk”— y lo hizo, por supuesto, con las discadas del Club de la Serpiente de Rayuela.
Cortázar, dijo Pujol, desarrolla entre el capítulo 9 al 18 una teoría del jazz que es interesante porque “consigue enfrentar la tradición y la modernidad”. Entonces, mientras Boris Vian defendía la tradición y Kerouac el bebop, Cortázar se para en esa tensión, aunque, aclaró, estaba del lado de la tradición. “En Rayuela no hay música en vivo; todo el jazz está atesorado en discos”, dijo, “tal vez porque sólo la escucha del disco, como la lectura de nuestros libros favoritos, nos permite regresar en el tiempo”.
Quizás por eso, estos 60 años sean nada más que una ilusión.
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