Así como en la última década al japonés Haruki Murakami se lo apodó como el “eterno candidato al Nobel” por estar año a año entre los posibles candidatos, hay un escritor argentino al que también se lo asocia con el respetado galardón suizo, tal vez el premio más importante de la literatura universal. Y no estamos hablando de Borges, ese escritor que probó con su ausencia que ningún premio es infalible ni, a fin de cuentas, importante.
Hablamos de César Aira, el inmenso, imaginativo e inabarcable Aira, autor de más de cien novelas entre las que se incluyen Cómo me hice monja, Ema la cautiva, La guerra de los gimnasios, Yo era una mujer casada, Yo era una nena de siete años, Artforum y El té de Dios.
El escritor, periodista y gestor cultural Daniel Mecca -creador del BorgesPalooza y del BorgesTour- se hace eco de la relación entre Aira y el Nobel en su nuevo libro, Aira o muerte. En esta novela, la primera del autor, un periodista descubre que el prolífico escritor dirige una organización secreta que, de manera clandestina, entrena dobles de Aira con el objetivo de ganar el Premio Nobel de Literatura de una vez por todas.
El prólogo, que puede leerse completo a continuación, es uno de los últimos textos que el gran editor y escritor argentino Luis Chitarroni escribió antes de morir en mayo de 2023. Ahí, comenta las pasiones intensas -de un lado y del otro- que generó la figura de Aira en la literatura argentina: “Desde que comenzó mi admiración por César Aira, hace no menos de cuarenta años, me acostumbré a leer novelas que lo tenían como protagonista o personaje. Como tuvo un momento de auge en la facultad, que no duró mucho, los detractores abundaban. Y repetían los viejos argumentos, sobre todo que escribía demasiado, que no corregía, era contagioso y agotador”.
En Aira o muerte, editado por La Conjura, se mezclan referencias intertextuales con un sentido del humor alejado de lo académico. Como explica la contratapa: “El narrador se meterá en esa trama con un plan que desembocará desde el estado de sitio en Argentina y piquetes donde leen libros de Aira en el Puente Pueyrredón hasta en una conspiración intrigante en la sede de la academia sueca y ese tenaz objetivo de instaurar la República Legibreriana”.
Prólogo a “Aira o muerte”, por Luis Chitarroni
La urdimbre del significado
Desde que comenzó mi admiración por César Aira, hace no menos de cuarenta años, me acostumbré a leer novelas que lo tenían como protagonista o personaje. Como tuvo un momento de auge en la facultad, que no duró mucho, los detractores abundaban. Y repetían los viejos argumentos, sobre todo que escribía demasiado, que no corregía, era contagioso y agotador. Él mismo se toma a sí mismo en Embalse como héroe superlativo y delirante, y cuando tuve la suerte de viajar con César más de una vez a México, escribí yo mismo una, La busca del binturong, en la que somos protagonistas con alguien más, Michel Lafon, nuestro Michel Ardan...
Ya en El carapálida, por esos ardides provenientes de buenas observaciones de Freud, vale decir por elaboración secundaria, algo hoy sin práctica observable, lo había convertido en uno de los maestros de El carapálida, algo que nadie notó. En la medida en que es necesario para un escritor prever un precursor, Aira es sin duda el más afortunado, y el más feliz en tratarlo, porque el precursor, como demuestra la copiosa y magnífica biografía de Osvaldo Lamborghini de Straface, admiraba a César con una determinación y unos dones proféticos geniales.
Cuando Daniel Mecca me dio a leer esta novela o nouvelle, confieso que me abrumó esa precedencia. Para disuadirlo, se lo dije. Y reproché que no hablara más de ciertas lecturas aireanas, como Abbott, Lear, Welch, Couve y Emar. Ahora bien, era como, y fue el argumento de Daniel Mecca, si a un encomio borgeano se le reprochara la ausencia de Fritz Mauthner, Philipp Mainländer y John Wilkins, W. H. Hudson, Eduardo Wilde y Macedonio Fernández. Temas sin duda afluentes, pero no directos ni imprescindibles.
El libro de Daniel Mecca plantea el título sin delicadeza. Adopta una vieja consigna fanática, algo que no evitó en patria de odios asiduos convertirse en algo que no se sabe si es peor: una muletilla. Aira escribió en el año —¿86?— una novela extraordinaria que parece un desarrollo sobre un tema sin desenlace: las aventuras del aburrimiento durante unas vacaciones, Embalse. En ella llega a conclusiones que se dan como delirantes, pero que no lo son tanto en esta especie de colonia o Polonia de Jarry: los mejores jugadores de fútbol se consiguen gracias a una trata ignominiosa y nada en esta vida importa salvo el fútbol y la política. No olvidemos nunca la Polonia de Ubú de Alfred Jarry. MierdRa.
El narrador protagonista del libro de Mecca adopta una actitud digna de dos Airas que cita, La liebre y Embalse. Eso lo hace adquirir una gran energía. Una especie de energía artificial, por suerte. Como decía Aira en la contratapa de Ema la cautiva, él, César Aira, es de decisiones imaginarias rápidas. Y así es como el libro se consigna y madura sin perder juventud. A lo Gombrowicz. A lo Ferdydurke. Un espionaje de mitades que parecen no esperarse, que parecieran desesperar por no encontrarse, que es, en el fondo, el fondo mismo del espionaje, a quien poco debe ese diminuto o microscópico ejercicio que Anaïs Nin suplicó a The Doors, un espía en la casa del amor. No, el ejercicio Mecca en este caso es por un esfuerzo nobilísimo, aquel por el cual el escritor —el autor, el nombre— podría ser alcanzado a llamarse traidor, como un traductor de marras.
La política es un deporte y el fútbol todavía una bella superstición. Sobre carriles de mucha honra, a toda velocidad, Mecca parece haber presenciado todo, algo que no lo exime de escribir como lo hace. Uno supondría que quien ha presenciado la historia de veneración de Aira por su presunto maestro —Lamborghini— es el autor de libros como Embalse y La liebre. Y sin embargo la presencia no es todo y la erudición no engaña.
Cierta afonía de Aira lo hace invulnerable a la musicola lamborghiniana, cierto gran estilo exento de una supersticiosa ética del lector. En Aira esa pasión del sentido lo aleja como un loco y lo acerca a ese otro gran maestro, el Roussel de Locus solus, el gran ingeniero inútil de maquinarias de un jardín imaginario cuyas ranitas de laguna son reales. Es así como Pringles se ha vuelto parte imprescindible del mapa de la imaginación literaria argentina, loado sea Guy Davenport. Y, de algún modo, Leo Strauss, quien en otros tiempos no hizo oídos sordos a leer entre líneas.
Creo que Mecca merece que nos mantengamos de pie, no para leer el libro que escribió sobre un atril, aunque tampoco padecemos neuralgias intercostales, sino porque tiene la entonación verbal segura que tal rastro asegura. “Pisa”, se impulsa con insinuación de contextura barroca. Una vez quedé tan asombrado y feliz por un Aira que encontró luego su candidatura de libro, Cecil Taylor, que aseguré a quienes me encomendaron escribir sobre él un comentario que nunca hice. No se necesita, en la mayoría de los casos, valor o coraje para renunciar a la tarea de establecer una gradación entre las cumbres borrascosas del éxito o el fracaso. De una, de golpe, o extremadamente dividido, como entre la tortuga y Aquiles.
Creer que esta naturaleza conquistadora del dropping names pertenece a la impertinencia de quien posee pocos argumentos puede ser una ignominia, u otra indigna de preterición mía.
A la par del libro Troya, aparta de mí este cáliz de Mecca (La Conjura, 2022), la paradoja viene a la rastra, como la tortuga de marras. ¿Ardió Troya? ¿Triunfó el espía?
Las eficacias hacen de veras a tientas aquello que logran con éxito.
Buenos Aires, 3 de abril de 2023.
“Aira o muerte” (fragmento)
Repaso los hechos de esta mañana, las palabras del agente Aira en el café.
Repaso frases suyas de la conversación: “Uno de mis anhelos insatisfechos es el de vestirme perfecto. Nunca lo logré, ni me acerqué siquiera. Siempre anduve desprolijo, incómodo, sin elegancia; abrigado en verano, tiritando en invierno”.
El agente Aira lo dijo al pasar, cuando esperábamos que nos trajeran los cafés, mirando hacia la ventana, como no diciendo nada, quiero decir nada importante, pero me pareció reconocer lo que dijo. Pero dónde. Dónde. Voy a mi biblioteca. Reviso los libros de Aira durante horas. Al fin doy con Cumpleaños, página 47, primer párrafo del capítulo V, y ahí está, ahí leo la misma frase que el agente Aira dijo esta mañana en el café como al pasar:
Uno de mis anhelos insatisfechos es el de vestirme perfecto. Nunca lo logré, ni me acerqué siquiera. Siempre anduve desprolijo, incómodo, sin elegancia; abrigado en verano, tiritando en invierno.
No soy Truman Capote, que recuerda frases enteras de memoria, ni tengo los dones infaustos de Ireneo Funes. Yo, más práctico, grabé toda la conversación, por lo cual ahora, tras advertir que el agente Aira usó frases de los libros del escritor Aira en nuestra charla, estoy revisando la conversación para verificar si lo hizo en otros tramos.
En efecto, advierto ahora que el agente Aira (¿cómo no lo advertí antes?) fue intercalando en nuestra conversación frases de sus libros. Por ejemplo, a los 32 minutos, dijo: “Me molesta que me lo digan y que sea lo único que dicen. Si se quedaron ahí, es porque no encontraron nada más. La risa es la única reacción que me mencionan”.
Recuerdo que al escuchar esa oración en ese momento —que en efecto, ahora lo sé, es del libro Cómo me reí—, hice una mueca de extrañeza, como no entendiendo qué tenía que ver eso con nuestra conversación, sobre todo porque el agente Aira no se había reído en ningún momento. O cuando expresó: “Tenemos que detenerlo. Lo que podemos hacer es cambiar las claves, para que no pueda comunicarse con los barcos invasores que vienen de Haití” —del libro Varamo, como verificaría después—, pero que en aquel instante me hizo mirarlo con aletargada sospecha.
¿Cambiar las claves? ¿Haití? ¿Barcos invasores? Recuerdo que pensé: Pero de qué me está hablando, agente Aira. Pero no dije nada ya que todo era raro desde el origen mismo (estar inmerso en un complot armado por el propio Aira, por cierto), por lo cual nada tenía de raro que se sumara una extrañeza más. Reformulando a Borges: lo raro, cuando ocurre dos veces, deja de ser raro.
Ahora, sin embargo, al haber advertido este patrón de conducta, sí que me sorprendo más: creo que los agentes Airas no sólo son Airas físicamente, que no sólo fueron entrenados para escribir sus libros en cafés o dar entrevistas en su nombre, sino que intercalan en la conversación frases de sus libros.
¿O creo acaso que el agente Aira, de esta manera, me estaba mandando un mensaje encriptado sabiéndose él mismo espiado por el mismísimo César Aira?
Es la inauguración de la literatura del creo.
Necesito descansar. Necesito pensar. El delirio requiere paciencia.
Quién es Daniel Mecca
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina.
♦ Es escritor, poeta, docente y periodista.
♦ Es creador del BorgesPalooza y del BorgesTour, un recorrido guiado por la Buenos Aires de Borges.
♦ Escribió libros como Ahorcados en la felicidad (2009), Lírico (2014),“Haikus periodísticos (2016) y Música de incendios (2021).
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