Atrevido. Hace un par de años perdí la fe. Se acabó. No hay más. Me refiero a esa fe de los milagros, de un creador, de un cielo o de un infierno. Me hace ruido por donde se le mire. ¿Qué poder es ese que discrimina quién si, quién no y todo eso? Ese poder no es inclusivo y mucho menos democrático, ni en el lenguaje ni en los hechos. Entonces: ¿cómo puede venir este tipo a decirme que estuvo en el cielo? Qué atrevido. Qué atropello. Qué se yo. No le creo nada.
Como sea, la cosa empezó así: un día hablando con una de mis hermanas sobre la muerte de Martín, mi hermano menor que murió de Covid -porque el Ministro de turno lo dejó sin vacuna para poder repartirlas entre sus amigos-,me dijo que había leído a un tal Eben Alexander y su testimonio de la existencia de un “cielo”. Eso ya era un montón: ella, que no creía en nada, me decía a mí que había un señor, doctorado en medicina, que había escrito que el cielo sí existe porque él mismo estuvo ahí 7 días, el tiempo que duró su estado de coma profundo. Y eso no es nada.
Cuando se despertó dijo que, mientras estuvo en el cielo, lo acompañó una criatura celestial que terminó siendo una hermana que nunca supo que había tenido. Listo. Fui, compré el libro, La prueba del cielo -editado por Aquari (sello de Planeta), número uno en el ranking de ventas que hace el New York Times- y lo leí. ¿Qué decirles? Me asombró pero mi fe no regresó. Sigo igual, o peor, pero al menos encontré algo interesante para compartir con ustedes. Aquí va.
Escéptico
“Como doctor en Medicina, con una larga trayectoria profesional en prestigiosas instituciones como Duke y Harvard, yo era el perfecto escéptico. Un tipo al que, si usted le contara su experiencia cercana a la muerte o la visita que recibió por parte de su tía muerta, para comunicarle que todo iba bien, lo hubiera mirado y le hubiera dicho, con compasión, pero tajantemente, que era una fantasía”.
Esto decía, antes de su experiencia surrealista, el doctor Eben Alexander, graduado en Ciencias Químicas por la Universidad del Norte en Chapel Hill, con 11 años de especialización en el Hospital General de Massachusetts y con 15 años como profesor asociado de cirugía, especializado en neurocirugía en la Facultad de Medicina de Harvard.
Hasta acá todo bien. Pero el 10 de noviembre de 2008, cuando Alexander tenía 54 años, una enfermedad desconocida lo dejó al borde de la muerte. Y es aquí donde se produce el quiebre del conocido científico. “Lo que voy a contarles -escribe en su libro La prueba del cielo- es lo más importante que van a oír jamás y además, es verdad”.
Según cuenta el neurocirujano de Harvard, luego de un viaje a Israel sufre una meningitis por Escherichia Coli, una enfermedad rarísima en adultos. En este tipo de enfermedades -explica el doctor- las bacterias atacan primero la capa exterior del cerebro, llamada corteza, y en general muchas víctimas de esta patología mueren durante los primeros días de la enfermedad. Pero Eben no. Él entró en estado de coma y, según parece, a una especie de inframundo o algo así que, con los días, se transformó en un paraíso (ponele).
“Oscuridad, pero visible, como si estuviera sumergido en el barro. Consciente, pero sin memoria ni identidad. (…) No tenía cuerpo, al menos no un cuerpo del que fuera consciente. Idioma, emociones, lógica: todo eso había desaparecido. Y mientras estaba ahí algo apareció en medio de la oscuridad: una luz pura, blanca (…) y con un destello repentino, atravesé una puerta y me encontré en un lugar totalmente nuevo. Brillante, estático, asombroso…Me sentí como si estuviera naciendo. (…) Volaba sobre aquel lugar, por encima de árboles y campos, cascadas y arroyos y de vez en cuando, personas. (…) Multiplica esa sensación por mil y seguirás sin acercarte a lo que me inspiró ese lugar”.
A este atractivo relato cósmico se le suma la descripción de un ser que lo acompañó mientras sobrevolaba los paraísos celestiales (supuestamente una hermana desconocida hasta ese momento): “Una chica preciosa, de pómulos altos y hermosos ojos azules (…) con ropa de campesina y unos largos mechones de cabello dorado que enmarcaban su hermoso rostro”. En fin. Muy difícil todo esto. Pero lo cierto es que este hombre está convencido y ya lleva escritos varios libros del tema.
Epílogo
Cuesta aceptar que un médico neurocirujano, que no creía más que en la ciencia y en los principios que la rigen, haya escrito semejante historia y que encima de todo insista, hasta el hartazgo, en que cada cosa que dijo es absolutamente cierta, verdadera e irrefutable.
“Los que sostienen que la ciencia y la espiritualidad no pueden coexistir se equivocan. Si he escrito este libro es precisamente para difundir este hecho ancestral, pero en última instancia básico, que convierte en secundarios todos los demás aspectos: el misterio de mi enfermedad, el de cómo logré mantenerme consciente en otra dimensión durante la semana en que estuve en coma y el de cómo pude recobrarme tan completamente de mi historia. La sensación de amor y aceptación incondicionales que experimenté durante mi viaje es el descubrimiento más importante que he hecho (…) y aunque comprendo que será complicado separarlo de las demás lecciones que aprendí allí, también sé que compartir este mensaje básico- un mensaje que la mayoría de los niños aceptaría sin dudarlo- es la tarea más importante que se me ha encomendado”.
Así las cosas, te gusten o no. El viaje a la vida después de la vida de un neurocirujano norteamericano abre el debate y la deja picando. El lugar en el que estuvo por una semana el Doctor Eben Alexander, y que solo él conoce, es “un sitio maravilloso, reconfortante y lleno de amor”. Y por esta razón asegura que no hay que tenerle miedo a morir, porque ahora sabe que no es el final.
¡Ojalá que si! Mientras tanto, humildes mortales, los invito a seguir participando porque al final del día, sea cierto o no, la ilusión es y será lo que nos mantenga a flote. Al igual que los libros.
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