Quién fue James Baldwin, el Martin Luther King homosexual que tuvo “el sueño más peligroso de todos”

Icono de la lucha contra el racismo y la homofobia, tanto su vida como su obra estuvieron marcadas por la búsqueda de la libertad. Su novela “La habitación de Giovanni”, aquí reseñada, se adelantó más de una década a la revuelta de Stonewall y al movimiento LGBT+.

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El escritor y activista estadounidense James Baldwin en un discurso durante el comienzo del Movimiento por los derechos civiles.
El escritor y activista estadounidense James Baldwin en un discurso durante el comienzo del Movimiento por los derechos civiles.

Todos tenemos un muerto en el placard y todos tenemos, también, algún closet en el que escondernos. Y es que “no hay nada más insoportable, una vez que la conseguiste, que la libertad”, dijo alguna vez el escritor estadounidense James Baldwin.

Sin importar cuán insoportable pudiera resultar, Baldwin (1924-1987) moldeó su vida y su obra a partir de la búsqueda de esa libertad. Aunque, tal vez, sería mejor hablar de libertades en plural; libertades que se solapan pero, también, se contradicen.

Por un lado, estaba aquella libertad por la que luchó el Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos a partir de la década del 50, cuando la gente negra se empezó a organizar para reclamar por el acceso pleno a los derechos y la igualdad ante la ley, con el liderazgo de activistas como Martin Luther King y Malcom X.

Pero había otro tipo de libertad que este escritor también buscaba, una que lo obligó a escapar de su país y que incluso lo separó, muy a su pesar, del Movimiento por los derechos civiles. Baldwin, además de “negro, feo y pobre”, como le gustaba describirse, era homosexual. Y en la década del 50, así como abundaban los mecanismos para evitar que la gente negra ejerciera su voto, en Estados Unidos ser gay era ilegal, como lo seguiría siendo en muchos Estados hasta entrados los años 90.

En 1948, Baldwin se fue de Estados Unidos, donde existían leyes que criminalizaban la homosexualidad, a París, Francia.
En 1948, Baldwin se fue de Estados Unidos, donde existían leyes que criminalizaban la homosexualidad, a París, Francia.

La lucha por las distintas libertades, que en las décadas siguientes comenzarían a amalgamarse, todavía aislaba color y sexualidad. Incluso dentro del Movimiento, la homofobia prevalía ante la paridad. En aquel entonces, la lucha por los derechos de lo que hoy se conoce como comunidad LGBT+ era constantemente cercenada de la de otros grupos minoritarios, ya sea por motivos discriminatorios o bien porque, de alguna manera, distraía: manchaba la causa original y dificultaba la obtención de resultados. “Quien mucho abarca, poco aprieta”, dice el refrán.

Durante su vida, la búsqueda de libertad -tanto para él como para el prójimo, sin importar qué- llevó a Baldwin a irse de Estados Unidos y volver repetidas veces. En pos de la suya propia, dadas las leyes que condenaban las prácticas homosexuales en Estados Unidos, el escritor partió para París en 1948, donde conocería a uno de los grandes amores de su vida, el suizo Lucien Happersberger. A fines de la década del 50, regresó a Estados Unidos en pleno surgimiento del Movimiento por los derechos civiles, pero los asesinatos de Martin Luther King, Malcom X y Medgar Evers lo obligarían a volver a exiliarse en Francia años después.

Aunque en Baldwin coexistían la lucha contra el racismo y la lucha contra la homofobia, él mismo admitió que muchas veces era difícil encontrar un lugar en sus libros para ambas en simultáneo dadas las complejidades particulares de cada una. Es por eso que para su segunda novela, tal vez la más explícitamente gay de su obra, optó de manera excepcional que el personaje principal fuera blanco en vez de negro.

"La habitación de Giovanni", de James Baldwin, editada por Mil Botellas.
"La habitación de Giovanni", de James Baldwin, editada por Mil Botellas.

La habitación de Giovanni, publicada en 1956, es una de las primeras novelas de la literatura canónica estadounidense en mostrar las complejidades de la homosexualidad y todas las aristas del deseo entre hombres. Aunque años más tarde el arte norteamericano comenzaría lentamente a hacerse eco de la revolución que comenzó aquel 28 de junio de 1969 con la revuelta de Stonewall -y que tendría durante los 80 su punto más alto hasta la crisis del sida-, en la juventud de Baldwin no era usual leer sobre dos hombres que se acostaban juntos y que, a la mañana siguiente, se despertaban felices y listos para desayunar.

En esta novela, el narrador, llamado David, es un estadounidense blanco de clase trabajadora que vive en París. Cuando su novia se va por un tiempo a España a pensar si quiere seguir con él, David conoce a Giovanni, un italiano del que se termina enamorando. Pero desde el comienzo del libro, a pesar de su ternura excepcional para la época, el lector sabe que Giovanni va a morir. Y David, solo en una casa en la Francia rural, escribe esta historia la noche antes de que a su amado lo decapiten en la guillotina.

“Giovanni había despertado en mí una comezón, había agitado un viejo resquemor (...) La bestia que Giovanni había despertado en mí no podría volver a dormirse de nuevo; pero algún día ya no estaría más con él. ¿Iba a encontrarme, entonces, igual que todos los demás, girando la cabeza y siguiendo a toda clase de chicos por sabrá Dios qué calles oscuras, para meterme sabrá Dios en qué lugares oscuros?”, escribe.

Baldwin fue amigo de los líderes del Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, como Martin Luther King y Malcom X.
Baldwin fue amigo de los líderes del Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, como Martin Luther King y Malcom X.

El narrador de La habitación de Giovanni no es un hombre cómodo con su sexualidad. Recuerda, desde su adolescencia, situaciones eróticas con otros hombres que, sin importar cuán placenteras, terminaban enterradas en su memoria como hechos aislados y sin trascendencia alguna. Pero el deseo siempre lograba sacarlas a flote:

“Hubo unos cuantos de esos descensos, siempre sórdidos, siempre en estado de embriaguez. Es uno de esos descensos, particularmente espantoso, que ocurrió cuando estaba en el servicio militar, estuvo implicado un marica a quien más tarde expulsaron tras juzgarlo en consejo de guerra. El pánico que me provocó su castigo fue lo más cerca que estuve de experimentar el terror que a veces veía en los ojos de otros hombres”.

Es por eso que para David, que “descendió” incontables veces por la sinuosa pendiente del placer (aunque nunca amor) entre hombres, su novia Hella funciona como un escudo contra la tentación, una distracción más acorde a su expectativa que a su deseo. Con ella querría casarse y tener hijos: cumplir el sueño americano del que, sin embargo, él mismo prefirió huir:

“Quería tener hijos. Quería volver a estar adentro, con la luz y la seguridad, sin que nadie cuestionara mi hombría, viendo a mi mujer acostar a mis hijos. Quería la misma cama por las noches y los mismos brazos y quería levantarme a la mañana sabiendo dónde estaba (...) Solo hacía falta un esfuerzo breve y firme de mi parte para volver a ser yo mismo”.

Baldwin falleció en 1987 en su casa en Francia a causa de un cáncer de estómago.
Baldwin falleció en 1987 en su casa en Francia a causa de un cáncer de estómago.

La ausencia de Hella es la que permite que, al encontrarse con Giovanni, David se sienta capaz de entablar una relación con el joven italiano, aunque no sin reticencia. Desde su adolescencia, David “había estado soñando el sueño más peligroso de todos” y Giovanni -apuesto, musculoso y lo suficientemente masculino- representaba para él la llave al paraíso. Pero, como le comenta un marica conocido que lo dobla en edad: “Nadie puede quedarse para siempre en el jardín del Edén. ¿Por qué será?”.

Lejos de la reivindicación de los términos peyorativos que vendría en las décadas siguientes, en el contexto de la publicación de La habitación de Giovanni la palabra “marica” era usada como un insulto. David, el narrador, la utiliza para marcar distancia con aquellos hombres afeminados y amanerados, en su mayoría mucho mayores, de los que sin embargo no teme aprovecharse. A pesar del rechazo que generaba, la figura del viejo marica adinerado era, para muchos jóvenes de clase trabajadora, una forma de sobrevivir:

“Tengo que confesar que su aspecto, por demás grotesco, me incomodaba; quizás del mismo modo en que a cierta gente se le revuelve el estómago al ver a los monos comiéndose sus propios excrementos. Puede que no les desagradara tanto si los monos no se parecieran -de forma tan grotesca- a los seres humanos (...) Pronto nos sacaríamos de encima a esos dos viejos y ya no nos molestaría que nos salpicara su agua sucia; no tendríamos ninguna dificultad para limpiarnos”.

De todos modos, a la par de la ayuda económica que le brindan a los muchachitos tan deseados y sin importar cuán trágicas puedan parecer sus historias de vida, estos maricas mayores representan para David una fuente de saber de la que no siempre se atreve a beber.

Al comienzo de la novela, en el bar de mala muerte en el que David conoce a Giovanni, su amigo Jacques le pregunta: “¿Qué edad tenés? ¿Veintiséis, veintisiete? Casi el doble te llevo, y dejame decirte algo: tenés suerte; suerte de que esto que te está pasando te esté pasando ahora, y no a los cuarenta o por ahí, cuando ya no tendrías salvación y simplemente estarías jodido”. Pero David, confundido, le responde: “¿Qué es lo que me está pasando?”.

James Baldwin: “No hay nada más insoportable, una vez que la conseguiste, que la libertad”.
James Baldwin: “No hay nada más insoportable, una vez que la conseguiste, que la libertad”.

Como un San Sebastián flechado por San Valentín, David acepta dormir en la habitación de Giovanni y es entre esas cuatro paredes donde su romance encontrará un lugar en el que enraizar. Pero, claro, ¿qué puede brotar sin aunque sea algo de luz?: “Recuerdo que la vida en esa habitación parecía suceder bajo el mar (...) Para garantizarnos privacidad, Giovanni había oscurecido los vidrios con un líquido limpiador espeso, de color blanco”, escribe el narrador. De todos modos, cada vez que alguien pasaba por la ventana o se detenía, Giovanni “se crispaba como un perro de caza y se quedaba en absoluto silencio hasta que hubiera desaparecido lo que amenazaba nuestra seguridad”.

Si bien por momentos esa habitación hace que afloren en David nuevos sentimientos -como el placer de ser “ama de casa”-, las pocas pero intensas semanas que pasa con el italiano lo hacen descubrir “un odio por Giovanni tan potente como mi amor, un odio que se alimentaba por las mismas raíces”, al punto de llegar a preguntarse: “¿Qué clase de vida se puede tener en esta habitación? ¿En este cuartucho mugriento? ¿Qué clase de vida puede llevar una pareja de hombres?.

El desenlace, como advierte el narrador desde el principio de la novela, es trágico. Esa era la norma en los libros de ese entonces. Podía haber escenas homoeróticas, más o menos explícitas, pero nunca dos hombres podían terminar juntos. “Y vivieron felices para siempre” era un final impensado para una novela sobre amor y deseo entre hombres.

El regreso de Hella de su viaje por España obligará a David a elegir entre la seguridad de una vida aceptable junto a su mujer o la excitante pero peligrosa aventura junto a Giovanni. Así, una pelea entre ambos llevará a Giovanni a cometer un crimen por el que será condenado a la guillotina. Antes de verlo por última vez, Giovanni le dice a David: “Si pudiera obligarte a que te quedaras, lo haría. Aunque tuviera que pegarte, encadenarte, matarte de hambre... Algún día, quizás, vas a desear que lo hubiera hecho”.

Pero David se va y, aunque quiere darse vuelta durante el trayecto por el largo pasillo que separa ese paraíso privado del mundo exterior, sigue su camino sin detenerse, lo cual desencadena la tragedia final. En otro contexto, lejos de la represión de la década del 50 y con el orgullo que con las décadas se volvería la insignia de la comunidad LGBT+, La habitación de Giovanni podría haber terminado de otra manera. Tal vez, con esa frase que David le dice a Giovanni antes de la escena más tierna del libro, en la que caminan juntos al borde del río, sin temor a la mirada ajena, mientras comen cerezas y juegan como dos muchachitos a tirarse los carozos en la cara: “¿Vamos a dar una vuelta? Salgamos un rato de esta habitación”.

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