“Lo que hago es lo que me enseña lo que estoy buscando”: la frase requiere una lectura minuciosa, pero vale la pena porque es uno de los disparadores de la novela Lágrimas en la lluvia, primera entrega de la trilogía que protagoniza Bruna Husky, la tecnohumana (especie vulgarmente conocida como replicante) protagonista también de El peso del corazón y Los tiempos del odio, la trilogía distópica de Rosa Montero.
La frase vale la pena porque invita a pensar en la forma de ser de Bruna, una tecnohumana preparada para combatir, para matar a puros golpes, con eficiencia y seguridad, pero que a la vez siente una profunda compasión y empatía por el sufrimiento humano. Empezando por el propio. Bruna es una rareza, un ser muy particular.
Alter ego y proyección acelerada de la escritora madrileña, Bruna Husky anda por el mundo como una pantera cazadora, al acecho de sus mejores presas, es decir, clientes que le paguen para seguir viviendo. Y un poco de placer sexual, también, para sobrellevar la angustia.
Porque a pesar de lo abrumador e intolerable del mundo, Bruna quiere vivir y para vivir necesita dinero: en su mundo (año 2109, Madrid, Estados Unidos de la Tierra) las personas y las otras especies (reps, extraterrestres, animales y mutantes) tienen que comprar el aire que respiran, el agua y, por supuesto, su comida, además de la tecnología que les permite comunicarse, circular, volver a encerrarse en sus departamentos o guaridas.
Y Bruna es lo suficientemente inteligente para poder costearse la vida, aunque los reps de combate hayan sido sacados de servicio por una ley ya consolidada. El problema es y no es el dinero, porque siempre llega. El problema es el pasado, la memoria en realidad sobre un pasado que le pertenece, pero no.
El problema también es el conocimiento de la fecha exacta de su caducidad: Bruna sabe que le quedan algunos pocos años de vida (tres años, cuatro meses, dieciséis días, dirá en algunos momentos del relato), y este dato puntual le pesa, la angustia, no es fácil de sobrellevar. Y, sin embargo, sigue adelante.
Pero va a ser mejor que se presente ella: “Me llamo Bruna Husky –dice en Animal Oscuro, la breve y deliciosa obra de teatro que Rosa Montero escribió para su personaje: “Nací en una granja de reproducción y mi madre fue un tanque metálico. Mi pequeña vida es una estafa, una burla, y aun así es lo único que tengo. Me aferro absurdamente a ella y comparto con vosotros el loco anhelo de encontrarle un sentido a todo esto… ¡Maldito sea mi memorista, que me robó la inocencia y simpleza de los replicantes de combate! Mis deseos son mucho más grandes que mi vida”, brama Husky cuando tiene la oportunidad de presentarse ante el público y en primera persona, mientras Rosa Montero cuenta en una entrevista dada en el living de su casa que tiene muchos más libros que los va a poder leer en su vida, muchos más deseos de viajar y conocer y leer y disfrutar del mundo –aún asi de horrible como está – que las horas que quedan hacia el destino final del viaje, el punto de llegada, la hora puntual. ¿Y quién no?
Bruna dice: “Tres años, siete meses y seis días”, y salta a la platea, y se aferra a un espectador, lo increpa y vuelve al escenario y anuncia que se va a comer un “caramelo”, es decir, una potente droga sintética, un cocktail súper excitante para salir a buscar sexo desaforado y más estimulantes, porque ¿qué más da? ¿Qué otra cosa se puede hacer en realidad?
“En realidad os envidio”, está furiosa Bruna y grita: “me cambiaría por cualquiera de vosotros ahora mismo. Esas vidas larguísimas… os envidio esa vejez deteriorante, os envidio que os creáis eternos, os envidio y os maldigo ¡yo quiero seguir viviendo aunque sea atada a una silla de ruedas! (…) Bella y breve vida. Hasta este callejón inmundo, esta soledad lluviosa, este dolor que siento me parecen hermosos cuando pienso en perderlos…”.
Demasiado humana para ser replicante. Demasiado replicante para ser humana.
Cada día es un día menos
Bruna Husky, como todos los reps de los Estados Unidos de la Tierra, año 2109, está condenada a vivir 10 años. Los reps nacen después de varios meses de incubación artificial, tienen al nacer la edad virtual de 25 años y mueren a los 35 del TTT (tumor total tecno), una cáncer masivo programado e incurable. ¡Oh, destino!
Pura acción disparada en la búsqueda de su hora final, Bruna siente, sufre, se cuestiona y se rebela ante la injusticia del mundo, sin perder la cuenta minuciosa de los días que le quedan: esa espada filosa aguijonea cada uno de sus certeros movimientos. “Tres años, siete meses y seis días”, repite en Animal Oscuro, pero la cuenta regresiva es leiv motiv de toda la saga. El pulso vibrante de la mente activa de Bruna Husky, que avanza hacia su destino sin parar.
En lo práctico, más allá o más acá de sus preguntas existenciales, la rep habita en un Madrid alucinado, pleno de smog, lluvia y humos malsanos. Vive en un dos ambientes tecno de clase media, con las pantallas y sistemas usuales para su modesto existir. Es nerviosa, inquieta, elástica. Su único pasatiempo feliz es resolver rompecabezas, pero a veces, ni siquiera puede con eso: “Por lo general, cuando resolvía rompecabezas se encontraba más cerca de la serenidad que en ningún otro momento de su crispada vida, pero ahora no podía concentrarse y terminó por abandonar sin haber conseguido colocar ni un solo fragmento más”.
Estamos en los comienzos de la saga. Bruna acaba de ver morir a su vecina humana en su propia casa: la tipa tocó timbre e inmediatamente entró en una locura de posesa y se quitó la vida (spoiler alert encendido y en rojo). Bruna no es indiferente a este hecho con tufillo a tragedia que empieza a repetirse en varios casos en la ciudad. Al contrario, nuestra monstruo tecno se inquieta, se preocupa, quiere saber más. Y enseguida toca a las personas indicadas para ofrecerles su servicio de investigadora.
Porque además del dinero, Bruna necesita desentrañar enigmas humanos, establecer vínculos, entender relaciones, amores, traiciones, amistades. Y esta pregunta humana que impulsa sus acciones (ese accionar puro del presente para dar sentido al futuro que vendrá) se lo debe a su memorista, el encargado de diseñar su memoria, que obró en contra del reglamento y le implantó a la tecno más de mil imágenes en su mente. Una condena esa memoria desordenada y compleja, llena de momentos inexplicables que Bruna necesita contrastar con su presente, para darle sentido al hilo que la trae desde el pasado al mundo donde le toca vivir.
“Los jodidos memoristas eran todos igual de perversos, igual de repugnantes”, piensa Bruna y sigue rebotando entre las paredes estrechas de su departamento. La vecina acaba de morir y la pantera- Bruna- encerrada necesita oxigenarse y entonces actúa: “como tantas otras veces en las que el desasosiego le estallaba dentro del cuerpo, Bruna decidió ir a correr: el cansancio físico era el mejor tranquilizante. Se puso unos viejos pantalones de deporte y las zapatillas y abandonó el apartamento. Cuando pisó la calle eran las doce en punto de la noche”.
Corre, Bruna, corre hacia el futuro porque la muerte es puntual. Tres años, siete meses y seis días. “Salió disparada en dirección al parque, primero tan descontrolada y tan deprisa que enseguida se quedó sin aliento. Redujo el paso y procuró tomar un ritmo equilibrado, respirar bien, acomodar el cuerpo. Poco a poco fue entrando en esa cadencia relajante e hipnótica de las buenas carreras, sus pies casi ingrávidos tocando la acera al compás de los latidos del corazón”.
Corre, Bruna, corre porque es lo único que podrás hacer en tu corta-larga vida. Volar con tus pies alados hacia el futuro, a pesar de la ciudad feroz, tan feroz como tu vida.
“Por encima de su cabeza, las pantallas públicas derramaban los estúpidos mensajes habituales, gracietas juveniles, clips musicales, imágenes privadas de las últimas vacaciones de alguien o noticias cubiertas por periodistas aficionados. En una pantalla vio cómo estallaba un Ins en Gran Vía, por fortuna no causando más muerte que la suya. Menos mal que por ahora los Terroristas Instantáneos eran tan incompetentes y tan lerdos que casi nunca lograban hacer mucho daño, pensó la androide;
pero cuando esos chiflados antisistema aprendieran a organizarse y a fabricar bien sus bombas caseras, los Ins se iban a convertir en una pesadilla: todas las semanas se inmolaba alguno en Madrid por no se sabía muy bien qué razón. Bruna entró en el parque por la puerta de la esquina y cruzó el recinto en diagonal. No era un parque vegetal, sino un pulmón. A la rep le gustaba correr entre las hileras de árboles artificiales porque le era más fácil respirar: absorbían mucho más anhídrido carbónico que los parques auténticos y realmente se notaba la elevada concentración de oxígeno”.
Después de esta oxigenante noche, la rep va a comenzar a desentrañar el primer caso de la saga que, como todos, está lleno de traiciones, falsas pistas, drogas químicas y mucha tensión sexual. Porque Bruna es hermosa y perfecta. Y su furia también es hermosa y perfecta, temida y deseada. Y por eso, también, está sola.
“Estaba acostumbrada a que su presencia causara impresión, no sólo por el hecho de ser una tecno alta y atlética, sino, sobre todo, por el cráneo rapado y por el tatuaje, una fina línea negra que recorría verticalmente el cuerpo entero, bajando por su frente y por la mitad de la ceja y los párpados y la mejilla del lado izquierdo, y después por el cuello, el pecho, el estómago y el vientre, la pierna izquierda, un dedo del pie, la planta, el talón y de nuevo, ascendiendo ya a lo largo de la misma pierna pero por detrás, la nalga, la cintura, la espalda y el cogote, para terminar cruzando la monda redondez del cráneo hasta fundirse con la línea descendente y completar el círculo.
Como es natural, cuando estaba vestida no se podía ver que el trazo se cerraba sobre sí mismo, pero Bruna había comprobado que la línea que parecía cortarle un tercio de la cabeza y que desaparecía ropa abajo producía un innegable impacto en los humanos. Además delataba su condición de rep combatiente: en la milicia casi todos se hacían elaborados tatuajes.”
Tres años, siete meses y seis días, y su cuerpo fibroso, sinuoso también, super fuerte, super flexible es una permanente amenaza: Bruna puede exterminar a cualquier humano en escasos minutos y con unas pocas maniobras (aunque ella prefiere siempre el estrangulamiento) pero sabe contenerse porque no es una asesina, destila odio por sus poros –su piel es perfecta imitación de la piel humana – y ruge y masculla en el encierro de su poderosa mente. Que no tiene salida pero sí recreos, puntos de fuga, pequeñas muertes. Oxitocina y drogas sintéticas, cocktail explosivo y a volar: “Lo único que queda es abrirte como una estrella marina, como una anemona. Fundirte con otro cuerpo febril. Convertirte en un maravilloso animal de dos cabezas capaz de engañar por un momento a la muerte….”, dice Bruna antes de partir a una noche de furia sexual. “Ah, qué placer”, ruge Bruna mientras mete las manos bajo su falda corta, se quita las bragas y sale a la ciudad.
Pero, ¿de qué va esta copiosa saga?
La trilogía de Bruna Husky es, básicamente, un policial: Bruna es una rep de combate retirada que trabaja como detective free lance y, como todo free lance, pasa épocas de grandes carencias. Bruna habita un mundo conocido y a la vez extraño para el lector: es Madrid pero con edificios inteligentes, tranvías voladores y especímenes de procedencias diversas y universales: replicantes, alienígenas, mutantes, animales y humanos. Una ciudad oscura - como los lienzos del pintor citado-, donde a veces Bruna logra colar una pregunta luminosa sobre el amor o un gesto de cuidado entre una rep y una humana, o una aventura de complicidad casi feliz entre dos seres vivientes cuya identidad o procedencia poco importan.
A lo largo de las tres novelas, Bruna Husky es despreciada por ser distinta, pero a la vez, temida. Y de esto se vale para avanzar en sus objetivos. El escenario es siempre adverso: no hay garantías ni derechos en un mundo que ha devenido super violento y apenas entendible para quienes lo habitan. Bruna se mueve con audacia y logra dar cuerpo a sus peculiares planes. Y también está Oli, que es la dueña de un bar –muy parecido al bar de La guerra de las galaxias donde iba Han Solo – en el que Bruna es bien recibida y cuidada.
El mundo ficcional creado por Rosa Montero es tan sólido en su lógica como decadente. Y, sin embargo, hay en la prosa cierto humor, destellos de humanidad, un dejo de esperanza. Las referencias a Blade Runner son claras. Las lágrimas en la lluvia del título de la primera novela de la saga, por ejemplo, refieren a esa escena memorable de la película en la que el replicante Roy Butter, (el de pelo platinado encarnado por el actor Rutgerus Oelsen Hauer) muere bajo la lluvia y repasa poéticamente lo visto, vivido, escuchado, en la desolación del mundo que abandona para siempre. Momento súper poético de una película inoxidable, de la que Montero toma clima, ideas, personajes para reactivarlos en un mundo feroz y tecnológico implacable.
Otro dato colorido de este mundo distópico es que sus habitantes se pueden tepear, esto quiere decir que puede teletransportarse de un sitio a otro, de un satélite a la Tierra y viceversa. Claro que el tepeo frecuente deja marcas en el cuerpo, enfermedades incurables, deformaciones. Los seres vivos que se tepeen más de seis veces en la vida sufrirán mutaciones en sus cuerpos y se convertirán en otra clase social: los mutantes.
Entre tanto, Bruna lucha contra las imágenes implantadas que traen infelicidad: un padre asesinado cuando ella era niña, un amor que murió, abandono materno, soledad. Bruna se rebela contra esta condición: “Yo no soy mi memoria. Que además sé que es falsa. Yo soy mis actos y mis días”. Y vuelve a caer en el conteo: “tres años, tres meses y dieciséis días de vida”, dirá al comienzo de la última novela de la saga.
El puro presente de acción para encontrar un sentido futuro. O, en otras palabras: “Lo que hago es lo que me enseña lo que estoy buscando”, como dijo el pintor francés, autor de lienzos oscuros que cuentan el mundo.
¿Y el mundo de Rosa Montero?
Rosa Montero viene de un universo muy distinto, sencillo y tangible. Es hija de una ama de casa y de un banderillero, una casa donde se reverenciaba la cultura, según cuenta, aunque sus padres no eran intelectuales. Montero estudió Psicología, carrera que abandonó para diplomarse finalmente como periodista. Participó de grupos de teatro, publica en la prensa desde los 19 años y tiene 72.
Rosa Montero escribe mucho, a toda velocidad y sin parar (¿como el andar de Bruna Husky?): publica columnas de opinión desde 1976 en El País de Madrid, uno de los periódicos más importantes de habla hispana. La escritura es, sin duda, su modo de transitar e indagar este mundo oscuro en el que le toca vivir. ¿Qué mundo cuenta Rosa Montero, la cronista?
En la columna del pasado 11 de junio, por ejemplo, escribió sobre las niñas iraníes envenenadas por los talibanes. A fines de abril, sobre la felicidad y, unas semanas antes, había escrito sobre las grietas y fisuras de los sistemas democráticos. También publicó recientemente una crónica sobre un encuentro con Vargas Llosa y antes había analizado algunos aspectos del deseo.
Siria, las comunidades agrícolas de España, la necesidad de escribir y más. Sus textos periodísticos son agudos, punzantes, cuestionadores, construidos con una prosa vertiginosa y ágil como las piernas de Bruna Husky. Palabras, imágenes, preguntas que afilan la mirada sobre este presente, sin reps ni mutantes, pero con la inteligencia artificial mordiéndonos los talones (y llenándonos de incertidumbre acerca de la valoración de nuestras más humanas capacidades). Un presente preñado de un futuro oscuro como una amenaza. Ante esta urgencia, Montero responde con la permanente escritura. Para que la oscuridad del mundo se disuelva en la comprensión luminosa de la literatura.
Quién es Rosa Montero
♦ Nació en Madrid, España, en 1951. Es escritora y periodista.
♦ Escribió novelas como La ridícula idea de no volver a verte y Lágrimas en la lluvia.
♦ En 1980 ganó el Premio Nacional de Periodismo Literario, en 2005 el Premio de la Asociación de la Prensa de Madrid y en 2017 el prestigioso Premio Nacional de las Letras, en España.
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